El polvor¨ªn paquistan¨ª

El terremoto dur¨® 47 segundos. "Era como el aullido de un animal moribundo", recuerda un testigo que escap¨® con vida. En Jabbar Gali, una aldea remota a cuatro horas en todoterreno de Islamabad, la mezquita fue uno de los primeros edificios en desplomarse. Hoy, un a?o despu¨¦s de la tragedia, el eco de la llamada a la oraci¨®n a¨²n retumba en el valle del Sir¨¢n. Los varones del pueblo, ataviados como hace siglos con gruesas t¨²nicas de pa?o ocre y pobladas barbas te?idas con henna, realizan sus abluciones rituales en un torrente que desciende desde las cumbres. Luego trepan a las rocas elevadas sobre la exuberante naturaleza y se postran en direcci¨®n a La Meca. S¨®lo rompe el silencio el rugido del r¨ªo. Es un momento de intensa espiritualidad. "Los desiertos crean profetas y las monta?as santos", describe el an¨®nimo profesor paquistan¨ª que nos acompa?a. No hay ni una mujer a la vista. En este pa¨ªs son invisibles.

Una vez concluida la oraci¨®n, los hombres nos comentan que la mezquita es el primer edificio que quieren reconstruir. "Es nuestra identidad. Lo que da sentido a nuestra vida". Estamos en la Provincia Noroeste. El salvaje Oeste paquistan¨ª. Una regi¨®n que se extiende entre Afganist¨¢n y Cachemira. Las dos fronteras m¨¢s calientes del planeta. Pobreza, terrorismo y armas nucleares. Esta zona aislada y tribal fue arrasada por un terremoto el 8 de octubre de 2005. El saldo, 80.000 muertos, 70.000 heridos y m¨¢s de tres millones de personas sin hogar. Llov¨ªa sobre mojado. En este territorio, el 90% de la poblaci¨®n es rural y m¨¢s de la mitad analfabeta; los niveles de pobreza rozan el 60%. En Jabbar Gali fallecen 20 de cada 100 mujeres durante el parto. Y un porcentaje m¨¢s alto de ni?as que de ni?os antes de cumplir los cinco a?os: "No es un hecho biol¨®gico", afirma una profesional de Plan, una ONG occidental implantada en la zona desde 1997 que nos acompa?a en este viaje. "No es que sean m¨¢s d¨¦biles. Es que trabajan m¨¢s y las cuidan peor. Aqu¨ª, tener un hijo es una bendici¨®n de Dios, y tener una hija, una maldici¨®n: hay que pagarle la dote cuando se casa".

-?C¨®mo combate Plan esas tradiciones?

-Nuestro objetivo es abrir los ojos a las mujeres; hacerlas tomar conciencia de que tienen derecho a la educaci¨®n, sanidad, trabajo remunerado, justicia. A vivir en un entorno saludable; a participar en la toma de decisiones. Y lo vamos consiguiendo.

-?Es un problema religioso?

-En Pakist¨¢n, lo cultural y lo tribal se suman a lo religioso y empapan lo pol¨ªtico. En Pakist¨¢n, lo cultural es m¨¢s fuerte que lo religioso, porque lo religioso forma parte de lo cultural.

En este pa¨ªs el trabajo de las ONG no es f¨¢cil. Para empezar, tienen que superar los recelos del Gobierno, poco propicio a que entren ideas nuevas del exterior, y, sobre el terreno, respetar el complejo sistema de equilibrios entre las jerarqu¨ªas tribales, religiosas y pol¨ªticas. Las leyes tribales est¨¢n incluso por encima del C¨®digo Penal.

Sin olvidar que en esta regi¨®n gobierna el MMA (Consejo Unido para la Acci¨®n), una coalici¨®n de partidos fundamentalistas que participaron en los 80 en la yihad (guerra santa) contra la URSS en Afganist¨¢n; apoyaron en los 90 el terrorismo, y hoy, sin tanto ruido, han puesto su empe?o en que Pakist¨¢n viva conforme a la ley isl¨¢mica. Algunos expertos ya hablan de talibanizaci¨®n. Los mul¨¢s han prohibido en ciertos municipios el cine, la m¨²sica, la televisi¨®n por sat¨¦lite y la prensa extranjera. Es impensable para una mujer transitar sin el rostro cubierto. En todo el pa¨ªs es imposible probar una gota de alcohol.

