Las cosas por su nombre
Decepci¨®n es el sentimiento que asalta al observar cierto viraje dado por el Gobierno en su discurso sobre inmigraci¨®n. Tras un verano con sondas sobre la posibilidad de voto de los inmigrantes para su efectiva integraci¨®n, en que se nos ha asegurado el aporte positivo de la inmigraci¨®n a la riqueza de nuestro pa¨ªs (estudios como el de Caixa Catalunya ligan el incremento en la ¨²ltima d¨¦cada de nuestra riqueza al aporte de los inmigrantes), frustra ver que al final, lo que determina la pol¨ªtica gubernamental es el miedo a los miedos de la opini¨®n p¨²blica generados por el peso acumulado de tanto informativo con cayucos cargados de subsaharianos y su manipulaci¨®n por la oposici¨®n.
Nuestra memoria es corta. Se fabrica cada d¨ªa con el ¨²ltimo titular que leemos. As¨ª como pretendemos constatar el cambio clim¨¢tico al observar cada ma?ana el term¨®metro de nuestro balc¨®n, hemos llegado a obsesionarnos con la "avalancha" inmigratoria de que hablan los peri¨®dicos, transform¨¢ndola en toda una invasi¨®n en regla. Pero "avalancha" es una masa grande que se precipita con violencia y estr¨¦pito, y en este caso ni la masa es tan grande, ni la violencia se ejerce m¨¢s que para los propios inmigrantes que sufren o mueren, y el estr¨¦pito es s¨®lo el cacareo que hacen algunos.
La inmigraci¨®n ha alcanzado la cota de las preocupaciones p¨²blicas. ?No la alcanzar¨ªa la inseguridad ciudadana si cada ma?ana vi¨¦semos en portada la foto del ¨²ltimo butr¨®n, de la ¨²ltima joyer¨ªa reventada? ?Qui¨¦n ha decidido que desde 1992 "la" noticia de cada d¨ªa del verano sea la ¨²ltima patera o cayuco que llega? ?Importa realmente el sufrimiento de los que llegan o suscitar una reacci¨®n de miedo invasionista?
Se denuncia que los inmigrantes llegados ilegalmente a Canarias en lo que va de 2006 han multiplicado por cuatro los de todo el a?o anterior. No se dice que s¨®lo son el doble de los que llegaron en 2002 y 2003. Como tampoco que en 2005 se redujeron a menos de la mitad respecto a esos a?os, por lo que el incremento del a?o actual hay que verlo en una secuencia m¨¢s amplia que normalmente se elude por malicia o torpeza.
In¨²til tanto discurso de aparente dureza frente a un movimiento imparable, pero de dimensiones, todo hay que decirlo, reducidas. Porque no digamos que 25.000 personas constituyen una avalancha desestabilizadora, inasimilable por 25 pa¨ªses europeos. Decir que no se tolerar¨¢ la llegada de inmigrantes ilegales y que se prohibir¨¢n futuras regularizaciones es tanto como prohibir la primavera. Entristece ver que ninguna voz reclama, ni en aras de la solidaridad ni de la caridad, ni tan siquiera de la compasi¨®n, el derecho a que se queden. Y que unas comunidades aut¨®nomas regateen con otras por librarse de unas decenas de menores inmigrantes menos. No puede uno por menos recordar el final amargo del Pl¨¢cido de Berlanga, con su estribillo pesimista: "En esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido ni nunca la habr¨¢".
Es probable que no se ganen elecciones desvelando la verdad de fondo del fen¨®meno de la inmigraci¨®n. Reconociendo la necesidad de igualar un poco m¨¢s el mundo de la miseria y el del despilfarro. Denunciando la responsabilidad de los plut¨®cratas que no invierten en los pa¨ªses africanos y dejando el desarrollo de este continente en manos de una cooperaci¨®n al desarrollo impotente en su solidaridad caritativa. Pero lo que s¨ª deber¨ªan pensar los que gobiernan es que desde luego se pueden perder las elecciones cayendo en la trampa de los demagogos del discurso hip¨®crita y c¨ªnico de la firmeza.
Hace unos meses, cuando a ra¨ªz de los "asaltos" a las verjas de Ceuta y Melilla la inmigraci¨®n africana llam¨® a nuestras puertas de manera clamorosa, se dise?¨® un Plan ?frica por parte de nuestra diplomacia. Sus siete objetivos eran el afianzamiento de la democracia, lucha contra la pobreza y por el desarrollo, regulaci¨®n de los flujos migratorios, una estrategia com¨²n europea para el continente m¨¢s pobre del planeta, fomento de las inversiones, fortalecimiento de la cooperaci¨®n cultural e incremento de nuestra proyecci¨®n pol¨ªtica y diplom¨¢tica en ?frica. No es tiempo a¨²n de balance. La conferencia euroafricana sobre inmigraci¨®n del pasado julio en Rabat tuvo, al menos, el efecto positivo de reconocer que la mejor manera de combatir la inmigraci¨®n ilegal es crear empleo y oportunidades en ?frica. Pero como desgraciadamente eso no est¨¢ -del todo- en manos de los gobiernos europeos ni africanos, sino en las de los grandes grupos financieros y econ¨®micos que campean por sus respetos ac¨¢ y all¨¢, las ¨²nicas ideas que se manejan son la disuasi¨®n, el control de fronteras, la vigilancia de los oc¨¦anos. Es decir, ponerle puertas al mar.
Crear nuevas embajadas en un continente desatendido por nuestra diplomacia es siempre saludable. Son un instrumento imprescindible para coordinar y canalizar la acci¨®n prevista en un ambicioso plan como ¨¦ste. Pero como nos acordamos de ?frica porque los africanos llaman a nuestras puertas, la aproximaci¨®n a la cuesti¨®n de las migraciones es casi exclusivamente securitaria, estrecha, ego¨ªsta y, si cabe decir, mezquina. Pues lo que se resalta es el control de fronteras para impedir las salidas, el logro de acuerdos de readmisi¨®n y poco o nada la revisi¨®n de nuestras pol¨ªticas de visados o del excesivo proteccionismo de nuestros productos agrarios que hacen dif¨ªcil que las poblaciones africanas puedan preferir un d¨ªa, como se?alaba recientemente el presidente senegal¨¦s, "ganarse la vida en Senegal mejor que en Europa".
El Gobierno de Portugal acaba de aprobar una ley de inmigraci¨®n que prev¨¦ la creaci¨®n de visados temporales para los extranjeros que aspiran a un contrato de trabajo. No desconozco la diferencia de peso de la inmigraci¨®n en nuestros dos pa¨ªses, pero no puedo por menos que congratularme por que se imaginen nuevas f¨®rmulas que impidan el negocio de los negreros. Por eso hubiera sido deseable ver en el Plan ?frica alguna medida en este sentido, para paliar el hecho de que en toda el ?frica subsahariana, para una poblaci¨®n de 153 millones, nuestro pa¨ªs haya concedido en 2004 cuatro veces y media menos visados que para Rusia, con una poblaci¨®n algo inferior. Estas discriminaciones claman al cielo y uno querr¨ªa ver que si se despliega nuestra diplomacia por ?frica, sea para que tambi¨¦n se mejore un servicio de visados tan torpe, que hace que incluso los hispanistas del norte de ?frica opten por venir a nuestro pa¨ªs con visados franceses y que es capaz de dejar sin visado al rector de la Universidad de Rabat para acudir a inaugurar un curso de verano en Santander.
Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa es catedr¨¢tico de Historia del Islam Contempor¨¢neo en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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