La tormenta de las ideas
Reconozcamos que cuando ley¨® la noticia de su muerte en el famoso ensayo de Francis Fukuyama, la historia podr¨ªa haberle contestado a este funcionario lo mismo que Mark Twain al peri¨®dico en que apareci¨® anticipadamente su necrol¨®gica: "Estoy en posici¨®n de asegurarle que se trata de una exageraci¨®n". Porque en las casi dos d¨¦cadas transcurridas despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y la convulsi¨®n mundial de aquellos d¨ªas, ni ha dejado de haber acontecimientos que siguen siendo tan hist¨®ricos como siempre han solido ni el vaiv¨¦n ideol¨®gico se ha detenido un solo instante. Este ¨²ltimo, en particular, prosigue a un ritmo impresionante, pues no en vano estamos en una sociedad de consumo sin tregua que devora a trav¨¦s de la mediolog¨ªa global invenciones e im¨¢genes con mayor avidez todav¨ªa que ning¨²n otro producto del mercado. Y como ruido de fondo, las lamentaciones ahora sin muro de quienes tratan de convencernos de que ya no se piensa, ni se escribe, ni se innova, ni se pinta, ni se filma, ni... etc¨¦tera. Todo fluye: de la modernidad liquidada a la modernidad l¨ªquida.
Esta tormenta ideol¨®gica tiene caracter¨ªsticas parad¨®jicas y encontradas. Cuando cay¨® el pared¨®n que separaba desde tanto tiempo atr¨¢s a los adversarios de la guerra fr¨ªa, se derrumbaron supuestamente tambi¨¦n los perfiles m¨¢s rocosos de las Ideas may¨²sculas opuestas. Lyotard explic¨® a los ni?os que los Grandes Relatos con que nuestras mayores nos acunaban por las noches para que tuvi¨¦semos pesadillas se hab¨ªan extinguido. Comenzaba la posmodernidad, ir¨®nica y aliviada de rigideces maniqueas, un territorio desgravado como las tiendas tax-free de los aeropuertos en el que la Verdad hab¨ªa sido destronada como reina absoluta -"?que le corten la cabeza!"- y sustituida por la presidencia democr¨¢tica y al alcance de todos los presupuestos de la Interpretaci¨®n. El pensamiento se debilitaba y aprend¨ªa a coexistir, porque m¨¢s vale ma?a que fuerza: purificadas de sus inquisiciones, las creencias religiosas se hicieron hermene¨²ticamente compatibles con unas l¨ªneas de pensamiento cient¨ªfico igualmente pragm¨¢ticas y tampoco avasalladoras. Gorbachov y despu¨¦s el espirituoso Yeltsin sucedieron a Breznev, Reagan regres¨® al rancho y lleg¨® Clinton, los comisarios marxistas y los r¨ªgidos positivistas desaparecieron en el paisaje para dar paso a Richard Rorty y Gianni Vattimo...
Pero la tregua de truculencias
ha durado poco. Antes de que nos diera tiempo a acostumbrarnos a la suavidad posmoderna, comprendimos que el pensamiento d¨¦bil deber¨ªa hacer gimnasia si quer¨ªa subsistir. Desde Oriente regres¨® al galope la Religi¨®n, con una fuerza exterminadora y terrible -derribando las m¨¢s altas torres- que nos remonta a odios teol¨®gicos de siglos pasados. El pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo alienta tambi¨¦n fundamentalismos que amenazan convertirle en una hipertrofiada teocracia de perfiles puritanos y belicosos: las campa?as presidenciales que han llevado a la Casa Blanca a un personaje inequ¨ªvocamente pre-posmoderno como George Bush Jr. se basan en temas tan rancios como las llamadas tres "G": God, gays and guns, o sea la parroquia, las buenas costumbres y la mano dura. Incluso Europa, de la que se nos dijo que por la v¨ªa del cristianismo hab¨ªa ido saliendo poco a poco de la religi¨®n, regresa a un discurso seg¨²n el cual reivindicar nuestras ra¨ªces y nuestros valores vuelve a consistir en recuperar el dogma y aborrecer de la ins¨ªpida laicidad. Seg¨²n aseguran los expertos y tememos los incr¨¦dulos, Dios se est¨¢ tomando su revancha.
Acosados por chamanes de tan
diversas mitolog¨ªas, los partidarios de la ciencia la convierten de nuevo en un arma ideol¨®gica y filos¨®fica de destrucci¨®n masiva... aunque por fortuna a diferencia de otras, s¨®lo aplicada a las creencias y no a los creyentes. Se recupera a Darwin y se desmonta por medio de la evoluci¨®n el providencialismo teleol¨®gico del que parten todos los cl¨¦rigos: no hay m¨¢s que ver c¨®mo se debaten contra El origen de las especies los telepredicadores yanquis y algunos de sus imitadores europeos, oponi¨¦ndole un creacionismo con estudios primarios al que llaman Dise?o Inteligente. Pero la psicolog¨ªa evolutiva y su escuadr¨®n cient¨ªfico va m¨¢s all¨¢, recuperando otra idea fuerte, descartada a mediados del siglo pasado por historicistas y antrop¨®logos: nada menos que la Naturaleza Humana, cuyos condicionamientos gen¨¦ticos la distinguen netamente de la t¨¢bula rasa de anta?o (en la cual pod¨ªa escribirse sin condiciones cualquier bendici¨®n o blasfemia) y sirven para marcar l¨ªmites inquietantes a las posibilidades educativas e incluso a la igualdad de hecho -la de derecho la seguimos suponiendo inalienable- entre los seres humanos.
