La nueva ambici¨®n rubia
Icono est¨¦tico, tenista excepcional y, ante todo, una chica decidida a perseguir sus sue?os. ?ste es el viaje de Maria Sharapova. De la hija de una familia humilde en Bielorrusia a la ¨²ltima reina de las pistas con tir¨®n en los medios
La cuadrilla de Ant¨®n Cort¨¦s forma un c¨ªrculo en el vest¨ªbulo del hotel Palace. El banderillero cruza miradas impacientes con el picador. En Las Ventas esperan los toros de Cartelilla acompa?ados del caracter¨ªstico olor acre, mezcla de orinas secas, esti¨¦rcol, exudaciones y barro fresco. Pero en ese momento las narices de los toreros se hinchan ante una suave brisa de aromas de hojas de granada, magnolia, jazm¨ªn, una puntita de rosa inglesa y otra de c¨¦sped de Wimbledon.
Maria Yurievna Sharapova, que ha mezclado las esencias de su propio perfume, pasa junto al grupo como si no los viera. Libera olores extra?os y de sus orejas cuelgan un par de joyas que ella misma ha dise?ado siguiendo tres principios. Los pendientes, dice, deben ser "largos", "bamboleantes" y "relucientes".
Los toreros, gente habituada a la naturaleza, permanecen brillantes, con las miradas perdidas. Se palpan el traje de luces, se giran, exhiben gestos de impaciencia. No se sorprenden ni se alarman. La indiferencia es total y rec¨ªproca. Ella pasa, y ellos huelen la rosa inglesa sin ver nada porque en su mente s¨®lo hay sitio para los toros de Cartelilla.
Pero Sharapova no es invisible. Posee un cuerpo opaco y notable. De la punta de sus tacones a la cresta iliaca mide algo menos de metro y medio. En total, 1,88. La cuadrilla deber¨ªa levantar la cabeza para ver ese rostro. Un ¨®valo peque?o y vagamente conocido. Una cara universalmente familiar que recuerda al rastro de im¨¢genes acumuladas en el inconsciente occidental: agentes del KGB rompiendo el hielo con James Bond, la esposa del Doctor Zhivago, o la corte absolutista de San Petersburgo.
"No me planteo elegir marido en este momento", dice Sharapova, justificando la indiferencia de los toreros. "No he venido a Madrid para eso".
La tenista estuvo en Madrid para seleccionar al grupo de hombres que le recoger¨¢n las pelotas. Cada chico junto al otro, todos ellos aspirantes a servirle durante el pr¨®ximo Sony Ericsson Championships (torneo que cierra la temporada de la WTA y que reunir¨¢ en Madrid, entre el 7 y el 12 de noviembre, a las mejores tenistas de la clasificaci¨®n mundial). All¨ª coincidi¨® con los toreros en las primeras tardes de San Isidro. Pero no fue a Las Ventas porque debi¨® asistir al casting. Los chicos, un grupo de modelos de Hugo Boss, se formaron para someterse a sus preguntas inquisitivas. El tr¨¢mite, presidido por la propia Sharapova, registr¨® indagaciones a adolescentes musculosos.
"Los recogepelotas deben", dice Sharapova, "coger la bola en el lugar adecuado y no mirar lo que hay bajo las faldas. Esto ¨²ltimo es lo principal".
"Normalmente, yo no juzgo a la gente por lo que aparenta", avisa. "Me gusta la gente graciosa porque me gusta re¨ªrme mucho. Pero mirar tipos guapos no hace da?o, as¨ª es que yo miro". La tenista suelta una risa estridente. Semejante al chillido de un p¨¢jaro. Se le ha ocurrido otro requisito para ser aceptado entre sus recogepelotas: "Deben entenderte cuando les dices: 'Cari?o, ve y ac¨¦rcame la toalla".
