So?ar y sobrevivir
Pura paradoja. El retrato m¨¢s certero de la vida dom¨¦stica espa?ola es un mapa de contradicciones. El hogar medio nacional es un punto de encuentro entre la igualdad y la individualidad. Lo afirma la soci¨®loga Mar¨ªa ?ngeles Dur¨¢n: el grueso de los hogares se acerca. Nuestras diferencias dom¨¦sticas son cada vez menores. La cotidianidad diaria se parece. Pero, naturalmente, tenemos necesidades y aspiraciones diferentes. A esa cara p¨²blica y anhelos privados hemos rebajado nuestras diferencias. S¨®lo un 4% de nuestros hogares supera los 200 metros cuadrados. Y m¨¢s del 70% de la poblaci¨®n vive en pisos entre 50 y 100 metros cuadrados. As¨ª las cosas, vivimos entre el lujo y la supervivencia. Y como ocurre con todas las paradojas, a veces el lujo consiste, precisamente, en lograr sobrevivir. O visto de otro modo, cuando conseguimos sobrevivir empezamos a so?ar con el lujo. O los lujos. Porque en una casa, tanto el lujo como la supervivencia pueden ser factores subjetivos.
En la idea de casa, en el tipo de vivienda que pensamos y que, cuando podemos, elegimos y tratamos de construir, tiene tanto que ver la realidad como la voluntad, el punto de partida como la aspiraci¨®n. Nuestras viviendas reflejan tanto nuestras posibilidades como nuestros sue?os. As¨ª, los modelos que manejamos para dibujar el lugar en el que queremos vivir son tanto reales como aspiracionales. Es m¨¢s, rara vez los hogares no son una mezcla de ambos: la realidad y el deseo. Y esa combinaci¨®n de contrarios redefine, de nuevo, los conceptos de lujo y de supervivencia. ?Qu¨¦ es hoy el lujo dom¨¦stico? ?A qu¨¦ llamamos sobrevivir en una casa?
Empecemos a lo grande. El lujo. Lo escaso, lo inalcanzable, lo exclusivo, lo perfecto, lo glamouroso. Pero tambi¨¦n lo antidemocr¨¢tico, lo innecesario, lo superficial y hasta lo pretencioso. Hablamos de paradojas: todo eso cabe en una misma idea. Y por supuesto, en una casa, en cierto tipo de vivienda. Con todo, ni siquiera a ese dato podemos aferrarnos: todos esos conceptos que se desgranan de la palabra lujo son interpretables, y, por tanto, relativos, personales. Tal vez por esa indefinici¨®n podr¨ªan haber quedado atr¨¢s. La vida actual ha redefinido el concepto de lujo. Ya no es solamente una cuesti¨®n fundamentalmente econ¨®mica la que se vincula a esa idea. La calidad se interpreta hoy asociada a otros factores, los que llamamos nuevos lujos: el espacio (la holgura, la abundancia de metros cuadrados?), el lugar (las vistas, el paisaje que rodea una casa, la ubicaci¨®n c¨¦ntrica de un piso?), lo escaso (lo irrepetible: un mirador urbano, una colecci¨®n de arte, una piscina en la azotea?). La atenci¨®n a estos factores resulta en las nuevas viviendas lujosas. Y esos nuevos lujos no son valores absolutos ni funcionan en solitario. En gran parte son relativos. Para definirse, para concretarse, precisan de un contexto. La arquitectura siempre ha sido as¨ª: juzga edificios y emplazamiento, un inmueble y su ubicaci¨®n. De este modo, la amplitud espacial, la generosidad en los metros cuadrados, el tama?o del jard¨ªn o el n¨²mero de habitaciones en el centro de una gran ciudad como Nueva York o Tokio son un lujo inalcanzable para la mayor¨ªa. Pero tambi¨¦n lo es una lavadora en un piso de Manhattan, que te evite bajar a la lavander¨ªa comunitaria del s¨®tano a hacer la colada. Pero esa misma situaci¨®n, la de tener una lavadora, es la norma en Espa?a, hasta en los pisos m¨¢s peque?os. Un jard¨ªn, hasta una piscina o muchos cuartos de ba?o dejan de ser lujos en un contexto rural, en seg¨²n qu¨¦ bosque o en medio de muchos campos, donde los metros son todav¨ªa moneda de cambio com¨²n.
