El viaje al interior
En torno a Klimt, a la arquitectura de Wagner, Loos, Olbrich, al arte aplicado de Hoffman, Moser, se desarrolla la aventura art¨ªstica de la Viena de hace 100 a?os. Klimt es una especie de resumen de todo y todos ellos. Y en ¨¦l act¨²an las fuerzas profundas del fin de un mundo y las del inicio inseguro de otros. Ah¨ª est¨¢ su fuerza mod¨¦lica tambi¨¦n para hoy d¨ªa, m¨¢s o menos en esas circunstancias.
La existencia humana se hab¨ªa complicado, se hab¨ªa hecho insegura en la Viena de fin de siglo. Ya no se encontraban principios para sus relaciones perturbadas con el mundo. Klimt, como los dos pintores que conforman con ¨¦l la trinidad vienesa de la ¨¦poca y que siguen caminos menos decorativos, Kokoschka y Schiele, coinciden en expresar una misma experiencia: la de la disociaci¨®n entre ser humano y mundo. No fue s¨®lo Freud quien se ocup¨® de describir la realidad interior del ser humano. Coinciden muchos con ¨¦l en una reacci¨®n expresionista al impresionismo naturalista que dominaba, en una tendencia a la introversi¨®n y al cultivo del alma, en un culto a la neurosis y a la enfermedad. El viaje al interior.
Su camino vital tambi¨¦n es hist¨®ricamente mod¨¦lico. Comienza dentro de la ret¨®rica oficial, neocl¨¢sica, pomposa, la de los nuevos ricos del Rin. Pasa por una fase de oscuros expresionismos simb¨®licos e ideol¨®gicos, horrendos, ir¨®nicos, piedra de esc¨¢ndalo, emergencias de una sensibilidad exacerbada y de su tormentoso camino al interior. El friso de Beethoven o las figuras planeadas y rechazadas para el Aula Magna de la Universidad de Viena son (por los bocetos y descripciones que quedan de ellas) buena muestra de ello. Y acaba, los 10 ¨²ltimos a?os de su vida, en armon¨ªa con una nueva generaci¨®n de la burgues¨ªa que se retira a lo est¨¦tico en su loco e inconsciente camino hacia delante, al borde del abismo que se avecinada: el finis Austriae. Es el Klimt bizantino, que ha quedado como mod¨¦lico. Es la vuelta del hijo del orfebre, del estudiante en la Escuela de Artes y Oficios, que con sus superficies arquitect¨®nicas doradas y mosaicos, incorporadas a la figura humana, crean una atm¨®sfera irreal, serenadora, en que la pasi¨®n y la tragedia parecen escapar de este mundo. Como sus paisajes sin figura humana, de un tono sereno, id¨ªlico, que se complace morosamente en el an¨¢lisis de las superficies de color, como un ejercicio de meditaci¨®n y espera. Como una refinada sublimaci¨®n de su azarosa vida, del calvario interior vivido y del que quedaba por vivir a su patria y con ella a todo el mundo de entonces en lo que Kraus llam¨® los ¨²ltimos d¨ªas de la humanidad.
Isidoro Reguera es profesor de Filosof¨ªa y traductor de Wittgenstein.
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