Los aires aristocr¨¢ticos le confieren una dignidad imperiosa. Pero Maria Sharapova no desciende de los boyardos rusos. Hasta hace diez a?os, su padre, Yuri, fue un obrero de la construcci¨®n, y su madre, Yelena, trabaj¨® como secretaria. Hace una d¨¦cada, sin embargo, Yuri consider¨® que su hija ten¨ªa algo especial. Algo que se revelaba en su obcecaci¨®n por coger una raqueta y darle a la pelota contra las paredes. Desde el principio, Yuri acompa?¨® a su hija hasta la pista. Fue su primer compa?ero de juego. All¨ª detect¨® ese talento y decidi¨® apostar. Apost¨® por ella y por un cambio radical en su propio modo de vida. En 1998, Yuri cogi¨® todo el dinero que ten¨ªa ahorrado, unos 700 d¨®lares, y llev¨® a su hija de siete a?os desde la ciudad del mar Negro donde resid¨ªan hasta la localidad de Bradenton, en Florida, junto al golfo de M¨¦xico. All¨ª inscribi¨® a Maria en la c¨¦lebre escuela de Nick Bollettieri. Propiedad de la gigantesca compa?¨ªa estadounidense de gesti¨®n de deportistas IMG, la escuela consiste en una especie de mundo feliz para tenistas. Un internado que produce jugadores con m¨¦todos que se aproximan a la cadena de montaje industrial. La hija de Yuri no tard¨® en responder a las exigencias. Ocho a?os despu¨¦s se convirti¨® en la deportista con m¨¢s ingresos del planeta. El pasado mes de abril, la revista Forbes cifr¨® sus ganancias anuales en m¨¢s de 18 millones de d¨®lares. Nunca una mujer gan¨® m¨¢s dinero anualmente con su carrera deportiva.
Como los pol¨ªticos y los artistas modernos, las grandes estrellas del deporte son ante todo figuras del entretenimiento. En 2004, las grandes compa?¨ªas estaban a la pesca de una imagen femenina capaz de atraer la atenci¨®n del mundo. Con Marion Jones enredada en un esc¨¢ndalo de dopaje y Madonna rondando los cincuenta, las mujeres m¨¢s famosas del planeta eran rostros poco identificables con un futuro luminoso. Isabel II de Inglaterra y Condoleezza Rice no alentaban esperanzas. Hac¨ªa falta un cambio. Entonces apareci¨® esa adolescente ingenua y energ¨¦tica con un torbellino de gestos y sonidos. Ten¨ªa una edad indeterminada y, al golpear la pelota en el fondo de la pista, hipnotizaba a los espectadores con una sucesi¨®n de gemidos roncos, ahogados. Un concierto gutural en el l¨ªmite de la agon¨ªa y el ¨¦xtasis sexual que ya forma parte de sus se?as distintivas. Los ruidos org¨¢smicos de Sharapova se han hecho famosos. En Espa?a, todos los s¨¢bados y todos los domingos, los oyentes de la cadena SER pueden escucharlos sampleados en las cu?as publicitarias de Zumosol de Pascual que vocean los animadores de Carrusel deportivo. Adem¨¢s de agitar la imaginaci¨®n de los espectadores, la joven que irrumpi¨® en Wimbledon hizo algo que las multinacionales no le habr¨ªan exigido para ofrecerle un contrato: ganar el torneo.
Desde 2004, Sharapova se ha convertido en la imagen de las campa?as de raquetas Speedminton, tel¨¦fonos Motorola, perfumes Parlux, c¨¢maras Canon, relojes TAG Heuer, veh¨ªculos Honda, productos de higiene Colgate-Palmolive, ropa deportiva Nike, raquetas Prince y todoterrenos Land Rover. Es discutible que estas empresas hayan invertido en Sharapova por la velocidad de su saque antes que por su cuerpo. Ella parece convivir en armon¨ªa con su propia imagen. No se siente abrumada por la idea de constituir una marca en el mercado fugaz de las apariencias. No tiene preocupaciones de orden metaf¨ªsico porque para eso necesitar¨ªa tiempo libre, y nunca ha contado con eso.
"No me preocupa", dice, reclinada en un sill¨®n del Palace, "porque adem¨¢s de ser una marca soy una persona. A diferencia de Canon o Nike, yo no soy un producto. He aprendido que es dif¨ªcil controlar lo que otros piensan de ti. S¨®lo puedo concentrarme en pegarle a la pelota de tenis y hacerlo muy bien. ?sa es mi preocupaci¨®n n¨²mero uno. Siempre que ¨¦sa sea mi preocupaci¨®n, yo estar¨¦ bien".
