El banquero de los pobres
Esta historia comenz¨® hace 30 a?os. Un banco, dos empleados y un visionario subversivo. Muhammad Yunus invent¨® los microcr¨¦ditos, pr¨¦stamos sin aval para desfavorecidos. El sistema que ha sacado de la miseria a millones de personas e invita a so?ar con el fin de la pobreza
Si alguien comienza un discurso predicando la "firme, profunda, apasionada" convicci¨®n de que "podemos
crear un mundo libre de pobreza", como hace invariablemente Muhammad Yunus, podemos admirar la intenci¨®n pero dudar del hombre. Si entonces nos enteramos de que es catedr¨¢tico de Econom¨ªa, es posible que le escuchemos con un poco m¨¢s de atenci¨®n, pero nos esforzar¨ªamos para eliminar la sospecha de que es un exc¨¦ntrico bienintencionado, un quijote musulm¨¢n.
Hasta que uno descubre que el orador es uno de los capitalistas m¨¢s triunfadores del mundo, un hombre de negocios que hace 30 a?os puso en marcha un banco con tres empleados, incluido ¨¦l; que hoy da trabajo a 20.000 personas, y que ha creado otras 18 empresas, entre ellas, la mayor red de tel¨¦fonos m¨®viles del sur de Asia. Entonces, uno empieza a pensar que sus teor¨ªas ut¨®picas quiz¨¢ tengan una credibilidad ganada a pulso, que tal vez la visi¨®n de este so?ador tenga su l¨®gica. Ante todo, porque el tipo de capitalismo al que ha dedicado su vida no tiene como misi¨®n principal obtener beneficios, sino ayudar a los desdichados de la tierra.
Muhammad Yunus es a la pobreza lo que Bill Gates al software. Salvo que Yunus ha alcanzado objetivos inimaginables, en un ciclo irreprimible de crecimiento exponencial, en un entorno empresarial infinitamente m¨¢s duro que el de la frondosa Seattle. Una de las razones que permiten creer que tal vez haya encontrado la f¨®rmula para acabar con la maldici¨®n m¨¢s antigua de la humanidad, para abordar la situaci¨®n de mil millones de personas que carecen de las necesidades b¨¢sicas para vivir, es que ha conseguido que funcione en las circunstancias m¨¢s extremas. El laboratorio en el que lleva a cabo su experimento es Bangladesh, un pa¨ªs que tiene el tama?o de Andaluc¨ªa y una poblaci¨®n de 145 millones de habitantes, la mayor¨ªa de los cuales vive en una pobreza profunda. Pero Yunus, que naci¨® en Bangladesh en 1940, cuando su pa¨ªs segu¨ªa siendo parte de India y todav¨ªa estaba bajo dominio brit¨¢nico, se ha planteado un desaf¨ªo incluso mayor. Como un trapecista de circo que dijera al p¨²blico "si pensaban que lo anterior era peligroso, f¨ªjense en esto", ha escogido como objeto de su experimento a las personas m¨¢s pobres entre los pobres de Bangladesh, el grupo m¨¢s sometido y con m¨¢s limitaciones mentales y materiales en este pa¨ªs de abrumadora mayor¨ªa musulmana: las mujeres.
"Era una locura", dice sonriendo Nurjahan Begum al recordar los comienzos de Grameen Bank y la primera "oficina" en la que trabaj¨®: un cobertizo con tejado de chapa de zinc, una mesa, una silla, dos bancos, y sin luz ni tel¨¦fono. Nurjahan es una de las dos estudiantes de Econ¨®micas que en 1976 ayudaron al profesor Yunus a poner en marcha el proyecto. Su cometido —a pesar de la oposici¨®n de sus padres, que quer¨ªan que permaneciera encerrada en casa esperando a que le escogieran un marido— consisti¨® en hacer el trabajo de campo preliminar, reunir datos que permitieran ver si era factible construir un banco especializado en pr¨¦stamos para mujeres muy pobres. "?Una absoluta locura!", repite, y se r¨ªe, mientras menea la cabeza, asombrada del insensato idealismo de su juventud.
Es una mujer menuda de rostro ama-
ble e inteligente, que lleva gafas redondas y un sari azul celeste, sentada detr¨¢s de una mesa desde donde controla sus dominios. Nos encontramos en el octavo piso de la sede central de Grameen Bank, un edificio de 21 pisos que, en el contexto de la capital banglades¨ª, Dhaka, es como el Empire State Building. Nurjahan, que lleva la cabeza cubierta, es una de los tres administradores generales del banco, responsable del programa de formaci¨®n e internacional, y directora general de un programa de becas para ni?os que se cre¨® hace tres a?os llamado Grameen Shikkha. Nurjahan me cuenta que la ¨²ltima vez que la reina Sof¨ªa estuvo en Bangladesh le dio 30.000 euros para el programa Shikkha. La reina de Espa?a, cuya foto tiene en la pared Nurjahan, ha estado en Bangladesh apoyando los proyectos de Grameen tres veces en la ¨²ltima d¨¦cada. "El dinero que nos dio servir¨¢ para financiar 60 becas universitarias y 50 para ni?os de edad escolar".
