Crecer o no crecer
De los muchos iconos que nos dej¨® la era victoriana -Je-kyll & Hyde, Sherlock Holmes, Dr¨¢cula- Peter Pan es el que menos reinterpretaciones ha disfrutado. O sufrido. Las razones para ello tal vez tengan que ver con el f¨¦rreo control del Great Ormond Street Hospital al que el padre de la criatura James Matthew Barrie (Escocia, 1860-1937) leg¨® los derechos del volador ni?o perpetuo. O, quiz¨¢, porque es un personaje que -instant¨¢neamente m¨ªtico y arquet¨ªpico, sublimando tiempos en los que se invent¨® la infancia tal cual la conocemos- no admite agregados.
Ahora sabemos que Peter Pan -primero pantomima de luxe y luego novela- es mucho m¨¢s que simples p¨¢ginas para dormir infantes y que tambi¨¦n funcion¨® como credo secreto apenas codificado de Barrie en el que no queda nada por contar ni sombra por coser a los talones de una trama tan lograda como inquietante. Lo que s¨ª ha aumentado desde su gran estreno en 1904 es la preocupaci¨®n por la eterna juventud y por prolongar los ritos de la ni?ez. As¨ª Ayesha, Dorian Gray y el conde transilvano ser¨ªan dichosos en este presente de nenas top-models, cirug¨ªas pl¨¢sticas y best sellers con ni?os magos le¨ªdos por padres m¨¢s que dispuestos a ofrecerse como voluntarios para el pr¨®ximo truco. Desde esta perspectiva, Peter Pan es, ahora, un signo de los tiempos, de estos tiempos. Por lo que -casi emancipado de sus tutores, quienes a partir de 2007 seguir¨¢n siendo propietarios del texto original, aunque ya no beneficiarios de la explotaci¨®n absoluta de la marca- Peter Pan vuela sin restricciones ni horarios para irse a la cama. Ah¨ª est¨¢ una serie de hasta ahora tres exitosas precuelas firmadas por el autor de policiales Rid-ley Pearson y el humorista Dave Barry editadas por Disney Editions. Y aqu¨ª llega la laureada autora para ni?os y novelista hist¨®rica para adultos Geraldine McCaughrean (Londres, 1951) con la responsabilidad extra y el valor agregado de haber sido escogida -previa b¨²squeda planetaria iniciada en 2004- por las autoridades del hospital infantil dispuestas a ofrecer batalla a los piratas que le han robado su tesoro, la protecci¨®n su peque?o dios, y los sustanciosos royalties cortes¨ªa de alguien que nunca quiso crecer pero que cotizar¨¢ en alza por siempre jam¨¢s.
Y el asunto est¨¢ en c¨®mo juzgar un libro as¨ª. Una continuaci¨®n oficial para la que McCaughrean -quien compartir¨¢ regal¨ªas con el hospital- zarp¨® con restricciones que irritar¨ªan a su h¨¦roe. Su novela deb¨ªa ser respetuosa e incluir a los personajes originales; pero McCaughrean ha sorteado la dificultades con gracia y elegancia. En Peter Pan de rojo escarlata corre el a?o 1926, Peter se muestra un tanto m¨¢s oscuro, Wendy es adulta y los Chicos Perdidos han crecido (pero de pronto comienzan, nost¨¢lgicos, a recordar aquel tiempo a recobrar). Lo m¨¢s importante, claro, sigue pasando por el eterno duelo entre el orden castrador (Hook) y el gozo an¨¢rquico (Peter) donde se dirime el destino del Pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s. Hay varios aciertos pero -suele suceder en la recreaci¨®n de todo cl¨¢sico- se tiene la impresi¨®n de que ¨¦stos ya estaban, latentes, subliminales, en la invulnerable ra¨ªz de estas nuevas ramas. En resumen: Peter Pan de rojo escarlata es una buena y lograda segunda parte que por momentos invoca con pericia la prosa un tanto l¨ªrica y bizarra de Barrie. Otra cosa -m¨¢s all¨¢ de motivos econ¨®micos- es que hiciera falta escribirla. El final, por supuesto, abre la ventana a aventuras por venir.
Barrie asent¨® en sus diarios la siguiente maldici¨®n: "Dios fulmine a todo aquel que escriba mi biograf¨ªa". El motivo para semejante furia pudo ser el odio a los intrusos o el que a Barrie no le gustara el que las vidas -a diferencia de los cuentos de hadas- tuvieran finales inapelables y, por tanto, tristes. Aunque juguete¨® con la idea de escribir una segunda parte, nada malo augur¨® Barrie a los que se metieran con su obra. Pero tal vez, para ¨¦l ficci¨®n y no-ficci¨®n fueran partes inseparables de una buena historia, de un relato para ni?os que no quieren madurar y para adultos inmaduros que se resisten a una vida cada vez m¨¢s peque?a. A diferencia de otro joven complejo -aquel pr¨ªncipe dinamarqu¨¦s interrog¨¢ndose en cuanto al ser o no ser- en Peter Pan de rojo escarlata vuelve a no quedar duda alguna y lo que sobra es la certeza. Si la cuesti¨®n pasa por crecer o no crecer; entonces ya saben lo que eligi¨® -y lo que nos sigue ordenando elegir- Peter Pan.
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