Entre el miedo y la impunidad
Durante la represi¨®n de la posguerra miles de intelectuales s¨®lo pudieron emprender tres caminos: el de los paredones de fusilamiento, el de los barrotes de la c¨¢rcel o el del viaje hacia el exilio. Por ello, algunos que se han ocupado en su obra de la historia reciente de Espa?a, como el cineasta Jaime Ch¨¢varri (Madrid, 1943), comenta con sorna y lucidez que "en realidad el franquismo cont¨® con el apoyo de pocos intelectuales". A juicio del director de El desencanto o Las bicicletas son para el verano, dos de las pel¨ªculas m¨¢s relevantes de la transici¨®n, "es cierto que aquellos que colaboraron con la dictadura nunca se arrepintieron ni pidieron disculpas ni nadie les exigi¨® cuentas por su conducta". "Ahora bien", a?ade, "haber evolucionado en la dictadura a posiciones dem¨®craticas como hizo Dionisio Ridruejo, el ejemplo m¨¢s conocido, ya representaba un signo de arrepentimiento. De todos modos, el miedo fue lo que m¨¢s defini¨® el franquismo y las disidencias intelectuales se pod¨ªan pagar caras".
Hace unos d¨ªas en las p¨¢ginas de este peri¨®dico el escritor gallego Suso de Toro (Santiago, 1956) afirmaba con rotundidad en una tribuna de opini¨®n: "Pero no ha habido en Espa?a un solo caso de autocr¨ªtica verdadera. Ni de arrepentimiento. Y, si aceptamos que el golpe militar y el franquismo fueron un error hist¨®rico terrible, deber¨ªamos esperar alg¨²n gesto como el de Grass. Pero ning¨²n franquista se ha arrepentido, no. Ni siquiera Dionisio Ridruejo fue capaz de asumir la culpa, indudable en su caso". Es cierto que algunos intelectuales se desmarcaron del franquismo, pero fueron muy pocos en una lista que quiz¨¢ podr¨ªa reducirse a Ridruejo y La¨ªn Entralgo. Otros se mantuvieron siempre fieles a su pasado como Pem¨¢n o Luca de Tena. Tambi¨¦n los hubo que transitaron por la democracia sin que apenas se recordara su pasado de servicios a la dictadura, como los casos de Camilo Jos¨¦ Cela o de Gonzalo Torrente Ballester.
"Hubo de todo", opina el periodista Pedro Altares (Madrid, 1935), que fuera director de Cuadernos para el Di¨¢logo, una de las revistas que m¨¢s favoreci¨® la reconciliaci¨®n democr¨¢tica en los a?os sesenta y setenta y que mejor reflej¨® aquella ¨¦poca. "No obstante", prosigue Altares, "cabr¨ªa subrayar que en la transici¨®n y m¨¢s tarde en la democracia nadie ha pedido cuentas a los colaboracionistas y eso que fue algo positivo, tres d¨¦cadas despu¨¦s de la muerte del dictador, ha provocado que los franquistas se hayan crecido e intenten reescribir la historia a su antojo y en su beneficio. Ahora parece como si nunca hubiera existido un golpe militar contra un Gobierno legal y leg¨ªtimo en 1936 o como si la represi¨®n no se hubiera prolongado hasta la ejecuci¨®n de Salvador Puig Antich en 1974 o hasta las sentencias de muerte del oto?o de 1975".
Son muchos los que, como Altares o De Toro, creen que hubo un exceso de impunidad en la restauraci¨®n democr¨¢tica hasta el punto de que parec¨ªa un toque de mal gusto o de revanchismo fuera de lugar recordar que Cela, m¨¢s tarde Premio Nobel, fue censor durante la posguerra o que Torrente Ballester ejerci¨® como entusiasta falangista y como ide¨®logo de la dictadura. "La verdad", resume Altares, "apunta a que los antifranquistas renunciamos a muchas cosas por aquello del miedo a hurgar en el pasado o a rescatar el odio".
