SMS: p¨¢salo? bien
Luchas de almohadas y copas en un cine X. Discotecas silenciosas y torneos de asesinos con pistolas de agua. Surrealismo y hedonismo impregnan originales formas de organizar fiestas en el mundo. Y todo gracias al poder de convocatoria de los m¨®viles y de Internet
Los papelitos, distribuidos en varios colores, comenzaban: "Por favor, al¨¦jate de este punto de entrega y l¨¦eme atentamente". A continuaci¨®n, las instrucciones: los participantes deb¨ªan presentarse en la plaza del Museo Reina Sof¨ªa, en Madrid, y pasear tranquilamente. A las 13.37, enfundarse un chaleco reflectante, simular los movimientos de un conductor al volante e imitar el ruido del motor con la boca. "Cuando consideres mentalmente que ha pasado un minuto", prosegu¨ªa el papelito, "circula prioritariamente por la parte central del espacio propuesto produciendo leves choques con los otros conductores. Cuando te topes con otro conductor, p¨¢rate, grita: '?Papas con tomate!', gira hasta tres cuartos de vuelta sobre tu propio eje y toma una nueva direcci¨®n". Un minuto despu¨¦s deb¨ªan aparcar, tirar el chaleco reflectante por los aires y gritar tres veces: "?Jubilosa!". "Aplaude si quieres y sigue tu camino".
Los participantes hab¨ªan recibido la convocatoria por correo electr¨®nico o mensaje de m¨®vil. ?Los organizadores? Un colectivo llamado Madrid Mobs, que ha bautizado la decena de acciones organizadas hasta la fecha como moBidas. Un concepto que, para ellos, engloba desde guerras de almohadas en plena calle hasta la toma de la plaza Mayor de Madrid por individuos que imitan el vuelo de los aviones. Se citan en www.madridmobs.net, que funciona desde finales de 2004 con intenciones "siempre l¨²dicas y apol¨ªticas", seg¨²n Correveidile, el alias bajo el que prefiere parapetarse el integrante de Madrid Mobs que hace de portavoz al contestar a los correos electr¨®nicos. Su lema: "P¨¢salo? bien".
La escena del Reina Sof¨ªa dej¨® tras de s¨ª un reguero de bocas abiertas. Es parte de la gracia de una flashmob, que es el modo en el que se conoce un evento como ¨¦ste desde que, en junio de 2003, Bill Wasik, editor de la revista Harper's, se las apa?¨® para convocar a algo m¨¢s de un centenar de personas en la planta novena de un centro comercial de Nueva York para que preguntasen a los dependientes por una concreta y muy cara alfombra para una casa que, aseguraban, compart¨ªan entre todos.
La fiebre se extendi¨® entonces por todas partes, y muchedumbres instant¨¢neas (la traducci¨®n al castellano del palabro) hicieron en lugares p¨²blicos toda clase de cosas sin sentido, durante un corto espacio de tiempo, para despu¨¦s desaparecer por donde hab¨ªan venido. O, en la definici¨®n de Correveidile: protagonizaron acciones que subvierten "la actividad del sitio elegido". "Sorprender por contraste tanto al transe¨²nte como a los propios participantes, ya que ¨¦stos s¨®lo tienen noticia de lo que se les propone hacer unos veinte minutos antes por medio de un peque?o gui¨®n [el papelito] que se distribuye a la hora y el lugar de la cita".
Despu¨¦s de aquel verano de 2003, la cosa dej¨® de ser lo suficientemente novedosa como para ocupar las p¨¢ginas de curiosidades de los peri¨®dicos y los ¨²ltimos minutos de los telediarios. Aunque suenen a pasado para los sabuesos de tendencias, las flashmobs no han dejado de celebrarse por todas partes. Y cierta parte de su filosof¨ªa ha impregnado un inconexo movimiento de fiestas originales que plantean formas distintas de pasarlo bien para una generaci¨®n descre¨ªda que ha disfrutado y, claro, se ha cansado del ocio tradicional como ninguna otra antes.
