Dos musicales disolventes
La mosca del vinagre se nos parece. Centenares de cient¨ªficos la interrogan desde hace un siglo para saber m¨¢s de nosotros. Estudian su memoria y su aprendizaje, desactivan sus genes o le a?aden otros, crean mutaciones peludas y calvas, descabezadas, con patas en la boca y ojos en las alas... Le hacen perrer¨ªas mil. Los protagonistas de Die Fruchtfliege (La mosca del vinagre), uno de los dos musicales de Christoph Marthaler que estrena el Festival de Oto?o, son gente de bata blanca. Cultivan moscas en botellas de leche, pero ellos mismos parecen insectos en el laboratorio: hablan agitando sus brazos mec¨¢nicamente, se colocan ojos de d¨ªptero, zumban y aletean. Est¨¢n moscas: sufren sus propios experimentos. Marthaler se r¨ªe con ellos y nos hace re¨ªr mientras discurre sobre la filogenia de los celos y del amor. Entre parrafadas, los investigadores cantan un lied o a coro, intentan acoplarse sexualmente sin ¨¦xito, patean como moscardones, acompa?ados por el brioso pianista Stefan Wirth. Los siete int¨¦rpretes de la Volksb¨¹hne berlinesa, donde Marthaler dirige peri¨®dicamente, son actores, cantantes y un poco clowns. Tienen la escuela de la antigua Alemania del Este, el saber estar de los viejos schauspieler y de las figuras del cabar¨¦ literario. Llenan la escena sin aspavientos. Alguno estaba en Los diez mandamientos, espect¨¢culo de Marthaler y la Volksb¨¹hne que ofreci¨® el Festival de Oto?o hace dos a?os.
Una observaci¨®n pertinente: el festival ha traducido Die Fruchtfliege, como La mosca de la fruta, literalmente, cuando el espect¨¢culo se refiere a la drosophila, es decir, a nuestra mosca del vinagre. En castellano llamamos mosca de la fruta a otra especie: la ceratitis capitata.
Winch Only, el otro musical del director suizo, producido por el Kunsten Festival des Arts, est¨¢ inspirado en la ¨®pera La coronaci¨®n de Popea, de Monteverdi. Anna Viebrock, su escen¨®grafa, ha puesto en escena el interior de una casa de dos plantas, donde la familia se aburre mortalmente. El padre, hundido en su sill¨®n frente a la chimenea, escucha las escalas interminables de uno de sus hijos al piano. El otro, clavado en una baldosa, lo estrangular¨ªa si pudiera. La madre mira complacida desde la baranda del piso de arriba. La hermana intelectual y la descocada completan el cuadro. Son gente de ahora y, al mismo tiempo, Ner¨®n, S¨¦neca, Octavia, Ot¨®n, Drusila y Popea, enredados en una historia de sexo y poder. Demonios cantando como ¨¢ngeles. Bordan un lied de Schubert y una coral de Bach, a Wagner, Massenet y Saint-Sa?ns, a capella o al piano, y gastan un humor a lo Deschamps. Marthaler (Z¨²rich, 1951) disloca el espect¨¢culo. La casa dise?ada por Viebrock es simult¨¢neamente el Palacio de Justicia de Bruselas y un lugar junto a la v¨ªa del tren. Sus habitantes desfilan por el banquillo, se acusan y defienden, interrumpidos de vez en cuando por el paso de un expreso.
Die Fruchtfliege. Madrid. Teatro de La Zarzuela. 17 y 18 de octubre. Winch Only. Teatro Valle-Incl¨¢n. Del 7 al 9 de noviembre.
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