Una raci¨®n de cebollas
La cebolla es lo que tiene, que si se la pela hace llorar y si se la come repite. Las del se?or Grass son de dif¨ªcil digesti¨®n, son fuertes y amargas y parecen haber indigestado y violentado a muchas personas.
Eso pasa cuando el camino de la escritura literaria va hasta el l¨ªmite, provoca dolor; sobre todo a quien escribe. Porque la obra de un autor es una busca, una investigaci¨®n que tiene una ¨²nica regla: el investigador est¨¢ solo y, as¨ª, en sus inquisiciones solamente puede dirigirse a s¨ª mismo. Pero no es un mon¨®logo, sino un interrogatorio; la obra de un autor interroga a su sombra, se investiga a s¨ª mismo. Y, tras la ¨²ltima puerta, descubre que el investigado es culpable. El narcisismo parad¨®jico del artista lo hace ser estrella suicida.
Grass se ha abierto el pecho y se expone para que lo despiecen y repartan. Y al desenmascararse ritualmente en p¨²blico muchas personas se han apresurado a se?alarlo, ?es culpable! Claro que s¨ª, precisamente acaba de confesarlo. Ese hombre acaba de cargar con la culpa, al fin ha aparecido un culpable. Pero ese sacrificio suyo no redime verdaderamente m¨¢s que a los tontos o a los inocentes que ya no precisan redenci¨®n, pues los dem¨¢s todos somos culpables. El estado natural para nosotros, que tenemos conciencia, es la culpa. Y s¨®lo desde ella podemos intentar ser justos.
Pero ¨¦ste es un pa¨ªs sin culpa, nadie la ha reconocido. Quiz¨¢ debi¨¦ramos hacerlo todos, porque cada generaci¨®n ejerce un magisterio sobre las que les siguen y si estuvimos equivocados, o as¨ª lo creemos ahora, deber¨ªamos decirlo.
Y cada generaci¨®n que irrumpe llega con su necesidad de cambiar lo que hay, y trae su violencia para golpear. S¨ª, probablemente defendimos un pensamiento pol¨ªtico violento porque ¨¦ramos j¨®venes, claro (no s¨¦ si se puede enjuiciar el ser joven, es tan hermoso estar vivo y brillar). Pero tambi¨¦n porque nacimos en una sociedad, el franquismo, hecha toda ella de violencia dura. En una sociedad integrista que hab¨ªa exterminado la cultura c¨ªvica, el ¨²nico discurso que ten¨ªamos a mano era la violencia. Es cierto, Salvador Puig Antich, como tantos, era violento, pero no es menos cierto que combat¨ªa a una violencia tremendamente opresiva y opresora. Y nadie llame "dictablanda" al estado de excepci¨®n permanente: deten¨ªan, golpeaban, disparaban y mataban a los que, equivocados o no, eran buenos y libres.
Todos debi¨¦ramos ser autocr¨ªticos con nuestro pasado, sobre todo con el que fund¨® y explica nuestro espinoso presente, hablo de julio del 36. Sin duda que quien m¨¢s motivo tiene para la autocr¨ªtica y el arrepentimiento sincero debiera ser quien se sienta heredero de los que prepararon y realizaron el golpe que dio lugar a la guerra. Pero tambi¨¦n quien se sienta heredero de los perdedores tendr¨ªa que revisar errores, irresponsabilidades que ayudaron a quienes deseaban liquidar la Rep¨²blica y exterminar a los liberales y la izquierda obrera. Reconocer asesinatos y excesos durante la guerra tambi¨¦n. Nadie est¨¢ obligado a heredar ciegamente los errores de los padres o abuelos, seguramente s¨ª a cargar de alg¨²n modo con la culpa y ejercer la responsabilidad.