Poco m¨¢s une a todas ellas que el hecho de que se organizan extempor¨¢neamente y se comunican a trav¨¦s de v¨ªas poco habituales, aunque plenamente integradas en las vidas de sus destinatarios, como los m¨®viles e Internet. Es, seg¨²n sus promotores, la puesta en pr¨¢ctica l¨²dica de la c¨¦lebre teor¨ªa del libro Multitudes inteligentes (editorial Gedisa), de Howard Rheingold. Grupos humanos que, al contrario que una turbamulta, se comportan de un modo inteligente, coordinado y con un objetivo gracias a que usan el poder de las nuevas tecnolog¨ªas para organizarse. ?Ejemplos? Las movilizaciones antiglobalizaci¨®n de fin de siglo o las concentraciones que siguieron al 11-M en Madrid.
En todo lo dem¨¢s, estas iniciativas (se llamen o no flashmobs) difieren de aqu¨¦llas por su carga de diversi¨®n. As¨ª sucede con las fiestas Focaccio, que se han convertido, en sus tres ediciones hasta la fecha, en citas imprescindibles para la modernidad madrile?a. La cosa funciona as¨ª: uno se registra en una web; un par de d¨ªas antes de la gran cita recibe por correo electr¨®nico "una videoinvitaci¨®n", una especie de filmaci¨®n que pone en antecedentes sobre la tem¨¢tica de la fiesta (ya sea ¨¦sta el destape, el cine porno o China), as¨ª como un nombre de usuario, una contrase?a, el lugar donde se celebrar¨¢ la fiesta y el atuendo que se prefiere para acudir a ella.
La ¨²ltima se celebr¨® en junio
en un cine X de Chueca (la pr¨®xima ser¨¢ en octubre, est¨¦n atentos). Lo que esperaba al otro lado de la lista de puerta con los invitados que hab¨ªan completado el proceso no ten¨ªa mucho que ver con una flashmob. De hecho, sus promotores nunca hab¨ªan o¨ªdo hablar de tal cosa. El ambiente era m¨¢s bien parecido al de un bar de moda. M¨²sica calcada de los ochenta y licores ignotos. Salvo porque hab¨ªa chicas disfrazadas de cl¨ªtoris y ¨¦mulos de estrellas porno tambale¨¢ndose entre las filas de asientos con manchas dudosas. Sin olvidar que todos los asistentes compart¨ªan la sensaci¨®n de que al menos aquella noche no hab¨ªan acabado en el mismo bar de siempre. "En la primera Focaccio, el v¨ªdeo conten¨ªa una incitaci¨®n a 'participar en un universo imposible, lleno de gente imposible", recuerda Andr¨¦s Aberasturi Jr., ide¨®logo del asunto y organizador de El Ego de Cibeles, escaparate joven de la pasarela madrile?a. "Al principio optamos por las invitaciones a trav¨¦s del correo electr¨®nico para evitarnos imprimirlas en papel. Luego nos dimos cuenta de que eso multiplicaba la expectaci¨®n".
La capacidad de crear esa
curiosidad es fundamental para el ¨¦xito de una de estas reuniones. Ben Cummins, artista londinense, domina bien este arte. Se le atribuye la paternidad de las luchas de almohadas en plena calle, que ya son consideradas toda una categor¨ªa dentro de las flashmobs. El ejemplo ha cundido en ciudades como Toronto, Lausana o Madrid, donde en febrero tuvo lugar la ¨²ltima, organizada por Madrid Mobs, ante la sorpresa de los paseantes de la calle de Preciados. Las reglas del Pillow Fight Club (Club de la Lucha de Almohadas) de Cummins se hallan en la http://mobile-clubbing.com, donde uno se puede apuntar para recibir la notificaci¨®n de la siguiente batalla, acompa?ada de las preceptivas instrucciones. "Cu¨¦ntaselo a todo el mundo. Pres¨¦ntate en el lugar determinado con una almohada oculta en una bolsa de pl¨¢stico. A la hora se?alada, saca la almohada de la bolsa y pelea. No pegues a nadie que no lleve una almohada entre las manos (a menos que quiera)".
Cummins tambi¨¦n promueve acciones que ha bautizado como mobile clubbing, y que consisten en citar en un lugar p¨²blico (preferentemente el vest¨ªbulo de una gran estaci¨®n de metro; en Madrid se organiz¨® en el intercambiador de Moncloa) a una masa que llega provista de sus reproductores de audio. Cuando el reloj marca la hora de inicio, todos se colocan los cascos y comienzan a bailar al ritmo de su propia m¨²sica. El efecto, ampliamente reflejado en los medios de comunicaci¨®n ingleses, es bastante surrealista, ciertamente desinhibidor y decididamente divertido.
