El ¨²ltimo secreto de Bacon
Casi 15 a?os despu¨¦s de su muerte, Francis Bacon, considerado en su momento como el m¨¢s grande artista vivo, se resiste a desaparecer. Un libro-obra de arte, editado por Elena Foster en una vieja maleta del pintor, y una exposici¨®n en Dusseldorf resucitan una leyenda de arte, dinero, alcohol y amores tormentosos
Desde la otra orilla del T¨¢mesis, all¨ª, tras los muros de cristal del buque insignia de lord Foster, se adivinan en el inmenso sal¨®n del ¨¢tico las 25 maletas de Francis Bacon protegidas por delicadas fundas de lino sobre las que rebota la luz del verano londinense. Un abultado equipaje que representa para Elena Foster el final del camino. Seis a?os de trabajo e investigaci¨®n. Y un embarazo. Detritus es el quinto libro-obra de arte de su editorial, Ivory Press. Y el primero dedicado a un artista fallecido, despu¨¦s de haber trabajado junto a Eduardo Chillida, Richard Long, Anthony Caro y Anish Kapoor. Un viaje a la vida y obra; las pasiones y obsesiones; al proceso creativo y los recovecos de Francis Bacon, considerado hasta su muerte, en abril de 1992, "el m¨¢s grande artista vivo".
Tambi¨¦n el m¨¢s caro. Ya en 1989, su terrible Tr¨ªptico mayo-junio 1973 se adjudic¨® en Christie's por seis millones de euros. Pura paradoja. Era un triple retrato de las ¨²ltimas horas de George Dyer, aquel ratero con el que vivi¨® una tormentosa historia de amor y que se suicid¨® en octubre de 1971, la noche previa a la inauguraci¨®n de la retrospectiva de Bacon en el Grand Palais de Par¨ªs. Pinceladas de su leyenda negra. Tambi¨¦n su anterior pareja, Peter Lacy, muri¨® deshecho por el alcohol en las mismas fechas que Francis Bacon era consagrado como gran artista contempor¨¢neo en la Tate Gallery londinense, en 1962. Al otro lado del tel¨¦fono, desde Par¨ªs, a Michael Peppiatt, amigo y bi¨®grafo del artista, a¨²n se le quiebra la voz al describir la peculiar relaci¨®n que Bacon mantuvo con el amor. "Me quedo con lo que me confes¨® miss Beston, su secretaria y mujer para todo: 'No se me ocurre nada m¨¢s terrible que ser amado por Francis".
Bacon ya era un mito antes de morir. ?l fue su mejor obra de arte. Una instalaci¨®n viviente. Hombre de extremos. Genio maldito. Un caballero educado, elegante, borracho, jugador, promiscuo y pendenciero. Un ateo que pintaba papas. Con obra en todos los grandes museos de arte contempor¨¢neo del mundo. Dulce y agrio. Perfecta combinaci¨®n hombre-mujer. Traje a medida de Savile Row y labios pintados. Un v¨ªdeo de los ochenta le perpet¨²a sin rumbo fijo por Londres con su caminar el¨¢stico y ambiguo. "Cambiaba de rol de forma impredecible. Unas veces pod¨ªa ser el carnicero, el macho; otras, alguien muy afeminado, muy girly", cuenta Brian Clarke, artista, ejecutor del legado de Bacon y alma del proyecto Detritus junto a Elena Foster.
-?Es cierta su leyenda negra? ?Era un monstruo sadomasoquista?
-Nunca encontr¨¦ su conducta grosera ni perversa. Era como era y no intentaba epatar a nadie. Su leyenda se debe a la visi¨®n que ten¨ªa de ¨¦l una sociedad puritana. Era inc¨®modo para el establishment del Reino Unido. Donde la homosexualidad fue delito hasta los sesenta. Lady Thatcher le odiaba. Le defini¨® como "ese hombre horrible que pinta cuadros espantosos".
-?Estaba preocupado por esa mala fama que arrastraba?
-Nunca tuvo problemas de autoestima. Se sab¨ªa un grande de la historia del arte.