A pesar del calor y la humedad asfixiantes de Dhaka, el despacho de la declarada fan n¨²mero uno bengal¨ª de la reina espa?ola no tiene aire acondicionado, s¨®lo ventanas abiertas y ventiladores. En la mesa tiene un peque?o bot¨®n, como un timbre. Cada vez que lo aprieta, que es aproximadamente cada 10 minutos durante la hora y media que estoy con ella, aparece un hombre. Para traer una taza de t¨¦, o un documento, o un libro, o una estad¨ªstica, u otra taza de t¨¦. Y no siempre acude el mismo: he podido ver, al menos, a cuatro de estos genios de la l¨¢mpara.
"Era una locura", insiste, "por toda la discriminaci¨®n contra las mujeres que exist¨ªa en aquellos d¨ªas. Toda la ignorancia y la superstici¨®n que tuvimos que vencer. Era terrible. Las mujeres ten¨ªan siete u ocho hijos, mientras los hombres ten¨ªan un mont¨®n de esposas y pod¨ªan abandonar a la que quisieran con s¨®lo decir 'me divorcio de ti' tres veces. Las mujeres no ten¨ªan ninguna movilidad. No pod¨ªan salir de casa, ni siquiera para visitar a sus madres, sin permiso del marido o de los suegros. El marido pod¨ªa pegar a la mujer por cualquier raz¨®n. En mis recorridos por las aldeas para hacer mis investigaciones, me encontr¨¦ con la opini¨®n frecuente de que, si una mujer recib¨ªa habitualmente una paliza, acabar¨ªa yendo al cielo".
La idea inicial de Yunus -una idea
que, m¨¢s que revolucionaria, fue trascendental- era dividir sus pr¨¦stamos al 50% entre hombres y mujeres. "El primer problema fue que ninguna mujer quer¨ªa aceptar nuestro dinero, porque todas ten¨ªan miedo de recibir una paliza", explica Nurjahan. "Adem¨¢s, nunca hab¨ªan manejado dinero. Lo tem¨ªan. Y, por si eso no fuera suficiente, varios imanes nos criticaron. Deseaban que las mujeres se quedaran en su sitio".
Mientras tanto, Yunus deb¨ªa afrontar otra batalla. Para poder poner en marcha su banco, tuvo que convencer a los bancos convencionales de que le prestaran dinero. Y eso, mientras planeaba echar por tierra un principio fundamental del mundo financiero: que s¨®lo se presta dinero a quien ofrezca pruebas documentales inequ¨ªvocas de que va a poder devolverlo. El plan de Yunus, original y totalmente subversivo, consist¨ªa en prestar peque?as cantidades de dinero a los pobres sin garant¨ªas; prestar el dinero bas¨¢ndose en un sistema de confianza, no en contratos legales. Seg¨²n cuenta Yunus en su autobiograf¨ªa, Banker to the Poor (El banquero de los pobres), los responsables bancarios a los que acudi¨® al principio le miraban como a un loco.
Yunus cree que los que est¨¢n locos son los banqueros, o el sistema que representan. "Los bancos ejercen un apartheid financiero escandaloso", dice Yunus. "Dicen que dos terceras partes de la poblaci¨®n mundial no tienen derecho a emplear sus servicios. Que no son solventes. Definen las reglas y los dem¨¢s las aceptamos porque son poderosos".
Yunus habla no en el ¨²ltimo piso de su edificio, como suelen hacer los presidentes y directores generales de las grandes empresas, sino cuatro plantas por debajo de la de Nurjahan, en un despacho tan desnudo como el de ella (salvo una foto suya junto a la reina Sof¨ªa en una aldea), y tambi¨¦n sin aire acondicionado. Lleva una camisa marr¨®n sin cuello y tiene una juvenil mata de pelo blanco. Cargado como est¨¢ de premios internacionales y doctorados honoris causa, se muestra sinceramente entusiasmado cuando le digo que EL PA?S ha querido destacarle entre los ganadores hist¨®ricos del Pr¨ªncipe de Asturias.
Su aspecto y su forma de actuar son los de un hombre 20 a?os m¨¢s joven, no de 66, y es una de esas personas espont¨¢neas, siempre dispuestas a re¨ªr y sonre¨ªr, que desprenden buen humor, entusiasmo, curiosidad y brillantez mental.