El MMA no tiene experiencia en gesti¨®n p¨²blica y su programa electoral no dedica ni una sola l¨ªnea al desempleo, la sanidad, la corrupci¨®n o la situaci¨®n de la mujer. Sin embargo, ha sabido rentabilizar el profundo antiamericanismo generado en Pakist¨¢n por la invasi¨®n estadounidense en Afganist¨¢n e Irak, y su fracaso en la pacificaci¨®n y reconstrucci¨®n de esos dos pa¨ªses, para alzarse como tercera fuerza pol¨ªtica del pa¨ªs y gobernar en las dos regiones fronterizas con Afganist¨¢n: Baluchist¨¢n y Provincia Noroeste. El peso pol¨ªtico del MMA a¨²n no es determinante en Pakist¨¢n; en cambio, domina en la calle y teledirige la extensa red de madrasas (escuelas cor¨¢nicas) extendida por todo el pa¨ªs. Esos son sus grandes poderes.

En ese entorno viciado, el terremoto ha supuesto, parad¨®jicamente, una apertura de la regi¨®n al exterior. Y una entrada de ingresos tras diez a?os de aislamiento.

Cuando los talib¨¢n llegaron al poder en Afganist¨¢n, en el a?o 1996, la mayor parte de las ONG occidentales abandonaron un Pakist¨¢n tambi¨¦n radicalizado. El pa¨ªs dej¨® de recibir fondos de cooperaci¨®n internacional. A esa p¨¦rdida se sumar¨ªan, a partir de 1998, las sanciones econ¨®micas de la comunidad internacional por el desarrollo del arsenal nuclear paquistan¨ª. La situaci¨®n se hizo insostenible.

El (forzado) giro pol¨ªtico del general/presidente Pervez Musharraf hacia Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha supuesto un alivio para la precaria econom¨ªa del pa¨ªs. Bush pagaba a Mush (como apoda la oposici¨®n a Musharraf) los servicios prestados: unos 600 millones de euros al a?o y la renegociaci¨®n de parte de su deuda exterior. En 2002 volvieron a Pakist¨¢n las primeras ONG. A¨²n tendr¨ªa que temblar la tierra con el poder destructivo de un mill¨®n de toneladas de TNT para que regresaran las grandes organizaciones pertrechadas con 5.000 millones de euros para la reconstrucci¨®n. En estos momentos, la econom¨ªa paquistan¨ª vive uno de los mejores momentos de su corta historia, con un crecimiento anual del 7%. Un ciclo expansivo en que el apoyo de la comunidad internacional a Musharraf tiene mucho que ver.

Para los habitantes de los lugares m¨¢s apartados de esta regi¨®n, la llegada de decenas de organizaciones internacionales ha supuesto, adem¨¢s, su primer contacto con los temidos occidentales; incluso con mujeres dirigiendo equipos de hombres. La mayor¨ªa confiesa que la experiencia ha sido positiva. "El terremoto nos ha demostrado que podemos ser amigos", explica un l¨ªder tribal. Para otro representante local, "los occidentales parecen gente sincera, y, sobre todo, han respetado nuestras tradiciones. Consultaron a nuestros jefes. Y las mujeres usaban velo". Un tercero va un poco m¨¢s lejos: "Hemos conocidos a japoneses y alemanes, que en otro tiempo quisieron esclavizar el mundo, y aqu¨ª no han venido a esclavizar, sino por humanidad".

-?Han conocido a americanos? ?Son buena gente?

-Lo dudo. El ¨²nico pueblo que ha usado la bomba at¨®mica no puede ser bueno. Cualquiera que quiera dominar el mundo, sea cual sea su religi¨®n, es un terrorista. Y nosotros somos el ¨²ltimo obst¨¢culo para que los americanos dominen el mundo.

