El poder de la belleza
Si la pregunta es por qu¨¦ la est¨¦tica -una disciplina a todas luces menor, tanto por el car¨¢cter suntuario de sus objetos como por el modo inferior de su conocimiento, incapaz de las certezas met¨®dicamente contrastables de la ciencia te¨®rica o de la universalidad de la raz¨®n pr¨¢ctica- se ha convertido en una especie de indiscutible "reina" (algo deshonrada, eso s¨ª, por su confusi¨®n con la peluquer¨ªa y la cosm¨¦tica) con respecto al resto de las materias filos¨®ficas que anta?o la tuvieron por esclava y auxiliar y que hoy yacen en el arroyo del desprestigio, el olvido o el arca¨ªsmo cultivado ¨²nicamente por eruditos cada vez m¨¢s desmundanizados, rancios y at¨¢vicos (como la metaf¨ªsica, la l¨®gica, la epistemolog¨ªa o la ¨¦tica); si la pregunta es por qu¨¦ ella, entre todas sus antiguas due?as o competidoras, conserva intacta en exclusiva su vigencia social, su presencia constante en la discusi¨®n p¨²blica, su capacidad de captar para sus investigaciones fondos estatales y privados cuantitativamente significativos, su posici¨®n de privilegio en los debates de actualidad y la fidelidad de una audiencia que una y otra vez la demanda y reclama como necesaria y a¨²n imprescindible; si la pregunta es, sobre todo, por qu¨¦ todas las cuestiones que hace s¨®lo veinte a?os nos parec¨ªan inexcusablemente pol¨ªticas, implicadas en decisiones colectivas que atravesaban las luchas sociales y los conflictos locales y mundiales, por qu¨¦ todas las cuestiones en las que sent¨ªamos vibrar con su grave latido el pulso de la historia y el peso de la econom¨ªa pol¨ªtica se han ido desplazando paulatinamente desde el terreno del entendimiento hacia el de la sensibilidad, desde el terreno de la discusi¨®n hacia el del gusto inapelable y sordo, entonces, la respuesta de Terry Eagleton es que la est¨¦tica se ha convertido en la ideolog¨ªa de una ¨¦poca que presume de no tener ninguna, en el sustituto de la pol¨ªtica para unas sociedades desencantadas de la pol¨ªtica y que aspiran a poder pasar sin ella, en "el ¨²ltimo basti¨®n" en el que se refugia la ilusi¨®n de una dominaci¨®n que, siendo m¨¢s completa y asfixiante que nunca, tiene la misma necesidad que siempre de ocultarse a s¨ª misma y a los dem¨¢s su car¨¢cter de dominaci¨®n.
LA EST?TICA COMO IDEOLOG?A
Terry Eagleton
Presentaci¨®n de Ram¨®n del Castillo y Germ¨¢n Cano
Traducci¨®n de Germ¨¢n y Jorge Cano
Trotta. Madrid, 2006
514 p¨¢ginas. 28,50 euros
Pero Eagleton no se confor
ma con este diagn¨®stico, compartido por otros cr¨ªticos culturales de tradici¨®n marxista que militan en su misma ¨®rbita, sino que va a los or¨ªgenes de esta disciplina en la modernidad -Kant, Schiller, Hegel-, no solamente para trazar su genealog¨ªa, sino sobre todo para intentar comprender la posibilidad de que esto haya acabado siendo as¨ª. Y en este recorrido retrospectivo que comienza con Baumgarten y acaba en el posmodernismo, no tiene m¨¢s remedio que descubrir la quintaesencia de la fascinaci¨®n que la est¨¦tica ha producido sobre la sociedad moderna a trav¨¦s de algunas de sus grandes cabezas (Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Freud, Heidegger, Adorno o Benjamin), y que consiste en esto: la raz¨®n ilustrada encarg¨® al arte, en el sentido m¨¢s lato del t¨¦rmino, la labor de guardar el secreto de la imaginaci¨®n humana, cuyos mecanismos pasan inadvertidos a la conciencia, pero que implica una ambivalencia radical: contiene la fuente de la esperanza social de un progreso moral de la humanidad, es decir, de una conciliaci¨®n entre las leyes de la naturaleza reflejadas en la t¨¦cnica y las aspiraciones de la libertad reflejadas en la moralidad; pero tambi¨¦n es la ra¨ªz de todos los intentos de justificaci¨®n de las atrocidades de la historia precisamente en aras de un supuesto progreso cuya exigencia de sacrificios es insaciable, o de una "satisfacci¨®n est¨¦tica" que no parece menos temible, pues en ella la belleza no es ya m¨¢s que el imp¨²dico velo del horror. Claro est¨¢ que, a medida que su recorrido avanza hacia el presente, Eagleton tiene que arrostrar el hecho irrevocable de que la tradici¨®n izquierdista de la cr¨ªtica de la cultura, a la que ¨¦l mismo pertenece, tambi¨¦n ha desempe?ado alg¨²n papel en esta "estetizaci¨®n de la pol¨ªtica" (o "despolitizaci¨®n de la est¨¦tica") que ¨¦l denuncia, y ha pesado con cierta fuerza en la "desviaci¨®n ideol¨®gica" de la est¨¦tica en la posmodernidad. Aprovechando el "equ¨ªvoco natal" de esta polifac¨¦tica disciplina (el ser al mismo tiempo "teor¨ªa de la sensibilidad" y "teor¨ªa del arte"), nuestro autor se las arregla para reclamar los derechos de una "est¨¦tica materialista" que, en realidad, es una ¨¦tica que reivindica el valor de la corporeidad, y logra -en uno de sus gestos m¨¢s originales- incluir a Marx en la lista de los investigadores de lo sublime (lo cual, de paso, desdibuja en su texto la ya de por s¨ª ambigua figura de Nietzsche). Y aunque ello no le libra del defecto de que su ensayo, sin dejar de ser una de las aportaciones m¨¢s interesantes aparecidas en los ¨²ltimos tiempos, permanece mudo ante la problem¨¢tica utilizaci¨®n del concepto mismo de "ideolog¨ªa" en el cual se sustenta, le permite terminar sus p¨¢ginas con una recomendaci¨®n "neomarxista" de repolitizaci¨®n de la est¨¦tica para cr¨ªticos de izquierda demasiado exquisitos: "Hoy en d¨ªa hay alguna gente que parece creer que en torno al a?o 1970 nos dimos cuenta de pronto de que todos los viejos discursos acerca de la raz¨®n, la verdad, la libertad y la subjetividad estaban agotados, y que desde entonces nos pod¨ªamos desplazar, entusiasmados, hacia otra cosa. Pero toda pol¨ªtica que no se tome con toda la seriedad posible estos temas no tendr¨¢ la inteligencia ni la flexibilidad suficientes para plantar cara a la arrogancia del poder".
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