"Los bancos dicen", contin¨²a, anim¨¢ndose con el tema, "que si uno no tiene avales, no pueden hacer negocios con ellos. ?Qui¨¦n ha dicho que hace falta una garant¨ªa? ?No! Y ¨¦sa fue mi primera lucha, eliminar la necesidad de avales y demostrar que podemos seguir consider¨¢ndolo un negocio bancario".
Por incre¨ªble que resulte, eso es exactamente lo que ha hecho Grameen Bank. En un plazo de seis a?os, Yunus consigui¨®, primero, convencer a los bancos institucionales (a base de garant¨ªas personales que ¨¦l mismo dio) de que le prestaran el dinero necesario para ofrecer "microcr¨¦ditos", un concepto de repercusi¨®n mundial que ¨¦l invent¨®; y, en segundo lugar, logr¨® alcanzar la paridad entre los sexos, prestar dinero al mismo n¨²mero de hombres y de mujeres.
"Y lo que descubrimos", dice Yunus, "fue que no s¨®lo las mujeres eran m¨¢s fiables que los hombres a la hora de devolver el dinero, sino que las cantidades peque?as de dinero que pasaban por manos de las mujeres rend¨ªan muchos m¨¢s beneficios para la familia. El motivo es que la mujer, sin darse cuenta, adquiere una habilidad muy especial, aprende a administrar los recursos escasos. Si no lo hace, no s¨®lo es que la familia pase hambre: es que el marido se enfada y le pega. As¨ª que, cuando le prest¨¢bamos un poco de dinero -30 d¨®lares, 50 d¨®lares-, sab¨ªa sacarle el m¨¢ximo provecho para el bien del hogar. Las prioridades del hombre son otras. ?l quiere pas¨¢rselo bien fuera de casa, presumir ante sus amigos. Si nos fijamos en la lista de prioridades de la mujer, nunca empieza por ella misma. Empieza por sus hijos y la familia. Si su nombre figura en la lista, es en ¨²ltimo lugar".
Yunus aplic¨® la lecci¨®n. En 1983
constituy¨® formalmente Grameen -que significa "aldea" en bengal¨ª- como banco y, desde entonces, su estrategia ha estado clara: prestar dinero a mujeres. El principio ha sido siempre el de ofrecer la m¨¢xima flexibilidad y los m¨ªnimos tipos de inter¨¦s a los prestatarios. Hoy en d¨ªa, Grameen trabaja en 70.000 pueblos, posee 2.200 sucursales y cuenta con 6,6 millones de prestatarios; el 97%, mujeres, y todos pobres. En un pa¨ªs en el que el analfabetismo es galopante y la electricidad escasa, el sistema de microcr¨¦ditos de Grameen funciona, como le gusta decir a Yunus, "como un reloj". El porcentaje de incumplimiento en los pr¨¦stamos es inferior al 1,5%, la envidia de cualquier gran banco. Salvo en 1983, 1991 y 1992, Grameen ha tenido siempre beneficios anuales, todos ellos reinvertidos en el banco, que no ha dejado de crecer. El modelo de microcr¨¦ditos de Grameen se ha imitado en m¨¢s de 80 pa¨ªses, entre ellos Espa?a y Estados Unidos, y alcanza a 100 millones de personas en todo el mundo.
El pueblo de Sadipur Sonargoan no est¨¢ m¨¢s que a 42 kil¨®metros de Dhaka, pero los 20 primeros, pura expansi¨®n ininterrumpida de la capital, duran una eternidad. Pero eso no es lo peor. Lo peor es la sensaci¨®n de que no voy a poder salir de Bangladesh con vida. Es posible que haya sitios en el mundo en los que el tr¨¢fico sea m¨¢s ca¨®tico que en Dhaka, una ciudad de 12 millones de habitantes espantosamente api?ados, pero lo dudo. Rickshaws de colores chillones (los taxis bicicleta, en los que una persona tira de un carrito para dos), taxis motocicleta, viejos coches herrumbrosos que parecen mantenerse unidos con gomas el¨¢sticas, autobuses inclinados que llevan a tanta gente encima del techo como en el interior, otros autobuses de dos pisos (del modelo vigente en Londres durante la II Guerra Mundial), masas de peatones suicidas, a menudo descalzos: todos se disputan un mismo espacio y tienen que tomar constantemente decisiones en las que la diferencia entre vida y muerte es cuesti¨®n de mil¨ªmetros.