Adicto al lado oscuro. A la penumbra de los puertos, el humo de los tugurios y los vapores del matadero. El pintor chileno Claudio Bravo le recordaba perdido en los antros m¨¢s peligrosos de la noche tangerina en los cincuenta. "Lugares de navajazo". Y regresar a la ma?ana siguiente destrozado. Siempre al l¨ªmite. Hasta el final. Un hombre sin fecha de caducidad, "del que no pensabas '?qu¨¦ bien se conserva a los 80!', porque no ten¨ªas ante ti a un anciano, sino a una persona sin edad", explica Maricruz Bilbao, directora en los a?os noventa de la galer¨ªa Marlborough de Madrid. La ¨²ltima noche que Michael Peppiatt estuvo a su lado, en Londres, seis meses antes de su muerte, "tras cenar juntos, y beber abundantemente, pasadas las doce, me fui a casa; ¨¦l sigui¨®. Le vi alejarse. Ten¨ªa 82 a?os. Francis no paraba nunca".
Seductor, provocador, asm¨¢tico, altivo, brillante. Tan agresivo, desgarrado y subversivo como su pintura. Disciplinado y perfeccionista en el trabajo. Coctelera humana en la que se mezclaban el champa?a Krug, car¨ªsimos Premier Grand Cru de Burdeos y el whisky de garraf¨®n. Cliente de los mejores hoteles y restaurantes del mundo y, sin embargo, inquilino de un s¨®rdido apartamento sin ba?o ni calefacci¨®n. "Era como la celda de un preso o de un soldado", rememora Brian Clarke. S¨®lo all¨ª pod¨ªa pintar. Muy de ma?ana. Con resaca. Bajo una suave luz cenital que recuerda a la del Prado: un museo que adoraba. Rechaz¨® convertirse en caballero del Imperio Brit¨¢nico. Al contrario que su compa?ero de correr¨ªas, el pintor Lucien Freud. Jam¨¢s le interes¨® el dinero. Aunque ingres¨® m¨¢s de 20 millones de euros a lo largo de su carrera. "Daba las mayores propinas que he visto en mi vida", recuerda la galerista Elvira Bignone, que expuso su obra en Madrid junto a la de Picasso en 1977. Era legendaria su generosidad. Im¨¢genes de 1985 le muestran repartiendo champa?a franc¨¦s a los parroquianos del Colony Room, su bar favorito, mientras entona entre carcajadas temas de My fair lady. Un personaje. Un artista.
Del que se conoce casi todo y casi nada. Es p¨²blico d¨®nde viv¨ªa, en el n¨²mero 7 de Reece Mews, una vieja cuadra en South Kensington. Sus gustos y aficiones. Su pasado. Amigos. Bares y restaurantes. Mesas de juego. Fue inmortalizado por los m¨¢s grandes fot¨®grafos. Entrevistado y filmado. Biografiado. Se han realizado documentales sobre su vida. Incluso una pel¨ªcula (El amor es el demonio). Se conoce el nombre de sus amantes, a los que retrat¨® invariablemente. Incluso al que cerr¨® la lista, Jos¨¦, un espa?ol que le inspir¨® el Tr¨ªptico 1991, la ¨²ltima obra que concluy¨®, y que fue adquirida por el MOMA de Nueva York. Bacon era un hombre transparente. Al menos, eso pensaban las bandas y facciones que se disputaban el monopolio del artista.
Se equivocaban. "Todo era una pantalla", explica uno de sus viejos amigos, el anticuario Giulio Canterini, en cuya casa de la discret¨ªsima isla de Panarea pas¨® su pen¨²ltimo verano con su amigo espa?ol. "Me dijo que era su secretario. Francis era un hombre muy, muy privado. Ten¨ªa una vida secreta. Y ah¨ª nadie entraba. Un d¨ªa le pregunt¨¦ por qu¨¦ le gustaba tanto Espa?a".
-?Y qu¨¦ contest¨®?
-Que hab¨ªa buenos toros.