"Todas las mujeres est¨¢n satisfechas de tener los cuerpos que tienen, y yo no soy una excepci¨®n", medita. "Es un problema femenino. En cualquier caso, siento que yo y mi familia hemos conseguido muchas cosas gracias a muchos sacrificios. No tiene tanto que ver con la pinta que tienes como con el trabajo duro".
Sharapova ha hecho un alto en su jornada de compromisos institucionales de presentaci¨®n del torneo Sony Ericsson de Madrid. Acaba de salir del Sal¨®n de Cristales del Ayuntamiento. All¨ª la recibi¨® el alcalde, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, que a su lado parec¨ªa un ni?o en el amanecer de la Epifan¨ªa. Los contemplaron las im¨¢genes de Juan Bautista de Toledo, Tirso de Molina, Quevedo y Calder¨®n. Aprovechando el escenario, la tenista insisti¨® en su cruzada por la igualdad de premios econ¨®micos para hombres y mujeres en los torneos del circuito. Lo hizo con un discurso firme, un punto airado. "Si seguimos presionando y nos mantenemos fuertes, tarde o temprano ceder¨¢n", avis¨®. "El torneo femenino tiene un componente de belleza y moda que lo hace m¨¢s entretenido. Si los hombres pudieran llevar una falda y presumir de su salud, tambi¨¦n lo har¨ªan".
En un intervalo de su jornada de compromisos con pol¨ªticos y empresarios, Sharapova se detiene para hablar de s¨ª misma. Lo hace convencida del valor de la industria que regenta. Su percepci¨®n de la vida tiene un profundo marchamo econ¨®mico. "Somos un negocio familiar", explica. "El principal trabajo de mi padre es ser mi padre, y el principal trabajo de mi madre es ser mi madre".
Yelena se ocupa de las finanzas de su hija. Yuri maneja la faceta deportiva. Han invertido mucho tiempo y muchos planes en ella. Cuando Yelena se qued¨® embarazada, el matrimonio viv¨ªa en Gomel, en Bielorrusia. Fue poco despu¨¦s del accidente de la central nuclear de Chern¨®bil. Temerosos de que la radiactividad pudiese afectar al feto, decidieron trasladarse a 2.000 kil¨®metros al este, a un pueblo de Siberia llamado Nyagan, donde naci¨® Maria. La familia permaneci¨® m¨¢s de dos a?os en Siberia antes de mudarse al balneario de Sochi, a 2.000 kil¨®metros al suroeste, en la costa oriental del mar Negro.
En Sochi fue donde sus padres la hicieron jugar al tenis poniendo sobre sus hombros todas sus esperanzas de prosperidad. "Mi objetivo siempre fue practicar tenis. Criarme con el tenis", recuerda. "Nunca tuve la oportunidad de plantearme d¨®nde estaba viviendo y en qu¨¦ condiciones. Si era bueno o malo, o si pod¨ªa beber o comer lo que me gustaba".
Fue durante sus primeros a?os en Rusia cuando Maria capt¨® la atenci¨®n de Martina Navratilova. La checa nacionalizada estadounidense, que gan¨® nueve veces Wimbledon, dirig¨ªa un curso de tenis en Mosc¨² cuando vio a la jovencita. Habl¨® con los padres y les recomend¨® que se mudaran: "Ll¨¦venla a Estados Unidos".
El consejo de Navratilova ten¨ªa una l¨®gica profunda. Ella, originaria de un pa¨ªs del ex bloque sovi¨¦tico, lo sab¨ªa bien. Lo esencial de Estados Unidos no eran sus infraestructuras, sus innumerables pistas, sino su civilizaci¨®n. Con su sentido activista de la vida, propio de los c¨ªrculos puritanos capitalistas, tanto en Florida como en California, los j¨®venes extranjeros se sumergen de inmediato en un ambiente social cuya ¨¦tica obliga al individuo a competir por aumentar su capital. As¨ª lo sancion¨® Benjamin Franklin y as¨ª lo practica Bollettieri.
Atra¨ªdo por la larga lista de tenistas de ¨¦xito que hab¨ªa producido, Yuri viaj¨® con su hija a Florida para inscribirla en la academia Bollettieri. Como dice su fundador, Nick Bollettieri, en su alocuci¨®n publicitaria: "No s¨®lo producimos jugadores, construimos gente". Queda patente la ¨¦tica industrial. La escuela opera con mecanismos de factor¨ªa. La avalan los resultados. Jugadores como Andre Agassi, Boris Becker, Bjon Borg, Pete Sampras, Monica Seles o las hermanas Williams fueron adiestrados en sus lujosas instalaciones.