Hay lujos de quita y pon. Y valores de cambio que se deval¨²an. As¨ª, a nadie se le escapa que hoy la tecnolog¨ªa ha dejado de ser un lujo para entrar a formar parte de la m¨¢s anodina vida cotidiana. La media espa?ola de televisores por hogar se acerca a los dos aparatos por vivienda. Son extra?os los hogares sin microondas, sin reproductor de DVD o sin cadena reproductora de CD. Y no estamos hablando de electrodom¨¦sticos b¨¢sicos. En pocos a?os veremos c¨®mo el ordenador suplanta al televisor, al reproductor de DVD, al de v¨ªdeo, al de m¨²sica y, tal vez, a los controles de seguridad dom¨¦sticos. El tel¨¦fono m¨®vil terminar¨¢ por sustituir a las monedas. En Finlandia, ya es la forma m¨¢s habitual de pago al subir a un tranv¨ªa o a un autob¨²s. Todo terminar¨¢ por llegar. Que lo vaya haciendo sin sobresaltos, sin sorprendernos demasiado, ya quiere decir algo. Revela la naturalidad con la que hemos tecnificado nuestras casas. La extensi¨®n de los servicios termina con su exclusividad. Y con su asociaci¨®n con el lujo. As¨ª, un horno programable en Espa?a ya no es un lujo. Pero s¨ª lo es una sauna, presente en m¨¢s de la mitad de los hogares finlandeses. Lo apunt¨¢bamos: el concepto lujo es hoy relativo. Los lujos cambian y se redefinen. Les alteramos el significado. Los devaluamos nosotros mismos de generaci¨®n en generaci¨®n, de d¨¦cada en d¨¦cada. Y as¨ª, los lujos actuales ya no tienen que ver con la apariencia, con la ostentaci¨®n ni con el poder. Se han vuelto realistas. Est¨¢n m¨¢s cerca de las mejoras tangibles. No se puede hablar de l¨®gica ante algo no estrictamente necesario, pero los lujos de hoy parecen m¨¢s realistas. Han abandonado la representaci¨®n. Tienen que ver con la calidad de vida. Nos permiten vivir mejor, disfrutar m¨¢s de la vida, sacarle jugo a cada momento.
Exprimir el espacio, el tiempo y la vida. Ya no se trata tanto de demostrar algo como de sacarle partido a las situaciones. Esa actitud ha cambiado nuestras prioridades. Y otras ideas, como la redefinici¨®n de tiempo, tambi¨¦n dejan su huella en nuestras casas. El tiempo que hoy valoramos dom¨¦sticamente no es el de la durabilidad. No se trata tanto de que los muebles y los electrodom¨¦sticos duren muchos a?os como de que nos proporcionen tiempo libre, descanso, ocio, m¨¢s trabajo u horas para la familia. La vida dom¨¦stica se ha conchabado para lograr ese fin. Lleva a?os intent¨¢ndolo. A las comidas prefabricadas se han a?adido, desde hace unos a?os, las verduras cortadas y lavadas, las ensaladas deshojadas o las patatas peladas. Estos alimentos envasados no son tan sospechosos como los guisos precocinados. Son m¨¢s directos, m¨¢s limpios, los comemos con mejor conciencia. Nos hacen sentir doblemente bien: conseguimos comer sano sin perder tiempo arrancando hojas de lechuga estropeadas. Las bolsas de basura, donde tirar¨ªamos esas hojas desechadas, tambi¨¦n nos permiten ganar segundos. Ya no tenemos que anudarlas. Las cerramos tirando de un cord¨®n. No perdemos tiempo ni buscando los tapones de los geles en el ba?o (que est¨¢n sujetos a los frascos), ni mezclando la temperatura del agua, que podemos elegir de antemano o conseguir con los monomandos. Los lavaplatos y las lavadoras cada vez tienen programas cortos m¨¢s elaborados. Y lo que parec¨ªa imposible para ganar todav¨ªa algo m¨¢s de tiempo empieza a ser realidad. Existen armarios que planchan con ba?os de vapor la ropa que se cuelga de ellos, robots que mecen las cunas y manos que sustituyen a las de los padres a la hora de consolar a un beb¨¦. Todo por hacernos con unos minutos de m¨¢s. El tiempo libre es un lujo que conecta los dos mundos: el del lujo y el de la supervivencia. ?Empleamos el tiempo ganado en vivir o solamente en sobrevivir?