Ni una sonrisa. Rostros atezados, barbas pobladas, miradas altivas. Estamos en el campo de refugiados de Daryal, a las afueras de Mansehra, la capital del distrito. Sentados en sillas de arpillera, ocho l¨ªderes locales responden a nuestras preguntas. Pertenecen a los tres clanes de la zona. Son agricultores y peque?os comerciantes. Gente religiosa y muy conservadora. Orgullosa. Hoy, sin embargo, en sus respuestas abundan los tibios lugares comunes. Las llamadas a la fraternidad entre los seres humanos. La definici¨®n del islam como una religi¨®n de paz. Es dif¨ªcil sacarles de esa ambig¨¹edad calculada. Ante la alusi¨®n al terrorismo islamista, no se dan por aludidos: "Los talib¨¢n y Osama y Al Qaeda es pol¨ªtica; pregunte al Gobierno".

M¨¢s dif¨ªcil a¨²n es comunicarse con sus mujeres. Para empezar, no admiten ser fotografiadas. Va contra el islam. La conversaci¨®n es decepcionante. No hay la m¨ªnima reivindicaci¨®n. De las 20 mujeres que participan en la reuni¨®n, 18 no saben leer ni escribir. Van completamente cubiertas. Son viejas prematuras, cargadas de hijos. No miran a los ojos. Incluso alguna habla vuelta de espaldas. Son incapaces de criticar el papel dominante del hombre en su sociedad. S¨®lo ante la pregunta de si es dif¨ªcil ser mujer en Pakist¨¢n, la m¨¢s anciana (puede tener 50 a?os) salta: "?Lo que es muy f¨¢cil en Pakist¨¢n es ser hombre!". El ¨²ltimo razonamiento que hace una de ellas es cl¨®nico del que nos ha expresado antes un l¨ªder tribal: "Hemos sufrido una cat¨¢strofe en nuestras vidas; nos hemos quedado sin casa y han muerto nuestros familiares. Sin embargo, mantenemos firmes nuestros valores".

Ante esa imagen de sumisi¨®n, es un b¨¢lsamo conversar con la doctora Reda, una m¨¦dica de 26 a?os que dirige un centro de salud en el valle del Sir¨¢n. Reda es de Peshsawar, la ciudad paquistan¨ª lim¨ªtrofe con Afganist¨¢n donde naci¨® Al Qaeda hace 20 a?os. Donde a¨²n se puede conseguir un Kal¨¢shnikov por unos euros y el burka es la ley. La doctora Reda es la otra cara del burka. Va tocada con un ligero hiyab (velo) y mira a los ojos. Se presenta como el ejemplo de un nuevo modelo de mujer paquistan¨ª due?a de su destino: "Mi padre confi¨® en m¨ª y me mando a estudiar lejos de casa. Y eso lo est¨¢n haciendo muchas mujeres en este pa¨ªs".

-Ser¨¢ en las grandes ciudades, porque en Pakist¨¢n, dos tercios de la poblaci¨®n a¨²n vive en el medio rural?

-En el campo las mujeres a¨²n viven recluidas en casa; son ciudadanas de segunda. Pero hay que educar a la gente. Mi misi¨®n como doctora tambi¨¦n consiste en educar a los padres para que cuiden a sus hijas. Y a las mujeres para que den a luz en un hospital. Atiendo a unos 50 pacientes cada d¨ªa, hombres y mujeres. Les respeto y me respetan.

-?Y si un hombre religioso se niega a que le atienda una mujer?

-A un integrista tratar¨ªa de convencerle, porque parto de una base muy s¨®lida.

La doctora Reda tiene raz¨®n. Es cierto, se ha avanzado mucho. Musharraf ha promovido una pol¨ªtica de cuotas que reserva a las mujeres un tercio de los puestos en la Administraci¨®n y un 10% de los esca?os. Hace seis meses se cre¨® un Ministerio de la Mujer. Y hay mujeres juez y pilotos de combate. Sin embargo, en Pakist¨¢n a¨²n se enfrentan a una barrera infranqueable a la hora de lograr una plena igualdad de derechos: el decreto Hudood, que juzga y dicta sentencia desde un punto de vista tradicional isl¨¢mico cuestiones como la violaci¨®n, la prostituci¨®n, el divorcio o el adulterio. Y m¨¢s all¨¢, la blasfemia o el alcoholismo.