"Me pas¨¦ dos a?os sin ver a mi madre, viviendo con mi padre en un mundo distinto", dice Maria, evocando sus primeros a?os en Estados Unidos. "Es sorprendente, pero cada vez que pensaba en que hac¨ªa un sacrificio recordaba que en ?frica hay lugares donde la esperanza de vida es de siete a?os. Si ahora me dicen que me tengo que instalar en Jap¨®n, ser¨ªa como si me dijeran que debo vivir cabeza abajo. Pero si tuviera seis a?os ser¨ªa sencillo".
"Nadie me dijo que deb¨ªa ser dura, que deb¨ªa ser una luchadora", dice. "Pero no ten¨ªa m¨¢s que mirar a mis padres. Trabajaron por cada cosa que tuvieron".
La rutina de una f¨¢brica de tenistas dirigida con la l¨®gica del libre mercado puede ser tan mon¨®tona como extenuante. Rige el principio de la supervivencia del naturalmente m¨¢s apto. Y lo natural no suele ser lo menos traum¨¢tico. Los ni?os deben estar hechos de una pasta especial para no descuadrarse ante el examen cotidiano de sus fuerzas y habilidades. Sharapova no se impuso por ser m¨¢s h¨¢bil ni m¨¢s fuerte que la media. Lo hizo por su car¨¢cter. Durante su estancia en Florida, cuando la suerte de su familia estaba en sus manos, la ni?a se comport¨® con la fiereza de los supervivientes. Igual que su mentora, Navratilova.
Navratilova sol¨ªa decir que ella no estaba simplemente implicada en el deporte. "Estoy comprometida", matizaba. "?Sabes la diferencia entre implicarse y comprometerse? Suponiendo unos huevos fritos con jam¨®n, la gallina est¨¢ implicada. El cerdo est¨¢ comprometido".
Quiz¨¢ porque no tuvo m¨¢s remedio, desde que cogi¨® la raqueta se comprometi¨®. Lo hizo sin analizar las consecuencias. "Hasta los 13 a?os fui como un palo. Muy flaca", recuerda. "Jugaba torneos contra chicas m¨¢s fuertes y m¨¢s grandes, de 16 a?os, y las ganaba. Pero no recuerdo haberme considerado buena por hacerlo. No sent¨ª que mi vida fuera en ello".
La progresi¨®n de Sharapova transcurri¨® como transcurre la vida de los adolescentes. Sin hacer balances. Como si no tuviera m¨¢s alternativa. El 22 de agosto de 2005 se convirti¨® en la n¨²mero uno del ranking de la WTA. Ese d¨ªa, su carrera cerr¨® un c¨ªrculo. La tenista ya no depend¨ªa del tenis para asegurarse un porvenir. Comenz¨® una ¨¦poca de diversificaci¨®n econ¨®mica y autogesti¨®n. Busc¨® otros horizontes. Pas¨® del estado de necesidad al de libre albedr¨ªo. Cambi¨® casi todo excepto su ambici¨®n cong¨¦nita. "Ahora no necesito ganar m¨¢s torneos", dice. "No es cuesti¨®n de necesidad. Es cuesti¨®n de desear m¨¢s. Quiero tener m¨¢s de lo que tengo. Quiero conseguir m¨¢s".
Sharapova, como muchos de sus compatriotas, asimil¨® los art¨ªculos de fe del pueblo yanqui. Quiere dinero, t¨ªtulos, proyectos y zapatos. Esto es una confesi¨®n: "Soy adicta a los zapatos. Los amo. Es bueno para los ojos. Cuando abres tu vestidor y ves una bonita colecci¨®n de zapatos? Me hacen sentir orgullosa. Marc Jacobs, Chlo¨¦, Manolo Blahnik y Jimmy Choo son mis dise?adores favoritos. Pero s¨®lo uso tacones por la noche. De lo contrario sobrecargo demasiado la espalda".