Pero se le ha recriminado a la izquierda haber defendido ideolog¨ªas inhumanas, y es cierto que hemos conocido los genocidios realizados por los reg¨ªmenes ruso y chino, tantas matanzas, tantas cosas. Pero es un juicio interesado e injusto, porque la izquierda en lo esencial acert¨®, luch¨® por un mundo m¨¢s justo y m¨¢s libre. Y aqu¨ª alistarse en la izquierda era el modo de ser antifranquista, y hab¨ªa que serlo. Y hay que seguir si¨¦ndolo. En todo caso, el enjuiciamiento ideol¨®gico a la izquierda pierde todo valor cuando viene desde el punto de vista del franquismo, o de quien, por el motivo que sea, se mantuvo al margen. Debe ser la propia izquierda quien haga su autocr¨ªtica.
Pero no ha habido en Espa?a un solo caso de autocr¨ªtica verdadera. Ni de arrepentimiento. Y, si aceptamos que el golpe militar y el franquismo fueron un error hist¨®rico terrible, deber¨ªamos esperar alg¨²n gesto como el de Grass. Pero ning¨²n franquista se ha arrepentido, no. Ni siquiera Dionisio Ridruejo fue capaz de asumir la culpa, indudable en su caso. Hay muchas formas de orgullo, tantas como personas, y el de los ego¨ªstas es un orgullo que no sabe pedir perd¨®n. Con todo, no es Ridruejo el peor maestro. No supo darnos esa lecci¨®n de grandeza moral, reconocer la culpa, pero se atrevi¨® a evolucionar en su pensamiento y, en la medida en que pudo, ofreci¨® a la sociedad una invitaci¨®n a la tolerancia.
?Pero ning¨²n obispo? ?Y pretenden ser maestros de la moral? ?No tiene la Iglesia algo que decir? ?Ella, que fue due?a de nuestras almas por la fuerza? ?Nada? As¨ª se explica que su emisora difunda la ciza?a.
Pero, y si alguien tuviese el valor de asumir la culpa, ?aprender¨ªamos esa lecci¨®n de madurez? No lo creo, preferimos seguir jugando a nietos ingenuos y abuelos simp¨¢ticos; nuestro juego hip¨®crita. Escuchamos sus cuentos
como si no supi¨¦semos lo que sabemos, que mienten, que nos ocultan lo que debemos saber. Y si alguien se?ala la desnudez de nuestros maestros le pegamos en la mano; se?alar es de mala educaci¨®n. Y, as¨ª, a una novela m¨ªa un cr¨ªtico le reprocha, adem¨¢s de todo lo que se le pueda reprochar a un autor y a una obra, que el protagonista, un monstruoso anciano implacable, retrate a algunos personajes, entre ellos Heidegger, J¨¹nger y Gonzalo Torrente Ballester, a quien "hago pagar ¨®bolo por el que ya sab¨ªamos pasado falangista". Pero es que, sin entrar aqu¨ª en la pertinencia o acierto literario con que aparece ese retrato en la obra, el caso de Torrente Ballester retrata ejemplarmente nuestra enfermiza relaci¨®n con el pasado.
La relaci¨®n de Torrente, gran escritor e intelectual inteligente e informado, con el fascismo espa?ol es conocida en la forma de "escritor con pasado falangista". ?l mismo, que antes hab¨ªa simpatizado con galleguismo y socialismo, relat¨® en ocasiones su entrada en Falange siendo muy joven. En su relato, ante el terror desatado por los militares sublevados, visti¨® por miedo la camisa azul. Era una situaci¨®n terrible, dif¨ªcil de juzgar hoy, y parece bien comprensible su reacci¨®n, pero no parece ser enteramente la verdad.
