Crisis del arte
El fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama tuvo un antecedente muy notable y tal vez algo olvidado. A¨²n no se hab¨ªan demolido el Muro ni las Torres Gemelas. Tampoco el terror era percibido como el enemigo de la modernidad. Un "honor" que, adem¨¢s de al comunismo que amenazaba desde el otro lado del tel¨®n de acero, le correspond¨ªa al arte, que era apuntado como lo m¨¢s nocivo para la estabilidad de la sociedad occidental. ?sa fue la idea que lanz¨® Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo, un cl¨¢sico desde el cual culp¨® a la expansi¨®n perniciosa del modo de vida cultural como el verdadero causante de la crisis moderna. Eran los tiempos del arte en un campo expandido, pero tambi¨¦n de una red posterior de respuestas que bascularon desde las censuras de Jesse Helms hasta la cr¨ªtica de Robert Hughes. Desde la mordacidad conservadora de Hilton Kramer hasta el desconsuelo de Harold Bloom ante la fractura del canon occidental.
Ese viaje de ida del arte ha te
nido su retorno. Y una vez concluida la contaminaci¨®n de otros ¨¢mbitos, ha sido inundado a su vez por contenidos provenientes de la ideolog¨ªa y la pol¨ªtica, los intereses econ¨®micos y la ecolog¨ªa, los movimientos sociales y los intereses especulativos. Todo ello con el aderezo de filosof¨ªas tan diversas como las de, entre otros, Foucault o Negri, Deleuze o Virilio, Said o Jameson, Rifkin o Beck, Lippard o Kristeva. Ha sido tal la amalgama de estos mundos que hoy es imposible repetir aquel dictum de Heidegger seg¨²n el cual el arte y la filosof¨ªa resid¨ªan "uno al lado de la otra sobre los montes m¨¢s separados".
Como un bumer¨¢n, ese regreso ha pasado de ser peligroso a ser inocuo; en el riesgo que contiene la p¨¦rdida total de velocidad hasta completar el fin del trayecto en la arena. Ese punto muerto donde hoy nos encontramos descubre un c¨ªrculo vicioso donde las complicidades del arte con los otros mundos son cada vez m¨¢s abundantes que las pol¨¦micas.
Se da la paradoja de que el arte, en la misma medida en que se contamina de esas teor¨ªas, sufre un d¨¦ficit de ideas sobre s¨ª mismo que nos lleva, como en un loop, a una infinita apoteosis del ready made. S¨®lo que en lugar de los objetos -un orinal, una aspiradora- son los sujetos y sus causas los que terminan encapsuladas en el museo. Quiz¨¢ la crisis del arte se describa como el momento en que los hechos, despu¨¦s de ocurrir primero como tragedia y despu¨¦s como farsa (seg¨²n la predicci¨®n de Marx), se han dispuesto ahora para una tercera posibilidad: suceder como arte. Imponerse, despojados de su peligrosidad, tan s¨®lo como est¨¦tica.
Despu¨¦s de este c¨ªrculo vicioso, se intuye otra salida. M¨¢s que un mero ilustrador de las ideas de otros, los creadores deber¨ªan asumirse como productores de saber, acaso como intelectuales en la cultura visual del siglo XXI. El problema es que buena parte de los otros ¨¢mbitos que hoy son atravesados por el arte no parecen demasiado dispuestos a aceptar esta transformaci¨®n. Ni todos los artistas est¨¢n dotados para asumir el reto y actuar sin complejos como verdaderos intelectuales de la era de la imagen.
Iv¨¢n de la Nuez es director del centro de arte Palau de la Virreina, en Barcelona, y autor del ensayo Fantas¨ªa roja (Debate).
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