Consagrada con la ensaladera de Wimbledon empez¨® a pensar en fijar una residencia para ella y su zapater¨ªa. Cogi¨® el globo terr¨¢queo y puso el dedo en California. Imagin¨® una casa estilo Mies van der Rohe, con grandes cristaleras asom¨¢ndose al Pac¨ªfico. "Acabo de construirme una casa en Manhattan Beach, junto a Hermosa Beach", se?ala. "Es una casa moderna junto al oc¨¦ano. ?Soy una chica de playa!".
Quiz¨¢ por primera vez en su vida, Maria experiment¨® ciertos placeres hasta entonces vedados. Se apasion¨® con las canciones de Robbie Williams y Damien Rice, y supo de algo completamente nuevo. Algo prohibido que la estremeci¨®: el aburrimiento. Sobre la relaci¨®n entre el medio ambiente y el aburrimiento deja una frase para la historia: "Amo la naturaleza, incluso cuando es aburrida". "Prefiero el aburrimiento", discurre, "a vivir en Hollywood o Beverly Hills. All¨ª la gente no vive en el mundo real. Es un mundo un poquito ji-ji-ja-ja. No necesito ser parte de eso. Manhattan Beach es superfamiliar".
Cuando dice "ji-ji-ja-ja", frunciendo los labios y mostrando los dientes, se acent¨²a el rictus permanente de fiereza que hay en sus ojos. Queda patente que para ella, como para Benjamin Franklin, el aburrimiento es una bacteria peligrosa que se activa con el ocio. Cuando no juega, Maria lo combate con su atracci¨®n antis¨¦ptica por lo que llama "grandes ejecutivos". Piensa en gente como Debra Epstein, la vicepresidenta de Canon-USA, o el voluminoso Dee Dutta, vicepresidente de marketing de Sony Ericsson. "Adoro cada minuto que paso con gente que ha hecho tanto en el mundo de los negocios", asegura.
Al hablar de las grandes corporaciones adopta una expresi¨®n m¨¢s grave de la que suele. M¨¢s "profesional". Se muestra entusiasmada ante la idea de que sus patrocinadores aceptan sus consejos para incrementar las ventas de c¨¢maras fotogr¨¢ficas y relojes: "No me siento confortable cuando veo que no soy influyente". "Quiero explorar nuevos negocios", contin¨²a. "Adoro la moda. S¨¦ que es un negocio muy dif¨ªcil y un poco extra?o, pero me gusta la ropa y estudio la posibilidad de abrir mis propias boutiques donde sacar¨ªa al mercado dise?os m¨ªos. El dise?o es mi hobby. Actualmente tengo una l¨ªnea de bolsos y joyer¨ªa para la marca japonesa Samantha Thavasa". A pesar de haber labrado parte de su celebridad gracias a su f¨ªsico, no se siente atra¨ªda por la idea de ser modelo. "No es un trabajo creativo. No supone un riesgo estimulante. No es competitivo. Girar la cabeza a derecha o izquierda no es algo que me suponga un desaf¨ªo".
"Me gusta el dise?o porque si creas un bolso, por ejemplo, te expones a que a la gente no le guste", explica. "Afrontas la verdad. Vivir sin acci¨®n me parece aburrido. ?Soy una aries! No puedo parar. Si estoy con muchas ocupaciones en la cabeza, las cosas me van mejor".
La deidad del tenis entendido como una guerra lucrativa y gimiente concluye su autorretrato diciendo que no piensa hacer comentarios sobre su vida afectiva, si tiene o no tiene novio. Se acomoda su espumosa falda negra de Marc Jacobs y estira sus tres metros de piernas para dirigirlas hacia el sal¨®n del casting como alma que huye del aburrimiento. All¨ª la esperan la industria, la fila de aspirantes a recogepelotas, su intervenci¨®n resolutiva y unas cuantas c¨¢maras de televisi¨®n para llevar el producto hasta los consumidores.
La armada rusa
Sharapova encabeza una invasi¨®n de tenistas surgidas del fr¨ªo. ?stas son seis de sus m¨¢s destacadas compatriotas. Por Manel Serras.
Dinara Safina
Con 20 a?os, Dinara Safina es un valor m¨¢s en auge de la ¨²ltima generaci¨®n rusa. Hermana de Marat Safin, ex n¨²mero uno del mundo en el circuito masculino, esta espigada jugadora se est¨¢ abriendo camino en la ¨¦lite (es decimotercera del mundo). Este a?o explot¨® definitivamente en Roma (perdi¨® en la final ante Martina Hingis). Habla correctamente espa?ol, porque se form¨® en Valencia.
