El Brujo y la secta del 'Quijote'
Para evitar su expulsi¨®n masiva de Granada, algunos moriscos urdieron un ardid: escribieron un evangelio falso pro¨¢rabe (los libros pl¨²mbeos) que atribuyeron al ap¨®stol Santiago, lo enterraron en el Sacromonte e hicieron que unos obreros lo encontraran casualmente. El arzobispo de Granada consider¨® este evangelio palabra de Dios, y dos juntas de te¨®logos lo declararon aut¨¦ntico, en contra de la opini¨®n de los eruditos. Miguel de Luna, coart¨ªfice de la falsificaci¨®n, era autor de La verdadera historia del rey don Rodrigo, falsa tambi¨¦n. Para acreditarla, De Luna asegur¨® que era traducci¨®n fidedigna de un manuscrito antiguo. Cervantes, que anduvo por Granada en 1594, parodia la impostura de Miguel de Luna cuando atribuye el Quijote al autor morisco Cide Hamete Benengeli, nombre que, probablemente, oculta el suyo: Cide (Se?or, en lengua ¨¢rabe) Hamete/Ahmed (Miguel) Ben-engeli (Hijo de ciervo, cervato, Cervant-ez). En El caballero de la palabra, espect¨¢culo inspirado en el Quijote, Rafael ?lvarez, El Brujo, reinventa las circunstancias en que el libro fue escrito, interpreta su significado y le atribuye una autor¨ªa colectiva, sin dudarlo. El actor cordob¨¦s dice haber hallado en el monasterio de Silos un c¨®dice del siglo XVI donde se cuenta la historia del ingenioso hidalgo, varias d¨¦cadas antes de que Cervantes diera su libro a la imprenta. ?Sus autores? Cinco juglares n¨®madas de una secta empe?ada en aunar las tres religiones. Fueron encerrados y puestos en tormento por herejes. El Quijote primitivo era su Biblia, su libro filos¨®fico: una gran met¨¢fora. ?M¨¢s pruebas? Baracka, contador de historias argelino, descendiente de una familia moz¨¢rabe expulsada de C¨®rdoba y maestro de El Brujo, narra la historia ancestral de un caballero loco id¨¦ntico a Alonso Quijano.
El caballero de la palabra, que se representa hasta el 31 de octubre en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, es un espect¨¢culo divertido, concentrado y ritual. El Brujo, vestido de sefard¨ª por Elisa Sanz, act¨²a descalzo sobre un tapiz de arena blanca ondulada, a la luz de cinco candelabros con estrellas de ocho puntas: "Son un homenaje a aquellos cinco protom¨¢rtires", dice. Siempre solo, interpreta una docena de personajes: al ingenioso hidalgo le pone la voz exacta de Fernando Fern¨¢n-G¨®mez. Sale a escena salmodiando el comienzo de la novela, puntu¨¢ndolo con ritmos flamencos, casi bail¨¢ndolo. Pronto, lo interrumpe para dar su opini¨®n. Mezcla lo cierto con lo fant¨¢stico, conduce al p¨²blico por donde quiere y arranca una carcajada en cada vericueto. Sus alusiones a la actualidad son comedidamente incorrectas. Pone el dedo en la herida, sin sacar los pies del tiesto. Ironiza sobre el Cuarto Centenario de la publicaci¨®n de la primera parte del Quijote y hasta se atreve a dudar de la existencia de Cervantes. Dice cosas al respecto que aqu¨ª, sobre el papel, no se sostendr¨ªan, pero all¨ª, sobre la escena, son una ficci¨®n hermosa y siempre en trato carnal con la realidad, una elaboraci¨®n po¨¦tica tan risue?a e improbable como aquel episodio de los evangelios ap¨®crifos, refundido por Dario Fo, donde Cristo, de ni?o, hace volar los p¨¢jaros de barro moldeados por sus amiguitos. En Misterio bufo y, sobre todo, en San Francisco Juglar de Dios, comedias unipersonales de Fo, est¨¢ el modelo de El caballero de la palabra. Fo y El Brujo son surfistas de la escena. Da gusto dejarse ir con ellos. Quedan en los ant¨ªpodas de la correcci¨®n pol¨ªtica, como Rubianes, otro llanero solitario.
Esta funci¨®n viene dando que hablar. Alguno ha entendido al pie de la letra lo de que "Cervantes no existi¨®", ?y se ha puesto a rebatirlo! "El teatro es una mentira sagrada que revela la verdad", dice El Brujo, desdobl¨¢ndose, tras acuchillar los pellejos de vino. No se puede dejar m¨¢s claro. El c¨®dice de Siles que menciona El Brujo y los cartapacios deHamete Benengeli, descubiertos por Cervantes est¨¢n en el mismo nivel de realidad. El actor improvisa sin cesar: he visto dos funciones, y lo igual lo hace distinto. Hoy arranca carcajadas donde nadie se ri¨® ayer. En una funci¨®n, logr¨® que los espectadores nos sinti¨¦ramos como en casa de un amigo. En el cl¨ªmax, suena un tel¨¦fono m¨®vil. "Si es para m¨ª, no me puedo poner. Si es para usted, c¨®jalo... ?Pero no retransmita todo el espect¨¢culo!".
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