Gobierno amigo
En pocas ocasiones como la actual unas elecciones catalanas se presentan tan c¨®modas para un partido pol¨ªtico con responsabilidad de Gobierno. Si otorgamos alg¨²n valor a las encuestas y aceptamos que como m¨ªnimo algunas de ellas tienen capacidad para predecir tendencias del electorado, no deber¨ªamos dudar de que en el n¨²cleo duro de la direcci¨®n socialista debe reinar una gran tranquilidad.
Por si alguien a¨²n no lo hab¨ªa descifrado, no me refiero a los socialistas catalanes, sino a los espa?oles, es decir al PSOE. A veces, la pol¨ªtica no es lo que aparenta, ni tan s¨®lo lo que el sentido com¨²n indica. Podemos sostener la tesis que de entre todas las hip¨®tesis pausibles de mayor¨ªas de Gobierno en Catalu?a despu¨¦s de las elecciones del 1 de noviembre, la ¨²nica que genera resquemor en la calle de Ferraz y en los actuales inquilinos de La Moncloa es la reedici¨®n del tripartito. Otra cuesti¨®n es que si los resultados de las pr¨®ximas elecciones fuesen tan favorables a la reedici¨®n del tripartito los socialistas espa?oles no podr¨ªan evitar la mayor¨ªa de progreso y catalanista que ya se impuso en 2003. Pero para fortuna de ellos y desgracia de muchos catalanes pintan bastos para esa reedici¨®n.
La izquierda mayoritaria espa?ola, es decir, el PSOE, no est¨¢ todav¨ªa madura para gestionar desde el Gobierno espa?ol las demandas catalanistas si ¨¦stas est¨¢n encabezadas por un presidente de la Generalitat socialista. Poco importa que se llame Maragall o Montilla, lo que preocupa es que esas demandas se perciben como un acto de deslealtad hacia Espa?a y que erosionen las bases electorales socialistas en Espa?a a favor de las tesis del PP. S¨®lo hay que analizar el cambio que ha sufrido la imagen de Maragall en el resto de Espa?a. Fue un alcalde mod¨¦lico y de referencia para toda una izquierda liberal espa?ola, a pesar de que ahora a algunos de ellos les cueste aceptarlo. Hay que recordar que Maragall fue en un determinado momento una de les esperanzas blancas del socialismo espa?ol. Claro que esto ocurr¨ªa cuando el socialismo espa?ol estaba en plena traves¨ªa del desierto, es decir, en el dique seco de la oposici¨®n.
De la alegr¨ªa de diciembre de 2003, cuando en una de las fotograf¨ªas m¨¢s recordadas del tripartito apareci¨® Zapatero en el balc¨®n de la Generalitat para celebrar la nueva presidencia en Catalu?a, se pas¨®, con cierta rapidez, a la incomodidad que para los socialistas espa?oles representaba un Gobierno catalanista comprometido con un proceso de reforma estatutaria ambicioso y con un presidente como Maragall decidido a que nada ni nadie pusiera freno a su misi¨®n pol¨ªtica principal. Es cierto que Maragall es un pol¨ªtico con vida propia, y como tal, imprevisible e indomable ante determinadas demandas. Pero Maragall ya era as¨ª cuando era alcalde y las medi¨¢ticamente identificadas como maragalladas ya exist¨ªan mucho antes de ser candidato por primera vez en 1999. Lo peor que le ha sucedido a Maragall y al tripartito es que el 14 de marzo gan¨®, contra pron¨®stico, Zapatero.
Si actualmente en Espa?a tuvieramos un Gobierno presidido por Rajoy, probablemente Catalu?a no tendr¨ªa nuevo Estatuto, pero Maragall ser¨ªa una referencia de bandera para el socialismo espa?ol y el tripartito catal¨¢n gozar¨ªa de una salud excepcional. No tendr¨ªamos elecciones anticipadas el 1 de noviembre y Maragall volver¨ªa a ser el candidato a presidir un nuevo Gobierno catalanista y de progreso. Pero la realidad es bien distinta. Hoy en Espa?a gobierna el PSOE y el tripartito ya no existe, en gran medida como efecto colateral del nuevo Estatuto, y tambi¨¦n de los muchos y persistentes errores de una actuaci¨®n m¨¢s propia de la adolescencia pol¨ªtica que de la madurez de algunos de sus integrantes.
En este escenario es donde el PSOE aspira por un lado a gobernar algunos a?os m¨¢s en Espa?a y en segundo, a hacerlo con los m¨ªnimos frentes abiertos a la inestabilidad y el desgaste. Y es en ese punto donde la reedici¨®n de un tripartito en Catalu?a produce inquietud en los socialistas espa?oles. No s¨®lo por lo imprevisible que pueden ser las relaciones entre el Gobierno espa?ol y el catal¨¢n en una legislatura en la que se debe desarrollar el Estatuto de Miravet y en la que previsiblemente existir¨¢n desacuerdos no menores entre el PSOE y las formaciones pol¨ªticas catalanas -la gesti¨®n de El Prat nos sirve de ejemplo-, sino tambi¨¦n por las dificultades de relaci¨®n que un Gobierno tripartito presidido por Montilla introducir¨ªa entre el PSOE y CiU.
La mejor manera de frenar el retorno de la derecha espa?ola a La Moncloa, en un escenario de mayor¨ªas pol¨ªticas d¨¦biles como las que se dan en Espa?a en los ¨²ltimos a?os, es consolidar alianzas firmes entre los socialistas espa?oles y los nacionalistas de centro derecha catalanes y vascos. No es ning¨²n secreto, ni ninguna idea novedosa. Felipe Gonz¨¢lez la cultiv¨® y le dio buenos resultados. Y Zapatero no est¨¢ en condiciones de despreciarla. Es dif¨ªcil saber hasta qu¨¦ punto fue esta idea la que permiti¨® que Zapatero y Mas sellaran un primer acuerdo estrat¨¦gico a inicios de septiembre de 2005 y lo culminaran en enero de 2006, con el Estatuto como excusa.
El camino recorrido por el PSOE en referencia a Catalu?a aspira a culminarse con un Gobierno amigo en la Generalitat. Y ante la imposibilidad de que Montilla y el PSC obtengan una mayor¨ªa absoluta (ninguna encuesta lo plantea ni como hip¨®tesis), el realismo en Ferraz y en La Moncloa pasa por determinar que el Gobierno amigo en Catalu?a sea mucho antes la sociovergencia que el tripartito, e incluso CiU en minor¨ªa antes que el tripartito. En cualquier caso, en Madrid ven a Mas como presidente ya que todo el mundo sabe que la sociovergencia s¨®lo ser¨¢ posible si Mas preside el Gobierno. La pol¨ªtica tiene esas cosas.
Jordi S¨¢nchez es polit¨®logo.
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