Seg¨²n el siniestro Hudood, una mujer violada necesita el testimonio de cuatro testigos (hombres) para ser cre¨ªda por las autoridades. En caso contrario, puede acabar en la c¨¢rcel por adulterio. Te¨®ricamente incluso podr¨ªa ser lapidada. Un hombre, con s¨®lo proferir tres veces en su propio hogar su deseo de divorciarse, lo consigue. Por el contrario, para una mujer es un v¨ªa crucis que le puede hacer perder la custodia de sus hijos. Musharraf prometi¨® desmontar el Hudood. Una m¨¢s de sus reformas congelada por la presi¨®n de los fundamentalistas en la calle".

?C¨®mo es el epicentro de un terremoto? ?Qu¨¦ aspecto tiene el kil¨®metro cero de la desolaci¨®n? De pesadilla. Basta con contemplar Balakot, el pintoresco pueblo de monta?a en que a las 8.50 horas del 8 de octubre de 2005 comenz¨® el se¨ªsmo.

Aquel buc¨®lico valle surcado por el r¨ªo Kunhar es hoy un decorado fantasmal, gris, sucio, sembrado de ruinas y tiendas de campa?a entre las que deambulan figuras oscuras. Antes de la tragedia viv¨ªan aqu¨ª 70.000 personas; murieron 16.000. Durante aquella primera espantosa jornada, el pueblo qued¨® aislado del exterior. Cay¨® la noche. Comenz¨® a llover torrencialmente. "El agua arrastraba los cad¨¢veres por las calles. Les conoc¨ªamos, eran nuestros amigos; ca¨ªan trozos de monta?a y ¨¢rboles. Cre¨ªmos que hab¨ªa llegado el armagedon: el fin del mundo", describe un vecino sentado en un neum¨¢tico. A la ma?ana siguiente comenzaron a llegar los primeros auxilios en helic¨®pteros militares. Y tambi¨¦n los barbudos: los fundamentalistas.

En la regi¨®n nunca fue un secreto. Durante a?os, este rinc¨®n inaccesible de Pakist¨¢n estuvo sembrado de campos de entrenamiento islamista. En los 90 se hablaba de hasta 60 en la zona. Tras el 11-S se volatilizaron. "Musharraf les oblig¨® a desmontarse o emigrar a zonas m¨¢s ocultas", explica un profesor universitario. "Hubo un tiempo en que, si estabas dispuesto a luchar, aqu¨ª te daban un arma y entrenamiento. Todo el mundo lo sab¨ªa. En esta regi¨®n operan cinco servicios secretos".

-?Cu¨¢les?

-El ISI paquistan¨ª, la CIA, el MI6 brit¨¢nico y los servicios de hind¨² y chino. Y no descarto a los rusos y los israel¨ªes.

La investigaci¨®n policial de los atentados islamitas en el metro londinense, en julio de 2005, puso en evidencia que, al menos uno de los involucrados, hab¨ªa recibido ese mismo a?o formaci¨®n militar en esta zona. Otro detenido por los americanos confes¨® haber recibido adiestramiento en un campamento cerca de Mansehra con capacidad para 80 personas.

Y en esa l¨ªnea, algunos supervivientes confirman que, tras el terremoto, los primeros que llegaron en auxilio de la poblaci¨®n fueron los militantes isl¨¢micos. Pasar unas horas en el ¨¢rea de Balakot a¨²n permite contemplar el tr¨¢nsito de viejas camionetas pickup cargadas de j¨®venes, alguno ataviado con ropa de camuflaje. Nadie sabe de d¨®nde viene ni a d¨®nde van. Por contra, no se divisa ni un solo soldado o polic¨ªa en la zona.