Es una visi¨®n del infierno,
tras la que Sadipur me parece el para¨ªso. Carreteras de suaves curvas cubiertas por las copas de ¨¢rboles inmensos, de vez en cuando un rickshaw que pasa en silencio -los colores brillantes, aqu¨ª, no son amenazadores, sino bellos-, tranquilos arrozales, vacas solitarias que pacen entre los bananeros de anchas hojas y, en el pueblo propiamente dicho, pulcras casas de madera con suelo de barro, situadas a intervalos regulares. Acompa?ado por el gerente del banco del pueblo, un joven de 25 a?os y ojos brillantes que me dice que tiene un t¨ªtulo de master en Geograf¨ªa, me re¨²no con unas setenta mujeres -de las 4.883 a las que atiende la sucursal local- que se han beneficiado de los pr¨¦stamos de Grameen, y oigo los relatos detallados de una docena de ellas. La historia es siempre la misma. Una mujer solicita un pr¨¦stamo inicial de unos 3.000 taka (alrededor de 35 euros) y con ese dinero acumula reservas para una tienda rudimentaria de alimentaci¨®n, o financia la compra de un telar de madera, o compra una vaca, o arrienda una parcela en un arrozal. Convierte el pr¨¦stamo en beneficio, devuelve el dinero al banco con un 20% de inter¨¦s y luego obtiene otro pr¨¦stamo, esta vez, por ejemplo, de 5.000 taka. Con ¨¦l ampl¨ªa un poco m¨¢s su negocio, cumple los pagos -normalmente, semanales o quincenales- y pide otro cr¨¦dito mayor para construir una casa, para lo que le conceden un inter¨¦s m¨¢s bajo, del 8%. Al cabo del tiempo, abre una cartilla de ahorros y luego, quiz¨¢, obtiene un cr¨¦dito escolar al 5% de inter¨¦s para ayudar a enviar a sus hijos a la Universidad.
?se es el caso de una mujer vestida de negro de los pies a la cabeza, llamada Jahana, cuyo sue?o es que su hijo Muhammad, de 15 a?os, pueda llegar a ser m¨¦dico. Ese sue?o, inconcebible antes de que Grameen apareciera en escena, podr¨ªa hacerse ahora realidad. En el pueblo hay cuatro estudiantes universitarios. Uno es el hijo de una se?ora llamada Rashida que ganaba 60 taka diarios (menos de un euro) antes de obtener el primero de sus pr¨¦stamos de Grameen, hace cinco a?os; ahora, su microtienda de alimentaci¨®n va viento en popa, y gana 400 taka diarios. Luego est¨¢ Aulia Begum, cuya bella hija de 22 a?os, Roshanunina, est¨¢ pasando unos d¨ªas en casa descansando de sus clases de ciencias pol¨ªticas en la Universidad de Dhaka. Aulia, como todas las dem¨¢s mujeres con las que hablo, es totalmente analfabeta. Gracias a los pr¨¦stamos de Grameen concedidos a su peque?a farmacia, y a una beca universitaria tambi¨¦n proporcionada por el banco, su hija se ha adentrado en un terreno que su madre no pod¨ªa ni imaginarse cuando naci¨® la ni?a. "Me interesa especialmente la pol¨ªtica internacional", dice Roshanunina, una joven alta, esbelta y sonriente, de unos rasgos exquisitos enmarcados -como si fuera una Virgen Mar¨ªa- en un velo rosa que parece de sat¨¦n. Para la generaci¨®n de su madre, la Universidad era un concepto desconocido. Hoy, Grameen Bank reparte sus 18.000 becas por igual entre chicos y chicas. Pregunto a Roshanunina si tiene alg¨²n sue?o. "Ir a estudiar al extranjero", responde con gran seguridad. "Canad¨¢ ser¨ªa estupendo".
No hay unos horizontes tan amplios
para las ocho mujeres mendigas con las que hablo a continuaci¨®n. El programa de Grammen para los mendigos, conocido como Pr¨¦stamos de lucha, comenz¨® s¨®lo hace tres a?os, pero cuenta ya con 80.000 beneficiarios en todo el pa¨ªs. En su caso, un pr¨¦stamo habitual suele ascender a 1.000 taka (alrededor de 12 euros), con un inter¨¦s del 0%, pagable cuando sea posible, si es que es posible alguna vez. Sabitum, que tiene 54 a?os, lleva 10 a?os mendigando desde que su marido se qued¨® paral¨ªtico y eso no le dej¨® otra opci¨®n. Iba de casa en casa pidiendo arroz o trapos viejos para vestirse. Ahora, lo que hace -lo que hacen todas las mendigas que disponen de pr¨¦stamos bancarios- es lo mismo pero, en vez de limitarse a pedir, vende chocolate, o pl¨¢tanos, o galletas que ha comprado previamente con el dinero prestado. Las historias son terribles; la pobreza, de absoluta miseria. Mojiton, que tiene 60 a?os y ha dado a luz nueve hijos, todos los cuales murieron a causa de diversas enfermedades, ha logrado hace poco comprar una cabra con su pr¨¦stamo y conf¨ªa en empezar pronto a vender leche. Amina, de 54 a?os pero que parece de 74, lleva mendigando 10 a?os desde que perdi¨® la vista en un ojo. Vende pasteles de arroz y pitas, pero sigue mendigando, aunque me asegura que preferir¨ªa no hacerlo. Sabitum, la que mejor parada ha salido del grupo, obtuvo el pr¨¦stamo hace un a?o y lo est¨¢ devolviendo en plazos de 20 taka semanales. "Con el dinero que he ganado he comprado tres gallinas y tres patas", me cuenta, mir¨¢ndome desde el suelo, sentada sobre sus talones, delgada y descalza. "Ahora vendo huevos y he dejado la mendicidad. Todav¨ªa voy de puerta en puerta, pero ahora tengo mi peque?o negocio".