Los modelos de supervivencia se acercan peligrosamente a la idea de progreso personal que hoy es casi un sin¨®nimo de lujo: poder ser. Dig¨¢moslo pronto: nunca es oportuno gastar bromas con la supervivencia dom¨¦stica. Pero buscarle humor a la vida puede ser un gran primer paso para sobrevivir. Concretamos: cuando decimos supervivencia queremos decir pasar con lo justo. As¨ª, sobrevivir en una casa es adue?arse de una vivienda de alquiler, hacerla propia; desconectar la presi¨®n del tiempo, de una hipoteca, de una inversi¨®n, de una cuota mensual. Nadie va a vivir eternamente, y gastarse unos euros en un lugar en el que vamos a habitar cinco a?os puede ser una gran inversi¨®n. Disfrutar el momento. En casi la mitad de los hogares espa?oles, sobrevivir es tambi¨¦n una cuesti¨®n de espacio. Todo un cl¨¢sico en nuestra decoraci¨®n contempor¨¢nea: sacar jugo a pocos metros. Y cada vez m¨¢s la supervivencia dom¨¦stica aborda el pasar con poco, el amueblar con cuatro duros. La receta para lograrlo es otro viejo conocido. Dos ingredientes legendarios, orden y decisi¨®n, para aprovechar mejor el espacio. Orden para que los objetos y los muebles no invadan los pocos metros en los que vivimos. Decisi¨®n para aprender a elegir los muebles y los enseres que realmente necesitamos. Los que de verdad mejoran nuestras vidas frente a los que se convierten en un trasto sin cabida en nuestras casas. Para alcanzar una supervivencia de lujo hemos buscado adem¨¢s la ayuda de profesionales que, eligiendo un color, saben alegrar una vivienda. Y hemos recurrido a historias personales en las que las casas hablan de una elecci¨®n subjetiva, entre el lujo y la supervivencia. As¨ª, los arquitectos suecos Claesson, Koivisto y Rune lanzan un desaf¨ªo: ?cu¨¢nto mide una casa, los pocos metros que encierra o el paisaje que la rodea?
Las ciudades funcionan cuando se convierten en extensiones de las casas. El jard¨ªn de un piso en el centro deber¨ªa ser un parque urbano; el comedor, un restaurante; la terraza, un banco en un paseo. Nuestras casas crecen en su contexto. Quien vive en la ciudad deber¨ªa aprender a usarla, a hacerla suya. Quien gestiona la ciudad deber¨ªa aprender a ofrecerla, a brindarla a sus peque?os propietarios: los ciudadanos. Y sus visitas. De la misma manera que la estrechez dom¨¦stica se vence en la amplitud urbana, la supervivencia deshace t¨®picos sobre la mala prensa del alquiler en Espa?a. Para comprar un piso de 50 metros, muchas personas deben hipotecarse durante 40 a?os. Cuarenta a?os en 50 metros. Hay quien prefiere el riesgo de vivir en la ciudad una temporada. De dejarse abiertas las puertas para considerar una mudanza al campo. De plantearse volver al pueblo. De esperar -para eso s¨ª hay que ser optimista- que el mercado inmobiliario recupere una l¨®gica. Que la loter¨ªa de un piso protegido llame a su puerta. Tal ver sobrevivir consista, en buena parte, en eso: en exprimir la realidad y aprender a so?ar. Con los pies en la supervivencia y la cabeza en el lujo, un sue?o doble, el de un cliente y un arquitecto, est¨¢ en los cimientos de algunas de las mejores casas del mundo. As¨ª, en medio de t¨¦rminos tan relativos como el lujo y la supervivencia, cobra rotundidad una cuesti¨®n tan et¨¦rea, esquiva y mal vista como aprender a so?ar.
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