En los d¨ªas posteriores al se¨ªsmo, tras el caos inicial, se inici¨® un r¨¢pido desembarco de las organizaciones de cooperaci¨®n internacional en la provincia. Y, sin perder un segundo, el de las organizaciones caritativas unidas a los partidos fundamentalistas paquistan¨ªes: Al Rasheed Trust (acusada por Estados Unidos de financiar actividades terroristas), Al Khair Trust y la Fundaci¨®n Al Khidmat, y de ONG de pa¨ªses musulmanes, como la Islamic Relief, alarmadas ante la perspectiva de perder su clientela frente a las ONG occidentales. Estas organizaciones caritativas ya han declarado que pretenden construir en la provincia 1.500 mezquitas y 300 madrasas. Y encargarse de cuidar a los miles de hu¨¦rfanos. Una muestra m¨¢s del intento de talibanizar la regi¨®n.

Lo que no quiere decir que todas estas organizaciones religiosas promuevan el terrorismo. Hay una estrecha l¨ªnea roja que separa el fundamentalismo isl¨¢mico del terrorismo isl¨¢mico; a los grupos que luchan espiritual, incluso pol¨ªticamente, para imponer un Estado regido por la sharia, de los que empu?an un arma para conseguirlo.

Una diferencia que s¨ª parece tener clara Pervez Musharraf, que alcanz¨® el poder en Pakist¨¢n tras un golpe militar en 1999. Musharraf parece dar por hecho qu¨¦ grupos fundamentalistas puede manejar y, por el contrario, cu¨¢les son realmente peligrosos para su permanencia en el poder. Ha demostrado ser un maestro en el arte de jugar a dos barajas. Es, por un lado, un firme aliado de Estados Unidos en la "guerra contra el terrorismo", y, al mismo tiempo, favorece y utiliza a la coalici¨®n fundamentalista religiosa MMA como v¨¢lvula de escape para el descontento popular. Para un analista internacional paquistan¨ª, "Musharraf se ha presentado como imprescindible a los ojos de Occidente; se ha creado una imagen de que, si se va, Pakist¨¢n caer¨ªa en manos de los terroristas". "Y eso no es totalmente cierto", contin¨²a un diplom¨¢tico destinado en Islamabad. "La realidad es que es el propio Musharraf el que no puede permitirse el lujo de perder la confianza de la comunidad internacional, que le mantiene en el poder. Queda un a?o para las pr¨®ximas elecciones. Veremos?".

Mohamed Yussuf se encuentra a un palmo de cruzar esa estrecha l¨ªnea roja que separa los argumentos de los disparos. Le conocimos entre las ruinas de Balakot. Nos invit¨® a visitar los restos de su casa colgada en la ladera de la monta?a. All¨ª, en lo que un d¨ªa fue su terraza, orden¨® a sus tres hijos que extendieran alfombras y cojines. Y trajeran galletas y una botella de litro y medio de refresco local. La hospitalidad musulmana en toda su expresi¨®n. Mohamed es maestro de primaria, tiene 42 a?os y personifica el estereotipo del talib¨¢n: barba de la longitud de un pu?o (como ordena la tradici¨®n), ropajes negros y gesto severo. Es un hombre piadoso. Tiene la frente oscurecida por grandes cicatrices resultado de haber pasado muchas horas rezando con la cabeza en el suelo. En su casa no hay radio, televisi¨®n ni m¨¢s libro que el Cor¨¢n. Sus gestos pausados y comedidos; su expresi¨®n adusta, su discurso cadencioso, buscan remedar la figura del Profeta Mahoma. ?stas fueron sus palabras: "A m¨ª, como musulm¨¢n, no me est¨¢ permitido odiar a nadie. La paz es para m¨ª un deber. Ustedes vienen de lejos y les abro mi casa. El islam nunca ha atacado a nadie. Nunca ha iniciado una guerra. Pero cuando nos bombardean y matan a nuestros hijos, tenemos que responder. La yihad se convierte en una obligaci¨®n para todo buen musulm¨¢n. Y eso no es terrorismo, es defenderse. Como nos hemos defendido por las vi?etas del Profeta, que han hecho sangrar nuestro coraz¨®n. Los musulmanes estamos dispuestos a luchar contra el mal. La yihad es nuestra obligaci¨®n".