Las mendigas, claramente enfermas, hablan en voz baja, a veces ronca. Pero cuando pregunto a todo el grupo si se sienten m¨¢s felices y orgullosas desde que obtuvieron los pr¨¦stamos de Grameen, por primera vez veo sonrisas. Asienten y murmuran su aprobaci¨®n de forma un¨¢nime. En comparaci¨®n con el tono apagado en el que hab¨ªan respondido individualmente, es una aut¨¦ntica conmoci¨®n.
Con esa referencia, la escena que
presencio poco despu¨¦s, en una reuni¨®n de 50 "miembros" de pleno derecho de Grameen -as¨ª se denominan a s¨ª mismas—, es tan euf¨®rica como una final de la Copa del Mundo. Las 50 mujeres, vestidas con sus mejores saris, componen una imagen rica y colorida situadas geom¨¦tricamente en unos bancos dentro de un cobertizo que sirve tambi¨¦n de aula, con techo de chapa y estructura de madera. Han venido, como hacen todas las semanas, a reunirse con el joven director de la sucursal local de Grameen, para discutir los temas pendientes, proponer nuevos pr¨¦stamos y devolver los antiguos. La persona escogida para dirigir el grupo, una mujer alta y con gafas llamada Mazeda que tiene aspecto de abogada (aunque tampoco ella sabe leer), me explica lo que ya hab¨ªa o¨ªdo en la sede central: que las prestatarias de Grameen tienen que organizarse, como condici¨®n para el pr¨¦stamo, en grupos de cinco. Cada grupo se supervisa a s¨ª mismo, vigila que no se rompa el pacto con el banco, permite que se animen unas a otras y sirve, m¨¢s o menos, como garant¨ªa de buen funcionamiento. Si una de ellas no paga una letra, no es que las dem¨¢s tengan que poner el dinero, pero deja en mal lugar al grupo, y eso es algo que nadie quiere hacer, porque es una cuesti¨®n de honor. El sistema de pr¨¦stamos de Grameen, que, como dec¨ªa Yunus, se basa en la confianza, acaba siendo tan vinculante como el tradicional, basado en contratos legales.
Escucho historias de muchas mujeres, tan decididas como podr¨ªa serlo un grupo equivalente en Europa occidental. Orgullo y dignidad es lo que muestra Mazeda cuando, al final de la reuni¨®n, se aproxima a dar al joven director de la sucursal un fajo de billetes, 500 taka: su pago de la semana. Le siguen otras que depositan el dinero en la mesa, cada cantidad meticulosamente anotada en un libro por un ayudante del director. Una de las mujeres me pregunta qu¨¦ me ha parecido la reuni¨®n. Le digo que cre¨ªa que ven¨ªa a un pueblo sumido en la miseria absoluta, pero que lo que he visto es que, aunque no son ricas, dan la impresi¨®n de ser unas mujeres tan seguras de s¨ª mismas, saludables y felices como cualquiera. Le digo que me han contado que, antiguamente, en Bangladesh, a las mujeres les ense?aban a mirar siempre hacia abajo y no abrir nunca la boca. Pero que aqu¨ª he visto lo que han cambiado las cosas. Cuando termino de hablar, estallan todas en una alegre ronda de aplausos.
Antes de subirme al coche para el viaje de vuelta a Dhaka, Mazeda me dice: "Por favor, d¨¦le muchos saludos a la reina Sof¨ªa. Estuvo aqu¨ª con nosotras y la recordamos con mucho cari?o".
De vuelta en la sede central de Grameen recuerdo a Yunus una cosa que dijo durante un discurso en la Harvard Business School. Que el sistema de microcr¨¦ditos es una herramienta que libera los sue?os de la gente, da a los pobres dignidad y respeto, y llena de contenido sus vidas.
"S¨ª. Eso es lo m¨¢s importante", res-
ponde Yunus. "Mi trabajo r¨¢pidamente me llev¨® a la conclusi¨®n de que la pobreza no la crean los pobres. No podemos aferrarnos a la idea convencional de que son perezosos, les falta empuje. No es culpa suya. No son ellos quienes crean la pobreza. La pobreza la crea el sistema que hemos construido. Los pobres tienen tanta energ¨ªa y tanta creatividad como cualquier ser humano en este planeta".