Es cierto, ante lo que consideraba una intromisi¨®n en su intimidad, Bacon echaba las cortinillas. Nunca permiti¨® que nadie le viera pintar (excepto su amigo John Edwards, al que retrat¨® en 30 ocasiones y que heredar¨ªa su patrimonio). Muy rara vez dejaba entrar a alguien en su estudio. Y cuando era fotografiado en su interior, daba la vuelta a los cuadros en que estaba trabajando. Nunca explic¨® sus procesos creativos. M¨¢s bien jug¨® al despiste con los historiadores del arte. Nunca se relacion¨® con galeristas ni coleccionistas. Maricruz Bilbao, que dirigi¨® la galer¨ªa Marlborough en Madrid (la firma que comercializ¨® su obra durante 40 a?os), tiene una imagen grabada: "Verle medio escondido detr¨¢s de una puerta durante una inauguraci¨®n de su obra en Nueva York, y all¨ª iban en fila a saludarle los coleccionistas". No tuvo disc¨ªpulos. No contestaba el correo. Nadie sabe cu¨¢ntos cuadros hizo. Y cu¨¢ntos destruy¨®. Cu¨¢ntos regal¨® a amigos y amantes. Viv¨ªa en un mundo herm¨¦tico. Cuando cumpli¨® 80 a?os, sus admiradores le enviaron decenas de ramos de flores. ?l las rechaz¨®: "No soy el tipo de persona que tiene jarrones".
De ah¨ª el inter¨¦s de Detritus. Una experiencia art¨ªstico-literaria que supone compartir la intimidad de Francis Bacon. Para Elena Foster, "no es s¨®lo un viaje al interior del artista; es tambi¨¦n una inmersi¨®n en su arte y su forma de trabajar; de mover y distorsionar las im¨¢genes; sus fuentes de inspiraci¨®n, amores y referencias". Son 75 objetos de Bacon. Seleccionados durante meses entre las m¨¢s de 7.500 piezas que se encontraban esparcidas en su estudio y que hoy descansan en el Museo Hugh Lane de Dubl¨ªn. Setenta y cinco facs¨ªmiles perfectos. Realizados por impresores, grabadores, guarnicioneros y perfumistas de Reino Unido, Austria, Italia, Irlanda y Espa?a. Con las huellas de los dedos de Bacon manchados de pintura impresos en muchos de ellos. Fotos. Cartas. Ideas. Bosquejos. Un calendario de pared sembrado de anotaciones. Y una completa inmersi¨®n en sus fuentes y proceso creativo. Desde los libros que le inspiraron y fotograf¨ªas dobladas, arrugadas, manipuladas, en busca de una tercera dimensi¨®n que plasmar en sus cuadros, hasta un trozo de pantal¨®n de pana con el que ideaba nuevas texturas.
El alma de Bacon encerrada en su vieja maleta de cuero, que ha sido clonada por Ivory Press. Meses hasta conseguir ese aspecto usado, sudado, polvoriento; el tacto, el aroma, la memoria. Los tornillos, herrajes y puntadas originales. Hoy es imposible diferenciar el original de la copia. Hoy existen 25 maletas de Bacon.
En realidad, el libro sobre Bacon de Ivory Press iba a ser un libro. M¨¢s tarde, una caja. "Buscamos por medio mundo esa piel roja de cerdo que tanto le gustaba a Francis; al final, la encontr¨¦ en Mallorca. Nos hicieron una caja magn¨ªfica, dise?ada por Brian Clarke. Pero hab¨ªa algo que no encajaba. No era Francis", explica lady Foster. Contin¨²a Clarke: "Me pas¨¦ semanas en el estudio de Bacon revisando sus papeles. Un d¨ªa encontr¨¦ su vieja maleta en el piso de abajo. Ten¨ªa una etiqueta con su nombre y direcci¨®n. La llen¨¦ de material y me la llev¨¦ a casa para estudiarlo. Ten¨ªamos en mente un libro convencional. Pero empec¨¦ a pensar que un libro as¨ª nunca tendr¨ªa el aroma del estudio, la sensaci¨®n t¨¢ctil. Se habr¨ªa perdido la magia. Y evaporado el mensaje. Me decid¨ª por la maleta por puro instinto. Detritus es un absoluto y fidedigno facs¨ªmil. Un proceso largo y doloroso en el que se han replicado gotas de pintura, pliegues y rasgones. La mejor manera de ser fieles al artista era dise?ar algo que no fuera ajeno a ¨¦l". Concluye lady Foster: "Cuando hice los libros de Long, Kapoor, Caro, estaban a mi lado. Pero Bacon no. Y la cuesti¨®n era hacer un libro sin modificar su alma".