Rodeada de clamores de aborrecimiento y de alguna que otra sobria declaraci¨®n de forzoso amor, la idea m¨¢s jaleada en las ¨²ltimas d¨¦cadas es la de Globalizaci¨®n. Aunque ahora se vincula principalmente a la maximizaci¨®n especulativa de beneficios y a la deslocalizaci¨®n de empresas, su origen se remonta muy atr¨¢s, tanto al menos como el t¨¦rmino "cat¨®lico" y la idea entre kantiana e imperial de universalismo. Hoy, la globalizaci¨®n no es ni m¨¢s ni menos que la consecuencia general de la hipertrofia de los medios de comunicaci¨®n y los medios de transporte. Casi todos sus infinitos adversarios deploran que en su defensa se alza el llamado Pensamiento ?nico, lo cual no deja de ser parad¨®jico porque no hace falta ser suscriptor de Le Monde Diplomatique para advertir que si algo resulta un¨¢nime es el antagonismo contra ella. Este coro hostil recibe el nombre bobalic¨®n de "antiglobalizaci¨®n" o el m¨¢s ajustado de "altermundismo": los cr¨ªticos de esta ¨²ltima escuela no se oponen a la globalizaci¨®n en s¨ª -probablemente tan inevitable y asentada en el desarrollo cient¨ªfico como la electricidad- sino a la deriva que sigue actualmente en manos de los jerifaltes capitalistas, porque uno puede ser partidario de la electricidad... sin considerar beneficiosa o tan siquiera necesaria la silla el¨¦ctrica.
El mundo funciona globalmente, pero cada vez alienta m¨¢s fantasmas particularistas: otra de las ideas que no cesa de crecer, como el invasor extraterrestre en la nave de Alien, es la Identidad. Tener identidad, como bien ha dicho Amartya Sen, es tener la ilusi¨®n de un destino: simplifica nuestras opciones y encamina moralmente lo que podemos hacer, lo que debemos prohibir y las compa?¨ªas que nos favorecen o perjudican. Cuando la identidad es ben¨¦vola, se multiplica y sobre todo se somete a nuestra elecci¨®n, no a la imposici¨®n forzosa de una comunidad que nos explica... incluso ante nosotros mismos. Pero las identidades se vuelven asesinas cuando quieren ser exclusivas (s¨®lo nuestras), excluyentes (s¨®lo una cuenta, generalmente la religiosa) y reduccionistas (contestan a todas nuestras preguntas: ¨¦ticas, est¨¦ticas, pol¨ªticas, etc¨¦tera). Los creyentes en estos peligrosos espectros identitarios -a los que dan el nombre fervoroso e indocumentado de "civilizaciones"- son de dos clases: alarmistas, que arengan contra el "choque de Civilizaciones", y beatos, que preconizan su "alianza". En semejante oleaje, los mestizos ¨¦tnicos e ideol¨®gicos de toda laya -es decir, la sal y ¨²nica esperanza de nuestro atribulado planeta- combaten contra las comunidades obligatorias y si se les arrincona confiesan valientemente: "yo no soy de los nuestros".
No, el vaiv¨¦n de las Ideas no ce
sa ni se amortigua. Al contrario, la web y sus blogs innumerables lo han acelerado hasta lo vertiginoso. Como cualquiera puede colgar sus criterios o dicterios en la red, hay una generaci¨®n que supone que todos valen por igual. La necesidad de argumentar las opiniones es vista como una especie de culpable elitismo: tengo tanto derecho como cualquiera a decir lo que pienso... pero nadie puede exigirme que lo fundamente, eso queda para los empollones o los que quieren comernos el coco. Cada d¨ªa pueden nacer cien f¨®rmulas distintas para designar una broma sociol¨®gica o un capricho est¨¦tico, interesantes s¨®lo moment¨¢neamente por razones comerciales en el gran Mercado electr¨®nico. Y apenas es imaginable guardar un instante para escuchar a Marco Aurelio, que nunca tuvo mail, cuando dice: "Quien ha visto desde el alba a la noche un d¨ªa del hombre, los ha visto todos".
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid y autor de ensayos como Los diez mandamientos del siglo XXI (Debate) y ?tica para Amador (Ariel).
LECTURAS
El fin de la historia. Francis Fukuyama (Planeta).
El choque de civilizaciones.
Samuel Huntington (Paid¨®s).
Imperio. Antonio Negri y Michael Hardt (Paid¨®s).
Orientalismo.
Edward Said
(Debolsillo).
La era de la informaci¨®n. Manuel Castells (Alianza).
El contrato sexual. Carole Pateman (Anthropos).
La estructura de la teor¨ªa de la evoluci¨®n. Estephen Jay Gould (Tusquets).
Genoma. Matt Ridley (Taurus).
Despu¨¦s del fin del arte. Arthur C. Danto (Paid¨®s).
Modernidad l¨ªquida. Zygmunt Bauma (Fondo
de Cultura Econ¨®mica).
La corrosi¨®n del car¨¢cter. Richard Sennett (Anagrama).
Estado de excepci¨®n. Giorgio Agamben (Pre-Textos).
La sociedad del riesgo global.
Ulrich Beck
(Siglo XXI).
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