Entonces, ?es todo cuesti¨®n de liberar energ¨ªa? "Exacto. Preste dinero a una mujer pobre, ay¨²dela a empezar, y vea c¨®mo se produce el milagro. Toda su vida ha pensado que no era nada, y ahora, por primera vez, siente que es alguien. Que puede cuidar de s¨ª misma. Que puede desarrollarse como persona m¨¢s all¨¢ de la supervivencia. Por eso digo que estos pr¨¦stamos son el dinero de los milagros. Permiten que esas personas empiecen a vivir como seres humanos por primera vez".
Yunus opina que el capitalismo, tal como se concibe tradicionalmente, debe cambiar. Empezando por el sistema bancario. Pero no es que propugne una revoluci¨®n marxista ni nada parecido. Lo que quiere es que se ampl¨ªe la definici¨®n de la palabra capitalismo m¨¢s all¨¢ de la mera obtenci¨®n de beneficios. Porque es claramente partidario de la libre empresa y est¨¢ totalmente en contra de la caridad como estrategia a largo plazo para afrontar los desequilibrios mundiales entre ricos y pobres.
"En definitiva, mi argumento es que, cuando se dan limosnas, se impide que la gente tenga iniciativa. 'Qu¨¦date como est¨¢s y yo cuidar¨¦ de ti'. Pero es la iniciativa lo que empuja a la gente a subir del primer nivel al segundo, y del segundo al tercero. Sin ella, no somos nada. As¨ª que, en mi opini¨®n, es mucho mejor recibir un pr¨¦stamo que una limosna, porque con el pr¨¦stamo el beneficiario asume una responsabilidad. 'Voy a usar tu dinero y voy a ganar lo suficiente para devolv¨¦rtelo con intereses y a¨²n quedarme con algo': ¨¦se es el trato. El que vive de limosnas se queda en las limosnas. F¨ªjese en lo que pasa con muchos de los que viven de la ayuda estatal en Estados Unidos o Europa. No s¨®lo viven de la beneficencia ellos, sino que sus hijos tambi¨¦n, porque no han aprendido a hacer nada m¨¢s".
?Est¨¢ en contra de toda protecci¨®n social, entonces? "No, no. No es eso lo que digo. Lo que digo es que hay que dar a la gente una opci¨®n, un incentivo. F¨ªjese en los mendigos con los que trabajamos. No les digo que dejen de pedir, sino '?por qu¨¦ no prob¨¢is tambi¨¦n esta otra opci¨®n?'. Les digo que, si aceptan el pr¨¦stamo, tienen que devolverlo, pero que, si lo hacen, obtendr¨¢n un pr¨¦stamo mayor. Con la primera opci¨®n, uno renuncia a tener el control de su propia vida; con la segunda, lo recupera".
Me voy a hacer una segunda visi- ta a un pueblo. En esta ocasi¨®n, uno llamado Rajabar, a 50 kil¨®metros de Dhaka, y vuelvo a encontrarme en medio de la orgi¨¢stica danza de tr¨¢fico mortal que mantiene esta ciudad. Mi conductor -mi brillante conductor- entra y sale de las calles, da rodeos y maniobra con la intensidad de un conductor de f¨®rmula 1. Como los dem¨¢s -desde los rickshaws hasta los conductores de autobuses de dos pisos, hasta los peatones-, ¨¦l tambi¨¦n muestra unos reflejos propios de Fernando Alonso. Y no durante hora y media. Durante todo el d¨ªa. Y no se ven cinturones de seguridad, ni cascos de motos. Ni uno.
En Rajabar (?donde tambi¨¦n recuerdan una visita de la reina de Espa?a!) hablo con otra docena de mujeres. Una de ellas se llama Nilufer Begum. Cree que tiene 40 a?os. Me cuenta que, hasta hace 16, cuando lleg¨® el dinero milagroso de Grameen, viv¨ªa en casa de su madre y dorm¨ªa sobre una alfombra, en el suelo, compartiendo la habitaci¨®n con la vaca de un vecino. Hab¨ªa huido de su marido, que era vago y pobre, y le pegaba. "Al principio recib¨ª 5.000 taka y con eso compr¨¦ una vaca. Vend¨ª la leche, pagu¨¦ el pr¨¦stamo y recib¨ª otro de 10.000. Con ese dinero arrend¨¦ un trozo de tierra y cultiv¨¦ un poco de arroz. Devolv¨ª los 10.000, consegu¨ª 15.000 y establec¨ª una peque?a tienda. Luego consegu¨ª un pr¨¦stamo mayor y constru¨ª una casa". Y as¨ª sucesivamente. Ahora tiene un par de casas que alquila y unos ingresos de 6.000 taka mensuales, y tiene pensado emplear el cr¨¦dito de 70.000 que pronto va a recibir en comprar un microb¨²s para transportar a la gente de los pueblos vecinos.