-?Cu¨¢nto cuesta Detritus?
-Setenta y cinco mil euros. Es barat¨ªsimo. Dentro de nada valdr¨¢ el doble.
Puede parecer una 'boutade' de lady Foster, pero en t¨¦rminos mercantiles no exagera. Bacon es m¨¢s caro que nunca. Para el galerista neoyorquino Tony Shafrazi, que tiene la exclusiva en EE UU de su obra, "Bacon tiene una cotizaci¨®n que no deja de aumentar. S¨®lo hizo unos 600 cuadros, frente a los 20.000 de Picasso. Y su precio est¨¢ hoy entre los 2 y los 35 millones de euros". Una afirmaci¨®n que corrobora otro galerista: "Por sus h¨¢bitos de vida y su particular forma de pintar, Bacon tuvo una producci¨®n escasa. Adem¨¢s, destruy¨® mucha obra. S¨®lo en su estudio se encontraron un centenar de cuadros destrozados. ?Cu¨¢ntos rompi¨®? M¨¢s de los que se han conservado. Y al estar menos presente en el mercado, al haber menos obra disponible, su cotizaci¨®n es m¨¢s alta".
Cap¨ªtulo aparte es cu¨¢nta obra desconocida (incluyendo los cuadros inacabados que se encontraron en su estudio) existe de Bacon y el total de cuadros que formaban parte de su legado, hoy agrupados en la John Edwards Charitable Foundation. Shafrazi afirma que no est¨¢ autorizado a dar esa informaci¨®n, "por motivos mercantiles". Brian Clarke, ejecutor del legado, afirma que posee "m¨¢s de 30 y menos de 100 que no han sido nunca expuestos y son desconocidos. Adem¨¢s, el legado cuenta con la mayor colecci¨®n privada de Bacon. Pero no le digo cu¨¢ntos cuadros".
?Cu¨¢ndo y c¨®mo empez¨® Detritus?
Elena Foster sabe la fecha exacta. Nunca olvidar¨¢ aquella tarde de 1998 que John Edwards y Brian Clarke les invitaron a ella y su marido, el arquitecto Norman Foster (viejo amigo del c¨ªrculo Bacon y Freud), a visitar el apartamento del artista. Hab¨ªa fallecido seis a?os antes, pero sus pertenencias estaban como las dej¨® aquella ma?ana de abril de 1992 en que abandon¨® por ¨²ltima vez Reece Mews. Incluso con un retrato inacabado en el caballete. "A¨²n guardo la impresi¨®n que sent¨ª al subir aquellas escaleras estrechas, empinadas, en las que ten¨ªas que agarrarte de una cuerda para no perder el equilibrio", describe lady Foster. "El silencio, la densidad del aire, el caos en el estudio -repleto de basura-, las bombillas desnudas y, por el contrario, el orden meticuloso de sus objetos personales. Ten¨ªa la sensaci¨®n de que Francis estaba all¨ª. Ol¨ªa a ¨¦l. No abrimos la boca. Se hizo de noche y Norman sugiri¨® irnos a cenar. Esa noche surgi¨® la idea de editar un libro con el que Francis se habr¨ªa sentido a gusto".