Yihad, esa ambigua expresi¨®n isl¨¢mica que se relaciona inmediatamente en Occidente con el terrorismo internacional, fue, sin embargo, durante 12 siglos, un concepto pr¨¢cticamente ignorado por los musulmanes. Hasta que la Uni¨®n Sovi¨¦tica invadi¨® Afganist¨¢n en 1979. Y Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, lanz¨® una inusual declaraci¨®n de guerra: "Vamos a sembrarles de mierda a los sovi¨¦ticos su patio trasero". En un laboratorio de la CIA alguien resucit¨® el concepto de yihad como una guerra santa de la comunidad musulmana contra los comunistas. En ese entorno nacieron para la historia Osama Bin Laden y sus brigadas internacionales. "Freedom fighters" (luchadores de la libertad), les denominaba la prensa estadounidense en los ochenta. Para Fred Hallyday, profesor de Relaciones Internacionales en la London School of Economics, "la guerra afgana fue al mundo del siglo XXI lo que la Guerra Civil espa?ola a la II Guerra Mundial, la cocina del diablo en la que se prepararon todos los caldos que despu¨¦s envenenaron el mundo".

Dentro del dise?o de los servicios de inteligencia estadounidense, la dictadura militar paquistan¨ª ser¨ªa la encargada de lavar el cerebro, entrenar y dar apoyo log¨ªstico en su territorio a miles de yihadistas. Con ese prop¨®sito, se abrieron a lo largo de la frontera con Afganist¨¢n miles de madrasas. Mano de obra barata para la yihad. Y se procedi¨® a un acelerado proceso de islamizaci¨®n de Pakist¨¢n, que hab¨ªa nacido como "un Estado de musulmanes", y no como "un Estado musulm¨¢n". El invento funcion¨®. En febrero de 1989, el ej¨¦rcito sovi¨¦tico se retiraba de Afganist¨¢n. Y miles de combatientes musulmanes programados para matar infieles se quedaban en paro. Mientras, Estados Unidos se lavaba las manos y abandonaba a Pakist¨¢n a su suerte.

Desgraciadamente, la historia de la yihad no acaba ah¨ª. Un profesor paquistan¨ª nos lo explica con una met¨¢fora: "Un d¨ªa, los americanos abrieron la botella m¨¢gica, sali¨® el genio y le pidieron un deseo: '?queremos derrotar a los sovi¨¦ticos!'. El genio cumpli¨®. Y la URSS se desmoron¨®. Pero cuando acab¨® su labor, el genio no quiso volver a la botella. Y empez¨® a trabajar por su cuenta. Y a nosotros, para entonces, nos hab¨ªan jodido el pa¨ªs para siempre".

"Ganamos a los rusos en Afganist¨¢n y ganaremos a los americanos. No tenemos prisa. Aquello nos llev¨® diez a?os. ?Sabe por qu¨¦ Estados Unidos no puede ganar a los musulmanes con toda su tecnolog¨ªa y su dinero? Porque para vencer hay que tener coraje y principios. Ellos tienen 140.000 soldados en Irak y d¨ªgame uno s¨®lo que sea capaz de ponerse una bomba en el cuerpo y de inmolarse por su patria americana. ?Ninguno! Y nosotros tenemos miles de j¨®venes dispuestos a morir. Somos m¨¢s poderosos. Dios est¨¢ de nuestro lado". El mul¨¢ Abdul Rashid Ghazi es un s¨ªmbolo del fundamentalismo en Pakist¨¢n. ?l cruz¨® la l¨ªnea roja hace d¨¦cadas. Dirige la Mezquita Roja de Islamabad y dos de las madrasas m¨¢s grandes del pa¨ªs: Jamia Hafsa y Jamia Faridia, con 10.000 alumnas y alumnos. Su organizaci¨®n, a la que se relaciona con la red de Al Qaeda, fue un importante bander¨ªn de enganche para la yihad en los ochenta. ?l mismo combati¨® durante tres a?os a los sovi¨¦ticos en Afganist¨¢n. A¨²n luce con orgullo su turbante afgano. Su padre, Mohamed Abdullah, fue amigo y un s¨®lido aliado de Osama Bin Laden hasta caer asesinado por una secta rival en 1998. Esta mezquita ha sido objeto de tiroteos, asaltos y detenciones policiales en los dos ¨²ltimos a?os. Se la ha relacionado con el intento de asesinato del presidente Musharraf y los atentados de 2005 en Londres. Ghazi ha sido interrogado varias veces, pero sigue en libertad. Y cuenta en su red con 10.000 alumnos entre los seis y los 20 a?os. "Aqu¨ª no entrenamos, educamos".

