Adicci¨®n e incontinencia
Yo supongo que ustedes, se dediquen a lo que se dediquen, ya se habr¨¢n percatado a estas alturas de que la vida actual est¨¢ extra?amente montada para impedirle a la gente dedicarse a lo que se dedica u obstaculiz¨¢rselo al m¨¢ximo, o, dicho de otra manera, para que nadie trabaje como es debido. Da lo mismo de qu¨¦ se trate o del pa¨ªs en que se viva. Cada vez que hablo o me escribo con alguna amistad, oigo la misma canci¨®n: "Estoy agobiado y desesperado. No es ya que no me quede apenas tiempo para m¨ª, sino que dif¨ªcilmente puedo hacer mi tarea, por la que me pagan y con la que me gano la vida. Voy siempre con la lengua fuera, salvando chapuceramente las cosas". Conozco profesores de Universidad espa?oles, italianos, brit¨¢nicos y norteamericanos, y todos ellos se pasan m¨¢s tiempo en reuniones absurdas sobre minucias, o despachando asuntos administrativos, o escribiendo a desgana piezas que no leer¨¢ nadie para justificar que "investigan" y publican, que preparando o dando clases, convertidas en lo que menos importa. Tambi¨¦n atendiendo a los alumnos, desde luego, pero en los asuntos m¨¢s peregrinos e impropios: desde que existe el correo electr¨®nico, sobre todo, muchos estudiantes han adoptado la costumbre de enviar mails a los catedr¨¢ticos pregunt¨¢ndoles por la hora de las clases (en vez de mirarlo en un corcho), exponi¨¦ndoles sus problemas psicodram¨¢ticos o dici¨¦ndoles que se dejen de cuentos y les digan cu¨¢les son los libros "de verdad", los b¨¢sicos, de la bibliograf¨ªa tan larga que han dado. Hace poco me cont¨® el gran historiador Anthony Beevor que un universitario ingl¨¦s se hab¨ªa dirigido a ¨¦l en los siguientes t¨¦rminos aproximados: "Mire, mi tutor me ha mandado leer su libro Stalingrado; pero como es extenso y no me da tiempo, quisiera que me hiciera usted un resumen". Beevor, que fue militar durante un tiempo, se molest¨® en contestarle pidi¨¦ndole el nombre de su superior, pero ya no obtuvo respuesta.
Mis editores de diferentes pa¨ªses me confiesan a veces que no logran poner pie en su oficina, ocupados como est¨¢n con viajes, reuniones con los comerciales, con los distribuidores, con los gerentes, cenas y almuerzos, diversas Ferias del Libro o simposios internacionales con cocktails, visitas de autores, presentaciones y promociones, acompa?amiento de "genios" que no saben dar un paso sin sentir que llevan s¨¦quito o al menos espectadores ? Y cuando por fin se acercan alg¨²n d¨ªa raro a su despacho, lo ¨²ltimo que pueden hacer es leerse un original o supervisar una edici¨®n inminente, porque no paran de sonar los tel¨¦fonos ni de asomarse gente a su puerta para inquirir o comunicar nimiedades.
Pero quienes peor lo tenemos somos quienes trabajamos en casa. Una amiga que traduce, otra que escribe guiones de televisi¨®n, dos que corrigen libros o m¨¢s bien "limpian" los textos (labor monumental hoy en d¨ªa, dadas la desfachatez e ignorancia de la mayor¨ªa de los escritores, traductores y editores, que entregan y aceptan borradores porquerosos confiando en que mis amigas y otros los adecenten), y yo mismo, claro est¨¢, que se supone que hago novelas: todos trabajamos en casa, lo cual lleva a pensar a casi todo el mundo que podemos interrumpirnos en cualquier momento para atender la menor ocurrencia de cualquiera; como carecemos de horario, o nos lo confeccionamos a nuestro gusto, la idea generalizada es que ya podremos "seguir luego". Yo me blindo lo m¨¢s que puedo: para empezar, contin¨²o sin m¨®vil; el contestador est¨¢ siempre puesto; como a veces eso no basta, desconecto tel¨¦fono y fax durante horas; en cuanto puedo me largo a una ciudad rec¨®ndita, a un refugio en el que no hay nada de eso ni recibo correo ordinario; y por supuesto no he dejado entrar en mi casa un ordenador, con su agobiante e-mail incorporado. Pero algunas de estas amigas no se pueden permitir tanto blindaje. En quehaceres que precisan concentraci¨®n y continuidad, ¨¦stas siempre les faltan: se ven interrumpidas por todo quisque, desde familiares que las llaman a contarles lo que le ha pasado al perro hasta agresivas llamadas de publicidad constantes. Pero lo m¨¢s asombroso de todo es que quienes m¨¢s les dificultan llevar a cabo sus tareas son precisamente, a menudo, aquellos para quienes las hacen: que si se me ha olvidado esto, que si he pensado esto otro, que c¨®mo lo llevas, que si puedes adelantarnos parte, que si tengo ya un nuevo encargo urgente que hacerte, que por qu¨¦ no me contestas al correo que te he mandado ?
Ya lo he comentado otras veces: desde la aparici¨®n de los e-mails y los m¨®viles casi nadie se ahorra un escrito ni una llamada; nadie se para a pensar si lo que ha de preguntar o pedir lo puede resolver por su cuenta y sin molestar a otro; si lo que ha de decir es necesario, o de inter¨¦s para el interlocutor; si puede interrumpirle algo importante; y as¨ª se multiplican los requerimientos superfluos -cuando no imb¨¦ciles- por todas partes, hasta el punto de impedir el trabajo. As¨ª suelen salir tantas patadas, en todos los ¨¢mbitos, si no se deja a nadie concentrarse. Ya digo, carezco de mail y de m¨®vil y no tengo experiencia con ellos. Pero alguien deber¨ªa explicar por qu¨¦ provocan tanta adicci¨®n como el denostado tabaco, y mucha m¨¢s incontinencia.
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