Terror
TRAS CONSTATAR lo improbable de que un pintor recibiera el encargo oficial para realizar un cuadro conmemorativo sobre la cat¨¢strofe terrorista del 11 de septiembre, puesto que este tipo de monumentos elegiacos hoy parecen ser la exclusiva de escultores o arquitectos anic¨®nicos o, en todo caso, de, digamos, "baja" simbolizaci¨®n, o, en todo caso, nula pretensi¨®n narrativa, Arturo Leyte, en su ensayo El arte, el terror y la muerte (Abada), se embarca en una reflexi¨®n acerca del arte contempor¨¢neo y lo que ¨¦l revela sobre la creciente soledad del hombre actual, cada vez m¨¢s perdido en lo que ¨¦l llama el Nuevo Mundo, donde el dolor y la muerte son obviados bajo la especie de s¨ªntomas circunstanciales siempre a punto de ser vencidos.
Una de las explicaciones que se da Leyte para justificar por qu¨¦ no puede art¨ªsticamente cifrarse la tragedia del 11-S en una imagen pintada es ciertamente el aluvi¨®n de retransmisiones visuales, infinitamente repetidas, no s¨®lo de todos y cada uno de los momentos en que los aviones impactaron sobre las Torres Gemelas, sino tambi¨¦n de todas y cada una de sus consecuencias, lo cual hace imposible fijar en un ¨²nico icono esta historia interminable. Pero, adem¨¢s de remarcar que si el arte "deja de distanciarse de aquello que tiene que traer a presencia y se vuelve s¨®lo presente, se confunde con la realidad y, de este modo, o bien desaparece como arte o bien convierte la realidad en arte, lo que los hace igualmente indiferenciables e "irrelevantes", lo que se?ala Leyte es que la "multiplicaci¨®n" y la "seriaci¨®n" del arte contempor¨¢neo, fruto de la ansiedad de representar todo, no s¨®lo lo convierte en mera expectativa siempre diferida, sino, mediante los intervalos, en un generador de terror, porque ¨¦ste surge cuando lo inacabado de la serie revela los resquicios y las grietas que quedan entre cuadro y cuadro, entre imagen e imagen, entre visi¨®n y visi¨®n.
Por lo dem¨¢s, Leyte articula su discurso mediante el comentario de b¨¢sicamente cuatro importantes obras del arte de nuestra ¨¦poca: La muerte de Marat (1793), de Jacques-Louis David; La balsa de la Medusa (1819), de Th¨¦odore G¨¦ricault; La noche estrellada (1889), de Vincent van Gogh, y las series de las sillas el¨¦ctricas y los accidentes automovil¨ªsticos que compuso Andy Warhol en 1963. Aunque no sea Leyte un historiador de arte profesional, sino un fil¨®sofo, son sus comentarios a estas obras competentes y profundas, pero, sobre todo, ilustran la progresiva p¨¦rdida de sentido del arte contempor¨¢neo, no tanto en s¨ª o porque s¨ª, sino porque as¨ª nos hallamos nosotros de perdidos en un mundo que nos arrebata nuestras coordenadas existenciales para arrojarnos en ese vac¨ªo donde lo humano se contabiliza como la aleatoria casu¨ªstica serial de las cosas. De esta manera, he aqu¨ª que todos los pat¨¦ticos signos e im¨¢genes que el hombre, desde la noche de los tiempos, grab¨® en las paredes de las cuevas, templos o palacios como cifras m¨¢gicas propiciatorias o de ostentaci¨®n; la transformaci¨®n que de todo ello hicieron los griegos al convertir esa incontrolada efusi¨®n en orden; esto es: en arte, de repente, todo eso, no muere, sino que deviene pasado, provocando un corte, una cesura, o, en efecto, terror.
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