'Dioses, tumbas y sabios'
C. W. Ceram, autor del libro cuyo t¨ªtulo encabeza estas l¨ªneas, ha llevado a sus numerosos lectores por los fascinantes laberintos de la historia. Se ha dicho, acertadamente, que reconstruye el pasado en clave de trama polic¨ªaca.
Vivimos una actualidad convulsa. No creo a los que afirman que si ignoramos el pasado estamos abocados a repetirlo. M¨¢s bien careceremos de las claves necesarias para enfrentarnos a una realidad que nunca pudieron imaginar los personajes que vivieron intensamente ¨¦pocas no menos turbulentas.
Los dioses siguen sin materializarse porque perder¨ªan su esencia divina, las tumbas que no han sido objeto de la rapi?a arqueol¨®gica, permanecen en los lugares que eligieron sus ocupantes y los sabios tienen la permanente tarea de transmitir sus experiencias y su sabidur¨ªa a todos los que vivimos en su entorno.
La reciente intervenci¨®n, en la antigua Ratisbona, de Benedicto XVI, un cardenal de profunda formaci¨®n filos¨®fica, elevado a la categor¨ªa de Sumo Pont¨ªfice de la Iglesia cat¨®lica, Apost¨®lica y Romana ha provocado reacciones violentas entre los actuales profetas del islam.
La ciudad elegida ha tenido un papel relevante en la historia de la religi¨®n cat¨®lica. La Iglesia viv¨ªa unos momentos confusos en los que se cuestionaban los dogmas oficiales, sembrando, al mismo tiempo, la alarma en los poderes terrenales. La Dieta de Ratisbona celebrada en 1545, pr¨¢cticamente coet¨¢nea con el Concilio de Trento, abre un apasionado debate entre el luteranismo incipiente y las verdades establecidas. Despu¨¦s de un largo per¨ªodo de confrontaci¨®n, las tensiones parecen terminarse con la paz de Augsburgo en 1555.
La historia sigue y el debate reaparece en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona. Si alguien deb¨ªa sentirse afectado por el acad¨¦mico discurso del Papa ser¨ªamos los laicos que postulamos la superioridad de la raz¨®n y de la dignidad humana sobre una "teolog¨ªa anclada en la fe b¨ªblica". Advierte a ¨¦ste parte del mundo que se denomina occidental del peligro que supone aferrarse a una racionalidad de la que "s¨®lo puede experimentar un gran da?o".
No obstante las discrepancias que se puedan mantener dentro de un debate profundo y racionalizado como pide el Pont¨ªfice hay que reconocer que introduce una cuesti¨®n que afecta a los choques, di¨¢logos o alianzas de civilizaciones.
No s¨¦ que me produce m¨¢s rechazo. Si ver al presidente de una naci¨®n, culta, democr¨¢tica y desarrollada como los Estados Unidos de Norteam¨¦rica llevarse la mano al coraz¨®n e impetrar la ayuda de Dios para que salve exclusivamente a sus ciudadanos, o un l¨ªder como Al¨ª Jamenei saliendo al paso de una conferencia del papa Benedicto XVI con el fervor de un iluminado que anuncia la destrucci¨®n de todo aquel que no comulgue con la lectura que algunos han realizado de los libros sagrados del Cor¨¢n.
No se puede afrontar el debate sin situar a su protagonista, el cardenal Joseph Ratzinger, en el entorno en que ¨¦l ha desarrollado su actividad universitaria.
He le¨ªdo algunos de sus textos como la Introducci¨®n al Cristianismo, pero desde hace tiempo me impact¨® la lectura de su discurso de recepci¨®n como doctor honoris causa por la Universidad de Navarra. En un ¨¢mbito, tambi¨¦n esta vez universitario, de profundas tradiciones religiosas, pocas personas habr¨ªan tenido el valor de plantearse, como pre¨¢mbulo de su intervenci¨®n, si la fe era compatible con la raz¨®n. Para m¨ª, es suficiente esta proposici¨®n dial¨¦ctica, aunque a continuaci¨®n despeje las dudas y se decante por su absoluta compatibilidad e inescindible relaci¨®n.
Hoy d¨ªa sus compa?eros de debate no son personas que, ocasionalmente como yo, invadan audazmente el campo de la filosof¨ªa teol¨®gica. Habermas y Kung nos han dado testimonio de su profundidad teol¨®gica y de su impecable formaci¨®n filos¨®fica.
No s¨¦ si la sotana y la tiara de un Papa pueden acomodarse a una cabeza tan rigurosamente cient¨ªfica, lo que ser¨ªa lamentable, o si, por el contrario, ha llegado el momento de sustituir la propaganda de la fe por el raciocinio y por la implantaci¨®n de los valores evang¨¦licos. Muchos cat¨®licos est¨¢n dispuestos a defenderlos por encima de dogmas, dioses y tumbas que nada aportaron al desarrollo profundo de la racionalidad y dignidad del ser humano.
Por supuesto que todos defendemos la libertad de expresi¨®n, pero el discurso de la antigua y medieval Ratisbona merece una detenida reflexi¨®n.
Se trata de un texto le¨ªdo ante un auditorio de estudiosos de la filosof¨ªa, por lo que s¨®lo debe extraerse su contenido m¨¢s acad¨¦mico que teol¨®gico. Por ello estimo que sobraba la referencia hist¨®rico-erudita a Manuel el Pale¨®logo y que se podr¨ªan haber encontrado citas m¨¢s ajustadas no s¨®lo a la historia sino al presente.
En todo caso, el mundo musulm¨¢n no puede utilizar un debate sobre la fe, la religi¨®n y la raz¨®n para desatar las iras de unas masas sometidas a sus propios dictados y, al mismo tiempo, masacradas por un mundo occidental que, en su mayor¨ªa, no se identifica con los dogmas de los apost¨®licos romanos.
Se puede aplicar a la religi¨®n una cita de Goethe que preludia el libro de Ceram: El arte y la ciencia como todos los sublimes bienes del esp¨ªritu pertenecen al mundo entero. Los responsables de predicar el Cor¨¢n tienen la obligaci¨®n moral de rechazar, en¨¦rgica e indubitadamente, cualquier justificaci¨®n de la violencia, frente a los que consideran paganos e infieles por no practicar sus mandatos.
Los tiempos y los peligros potenciales que encierran el mundo en que vivimos no pueden ser azuzados por guardianes de la fe de signo distinto. En el debate de las tesis antag¨®nicas sobran los anatemas, tan queridos por la Iglesia cat¨®lica tradicional y por los imanes de la fe.
Nadie podr¨¢ acusar al Papa de haber utilizado un lenguaje incendiario o intolerante. Quiz¨¢ debi¨® medir el tiempo en que se estaba pronunciando. El islam y sus representantes en la tierra no pueden, de forma intransigente y violenta, rebatir argumentos teol¨®gicos y de paso dar motivos a los halcones para reforzar sus pol¨ªticas, que estaban retrocediendo ante la opini¨®n p¨²blica.
Dejemos que los dioses habiten en el Olimpo que las tumbas no sean profanadas y demos una oportunidad la ¨²nica salida posible que pasa por fomentar el enriquecedor debate de los sabios.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado em¨¦rito del Tribunal Supremo.
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