La fuerza de la raz¨®n
La raz¨®n cae de un solo lado. Hab¨ªa que reponer en Berl¨ªn este Idomeneo autocensurado, del mismo modo que Lorca eran todos nunca hubiera tenido que abandonar la cartelera madrile?a. Nada hay m¨¢s alejado de una misa que una representaci¨®n de teatro. Aunque unos oficien y otros sigan el oficio, ah¨ª concluyen todas las similitudes. El feligr¨¦s no paga entrada, el espectador s¨ª: este detalle, aparentemente nimio, constituye en realidad una poderos¨ªsima frontera que define dos estatutos morales destinados a no encontrarse. Como explic¨® Vittorio Gassman en una memorable velada de hace a?os en el Teatre Grec de Barcelona, el creyente se define justamente por el hecho de creerse las palabras del sacerdote, mientras que espectador de teatro finge creer al actor, acepta la convenci¨®n que ¨¦ste le propone, en definitiva juega con ¨¦l a crear la obra.
Y, sin embargo, la historia est¨¢ llena de confusiones sobre los dos estatutos. Mozart tuvo problemas con la censura, tanto con la religiosa como con la pol¨ªtica: su enfrentamiento con la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica salzburguesa procede de una profunda reivindicaci¨®n de la libertad creativa, un sentimiento rom¨¢ntico ante litteram. No mucho mejor le ir¨¢ al compositor con las autoridades pol¨ªticas vienesas: Las bodas de F¨ªgaro tuvo que soportar diversas mutilaciones por alusiones revolucionarias a la burgues¨ªa ascendente frente a una nobleza retratada con sonrisa burlona. Y sin embargo, desde su estreno mismo en 1787 en la capital imperial, la obra encontr¨® el favor del p¨²blico. Por contra, en las ¨®pera serias, como Idomeneo o La clemenza di Tito, Mozart acepta plenamente las condiciones del g¨¦nero, sin niguna voluntad especial de forzarlo.
Hoy parece que los tiempos exigen m¨¢s.El director del montaje, Hans Neuenfels, al parecer no ten¨ªa bastante con cargarse a Poseid¨®n, que es lo que viene en el libreto, sino que aprovecha la circunstancia para liquidarse tambi¨¦n a Mahoma, Buda y Jesucristo: una ca¨ªda de los dioses en toda regla. Art¨ªsticamente, hace falta ver el montaje para juzgar si la carnicer¨ªa es arbitraria o bien sigue un hilo interpretativo que un director art¨ªstico puede estirar en total libertad hasta d¨®nde le parezca oportuno, nada m¨¢s faltar¨ªa. Pero est¨¢ claro que el caso Idomeneo va mucho m¨¢s all¨¢ de una simple cuesti¨®n de arte para entrar de lleno en el territorio de la libertad de expresi¨®n. Y entonces no cabe m¨¢s que estar a favor de que se reponga. La intolerancia tiene eso: obliga a defender opciones que en circunstancias menos apasionadas acaso no hubieran merecido m¨¢s que una cr¨ªtica negativa.
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