En su testamento de tres p¨¢ginas redactado un a?o antes de su muerte (y que, al parecer, modificaba uno inmediatamente anterior), Francis Bacon hab¨ªa dejado como ¨²nico heredero de su obra y fortuna a John Edwards. Un camarero analfabeto y homosexual al que conoci¨® en 1974 en el Colony Room. Francis ten¨ªa 63 a?os; Edwards, 25. Se iniciaba una relaci¨®n que Edwards siempre neg¨® fuera de ¨ªndole sexual. Prefer¨ªa definirla como paterno-filial. Michael Peppiatt aclara: "Edwards siempre tuvo pareja oficial, hasta su muerte en 2003; Philip Mordue, un delincuente al que apodaban Phil the Till (Caja registradora Phil), junto al que viv¨ªa en una casa que pagaba Bacon". Brian Clarke, el ejecutor del legado, prefiere definir la relaci¨®n entre Bacon y Edwards como "sexualmente paterno-filial".
No es sencillo encontrar el Colony Room, el bar londinense que fue centro de operaciones de Bacon desde 1948. Donde comparti¨® copas con Bowie, la princesa Margarita y una clientela de artistas, delincuentes y arist¨®cratas con predominio gay. ?l era la reina. En el 41 de Dean Street s¨®lo hay una cafeter¨ªa de mala muerte. Hay que descubrir y adentrarse por una pringosa escalera hasta dar con una puerta destartalada que introduce en un min¨²sculo tugurio pintado de verde. Hay fotos y reproducciones de Bacon, Freud y Auerbach. Clientes distinguidos. Al otro lado de la barra, el propietario, Michael Wojas, recibe con malos modos. "?No han visto que es para socios? Ya se est¨¢n marchando". Wojas est¨¢ borracho. Hay que aclararle que se trata de un art¨ªculo sobre Bacon. Se relaja. Y recuerda los buenos tiempos. "Francis era grande". Su discurso es ininteligible. Prefiere poner blues en un antediluviano lector de compactos. "?Que qui¨¦n toca? No se lo voy a decir. Lo que importa es el sonido, no qui¨¦n lo produce".
Aqu¨ª se conocieron. Y se convirtieron en inseparables. Edwards, un disl¨¦xico cr¨®nico que apenas aprendi¨® a escribir su nombre, nacido en las calles m¨¢s duras del East End londinense, se sumergi¨® en los elitistas c¨ªrculos que rodeaban al pintor. Era respetado porque era su hijo. La ¨²nica persona a la que Bacon trataba como a su igual. La que le hac¨ªa el desayuno. S¨®lo a ¨¦l le estaba permitido permanecer en el estudio mientras el maestro trabajaba. Una experiencia a la que Edwards se refiri¨® en 1998: "Cuando Francis pintaba era un drama. Me parec¨ªa como si estuviera luchando con el lienzo. Cuando no estaba contento con un cuadro, ¨¦l o yo lo destru¨ªamos acuchill¨¢ndolo de arriba abajo y luego de un lado a otro hasta dejarlo hecho trizas. Otras veces los pisote¨¢bamos".
?Qu¨¦ le conquist¨® a Bacon de Edwards? ?C¨®mo se convirti¨® en su musa y confidente? ?Y m¨¢s tarde en ¨²nico heredero? Para empezar, Edwards era moreno, guapo y varonil. Como le gustaban los hombres a Bacon. Como fueron Peter Lacy, George Dyer o Jos¨¦. "Nunca aguant¨® a los afeminados". Adem¨¢s, se escapaba del perfil de psic¨®pata autodestructivo que hab¨ªa caracterizado a sus anteriores parejas. Y no ten¨ªa pretensiones sociales ni art¨ªsticas. Su presencia le relajaba. Y hab¨ªa algo m¨¢s. Que el pintor resumi¨® en estas palabras: "John tiene algo especial? es inocente". Un v¨ªdeo de 1985 muestra a un hombre alto, inquieto, de pelo rizado y atuendo anticuado; con una expresi¨®n que recuerda a Harpo Marx. Justo lo contrario que el corrosivo y engolado Francis Bacon, con sus trajes a la ¨²ltima y su mirada inquisitorial.
