Un canto triste
Mientras Llu¨ªs Llach entonaba I si canto trist, como acompa?amiento de la lista de cr¨¦ditos que cierra la pel¨ªcula Salvador, abatido, como la mayor¨ªa de los espectadores, que parec¨ªan clavados en las sillas, intentaba preguntarme el porqu¨¦ de tal impacto. Sin duda, en buena parte hay que atribuirlo al minucioso trabajo de Huerga, que consigue que la pel¨ªcula vaya creciendo en poder sentimental -en capacidad de despertar la empat¨ªa por el sufrimiento ajeno perdida entre nuestras mil corazas- hasta llegar al momento culminante: el relato impecable en el tono, en el estilo y, si se me permite, incluso en la belleza, de la ¨²ltima noche de Salvador Puig Antich. Pero hay otras razones que explican por qu¨¦ tanta gente sale anonadada del cine, por qu¨¦ nadie tiene ganas de hablar. A m¨ª, personalmente, me ha afectado mucho rememorar c¨®mo los partidos de la resistencia antifranquista, empezando por aquellos en que yo milit¨¦ (Bandera Roja y el PSUC), dejaron a Puig Antich abandonado a su triste suerte.
Ciertamente, el MIL era un grupo marginal, que tuvo una brev¨ªsima existencia y que no era mucho m¨¢s que una pandilla de aventureros. Pero Puig Antich hab¨ªa sido condenado a muerte por el franquismo por el presunto asesinato de un polic¨ªa en el barullo de su detenci¨®n, sin haber probado siquiera que la bala que le mat¨® saliera de la pistola de Salvador. Era todo un ejemplo de la arbitrariedad y la crueldad del r¨¦gimen. No cumpl¨ªa ni sus propias leyes procesales. Pero los MIL no eran nadie. No merec¨ªa la pena correr riesgo por ellos. Huerga lo refleja en la secuencia en que los detenidos de la Assemblea de Catalunya desfilan impasibles ante la gente del MIL. Basta comparar las m¨ªnimas movilizaciones para evitar la ejecuci¨®n de Puig Antich, con la movida general que se produjo, con efectos en toda Europa, cuando las ejecuciones de septiembre de 1975. En la solidaridad entre antifranquistas las relaciones de fuerza tambi¨¦n contaban. ETA era entonces un mito, al que se criticaba p¨²blicamente pero se respetaba y, en algunos sectores, incluso se admiraba, hasta el punto de que fue necesario Hipercor para que un sector de la izquierda y del nacionalismo rompiera definitivamente con ETA. E incluso el FRAP pesaba en el escenario por su capacidad de intimidaci¨®n. Puig Antich muri¨® sin que casi nadie hiciera nada para evitarlo.
Sin duda, Puig Antich no es representativo de la lucha antifranquista en Catalu?a. El confuso discurso de un grup¨²scolo anarcoide no engarzaba con ninguna de las corrientes dominantes del comunismo (en sus diversas y antag¨®nicas expresiones) y el nacionalismo, que, sin embargo, siempre consideraron a ETA como de la familia antifranquista, aun cuando el parentesco fuera lejano. Pero hubo mucha mezquindad ante su muerte. Y duele recordarlo.
Manuel Huerga ha hecho una pel¨ªcula de ficci¨®n, sobre la base de una historia real. No ha hecho un documental. Una excelente pel¨ªcula de ficci¨®n que ha sabido evitar los muchos riesgos, empezando por el principal: el martirologio. Huerga no mitifica al personaje ni al grupo. Los presenta como lo que eran: muy simples. Puig Antich era un joven atrevido y bien intencionado, que no ten¨ªa conciencia de los l¨ªmites y que se meti¨® en un l¨ªo, junto con una pandilla de amigos y conocidos, sin estrategia, estructura ni objetivos precisos, que entra, sin respaldo alguno, en la espiral de la violencia. Sin su muerte, efectivamente, el MIL hubiese seguido la misma suerte que tantos grup¨²sculos que nacieron y desaparecieron sin apenas dejar rastro. Pero fue ejecutado. Y lo fue ante la perplejidad de una sociedad que ni se movi¨® ni fue movilizada. Es precisamente esta condici¨®n de chico normal, sin otros atributos precisos que cierta omnipotencia propia de la edad, la que deja aturdido al espectador, en especial a los que son padres.
Los m¨¢s analfabetos en sensibilidad dicen que si Puig Antich viviera ahora ser¨ªa considerado un delincuente, estar¨ªa en prisi¨®n y a todos nos parecer¨ªa bien. Sin duda. Pero no habr¨ªa sido ejecutado, que no es una diferencia menor. Y adem¨¢s, es muy improbable que Puig Antich se hubiese metido por la oscura senda por la que se despe?¨® entonces. La vida de Puig Antich no puede disociarse de un r¨¦gimen, el franquista, y de unos tiempos en que el discurso revolucionario anticapitalista, ante el estruendoso fracaso del llamado socialismo real, deriv¨® hacia formas de violencia terrorista que en Italia, por ejemplo, dieron lugar a los a?os de plomo que marcaron tristemente a toda una generaci¨®n.
Manuel Huerga tarda en transmitir las formas m¨¢s sutiles de opresi¨®n del r¨¦gimen franquista, que pasaban, sobre todo, por la humillaci¨®n y el miedo. S¨®lo despu¨¦s de la detenci¨®n de Salvador se hace presente en la pel¨ªcula esta cultura del franquismo. Pero para m¨ª es demasiado tarde: el temor que paraliza a los padres, por ejemplo, aparece cuando la compasi¨®n y el dolor por la suerte del hijo est¨¢n ya en primer plano. En este sentido, la pel¨ªcula queda claramente dividida en dos partes. La primera -la formaci¨®n del grupo y sus acciones- est¨¢ excesivamente desencarnada del contexto, es demasiado intercambiable por otras situaciones de otros pa¨ªses. Es en la segunda donde la pel¨ªcula crece sin parar.
La mayor¨ªa de la resistencia antifranquista opt¨® por las v¨ªas no violentas. S¨®lo en el Pa¨ªs Vasco la violencia se hizo cr¨®nica y todav¨ªa est¨¢ entre nosotros. La sociedad espa?ola no estaba para dar una respuesta violenta a la violencia del r¨¦gimen. La Guerra Civil oper¨® entonces y durante la transici¨®n como un superego colectivo que impuso como verdad compartida que todos los esfuerzos ten¨ªan que ir destinados a que aquello no se volviera a repetir. Por eso da escalofr¨ªo cuando, a estas alturas, en plena normalidad democr¨¢tica, algunos vuelven a desenterrar el viejo discurso espa?ol de la pol¨ªtica como lucha a muerte entre el amigo y el enemigo. ?stos me temo que no ver¨¢n nunca la pel¨ªcula Salvador. La consideran detestable sin haberla visto. Y ya se sabe, son gentes de ideas fijas.
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