Acompa?o a Nilufer a su tienda. Su marido trabaja all¨ª y es, a todos los efectos, empleado suyo. Ella se coloca junto a ¨¦l para hacerse una foto y queda bien claro qui¨¦n manda; qui¨¦n es el orgulloso y qui¨¦n el sumiso. La tienda es rudimentaria y no tiene frigor¨ªfico (otro deseo en la lista de Nilufer), pero tiene una mercanc¨ªa tan variada como cualquier supermercado peque?o: refrescos, pasta de dientes, pl¨¢tanos, galletas, aspirinas, huevos. Y es una especie de caf¨¦, con gente bebiendo t¨¦ o leche de coco, disfrutando de la mayor atracci¨®n del pueblo, un viej¨ªsimo televisor.
El director de ¨¢rea de Grameen en Rajabar y responsable de 10 sucursales, Rahman, lleva 19 a?os trabajando con Grameen, pero no parece que su entusiasmo haya remitido. Mientras comemos un almuerzo de pollo al curry con arroz y berenjenas, me explica, con una convicci¨®n casi religiosa, la satisfacci¨®n que le da su trabajo. "Me encanta dar a la gente la oportunidad de so?ar, ayudar a que Bangladesh sea un buen pa¨ªs, un modelo para el mundo", dice.
Es el mismo esp¨ªritu que encuentro en todos los empleados de Grameen con los que me encuentro y, sobre todo, en el propio Yunus, del que Nurjahan sigue hablando, tras 30 a?os de trabajar con ¨¦l, con la devoci¨®n de una ferviente disc¨ªpula. "Es nuestro l¨ªder, nuestro maestro", me dice, echando chispas por los ojos. "Dice que debemos poner un sue?o en el coraz¨®n de las personas".
Yunus no es solamente un visionario, y probablemente un santo; es, adem¨¢s, seguro, un genio. Un hombre que tuvo una idea que ha cambiado las vidas de millones de seres humanos. Y, sin embargo, no tiene esa vanidad ni esa soberbia que, muchas veces, posee a los poderosos de los que dependen miles (en su caso, millones) de personas. Es un hombre con una misi¨®n, pero no un fan¨¢tico. Est¨¢ seguro de lo que cree, pero no parece que tenga una gran opini¨®n de s¨ª mismo. Ni tampoco, por ejemplo, de George W. Bush.
"Cuando lleg¨® el nuevo siglo,
hubo una gran corriente de buena voluntad en el mundo", recuerda Yunus. "Hab¨ªa un optimismo tremendo; so?¨¢bamos con otro tipo de mundo. Por primera vez en la historia de la humanidad, todos los pa¨ªses se reunieron y fijaron una fecha, con los Objetivos del Milenio de la ONU, para mejorar el mundo. Queremos reducir el n¨²mero de pobres a la mitad de aqu¨ª a 2015, dijeron. Y... lleg¨® Bush. Que da marcha atr¨¢s en todo. Crea desconfianza entre la gente, desautoriza a la ONU y dice que puede ocuparse ¨¦l de todo. Y as¨ª estamos hoy, en este l¨ªo del que no sabemos c¨®mo salir".
No se hubiera llegado a semejante l¨ªo si Bush, o m¨¢s bien la gente que lo rodea, hubiese sabido entender el mundo con m¨¢s sencillez. Una firme conclusi¨®n a la que lleg¨® Yunus cuando estudiaba Econom¨ªa hace 40 a?os en, precisamente, Estados Unidos es que las teor¨ªas complejas impiden ver la verdad. "?De d¨®nde nace el terrorismo? Muy f¨¢cil. De un fuerte sentido de injusticia. Puede ser injusticia religiosa, puede ser injusticia pol¨ªtica, puede ser injusticia econ¨®mica, puede ser verdadera injusticia, puede ser una injusticia imaginaria. No importa. Para m¨ª es real, dice el terrorista. As¨ª que reacciono ante esa injusticia y, como no tengo otra opci¨®n, como no puedo vencerte, te asusto. Contra eso no se puede luchar con armas ni bombas. Bush escogi¨® una respuesta equivocada y, como consecuencia, ha habido m¨¢s y m¨¢s sangre; es decir, empezamos el siglo llenos de buena voluntad, pero ahora vemos todo ese odio. No era el momento de dedicarse a esto, sino de ocuparse de la pobreza, y Bush lo estrope¨®. ?Qu¨¦ oportunidad tan desperdiciada!".
