El h¨¦roe de la madre
T¨ªos! -el vecino de abajo, diez a?os, pelirrojo, empieza a chillar antes de que le abran la puerta-. ?Tengo a Emerson!
-?Emerson! -pronuncian a la vez media docena de voces infantiles y dos adultas, mientras el reci¨¦n llegado abre el ¨¢lbum para exhibir, que no compartir, su suerte.
-?Cu¨¢ndo lo has conseguido?
-?Te ha salido o lo has cambiado?
-?Jo, qu¨¦ potra?!
La madre sonr¨ªe al contemplar en el rostro de su marido, y en el de uno de los amigos ¨ªntimos de ambos, una expresi¨®n id¨¦ntica a la de sus respectivos hijos. Emerson, por lo visto, es muy dif¨ªcil, y ella lo sabe. Desde hace casi dos meses, el ¨¢lbum de los cromos de la Liga de F¨²tbol es un elemento permanente en las tardes de su familia.
-?Y Costinha? -pregunta su sobrino, con un acento indeciso entre la envidia y la esperanza-. ?Tienes a Costinha?
-No, a Costinha no -y la esperanza de obtenerlo contrarresta en un segundo la envidia de quien no lo tiene.
-?se s¨ª que es dif¨ªcil.
-?Pues anda que el 21 de los ¨²ltimos fichajes?!
La madre ya est¨¢ acostumbrada, porque escenas como ¨¦sta se repiten, con m¨ªnimas variaciones -los nombres de los jugadores imposibles de conseguir, m¨¢s que otra cosa-, desde hace varios veranos, concretamente desde que su hija peque?a alcanz¨® una edad suficiente para que su padre pudiera regresar a su propia infancia por el procedimiento de coleccionar cromos de futbolistas. La ni?a est¨¢ encantada porque, aunque la Liga no le interesa demasiado, los veranos le proporcionan un socio poderoso que compra los sobres de treinta en treinta, sin reparar en gastos, con la excusa de su felicidad.
-Nos faltan once? -anuncia ahora, en una discreta primera persona del plural.
-A m¨ª, diecisiete. Por cierto, ?no tendr¨¦is a Ronaldinho repe?
-S¨ª, creo que s¨ª.
-?Toma!
Y sin embargo, la madre asiste al intercambio con un gesto melanc¨®lico, espec¨ªfico de este verano. No es que el f¨²tbol la disguste, no, y a veces, cuando puede identificarse apasionadamente con uno de los dos equipos, hasta le gusta, pero lo que ha pasado este a?o le parece injusto. Muy injusto, y triste, casi indignante. Y eso que ella en el Mundial se lo pas¨® bien. Ni siquiera le import¨® hacer un mont¨®n de comida para los amigos que se congregaron en su casa mientras el sue?o dur¨®. Pero el sue?o tuvo un final precipitado, demasiado abrupto, y previsible, como el rechazo de un cuerpo prudente frente a un alimento indigesto, repetido. Primero ganamos, luego nos emocionamos, despu¨¦s cre¨ªmos, por fin perdimos. Bien, lo de siempre. Eso no fue un problema, ni para ella ni para nadie. La fuerza de la costumbre. Pero despu¨¦s?
-Te cambio a Ca?izares por diez.
-Ni hablar. Cinco, y vas que chutas.
-?Y Joaqu¨ªn?
Despu¨¦s, Rafa Nadal lo gan¨® todo, los corredores de la selecci¨®n de atletismo coleccionaron unas cuantas medallas, y el equipo espa?ol de baloncesto dej¨® a medio mundo con la boca abierta. A medio mundo, y no est¨¢ claro que este pa¨ªs no se alineara con la otra mitad. Todo eso pas¨®, y no pas¨® nada, porque el Madrid hab¨ªa cambiado de entrenador, y el Barcelona hab¨ªa hecho nuevos fichajes, y el Sevilla estaba que se sal¨ªa. Pero nada de esto le importa tanto a la madre como la haza?a de ?scar Pereiro, un ciclista gallego que fue al Tour de Francia en calidad de segund¨®n -gregario, los llaman, como si fueran ovejas- y logr¨® una proeza descomunal ¨¦l solo, sin apoyos, sin merchandising, sin club de fans. A base de fe, y de pedales, un d¨ªa, y otro d¨ªa, y otro m¨¢s, en la carrera m¨¢s dura, m¨¢s competida, m¨¢s dif¨ªcil del mundo. Pereiro termin¨® el Tour como ganador moral, y al final, como si la justicia existiera en este mundo, acab¨® siendo el ganador oficial. Y encima se solidariz¨® con su rival descalificado, para quedar como un aut¨¦ntico se?or.
-Joaqu¨ªn ya lo tengo.
-A m¨ª me faltan cinco del Getafe.
-Ya. Los mismos que a m¨ª?
Este a?o, a la madre le molestan estas conversaciones. Ya se sabe que lo que importa en Espa?a es el f¨²tbol, claro, qu¨¦ se le va a hacer; pero es injusto, y triste, y feo, piensa de repente. S¨ª, tambi¨¦n es feo. Es feo que los h¨¦roes infantiles de los adultos del futuro sean estos jovencitos endiosados, caprichosos, irresponsables, que ganan en un a?o lo que sus padres no han ganado en toda su vida y se mueven a golpe de talonario, posando como estrellas de cine ante los fot¨®grafos, para venirse luego abajo sin remedio a la hora de la verdad.
La madre sabe que exagera, que es muy posible que est¨¦ siendo injusta, y que si su equipo, el Atleti, ganara algo, alguna vez, ser¨ªa menos cr¨ªtica con el f¨²tbol, y los cromos, y los ¨¢lbumes, pero eso no impide que, mientras sigue contemplando las transacciones de lejos, repita en silencio, s¨®lo para s¨ª misma, ?Pereiro, Pereiro, Pereiro?!
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