A primera vista, el plan es similar a las fiestas Silent Disco, que desde hace cinco a?os organizan los holandeses No DJ (Nico Okkerse) y DJ Od (Michale Minten). Este a?o, en el que han recibido en sus discotecas silenciosas a unas 300.000 personas, ha sido el de su desembarco en Espa?a, durante el ¨²ltimo Festival de Benic¨¤ssim. Mientras artistas como Depeche Mode o Morrissey hac¨ªan vibrar con m¨¦todos tradicionales a las multitudes, en una carpa aneja, clubbers provistos de cascos facilitados por la organizaci¨®n bailaban canciones pinchadas por un dj y transmitidas por v¨ªa inal¨¢mbrica a trav¨¦s de la frecuencia modulada. A diferencia de una mobile clubbing, donde cada uno es su propio dj, la dieta musical de los asistentes se cocina en la cabina de un pinchadiscos. Y las distinciones contin¨²an. En aqu¨¦llas, el evento se organiza persiguiendo la intensidad de un destello. En el Silent Disco, en cambio, se baila durante horas siguiendo un patr¨®n organizado. "La regulaci¨®n contra el ruido no dejar¨¢ de endurecerse. Los problemas de audici¨®n de la gente m¨¢s joven requieren reglas m¨¢s estrictas. Nuestra alternativa es: te unes a la fiesta o no. Si es que no, los ritmos y las melod¨ªas no tienen por qu¨¦ torturarte", argumenta Nico Okkerse, que ve la suya como una compa?¨ªa en crecimiento. De nuevo, una postura que lo aleja de las flashmobs, cuyo esp¨ªritu an¨¢rquico es contrario al negocio. Incluso aunque las grandes corporaciones traten de incorporar sus m¨¦todos para llegar a los consumidores.
"Lo nuestro tampoco es una 'flash-
mob'. Va de pasarlo en grande de un modo original", opina Yutai Liao, dise?ador gr¨¢fico de una compa?¨ªa de alta tecnolog¨ªa de San Francisco, y organizador, junto al neoyorquino Franz Aliquo, de las fiestas Street Wars Killers en su tiempo libre. Es entonces cuando se convierte en Moustache Comander y trabaja para buscar lugares en los que celebrar su curioso juego de rol a tama?o natural. Nada menos que un "torneo de asesinatos con pistolas de agua". Cada participante (entre 150 y 250 por evento, que pagan 40 d¨®lares por inscribirse) recibe un pack de iniciaci¨®n que incluye la foto y la direcci¨®n de casa y del trabajo de su objetivo, otro de los contendientes del campeonato. A partir de ese momento tiene tres semanas para cazar a su presa con pistolas o globos de agua. ?D¨®nde? En cualquier lugar de la ciudad salvo los bares y en las manzanas en la que la v¨ªctima viva y trabaje. "Una vez que te apuntas", advierte Liao entre risas, "no puedes relajarte en ning¨²n momento. Tu vida se convierte en una paranoia". Ma?ana comienza uno de estos torneos en Nueva York, la ciudad cuyo alcalde, Michael Bloomberg, declar¨® en julio que Franz Aliquo, mitad de Street Wars Killers, "probablemente necesita ayuda psiqui¨¢trica". "Si llama a un hospital p¨²blico trataremos de arreglarlo para ¨¦l".
Esa reacci¨®n es, sin duda, bastante com¨²n entre los desprevenidos espectadores de muchas de las fiestas incluidas en este reportaje. Probablemente usted piense lo mismo. Puede que le parezca todo una enorme tonter¨ªa. O simplemente algo original y divertido. Una forma distinta de pasarlo bien. Correveidile responde por los suyos y sale en defensa del movimiento de las flashmobs: "Preguntar si son inteligentes es como preguntarse si el surrealismo o la pataf¨ªsica lo eran. ?Se puede decir que La cantante calva, de Ionesco [cumbre del teatro del absurdo], que se representa ininterrumpidamente en Par¨ªs desde 1957, es una obra poco o nada inteligente?".
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