Un Woody Allen menor

Con la precisi¨®n y sentido de la oportunidad que le caracteriza, Woody Allen acaba de cumplir con el rito peri¨®dico que nos re¨²ne cada a?o ante una nueva propuesta. No todas pueden ser de la misma calidad: comparada con la entrega anterior, la soberana Match Point que se erig¨ªa en liviano y hondo diagn¨®stico moral sobre un arribista en el gran mundo de las finanzas, la cosecha de este a?o se muestra con un poco menos de cuerpo. Hay los mismos ingredientes: una chica guapa y objeto de deseo, un asesinato, una peripecia entre las clases altas, m¨¢s la espl¨¦ndida Scarlett Johansson. Pero ah¨ª acaban las comparaciones.

De hecho, Scoop, que se permite algunas brillantes iron¨ªas sobre la profesi¨®n period¨ªstica (no es la menor el que, como el caballero medieval de El s¨¦ptimo sello, de Ingmar Bergman, un curtido reportero burle a la muerte para entregar en bandeja a una joven colega una exclusiva que es la que da nombre al filme), se sit¨²a dentro de ese fil¨®n de entretenimientos criminales con trasfondo del que forman parte, en la filmograf¨ªa de Allen, t¨ªtulos como Balas sobre Broadway, Misterioso asesinato en Manhattan o La maldici¨®n del escorpi¨®n, es decir, pasatiempos pensados casi para una representaci¨®n en la escena, llenos de personajes chocantes y con di¨¢logos tan acerados y brillantes como los que nos tiene (probablemente) mal acostumbrados nuestro hombre. Porque m¨¢s all¨¢ de ese floreo verbal y de algunas intuiciones de casting sencillamente inmejorables (como haber brindado a Hugh Jackman una ocasi¨®n de oro para encarnar a un personaje complejo), lo cierto es que la pel¨ªcula huele un poco a humo de paja.

Un Allen que parece un poco cansado en su papel hace aqu¨ª cosas que normalmente no se permite (como abusar de un gag que la primera vez funciona, pero luego deja de hacerlo: por ejemplo, las continuas apariciones del difunto), pero que s¨ª est¨¢n en la l¨®gica de tantas y tantas novelas criminales inglesas que parecen la inspiraci¨®n principal del asunto. Tampoco va m¨¢s all¨¢ de lo superficial la personificaci¨®n de Johansson, demasiado plana en su caracterizaci¨®n de provinciana americana; y hasta suenan a muy sobado todas las comparecencias de esos arist¨®cratas ingleses que ¨²ltimamente tanto atraen a Allen.

Pero dicho todo esto, hay que matizar que, como todo creador, tambi¨¦n el neoyorquino tiene derecho a tomarse alguna licencia de inspiraci¨®n: que a los 71 a?os, y con una filmograf¨ªa que casi llega a la treintena de t¨ªtulos, siga pariendo cada a?o una obra maestra es algo que excede por completo a las posibilidades de cualquiera, por inspirado que se muestre. De ah¨ª que conviene ver el filme como lo que es: tan s¨®lo (y tanto) un entretenimiento para pasar agradable e inteligentemente un rato, lleno de lugares comunes que juegan casi siempre a favor de la pieza y con una iron¨ªa sin desmayos sobre un mundo que a Allen parece pillarle lejos, pero que en realidad demuestra conocer al dedillo. Y esperar que la pr¨®xima tenga m¨¢s enjundia... que es a lo que tambi¨¦n, para nuestra suerte, nos tiene acostumbrados el m¨¢s persistente creador independiente del cine americano.