Anastasia Myskina
En 2003 alcanz¨® la segunda posici¨®n. Aquel a?o fue el de su explosi¨®n. Gan¨® en Roland Garros sin que nadie lo esperara. Entonces, Myskina, envuelta en un halo de misticismo, de rostro impenetrable y mirada en el infinito, desbarat¨® los pron¨®sticos: fue la primera rusa campeona del Grand Slam. Poco despu¨¦s, Sharapova gan¨® en Wimbledon. Es un producto de la cl¨¢sica escuela rusa.
Elena Vesnina
Como la mayor¨ªa de las rusas, viaja con su padre, Sergei Vesnin, que gu¨ªa su carrera. Tiene 20 a?os y ocupa la posici¨®n 45? en la clasificaci¨®n mundial. No es una gran jugadora y puede que nunca llegue a serlo. Su tenis queda lejos todav¨ªa del de Elena Dementieva, quinta del mundo, o Svetlana Kuznetsova (s¨¦ptima), campeona del Open de EE UU en 2004 y finalista este a?o en Roland Garros. A¨²n debe crecer.
Nadia Petrova
Que esta jugadora nacida en Mosc¨² se formara en Egipto tiene explicaci¨®n. Su padre, V¨ªktor Petrov, y su madre, Nadejda Ilina, entrenaron durante a?os all¨ª al equipo nacional de atletismo. Su formaci¨®n f¨ªsica es excelente. Campeona j¨²nior de Roland Garros en 1998, Petrova, de 24 a?os, ocupa la sexta posici¨®n en la clasificaci¨®n. Este a?o ha conquistado cinco t¨ªtulos.
Vera Zvonareva
Odia a los que carecen de sentido del humor y a los embusteros, y da la sensaci¨®n de que ¨¦sas son premisas fundamentales en su vida. A sus 22 a?os (posici¨®n 34?), ha inscrito su nombre en cinco torneos del circuito. Nacida y residente en Mosc¨², juega desde el fondo con dos potentes golpes, 'drive' y rev¨¦s, y le da lo mismo tierra batida, hierba o superficies r¨¢pidas. Su estilo de juego es limitado, pero efectivo.
Anna Chakvetadze
De 19 a?os y en la posici¨®n n¨²mero 24, es una de las ¨²ltimas exportaciones rusas. Su madre, Natalia, fue la culpable de que empezara a jugar a los ocho a?os en Mosc¨², donde naci¨®. Aunque hasta ahora no ha ganado ning¨²n torneo, responde a los par¨¢metros de las ¨²ltimas generaciones de jugadoras rusas: un f¨ªsico portentoso que le permite golpear con potencia desde el fondo de la pista.
Prisas por ganar.
Por Manel Serras
?Su tenis? S¨ª, eso tambi¨¦n interesa. Pero m¨¢s que su tenis, lo que la gente busca de Maria Sharapova es su imagen. Viaja por el mundo rodeada por una aureola que no se corresponde en absoluto a la forma en que a ella le gustar¨ªa vivir. Sharapova quiere ser ante todo una tenista, nada m¨¢s que eso. Pero el Sony Ericsson WTA Tour y sus agentes de IMG, la empresa que representa sus intereses, se han empe?ado en que adem¨¢s tiene que ser una estrella, una modelo, y qui¨¦n sabe si alg¨²n d¨ªa tambi¨¦n una artista de cine.
?sa es la contradicci¨®n en que est¨¢ atrapada. Cuando lleg¨® a Bradenton (Florida, Estados Unidos), procedente de Sochi (Rusia) no se hab¨ªa planteado nada de eso. Se puso en manos del famoso entrenador Nick Bollettieri, creador de fen¨®menos como Andre Agassi, Pete Sampras o Jim Courier, porque la legendaria Martina Navratilova la hab¨ªa visto jugar a los siete a?os en un torneo en Mosc¨² y les aconsej¨® a sus padres que la llevaran a Estados Unidos en busca de un entrenador de alto nivel. Aquel consejo no cay¨® en saco roto. Su padre, Yuri, pidi¨® un pr¨¦stamo y con 700 d¨®lares en el bolsillo se fue a realizar el sue?o americano.