Los que conocieron a Edwards le definen como "un buen tipo". "Alguien honesto". "Nunca presum¨ªa". "Siempre sonriente y de buen humor. Incluso cuando estaba ya muy enfermo de c¨¢ncer", recuerda Elena Foster. Tony Shafrazi, el galerista del legado de Bacon en Nueva York, le describe como "un ser humano ¨²nico. Era analfabeto, pero ten¨ªa un discurso brillante y po¨¦tico. Ya sabe, hablaba en cockney, esa jerga de los bajos fondos de Londres. Un lenguaje en el que las frases riman. Hipnotizaba".
"Francis y John se quer¨ªan mucho. Habr¨ªan dado su vida el uno por el otro", explica Brian Clarke. A su vez, Clarke y Edwards, en cuyas manos quedar¨ªa todo el patrimonio art¨ªstico de Bacon tras la muerte de ¨¦ste, se conocieron en Londres en 1978. Ambos frecuentaban a Robert Fraser, elegante enfant terrible del arte de la ¨¦poca; creador de tendencias; guapo y sofisticado; m¨ªstico y yonki. Gay. En su galer¨ªa expon¨ªan Warhol, Gilbert and George, David Bailey, Richard Hamilton. Y en sus fiestas se mezclaban Paul McCartney con Mike Jagger, Marlon Brando y el dramaturgo y hoy Nobel de Literatura Harold Pinter. Todo rodeado de una corte de jovenc¨ªsimos artistas. Como Clarke, que ya trabajaba sus vidrieras y ten¨ªa 26 a?os.
"John Edwards y yo ten¨ªamos tres cosas en com¨²n: ¨¦ramos j¨®venes, homosexuales y bebedores profesionales. Nos hicimos muy amigos en casa de Fraser. Y a trav¨¦s de John conoc¨ª a Francis. Me acept¨® porque iba con John. Pas¨® el tiempo. Cinco a?os despu¨¦s de que Francis Bacon muriese y John heredase todo, me llam¨® para que le ayudase. Estaba sobrepasado. Los ejecutores del legado, la galer¨ªa Marlborough, le pasaban dinero regularmente. Pero no le daban ninguna informaci¨®n sobre la composici¨®n de la herencia de Francis. Del n¨²mero de cuadros que hab¨ªa. De las transacciones que se hab¨ªan realizado en los ¨²ltimos a?os. Nada. Le busqu¨¦ un contable y un abogado. En diciembre de 1998 fui nombrado por un juez ejecutor del legado de Bacon. Iniciamos un pleito contra la Marlborough. Fueron cinco a?os horribles. En que tuve que abandonar el arte. Nuestro abogado era mi amigo John Eastman, hermano de Linda McCartney, que ya hab¨ªa defendido los legados de Rothko o Tennessee Williams. ?bamos por el buen camino. Pero John enferm¨® de c¨¢ncer. El pleito le estaba matando. En febrero de 2002 llegamos a un acuerdo con la Marlborough".
Durante la instrucci¨®n del caso, el legado de Bacon (Brian Clarke y John Edwards) hab¨ªa acusado a la galer¨ªa Marlborough de haber influido indebidamente en el pintor; de haberse aprovechado de ¨¦l; haberle estafado y chantajeado durante 40 a?os. Acusaciones muy graves. Hab¨ªa 150 millones de euros en juego. Por eso, en medios art¨ªsticos se interpret¨® el acuerdo con la Marlborough como una derrota del heredero de Bacon. "Ganamos", dice la Marlborough. Clarke rechaza ese triunfalismo: "El deseo de John era llegar hasta el final, aunque le costara toda su fortuna. Tuvimos que vender alg¨²n cuadro para seguir adelante [s¨®lo las costas legales se elevaban a ocho millones de euros por cada parte]. Pero decid¨ª firmar la paz para acabar con una situaci¨®n que estaba envenenando su vida. A cambio, recibimos toda la documentaci¨®n sobre Bacon que ten¨ªa la Marlborough y 19 pinturas que no estaban documentadas. La galer¨ªa dec¨ªa que estaban perdidas. Y probamos que no era cierto".
