Sobre la naturaleza de las naciones
El canto del himno nacional de Catalu?a, con los jugadores alineados en el terreno de juego, el p¨²blico en pie y las autoridades pol¨ªticas y deportivas demostrando que sab¨ªan la letra de Els Segadors, fue el obligado proleg¨®meno de la final de la Copa Catalunya de F¨²tbol. Como debe ser. En realidad, era un sainete: la final que iba a jugarse era la del a?o anterior, las autoridades deportivas no hab¨ªan sido capaces en todo este tiempo de encontrar una fecha para la que deber¨ªa ser, por lo menos en l¨®gica nacionalista, la principal cita futbol¨ªstica de la temporada. Los dos equipos se presentaron con suplentes, especialmente el Bar?a, porque se pueden reclamar a los internacionales para un competici¨®n espa?ola de segundo orden como la Supercopa pero, a juicio del nuevo l¨ªder ideol¨®gico del nacionalismo catal¨¢n, Joan Laporta, no merece la pena hacer el esfuerzo para la primera competici¨®n catalana. El campo era el estadio de Vilob¨ª, porque la Copa se reparte por el territorio para hacer patria, pero sobre todo porque todo el mundo sabe que no da para un estadio de mayor capacidad. El ¨¢rbitro del encuentro era un se?or que no puede arbitrar competiciones oficiales porque no ha pasado las pruebas f¨ªsicas. Pero sus compa?eros quisieron rendirle homenaje y le eligieron para este partido, porque todo ten¨ªa este aire apestosamente familiar propio de cierta idea del pa¨ªs. El presidente de la Generalitat se esfum¨® al acabar la primera parte del partido. Y para m¨¢s inri, a pesar de los denodados esfuerzos del ¨¢rbitro, por incompetencia m¨¢s que por mala fe, gan¨® el que no ten¨ªa que ganar: el Espanyol.
El miedo a la desnaturalizaci¨®n de un pa¨ªs es miedo a perder la hegemon¨ªa y el control social
La final de la Copa Catalunya creo que es una buena met¨¢fora de la distancia entre el ruido nacionalista y la realidad del pa¨ªs. Estos ejercicios folcl¨®ricos de nation building, entre los que puede incluirse el simulacro de parada militar sin militares con que Maragall decidi¨® conmemorar la Diada, son lo que son porque la realidad est¨¢ en otro sito. Para el f¨²tbol catal¨¢n es mucho m¨¢s importante disputar la Liga espa?ola, obviamente, que la Copa Catalunya, y sus dirigentes -con el Bar?a a la cabeza- ser¨¢n los primeros en oponerse a la selecci¨®n catalana mientras la oficialidad de ¨¦sta exija abandonar el campeonato espa?ol. Del mismo modo que los empresarios catalanes est¨¢n dispuestos a o¨ªr la m¨²sica nacionalista hasta el momento en que provoca interferencias en su principal mercado: el espa?ol. Y as¨ª sucesivamente. Pero hay que seguir alimentando la llama porque, aunque sus limitaciones sean un secreto a voces, hay una gran parte de la sociedad que quiere hacer ver que no lo sabe. Y, por supuesto, lo sabe perfectamente. Es m¨¢s, a menudo el ejercicio de la cuota nacionalista a la hora del voto es como el cumplimiento pascual: da coartada al esp¨ªritu para seguir pecando todo el a?o.
Algunos sustentan, probablemente con raz¨®n, que ir repitiendo estos simulacros y las letras que les acompa?an hace que la idea vaya cuajando y que la patria tome cuerpo en los esp¨ªritus. En parte es cierto, y as¨ª han conseguido la hegemon¨ªa ideol¨®gica en el pa¨ªs, aunque durante tres a?os han vivido preocupados por el riesgo de que Catalu?a se normalizara en torno a un eje derecha/izquierda, como en todas partes, y ahora sienten como un alivio el final del tripartito porque les permite afirmar que nunca se ten¨ªa que haber abandonado la l¨ªnea divisoria b¨¢sica, la de nacionalistas y no nacionalistas, la de buenos y malos catalanes, que es la que de verdad asegura que siempre gobiernen los mismos.
