De Pakist¨¢n a Grecia con escala en Dakar
La Gendarmer¨ªa senegalesa detiene a 100 paquistan¨ªes que pagaron 500 d¨®lares para llegar a Europa
El de los 47 emigrantes que la Gendarmer¨ªa senegalesa detuvo el pasado mi¨¦rcoles en la ciudad de Thies, a 70 kil¨®metros de Dakar, fue un caso extra?o. No eran senegaleses o gambianos ni proced¨ªan de Guinea Bissau o Cronakry. Tampoco pretend¨ªan coger un cayuco para llegar a Espa?a, aunque s¨ª quer¨ªan alcanzar Europa a toda costa. Eran paquistan¨ªes y su destino era Grecia. Pagaron 500 d¨®lares a un senegal¨¦s en Karachi para que les ayudara a conseguirlo y llegaron a Dakar en avi¨®n a finales de junio. Desde entonces esperaban para dar el salto. Ahora permanecen recluidos en el calabozo de la comisar¨ªa central de la capital.
Casi tan asombrados como los agentes que los recibieron, los emigrantes se asoman por la ventana del autocar, el furg¨®n policial y la furgoneta que los conduce a las dependencias policiales. Uno de los polic¨ªas de la puerta saca un papel y llama por su nombre a cada uno de ellos, pero desiste al ver que muchos no comprenden lo que dice. Optan por sacarlos uno a uno y conducirlos hasta la celda "?por aqu¨ª, por all¨ª, entre en la celda, si¨¦ntese!", les gritan los agentes que creen que a voces se entiende mejor el franc¨¦s. Mientras, los emigrantes les piden en ingl¨¦s que, por favor, no olviden sus bolsas.
Cuando al fin todos se encuentran encerrados, llega a duras penas a comisar¨ªa otro furg¨®n cargado de v¨ªveres. Tras echarse el muerto unos a otros, los agentes deciden volver al calabozo y sacar a 10 de los reci¨¦n detenidos para que hagan el trabajo. Los emigrantes recorren una y otra vez el camino de la celda al veh¨ªculo cargando decenas de sacos de patatas, cebollas y harina, caf¨¦ soluble, az¨²car y cientos de litros de agua en garrafas. Dejan sus bienes en la puerta de la celda mientras el jefe de los vigilantes comenta a un colega: "??stos no se iban a morir de hambre!".
Apilado junto a sus compa?eros en el suelo del calabozo cansado de arrastrar los bultos, Abdul decide erigirse en portavoz. Cuenta que en Pakist¨¢n se encontraron a una persona que les ofreci¨® facilitarles el viaje a Europa. Le pagaron 500 d¨®lares a cambio de un visado para ir a Senegal y desde all¨ª pegar el salto. Con ese tamp¨®n en sus pasaportes compraron un billete de avi¨®n a Dakar, adonde llegaron a finales de junio. Una vez en el pa¨ªs africano deb¨ªan zarpar en un barco del que se convertir¨ªan en tripulaci¨®n y que los conducir¨ªa hasta Grecia. All¨ª buscar¨ªan otro para ganarse la vida. "Todos nosotros somos gente de mar", asegura Abdul.
"Ahora s¨®lo queremos volver a Pakist¨¢n", prosigue el marinero que pide una y otra vez que llamen a su embajada para que los saquen de all¨ª. "No sabemos lo que van a hacer con nosotros pero no hemos hecho nada a nadie. Tampoco pretend¨ªamos subir en una piragua. S¨®lo esper¨¢bamos que nos llamaran para decirnos cu¨¢ndo ten¨ªamos que embarcar. ?se era el trato".
El comisario asegura que a¨²n no tiene pruebas para acusar a los detenidos de tr¨¢fico de personas, que los arrestaron porque todos viv¨ªan en una misma casa con los v¨ªveres, como los extranjeros que cada d¨ªa llegan al pa¨ªs para preparar el viaje a Espa?a en los cientos de embarcaderos de la costa. Otro mando del cuerpo afirma que permanecer¨¢n en el calabozo hasta que encuentran a alguien que pueda interrogarles en ingl¨¦s.
El grupo de Abdul no fue el ¨²nico de asi¨¢ticos que las fuerzas de seguridad senegalesas condujeron a dependencias policiales. La Gendarmer¨ªa sac¨® esa misma tarde de una vivienda de Dakar a otra cuarentena de paquistan¨ªes e indios y los condujo a las oficinas del cuerpo en el puerto de la capital. Fuentes policiales del pa¨ªs africano aseguraron que se les retendr¨ªa mientras durara la investigaci¨®n. Su fin es saber lo que hac¨ªan todos juntos en la capital de Senegal.
Mientras, los encarcelados en la comisar¨ªa central se quejan de hambre. Dicen que, desde que los encontraron la noche anterior, no los han tratado mal, pero tampoco les han dado de comer y los polic¨ªas no les dejan acercarse a sus provisiones. Con la desolaci¨®n de la esperanza truncada, Abdul suplica a los vigilantes al menos un vaso de t¨¦.
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