Un a?o m¨¢s tarde fallec¨ªa John Edwards en Tailandia. Ten¨ªa 53 a?os. Dej¨® dispuesto en sus ¨²ltimas voluntades que, tras el servicio f¨²nebre en Saint Augustine of Canterbury, se destinaran 75.000 euros a una fiesta para sus amigos en el Harrington Club, propiedad del Rolling Stone Ron Wood. Como ¨²nica bebida, champa?a Krug Vintage, el favorito de Francis. El resto de su testamento no se ha hecho p¨²blico. Esquem¨¢ticamente, una parte, incluido el estudio de Reece Mews (que hab¨ªa sido lujosamente rehabilitado por el famoso arquitecto David Chipperfield), fue para su amante, Philip Mordue. Otra parte, para su familia, a la que Bacon ya hab¨ªa regalado propiedades rurales en vida. La parte principal de la herencia engros¨® el patrimonio de la John Edwards Charitable Foundation, creada un a?o antes para promover el legado y la figura de Bacon y cuyo administrador ¨²nico es Brian Clarke. "?Para qu¨¦ sirve la fundaci¨®n? Hemos donado el estudio de Reece Mews y todo su contenido al Museo Hugh Lane de Dubl¨ªn. Hemos producido dos documentales, dos libros, y ahora nos encontramos trabajando en el cat¨¢logo razonado de Bacon: cinco vol¨²menes en los que se har¨¢ la luz sobre lo que pint¨® durante su carrera".
Edwards hab¨ªa sobrevivido una d¨¦cada a Francis Bacon. Su padre. Como ¨¦l, hac¨ªa tiempo que sab¨ªa que se mor¨ªa. No se arrug¨®. Como Bacon.
A mediados de abril de 1992, Francis Bacon abandon¨® Londres por ¨²ltima vez con destino a Madrid en contra de la oposici¨®n de su m¨¦dico, Paul Brass. Ten¨ªa asma y le hab¨ªan extirpado un ri?¨®n canceroso. Hab¨ªa cumplido 82 a?os. Pero estaba dispuesto a terminar bajo sus propias reglas. Meses antes, el fot¨®grafo Francis Giacobetti le pregunt¨® c¨®mo le gustar¨ªa morir. "?R¨¢pidamente!", fue su respuesta.
A finales de los ochenta, Bacon hab¨ªa conocido en Londres a Jos¨¦, un ingeniero espa?ol treinta?ero, guapo, moreno y varonil. Su tipo de hombre. Por si fuera poco, seg¨²n su bi¨®grafo, Michael Peppiatt, "era mundano, de buena familia, sab¨ªa idiomas y se mov¨ªa en c¨ªrculos art¨ªsticos y financieros". Juntos viajar¨ªan a Par¨ªs, Sicilia, Centroeuropa, Catalu?a, Andaluc¨ªa. Y se dejar¨ªan ver en el Cock, el bar m¨¢s elegante de Madrid. Su propietaria, Patricia Ferrer, recuerda a Bacon "en la barra o en la mesa nueve, tom¨¢ndose tres martinis antes de cenar. Un aut¨¦ntico caballero con un cutis sonrosado de ni?o, de haber sido un buen bebedor de ginebra. Sol¨ªan estar solos". "Francis, que siempre fue un vanidoso, estaba encantado de tener alguien as¨ª a su lado. El ¨²nico problema es que Jos¨¦ quer¨ªa mantener su homosexualidad en secreto. Y eso irritaba profundamente a Francis. Y ah¨ª llegaron los problemas".
Se llevaban casi 50 a?os. Pero una persona que comparti¨® intimidad con ellos confirma que fue "una historia de amor. Hab¨ªa pasi¨®n. Jos¨¦ no ten¨ªa ning¨²n inter¨¦s econ¨®mico. Era un rico heredero. Estaba siempre pendiente de ¨¦l. Era muy protector. Yo dir¨ªa que controlaba la situaci¨®n. Era muy educado. Pero ten¨ªa un lado reservado, contenido. Incluso misterioso".