En este contexto no es extra?o que haya bastado una insinuaci¨®n sobre la posibilidad de otorgar el derecho de voto a los inmigrantes para que se destapara el tarro de las esencias: "Cuidado, que nos van a desnaturalizar el pa¨ªs", dicen. La expresi¨®n desnaturalizar tiene enjundia porque pretende colocar las realidades sociales m¨¢s all¨¢ de las acciones humanas, es decir, culturales. ?Qu¨¦ se desnaturaliza? Lo natural. Lo natural es algo que es as¨ª por obra y gracia de las leyes de la naturaleza y nosotros a lo sumo podemos entenderlas y adaptarnos a ellas. Establecer que hay una naturalidad del pa¨ªs es colocar una determinada idea de Catalu?a y de los catalanes al mismo nivel que la ley de la gravedad. Como si las sociedades no fueran fruto de las acciones e interrelaciones entre personas, sino de una raz¨®n superior y determinante. Naturalmente, es f¨¢cil deducir todo lo que viene despu¨¦s. Y desde luego nada tiene que ver con el concepto de ciudadan¨ªa que se necesita construir en la sociedad poscolonial si queremos que siga siendo verdad aquello de que todos los hombres son iguales en dignidad y derechos.
Una sociedad es, por encima de todo, las personas que la componen en un momento determinado. Naturalmente este momento es el resultado de siglos de relaciones, de presencias y de historia, pero s¨®lo desde el multiculturalismo m¨¢s acendrado se puede pretender que estos rasgos primordiales -que son las ra¨ªces a las que apelan siempre la religi¨®n y los nacionalismos- se?alen una pertenencia determinante y den privilegio a los que los aportan en su curr¨ªculum por encima de los dem¨¢s. Creo que unos y otros, viejos y reci¨¦n llegados -todos hemos llegado en alg¨²n momento-, debemos reflexionar sobre una idea de Dipesh Chakrabarty: "tenemos que pensar m¨¢s en t¨¦rminos de morada que de ra¨ªces". La morada es el modo como los hombres reconocemos el hecho de que nunca vivimos en lugares que no hayan sido habitados antes. Y esto vale tanto para que el que viene de fuera sepa respetar a los que encuentra aqu¨ª, como para que el que ya est¨¢ aqu¨ª no se crea que tiene derechos especiales por antig¨¹edad y no se olvide de la obligaci¨®n de respeto al que acaba de llegar.
Siempre he pensado que el multiculturalismo es un disparate para la convivencia. El origen o la afirmaci¨®n de una identidad predominante -generalmente de tipo religioso, como ocurre en el debate sobre civilizaciones- no puede ser coartada para el todo vale. La coartada cultural -el argumento de que "as¨ª se ha hecho siempre en nuestra cultura"- no justifica ni el crimen ni el incumplimiento de la ley. Hay unas m¨ªnimas reglas del juego que garantizan el respeto al otro y la mayor libertad posible que rigen para todos. Y, en este sentido, el que viene de fuera tiene que cumplir las mismas leyes b¨¢sicas que los que estamos aqu¨ª. Pero el rechazo del multiculturalismo debe hacerse en las dos direcciones. No se puede negar a los dem¨¢s el principio de primordialidad ¨¦tnica o religiosa como base de legitimaci¨®n de la comunidad cerrada y, sin embargo, darlo por supuesto para uno mismo. Los ciudadanos que viven y trabajan en Catalu?a tienen que cumplir la ley establecida por todos -y el derecho a participar con su voto no hace sino reforzar la obligaci¨®n de cumplimiento, porque, como defiende Amartya Sen, nada se puede justificar en nombre de la libertad si se niega la posibilidad de ejercerla. Pero los ciudadanos que viven y trabajan en Catalu?a no tienen por qu¨¦ ser obligados a aprender la cultura catalana, la espa?ola o la europea. Los derechos imponen obligaciones. Pero las identidades y las pertenencias ni son obligaciones ni pueden imponerse. El miedo a la desnaturalizaci¨®n del pa¨ªs no es m¨¢s que el p¨¢nico ideol¨®gico de perder hegemon¨ªa y control social. Y, desde este punto de vista, el argumento es l¨®gico, pero no por ello deja de ser de tramposo.
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