Enga?o y persuasi¨®n
Hace unos a?os, enfrentada a la palmaria evidencia de que las pel¨ªculas producidas en el Hollywood cl¨¢sico respond¨ªan invariablemente al mismo patr¨®n (mis¨®ginas, con un punto de vista predominantemente blanco y masculino, con figuras y arquetipos de mujer modeladas seg¨²n los m¨¢s arcaicos lugares comunes del machismo militante), y poco m¨¢s, las analistas cinematogr¨¢ficas se dieron cuenta de que ese discurso productivo deb¨ªa cambiar ligeramente de ¨®ptica. Y lo hicieron hasta encontrar lo que podemos denominar itinerarios de transgresi¨®n: no es importante c¨®mo acaban las historias, suger¨ªan, sino lo que inducen los comportamientos "desviados" de algunos personajes, que se convierten en pautas de conducta para p¨²blicos avisados. Poco importa, a la postre, que el final de una pel¨ªcula penalice a su protagonista, sino lo que la espectadora / el espectador haya aprendido de su manera de ir por su propia vida.
EL DIABLO VISTE DE PRADA
Direcci¨®n: David Frankel. Int¨¦rpretes: Meryl Streep, Anne Hathaway, Emily Blunt, Stanley Tucci, Rich Sommer. G¨¦nero: comedia dram¨¢tica, EE UU, 2006. Duraci¨®n: 109 minutos.
Viene todo esto a cuento de esta aviesa El diablo viste de Prada, una pel¨ªcula en la que se propone un personaje sencillamente horroroso, Miranda (Streep), la editora jefe de una influyente revista de modas que es un calco de un personaje real (Anna Wintour, todopoderosa editora de Vogue, a quien la autora de la novela en que se basa el filme, Lauren Weisberger, sirvi¨® como ayudante, en un calco de lo que explica la trama de la pel¨ªcula). Desp¨®tica, ferozmente defensora de su papel como creadora de moda e inductora de consumos masivos, Miranda se comporta con sus asistentes punto menos que como un capataz de plantaci¨®n con sus esclavos negros.
Es la suya una personalidad siniestra, no ya inhumana, sino fuera de cualquier c¨®digo moral compartible: su poder es total, la manera en que maneja a sus m¨¢s fieles servidores se antoja caprichosa, su fortuna deja literalmente alelado a quien pueda asomarse a contemplarla; su manera de ejercer el poder resulta abrumadora. Toda la pel¨ªcula se juega en el terreno de encuentro entre ese personaje y su asistente (Anne Hathaway), cuyo punto de vista es el que la narraci¨®n privilegia. Periodista competente, alejada del consumo de moda (y por ende, objeto de constantes puyas en su trabajo), la asistente va cuajando sobre Miranda una mirada en la que se mezcla la admiraci¨®n con el repudio, la valoraci¨®n de su depredadora inteligencia con un deseo cada vez m¨¢s ferviente de hacer las cosas bien, de agradar al monstruo: en este sentido, su itinerario es el de alguien que termina rendido ante el mal, la experiencia que su personaje transmite no es otra que la de quien se pliega a los m¨¢s caprichosos deseos de quien la explota, s¨®lo por el placer de superar los obst¨¢culos.
El filme act¨²a as¨ª estrictamente al contrario de lo que parece proponer: como un desembozado canto a la moda y sus rituales (est¨¢n de parabienes, y es uno de los ganchos de la funci¨®n, los amantes de los desfiles y de lo ¨²ltimo en ropa), a la obediencia ciega y a la superaci¨®n de obst¨¢culos, al despotismo ilustrado. Y lo de menos, como ocurr¨ªa con el cine cl¨¢sico americano, es c¨®mo termina el cuento, aqu¨ª con una soluci¨®n postiza y falsa que pretende diluir, en un par de planos, toda la poderosa carga ideol¨®gica que la pel¨ªcula ha movilizado hasta entonces. Lo que importa es lo que hemos ido viendo, el cambio paulatino de una persona que se va dejando jirones de su independencia en pos de la consecuci¨®n de los objetivos de otra. De ah¨ª tambi¨¦n su eficacia: porque, como sabemos desde hace mucho, los personajes malignos, y m¨¢s si est¨¢n encarnados por una actriz prodigiosa (Meryl Streep est¨¢ sencillamente de Oscar), resultan siempre mucho m¨¢s atractivos que una supuesta hero¨ªna buena, inteligente y disciplinada, el ejemplo contempor¨¢neo de la aplicada, adorable vecinita de al lado.
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