Peppiatt describe los ¨²ltimos d¨ªas de Bacon en Madrid, entre el 18 y el 28 de abril, como "un enigma dentro de una vida enigm¨¢tica". "Yo creo que la relaci¨®n estaba rota y Francis vino a Espa?a a buscar a Jos¨¦ para reconciliarse y se muri¨®". No es f¨¢cil ir m¨¢s all¨¢. El c¨ªrculo londinense del artista no sab¨ªa nada del viaje. Y Edwards detestaba a Jos¨¦. En realidad, toda la guardia pretoriana de Bacon le detestaba. Seg¨²n Brian Clarke, "Francis amaba Madrid a trav¨¦s de una persona que estaba en Madrid. Y eso no lo compart¨ªa con nadie".
Y en Madrid, nadie parece acordarse de Bacon. Ni en el hotel Ritz, donde se alojaba; ni en el Museo del Prado, que sol¨ªa visitar; ni siquiera su galer¨ªa en la capital, la Marlborough, tuvo constancia de aquella ¨²ltima visita. Lo explica Maricruz Bilbao: "Bacon ven¨ªa a Espa?a por su amigo. Y no nos llamaba nunca. Iba por su cuenta. En aquella ocasi¨®n nos enteramos de que estaba en Madrid cuando nos llamaron desde Londres para que recogi¨¦ramos sus maletas. Ya hab¨ªa muerto".
Luis Rodr¨ªguez Fuentes, el m¨¦dico que le atendi¨® durante los seis d¨ªas que permaneci¨® internado en la cl¨ªnica Ruber de Madrid, en la que ingres¨® con insuficiencia renal y respiratoria el mi¨¦rcoles 22 de abril, tampoco aporta ning¨²n dato nuevo: "El se?or Bacon me pidi¨® que no hiciera ning¨²n comentario sobre su enfermedad y su vida durante esos d¨ªas". La monja que se ocup¨® de ¨¦l, la hermana Mercedes, s¨®lo a?ade: "Lleg¨® muy malito; en ambulancia. Pas¨® inadvertido en el hospital. No iba nadie a verle. No hablaba con nadie porque sab¨ªa poco castellano. S¨®lo con el capell¨¢n. No, no ten¨ªa visitas. Estaba muy solo. Y se ahogaba. Tuvo una parada cardiorrespiratoria en la ma?ana del 28 y no sali¨® de ella". Nadie asisti¨® a su velatorio ni a su cremaci¨®n, el 30 de abril. Para Michael Peppiatt, "en aquella ¨²ltima semana perdi¨® el control de su vida. ?Qu¨¦ es eso de morir entre curas y monjas? Francis una vez me dijo que no se imaginaba una muerte peor que rodeado de hermanas. Su final es un misterio".
La ¨²nica persona que podr¨ªa hacer un relato exacto de aquellas horas prefiere callar. Con una educaci¨®n exquisita y en tres conversaciones, Jos¨¦ ha rechazado aclarar el ¨²ltimo viaje de Bacon: "Lo habl¨¦ con Francis muchas veces; no quer¨ªa que relatara sus ¨²ltimos d¨ªas ni esas cosas ¨ªntimas. No era de ese tipo de persona. No le habr¨ªan gustado nada los reportajes que se han hecho sobre ¨¦l, est¨¢n llenos de t¨®picos".
Casi 15 a?os despu¨¦s de su desaparici¨®n, Francis Bacon se resiste a desaparecer. El pr¨®ximo d¨ªa 15, Elena Foster y Brian Clarke presentar¨¢n Detritus, la maleta de Bacon, en el Kunstsammlung de Dusseldorf. Al d¨ªa siguiente se inaugurar¨¢ una exposici¨®n de 60 obras del pintor bajo el t¨ªtulo La violencia de la realidad. Entre los invitados, amigos como sir Paul McCartney o Sof¨ªa Loren, que tiene una de las mayores colecciones del artista.
Su vida fue un misterio. Pocos llegaron a conocerle. Quiz¨¢ la mejor descripci¨®n del artista la hizo John Edwards. Hijo, amante y amigo. Analfabeto y su heredero. "En el East End de Londres, donde yo nac¨ª, decimos que alguien muy especial es un Diamante. Francis era un aut¨¦ntico diamante. Y un jodido gran pintor".
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