Una historia parecida a tantas otras, pero que esta vez acab¨® en ¨¦xito. "Cuando llegaron", recuerda Nick Bollettieri, "no ten¨ªan ni idea de ingl¨¦s y sus recursos eran escasos. Maria parec¨ªa una chica bastante dotada para el tenis, pero quedaba mucho trabajo por hacer. Cualquier previsi¨®n era una gran inc¨®gnita. Pero ten¨ªa un gran valor: trabajaba hasta conseguir la perfecci¨®n en cada golpe, en cada desplazamiento. En todo, porque en menos de cuatro meses hablaba un ingl¨¦s bastante correcto". S¨ª, en aquellos a?os su padre trabajaba de cualquier cosa y en la ilegalidad, pero ella mejoraba constantemente su tenis.
Quem¨® etapas a toda velocidad. Hab¨ªa necesidades que cubrir. Y Sharapova no aceptaba el fracaso. A los 14 a?os se convirti¨® ya en profesional y firm¨® sus primeros contratos importantes con Nike, con la agencia de modelos de IMG, con raquetas Prince. Todos ellos fueron suculentos. Los publicistas comenzaban a vislumbrar no s¨®lo a una buena jugadora de tenis, sino tambi¨¦n una cara bonita, una figura esbelta, una preciosa melena rubia. En definitiva, empezaban a configurar la sucesi¨®n de su compatriota Ana Kurnikova, perdida ya definitivamente para el tenis de tan integrada como estaba en su nuevo entorno social de la moda, la publicidad y la imagen.
En 2002, su tenis comenzaba ya a hacer estragos en la categor¨ªa j¨²nior. Sus progresos quedaron confirmados cuando alcanz¨® la final del Open de Australia, luchando con jugadoras que la superaban hasta por tres a?os. All¨ª comenz¨® a emerger la gran Sharapova, aquella chica que s¨®lo un a?o m¨¢s tarde ser¨ªa ya capaz de ganar los torneos de Tokio y Quebec y ascender mete¨®ricamente en la clasificaci¨®n mundial hasta situarse entre las 30 mejores del circuito. Entonces no era nadie todav¨ªa. Pero su cara hab¨ªa aparecido ya en las revistas W, YM, People; le hab¨ªan hecho reportajes en USA Today y apareci¨® en el show de Craig Kilbom en la cadena de televisi¨®n CBS. Cuando concluy¨® su paso por su primer Wimbledon, en el que lleg¨® ya a octavos de final, el WTA Tour la cogi¨® de la mano y la pase¨® por la sala de prensa para que se fuera familiarizando con los periodistas.
Y entonces se produjo su gran explosi¨®n. Lleg¨® en un a?o complicado para el circuito femenino. El inter¨¦s estaba descendiendo por la ca¨ªda de las hermanas Williams, por la baja forma de Monica Seles y Jennifer Capriati, por el poco carisma de las dos jugadoras belgas Kim Clijsters y Justine Henin. Hac¨ªa falta una gran jugadora capaz de despertar pasiones, una nueva Kurnikova. Y cuando Maria Sharapova gan¨® a Serena Williams en la final del torneo de Wimbledon en 2004, los dirigentes del circuito y de algunas otras empresas relacionadas con el tenis femenino respiraron tranquilos.
Es dif¨ªcil afirmar que la calidad de su tenis merec¨ªa un triunfo tan importante. Algunas jugadoras creen que no. Pero Sharapova supo estar ah¨ª, preparada, jugando un gran tenis, con golpes profundos y potentes, y con mucho sacrificio. Y obtuvo el mejor premio: ser la ¨²nica rusa campeona de Wimbledon. Una haza?a que cambi¨® su vida, la cubri¨® de oro -sus ganancias se calculan en 20 millones de d¨®lares anuales- y la situ¨® a un nivel medi¨¢tico similar al de su compatriota Ana Kurnikova, a la que nunca quiere compararse. Pero, a pesar de sus triunfos -posee 12 t¨ªtulos-, de su final en el Open de Australia, de moverse entre las cuatro mejores del mundo, siempre seguir¨¢ siendo la segunda rusa, siempre ir¨¢ siguiendo la estela de la bella Ana, a pesar de que ¨¦sta nunca logr¨® ganar un torneo de tenis. Aunque no lo acepte ni le guste, ¨¦sa ser¨¢ su cadena perpetua.
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