Hasta el momento, el general Musharraf ha fracasado (una vez m¨¢s) en su intento de sacar a la luz el complejo laberinto de escuelas cor¨¢nicas que jalonan el pa¨ªs; las factor¨ªas del fundamentalismo islamista. Su intenci¨®n inicial era crear un registro gubernamental, regular su curr¨ªculo, controlar su financiaci¨®n y expulsar de Pakist¨¢n a los estudiantes extranjeros sin visado. Papel mojado. La reforma se ha aplazado sine die por la presi¨®n del MMA. Hoy, sigue sin saberse el n¨²mero de madrasas que hay en Pakist¨¢n. La cifra m¨¢s sensata podr¨ªa estar en torno a 12.000. Tampoco cu¨¢ntos seminaristas albergan. Distintas fuentes hablan de 1,5 millones de j¨®venes. Y acerca del porcentaje que predica la violencia, los m¨¢s prudentes hablan del 10%. Los pesimitas elevan esa cifra a un tercio del total.

Al igual que la yihad, las madrasas fueron una realidad ajena a los paquistan¨ªes hasta la invasi¨®n de Afganist¨¢n por la URSS, cuando se puso en marcha la industria islamista. En 1947, a?o de la independencia del pa¨ªs, hab¨ªa menos de 150 escuelas en Pakist¨¢n. Y su influencia pol¨ªtica era nula. En plena campa?a contra la URSS, en los a?os ochenta, se hablaba ya de 2.500. Hoy, algunos elevan ese n¨²mero a 20.000.

El 'mul¨¢' Ghazi se niega a mostrarnos su escuela: "No podemos perturbar el trabajo de los estudiantes. En la de mujeres no entro ni yo: les damos clase desde otra habitaci¨®n a trav¨¦s de un micr¨®fono. El islam proh¨ªbe que los hombres y mujeres interactuemos. La naturaleza es d¨¦bil". Sin embargo, accede a abrirnos las puertas de su hogar. Previamente, un seminarista retira de la estancia dos fusiles Kal¨¢shnikov, munici¨®n y pistolas: "Comprendan que me tengo que defender de los ataques terroristas del Gobierno que buscan satisfacer a los americanos". Nos trae galletas y t¨¦. Y comienza su discurso en un perfecto ingl¨¦s. "El islam se ha expandido muy r¨¢pido en todo el mundo y la respuesta de la propaganda occidental, que va contra los preceptos del islam, es mentir diciendo que creamos intolerancia y terrorismo. Nosotros respetamos a la mujer, no la utilizamos como un objeto carnal. Dicen ustedes que las maltratamos. Pero las mujeres est¨¢n bien en el islam. No hay que cambiar su estatus; es nuestra cultura. Aqu¨ª tampoco creamos terroristas, formamos ulemas. No les ense?amos a atacar, sino a defenderse. Si nos atacan, la obligaci¨®n del musulm¨¢n es extenderlo a todo el mundo. La venganza es un deber del musulm¨¢n. Hay que tomar represalias con exactitud: Ojo por ojo; nariz por nariz; oreja por oreja; diente por diente?".

-?Incluso contra la poblaci¨®n civil, como el 11-S?

