El partido de Lincoln
Fundado por oponentes a la expansi¨®n de la esclavitud, el Partido Republicano, con Abraham Lincoln a la cabeza, se hizo con la presidencia de los Estados Unidos en 1860, forj¨® la Uni¨®n a ca?onazos y emancip¨® a los esclavos. Tras la Guerra Civil (1861-1865), gestion¨® la industrializaci¨®n galopante de la naci¨®n y casi consigui¨® apropiarse de ella, hasta que, muy entrado el siglo XX, Woodrow Wilson, un catedr¨¢tico idealista, gan¨® las elecciones presidenciales en 1912 y 1916 y promovi¨® el programa legislativo del progresismo.
Tras otro interregno republicano, la Gran Depresi¨®n trajo en 1932 al segundo Roosevelt y a su New Deal, una coalici¨®n improbable entre liberales del Norte y Dem¨®cratas racistas del Sur que gobernar¨ªa durante una generaci¨®n, pero que saltar¨ªa por los aires a mediados de los a?os sesenta cuando un presidente tejano, Lyndon Johnson, se enajen¨®, primero, al Sur con la legislaci¨®n sobre derechos civiles y, en seguida, al resto del pa¨ªs con el desastre de Vietnam. Desde entonces, los Republicanos pugnan por volver a ser el alma de Am¨¦rica, su mayor¨ªa natural. ?Deber¨ªan conseguirlo?
Su pol¨ªtica exterior jam¨¢s se alinear¨¢ con nuestros intereses de europeos meridionales
No, no les conviene a los norteamericanos, pero tampoco a nosotros mismos: el Partido Republicano lleva ya mucho tiempo mandando y controla los tres poderes del Estado -el Legislativo, el Ejecutivo y la c¨²spide de la Justicia- circunstancia intr¨ªnseca y universalmente insana; adem¨¢s, su pol¨ªtica exterior jam¨¢s se alinear¨¢ de modo sostenido con nuestros intereses primordiales de europeos meridionales: el Partido de Lincoln tiene un alma distinta a la nuestra. M¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica, esta gente proviene de un protestantismo pietista, cuya historia profunda detesta "el ron, los romanos y los rebeldes", es decir, la libertad privada de darse al vicio del alcohol, a los cat¨®licos romanos y a los confederados, que quisieron separarse de la Uni¨®n. Aunque hoy su diablo particular son las drogas, a pesar de que hayan situado a cinco magistrados cat¨®licos en el Tribunal Supremo y por m¨¢s que se hayan hecho con el Sur, en el fondo de su coraz¨®n, nunca dejar¨¢n de mirarnos de medio lado. Para un republicano blanco y presbiteriano, un espa?ol es indiscernible de un hispano y ambos son poco menos que una amenaza cultural: en ingl¨¦s americano, "amigo" es despectivo, algo que don Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ignor¨® a su riesgo.
En cambio, los Dem¨®cratas siempre han estado m¨¢s cerca de las comunidades lit¨²rgicas -paradigm¨¢ticamente, de la cat¨®lica-, de los inmigrantes, de los jud¨ªos y -fuera del Sur- de los descendientes de los antiguos esclavos. Son un desmadre, claro, y uno no acierta a ver todav¨ªa a alguien que vuelva a centrarles, como consigui¨® hacer Bill Clinton, pero a poco que se aplicaran, el pr¨®ximo 7 de noviembre podr¨ªan recuperar, al menos, una de las dos C¨¢maras y preparar desde el Congreso su asalto a la presidencia en 2008.
La debacle de la Guerra de Irak podr¨ªa ayudarles, pero no estoy nada seguro, pues, como narra en un libro magn¨ªfico el periodista Thomas E. Ricks (Fiasco. The American Military Adventure in Iraq, 2006), todas las instituciones p¨²blicas y privadas de la naci¨®n fallaron entre el 26 de agosto de 2002, d¨ªa en que Dick Cheney declar¨® impasible que los iraqu¨ªes ten¨ªan armas de destrucci¨®n masiva, y el 5 de febrero de 2003, cuando un Colin Powell rotundo y aparentemente sincero lo repiti¨® ante el mundo.
En el ¨ªnterin, el Congreso en masa, el New York Times, la c¨²spide militar y el pa¨ªs entero entraron al trapo y ahora, ni Dem¨®cratas, ni Republicanos saben ad¨®nde mirar. No a sus propias bajas, por supuesto: casi tres mil muertos, cada uno de ellos enterrado por una monta?a de cien millones de d¨®lares que se podr¨ªan haber gastado en cien mil cosas mejores, como en educaci¨®n, infraestructuras y seguros sociales.
En menos de cuarenta a?os, la Uni¨®n que so?¨® Lincoln ha pasado de doscientos millones de habitantes a trescientos y la Oficina Federal del Censo predice que ser¨¢n cuatrocientos en 2043, es decir, que el pa¨ªs va a conservar masa cr¨ªtica suficiente para afrontar con serias probabilidades de ¨¦xito el retorno del imperio chino, el cual no usa el ingl¨¦s como lengua de cultura. Y los guardianes de la ¨¦lite Republicana, conocedores de que el tiempo de la estrategia es geol¨®gico, juegan, desde la fundaci¨®n del Partido, la carta de la hegemon¨ªa del ingl¨¦s, de las iglesias y de los individualistas: el americano de verdad, dicen convencidos, habla en ingl¨¦s, pertenece a una comunidad y se busca la vida por su cuenta, no por la del contribuyente. Quiz¨¢s. Demasiadas veces, los espa?oles nos re¨ªmos de la religiosidad americana. De nuevo, a nuestro riesgo: ?en qu¨¦ maldito lugar de Europa podr¨ªa sobrevivir una comunidad amish?
Desde luego, la demograf¨ªa juega en contra de los Republicanos, pero darlos por muertos ser¨ªa otra imprudencia. Puesto a equivocarme, osar¨¦ dar algunos nombres para los pr¨®ximos dos a?os. Tres son muy conocidos en Europa: Rudy Giuliani, 62 a?os de edad, nacido en Brooklyn de humilde cuna, un ex alcalde de Nueva York que supo galvanizar la ciudad en su peor hora, aunque no es nada simp¨¢tico; John McCain, 70 a?os, encarnaci¨®n del tipo duro, lac¨®nico y leal -h¨¦roe de guerra-, senador por Arizona, respetado, pero muy suyo y ya mayor; Condy Rice, 52, inteligente, con mucha experiencia y alguien que, a diferencia de su n¨¦mesis, Hillary Rodham Clinton, aceptar¨ªa postularse s¨®lo para la vicepresidencia, aunque la persigue una fama de ¨¢spid. Los tres que siguen suenan menos aqu¨ª: Mitt Romney, 59, gobernador de Massachu-setts -que ya es m¨¦rito para un Republicano-, pero morm¨®n; George Pataki, 61, ex gobernador de Nueva York, granjero, pero abogado; Bill Frist, 54, tambi¨¦n del Sur y l¨ªder de la -hasta ahora- mayor¨ªa Republicana en el Senado, quien se retira este noviembre. A otros pueden retirarlos los electores. No estar¨ªa mal.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.