El escritor Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949), que ha utilizado con frecuencia en su narrativa los conflictos con el pasado, como en la novela Los viejos amigos, llega m¨¢s lejos en sus opiniones cuando sostiene: "La transici¨®n convirti¨® en h¨¦roes a colaboradores de la dictadura. No podemos olvidar que Cela fue nombrado senador y que Torrente Ballester fue elogiado una y otra vez". Chirbes se alinea claramente entre aquellos intelectuales que piensan que la restauraci¨®n democr¨¢tica signific¨® un pacto por el olvido que incluy¨® por supuesto que no se pidieran responsabilidades como ocurri¨® a la salida de las dictaduras en Argentina o en Chile. "El gran acuerdo de la transici¨®n", se?ala Chirbes, "pas¨® por no remover el pasado".
Junto al miedo, la impunidad aparece como la sensaci¨®n m¨¢s citada al analizar el papel de la cultura bajo la dictadura. De cualquier modo, la largu¨ªsima duraci¨®n del r¨¦gimen de Franco -que se mantuvo 39 a?os en el poder frente a los 12 de Hitler en Alemania o a los 23 de Mussolini en Italia- difumin¨® el papel jugado por profesores, escritores, abogados o periodistas que apoyaron el sistema autoritario. Despu¨¦s, cuando lleg¨® el momento de redactar la Constituci¨®n de 1978, las generaciones que hab¨ªan protagonizado la guerra eran ancianas y los j¨®venes que dirigieron la transici¨®n, con Adolfo Su¨¢rez y Felipe Gonz¨¢lez a la cabeza, eran partidarios de hacer tabla rasa del pasado. Y el miedo a que saliera mal la transici¨®n, a que se frustara el pacto,propici¨® la impunidad.
El soci¨®logo Enrique Gil Calvo (Huesca, 1946), que ha estudiado diversas facetas de la sociedad espa?ola en sus libros, parte de una fecha muy anterior a 1975 para explicar la ausencia de catarsis en la intelectualidad espa?ola. "Cuando termina la Segunda Guerra Mundial", comenta este profesor de la Aut¨®noma de Madrid, "los dem¨®cratas ganan en Alemania, en Francia o en Italia, se celebra el juicio de N¨²remberg o se procede a depuraciones. Por el contrario, los fascistas espa?oles se permiten el lujo de ir con la cabeza bien alta y s¨®lo se ven obligados a dejar de presumir de las barbaridades que han cometido. Es decir, se convierte en una verdad privada la identidad de los fusiladores o los colaboracionistas, pero nunca se comenta ni reconoce en p¨²blico. Es la doble moral t¨ªpica de este pa¨ªs. Cuando llega la transici¨®n, se produce un pacto que yo creo que era contra natura que decreta una amnesia colectiva, un olvido hist¨®rico. Como consecuencia de esta doble moral los intelectuales que hab¨ªan apoyado a Franco deciden guardar silencio sobre sus responsabilidades con la dictadura a cambio de convertirse en dem¨®cratas".
En opini¨®n de Gil Calvo, esta filosof¨ªa de la doble moral es muy caracter¨ªstica de pa¨ªses cat¨®licos como Espa?a o Italia y por ello no caben esos gestos morales de reconocimiento p¨²blico de culpa como el del escritor alem¨¢n y premio Nobel, G¨¹nter Grass. Incluso algunos historiadores apuntan a que una buena parte de la sociedad espa?ola fue c¨®mplice del franquismo, aquella famosa mayor¨ªa silenciosa de la que se hablaba a principios de los setenta. Sea como sea, la forma en que se asimila el pasado determina la forma de vivir el presente y de encarar el futuro. En esa l¨ªnea, Suso de Toro escrib¨ªa en el art¨ªculo citado, Una raci¨®n de cebollas, en alusi¨®n al t¨ªtulo del libro de Grass: "Pero ¨¦ste es un pa¨ªs sin culpa, nadie la ha reconocido. Quiz¨¢ debi¨¦ramos hacerlo todos, porque cada generaci¨®n ejerce un magisterio sobre las que le siguen y si estuvimos equivocados, o as¨ª lo creemos ahora, deber¨ªamos decirlo".
De cualquier manera, lo que parece indiscutible es que este pa¨ªs se pelea continuamente por los fantasmas de un pasado turbulento, complejo y, desgraciadamente, poco estudiado.
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