-No hay ninguna evidencia de que ese hecho fuera obra de los afganos, y, sin embargo, Bush bombarde¨® Afganist¨¢n en represalia. Estados Unidos est¨¢ interviniendo como polic¨ªa, juez y verdugo. Si tiene evidencias, que lo lleve al Tribunal Penal Internacional. Pero que no invada un pa¨ªs inocente.

-Un pa¨ªs que estaba dirigido por personas que apoyaban el terrorismo?

-Los talib¨¢n era el gobierno ideal para Afganist¨¢n, pero no tuvieron tiempo de llevar a cabo su programa. No eran expertos en conducir un pa¨ªs; eran religiosos. Y los americanos no les dieron una oportunidad. La ley isl¨¢mica es el gobierno ideal. No le d¨¦ m¨¢s vueltas, todo est¨¢ en el Libro.

Cuando por fin logramos entrar en otra madrasa, la realidad es decepcionante. La Muhammadia Ghousia, a las afueras de Islamabad, no es un sofisticado campo de entrenamiento, sino un cochambroso edificio en un descampado donde malviven 300 ni?os y j¨®venes, muchos hu¨¦rfanos y la mayor¨ªa procedente de los sectores m¨¢s humildes del pa¨ªs, entre los seis y los 18 a?os. Aqu¨ª la vida es muy dura. Los seminaristas se levantan al salir el sol. Duermen sobre esteras en las mismas aulas desnudas. En ellas, repiten durante horas p¨¢rrafos del Cor¨¢n mientras se mecen adelante y atr¨¢s, "impulsados por el aliento de Dios", explica el rector, Mukhtar Ahmad Zia, al que los alumnos besan la mano al pasar. "Cuando salen de aqu¨ª pueden ser profesores de religi¨®n o ir a una universidad isl¨¢mica o al ej¨¦rcito". Ante nuestras preguntas, un seminarista de 12 a?os est¨¢ a punto de echarse a llorar. El rector comienza a estar inc¨®modo con nuestra visita. Amplios c¨ªrculos de sudor avanzan por su t¨²nica. En toda la madrasa retumba el arrullo del Cor¨¢n. Todo es demasiado pobre. Pero da la sensaci¨®n de que esta precariedad va m¨¢s all¨¢ de la simple ausencia de medios econ¨®micos. Que forma parte de un completo modelo de adoctrinamiento pol¨ªtico.

Pakist¨¢n es un polvor¨ªn de 160 millones de habitantes, la mitad con menos de 19 a?os. Un 97% son musulmanes. La mitad es pobre. Gobierna un general que alcanz¨® el poder en un golpe militar y que elude el juego limpio democr¨¢tico. El Ej¨¦rcito es un Estado dentro del Estado. Los partidos seculares est¨¢n desacreditados por los casos de corrupci¨®n. Los partidos fundamentalistas gobiernan en la calle. El pa¨ªs cuenta con armas nucleares. Y miles de escuelas cor¨¢nicas sin registrar. En el norte, mantiene una pugna casi b¨¦lica con India (que tambi¨¦n posee arsenal at¨®mico), por el control de Cachemira. En el oeste, comparte con Afganist¨¢n una frontera de 1.500 kil¨®metros, en muchos de cuyos distritos la ¨²nica autoridad es la tribal. El pa¨ªs es profundamente antiamericano, est¨¢ orgulloso de sus tradiciones, admira muchas pr¨¢cticas de los talib¨¢n y cree que el 11-S fue un montaje. Y, sin embargo, el inmenso McDonald's entre Islamabad y Rawalpindi est¨¢ cada noche a reventar.

Y, en este viernes de septiembre, tres d¨ªas antes de que se cumplan los cinco a?os de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, a la hora del rezo en la fara¨®nica mezquita Rey Faisal, que puede albergar a 100.000 personas, nadie se molesta por nuestra presencia. Nos ignoran. No hay insultos. Ni amenazas. No tenemos ning¨²n sentimiento de incomodidad o peligro. Cuando concluyen, los fieles recogen sus zapatos y se marchan. Y les vemos alejarse en viej¨ªsimos autobuses.