Yunus, en cambio, aprovecha todas las oportunidades que produce la inacabable fecundidad de su mente empresarial. Su aventura m¨¢s reciente ha sido la creaci¨®n de una empresa mixta llamada Grameen-Danone. En colaboraci¨®n con el gigante franc¨¦s del sector l¨¢cteo, abrir¨¢ en noviembre una f¨¢brica en Bangladesh para suministrar un yogur muy barato, lleno de vitaminas y de hierro, a los desnutridos ni?os banglades¨ªes. "El a?o pasado me reun¨ª a comer en Par¨ªs con el presidente de Danone, Franck Riboud, y le dije que, en mi opini¨®n, el capitalismo estaba encerrado en una definici¨®n demasiado estrecha. Que la empresa no puede consistir s¨®lo en hacer dinero, sino en enriquecer la vida de la gente. Que es posible disfrutar y hallar satisfacci¨®n cuando se crea una empresa cuyo principal objetivo no es hacer dinero, sino, por ejemplo, llevar agua potable a los pueblos pobres. Una empresa as¨ª sigue siendo capitalismo, pero de un tipo m¨¢s amplio, m¨¢s generoso y, al final -creo-, m¨¢s gratificante. Habl¨¦ con Riboud de lo que yo llamo mi concepto de 'creadores de empresas sociales'. Y respondi¨® de inmediato. ?De inmediato! Dijo que le parec¨ªa fascinante y acept¨®, durante esa misma comida, crear Grameen-Danone. Nuestro plan es sencillo: vamos a hacer un yogur que los pobres puedan comprar. Y, si todo sale bien, pronto tendremos 50 f¨¢bricas. Cada una ser¨¢ capaz de cubrir sus propios costes y todos los beneficios se quedar¨¢n dentro de la compa?¨ªa".
Yunus cree -y ahora tambi¨¦n el
presidente de Danone- que asumir estas ideas capitalistas subversivas sirve para acercar un poco m¨¢s el santo grial del mundo sin pobreza. Y no es que no se haya avanzado ya mucho. No s¨®lo en los 30 a?os desde que Yunus fund¨® Grameen, sino en los ocho transcurridos desde que obtuvo el premio Pr¨ªncipe de Asturias. En conjunto, Grameen ha prestado m¨¢s de 5.000 millones de d¨®lares a los pobres. La idea m¨¢s fant¨¢stica de las que ha tenido Yunus en la ¨²ltima d¨¦cada es la de la enorme empresa de m¨®viles que ha creado y que, a su vez, ha generado un nuevo fen¨®meno, "las se?oras del m¨®vil en los pueblos". Son prestatarias de Grameen que reciben tel¨¦fonos a precios especialmente bajos y los alquilan a locales. (Y en una ocasi¨®n a la reina Sof¨ªa, que llam¨® al Rey a Espa?a desde uno de estos m¨®viles). No s¨®lo ellas ganan m¨¢s dinero, sino que ha revolucionado las comunicaciones rurales.
?Cu¨¢l es la lecci¨®n m¨¢s revolucionaria que ha aprendido de los pobres?, pregunto a Yunus. "Lo m¨¢s grande que he aprendido es que cada ser humano posee un potencial ilimitado. Esto lo tengo clar¨ªsimo. La l¨¢stima es que nos limitamos a ara?ar la superficie. A nuestra especie le queda mucho camino por delante. No pueder ser que tantos millones de personas nazcan en este planeta para pasarse la vida buscando qu¨¦ comer. ?sa es una actividad de los animales. Pero soy optimista. Realmente creo que podemos acabar con la pobreza en el mundo. Es cuesti¨®n de invertir el mismo ingenio y el mismo empuje que hemos dedicado a acabar con injusticias pol¨ªticas, enviar un hombre a la Luna o la tecnolog¨ªa inform¨¢tica en encontrar la manera de dar a los pobres la oportunidad de realizarse como seres humanos. Se trata, sobre todo, de querer lograr ese objetivo. Dar a los pobres las mismas oportunidades que hemos tenido nosotros, y ver c¨®mo se produce el milagro".
1998: premio de la Concordia
cuatro luchadores. Muhammad Yunus recibi¨® un galard¨®n compartido por "su trabajo abnegado y tenaz, y su contribuci¨®n ejemplar, en ¨¢reas geogr¨¢ficas y en actividades distintas, al progreso y a la mejora de las condiciones de vida de los pueblos". En la imagen posa sin chaqueta con sus compa?eros de premio. (La candidatura conjunta fue iniciativa de Mensajeros de la Paz). De izquierda a derecha: el obispo misionero Nicol¨¢s Castellanos, que lucha en Santa Cruz (Bolivia) por mejorar las condiciones de vida de sus habitantes; el m¨¦dico Joaqu¨ªn Sanz Gadea, que ha desarrollado su carrera como ginec¨®logo en ¨¢reas desfavorecidas de la Rep¨²blica del Congo, y el ex jesuita Vicente Ferrer, quien ha dedicado su vida a los desfavorecidos en la regi¨®n india de Anantapur.
M¨¢s informaci¨®n de los proyectos de Muhammad Yunus en www.grameen-info.org, www.grameenfoundation.org y www.grameenphone.com.
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