Podr¨ªa haber sido falangista convencido, hubo j¨®venes que sent¨ªan sinceramente los ideales falangistas, algunos se fueron desenga?ando, otros siguieron creyendo en ellos. Pero Torrente dec¨ªa que no hab¨ªa sido su caso. Sin embargo, ocup¨® cargos de gran compromiso pol¨ªtico con el bando de los sublevados. En el a?o 37 dirige la revista de Falange en Ferrol, a¨²n eran d¨ªas de cuerpos en cunetas y paredones. No eran d¨ªas cualquiera ni era una revista cualquiera. Posteriormente se integr¨® en el equipo de intelectuales y artistas de Ridruejo para legitimar y crear la ret¨®rica nacionalista del nuevo r¨¦gimen, luego ocup¨® plazas en universidades, revistas y peri¨®dicos oficiales. No, el compromiso de nuestro escritor no fue coyuntural y m¨¢s bien nos obliga a creer que o bien fue por convencimiento o bien, no lo creemos, por pura conveniencia particular.
Tambi¨¦n es verdad que luego acompa?¨® a Ridruejo hacia posiciones liberales y que un gesto de compromiso suyo le hizo perder los favores que hab¨ªa obtenido antes del R¨¦gimen. Podr¨ªa haber dicho "fue una equivocaci¨®n juvenil terrible, pero luego correg¨ª mi error", pero no lo hizo y prefiri¨® mentirnos. A nuestro culto, sensible, inteligente e ir¨®nico Torrente, capaz de retratar las p¨¦rdidas y la melancol¨ªa, le falt¨® la grandeza tr¨¢gica. Pero no aceptamos que el autor de Los gozos y las sombras, Don Juan, Off-Side, La Saga-Fuga de J.B., era un simple abuelete socarr¨®n y guay. Cualquier artista, Torrente lo era, pis¨® bien en su vida o bien en su obra tierra oscura. Torrente conoci¨® muy de cerca lo terrible, reducirlo a una caricatura infantil no es posible. El relieve de cualquier figura se modela con luces y sombras, sin sombras no hay relieve, y quien vivi¨® tiempos terribles fue tocado por sombras.
Pero no hay que juzgar a Torrente por sus ocultamientos, pues nunca se present¨® como un referente moral, simplemente hizo lo m¨¢s c¨®modo. Adem¨¢s, era lo que quer¨ªamos o¨ªr los ni?os, no queremos pesadillas por eso aceptamos con tan buena disposici¨®n la mentira en algo tan serio, fulcro de nuestro presente. El derecho a guardar la vida ¨ªntima y la personal debemos protegerlo m¨¢s que nunca conforme nuestra vida est¨¢ m¨¢s invadida por los medios, pero lo que se nos quiere impedir es conocer las trayectorias p¨²blicas de los personajes p¨²blicos. Pues los personajes p¨²blicos de una sociedad son m¨¢s o menos su imagen en el espejo. Los escritores tambi¨¦n son figuras con las que dialoga la sociedad y en las que se mira. Las figuras p¨²blicas ejercen su magisterio y nos educan y por eso estar¨ªa bien que alguien tuviese la grandeza de reconocer la culpa, incluso de pedir perd¨®n. Y, despu¨¦s de todo, ya que aceptamos la prohibici¨®n de saber, les corresponde a los personajes literarios decir lo que nos est¨¢ prohibido, as¨ª que quiz¨¢ el viejo de mi libro, tan malvado y c¨ªnico pero l¨²cido, sea la ni?a del cuento que tanto necesitamos, la que se?ala la desnudez bajo los lujosos ropajes imaginarios de nuestros maestros. Pero aun cuando quien se?ala es un personaje de ficci¨®n, sale al paso un vigilante que lo reprende, tan enfermiza es nuestra relaci¨®n con el pasado, y env¨ªa raudo personaje, obra y autor a la pira para que arda. Tanto rige el tab¨², tan seguros se sienten nuestros expeditivos comisarios.
Un d¨ªa no tendremos miedo a los vigilantes y dejaremos de ser ni?os monstruosos. Ojal¨¢, pues los ni?os no pueden construir pa¨ªs alguno con futuro.
Suso de Toro es escritor.
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