Despu¨¦s de Pujol y de Maragall
Como de costumbre, los resultados electorales del 1 de noviembre ofrecen m¨¢s de una lectura. En clave de mayor¨ªas posibles, se ha dicho bastante. Tambi¨¦n por quien esto firma, que se manifest¨® y se manifiesta favorable a reconstituir una coalici¨®n de Gobierno integrada por PSC, ERC e IC-EUIA. Es una f¨®rmula que considero preferible en este momento a cualquier otra. Y es adem¨¢s perfectamente homologable en su legitimidad democr¨¢tica y en su proyecto pol¨ªtico a la de muchos pa¨ªses europeos.
Pero no es este aspecto el que quiero resaltar. Lo m¨¢s significativo de los resultados del d¨ªa 1 es la confirmaci¨®n de movimientos de fondo en el paisaje sociopol¨ªtico catal¨¢n que empezaron a advertirse ya en la d¨¦cada de 1990. Basta fijarse en dos datos relevantes de los ¨²ltimos resultados. La suma de votos conseguidos por las dos fuerzas mayoritarias -CiU y PSC- ofrece la cifra m¨¢s baja de toda la historia electoral catalana, si se except¨²an las primeras elecciones de 1980. Convergentes y socialistas han reunido entre ambos el 32% del censo y el 58%. Esta tendencia al declive acumulado de las dos fuerzas pol¨ªticas mayoritarias persiste desde 1984. Con una sola excepci¨®n: las elecciones de 1999 que polarizaron a los votantes ante el enfrentamiento Pujol-Maragall.
Convergentes y socialistas han reunido entre ambos el 32% del censo
Desaparecidos del primer plano pol¨ªtico los dos ex presidentes, el movimiento a la baja se acent¨²a ahora con los resultados de 2006. Contribuyen a ello el crecimiento de los partidos menores, del voto extraparlamentario y de los sufragios blancos y nulos. Todo eso no puede calificarse por s¨ª mismo de positivo o negativo. Es lo que es. Lo que procede es interpretarlo con los medios disponibles. Pueden formularse conclusiones para todos los gustos. Pero cuesta negar la evidencia de que el paisaje pol¨ªtico catal¨¢n est¨¢ cambiando porque hay movimientos de fondo que lo provocan: en la demograf¨ªa, en la ocupaci¨®n del territorio, en la estructura econ¨®mica, en las pautas culturales, en la tecnolog¨ªa, en las formas de comunicaci¨®n, etc¨¦tera.
Los partidos tradicionales no aciertan -ni en Catalu?a ni en otros pa¨ªses- a dar respuestas claras a las inquietudes suscitadas por estos cambios. No consiguen calibrar su alcance, como tampoco lo consiguen otros actores sociales y econ¨®micos. Por tanto, tampoco saben proponer estrategias a medio plazo que aprovechen oportunidades y aten¨²en inconvenientes. Se encierran en el profesionalismo corporativo de sus propias organizaciones y, como mucho, conf¨ªan el tratamiento de los problemas inmediatos a t¨¦cnicos y expertos que no siempre tienen en cuenta el horizonte pol¨ªtico. De ah¨ª, en buena parte, el desapego pol¨ªtico de la ciudadan¨ªa, expresado en elevado abstencionismo, volatilidad del sufragio, voto-protesta favorable a propuestas populistas o exc¨¦ntricas y recurso a la papeleta nula o en blanco.
En torno a Pujol, se fragu¨® en su momento una propuesta pol¨ªtica que cont¨® con un amplio apoyo en la Catalu?a posfranquista. En torno a Maragall se vislumbraba una salida superadora del estancamiento pol¨ªtico de las ¨²ltimas legislaturas de una CiU sin proyecto y sin mayor¨ªa. Pero el proyecto de Maragall se ha quedado a medio camino, lastrado de buen principio por la hostilidad de sectores influyentes de la sociedad espa?ola (y catalana), por la incomprensi¨®n de algunos supuestos aliados y por la torpeza en la ejecuci¨®n.
Para responder a los nuevos desaf¨ªos, no basta con encontrar sustitutos a Pujol o a Maragall. Los movimientos de fondo exigen cambios en los partidos y en las actitudes de sus dirigentes, en sus modos de selecci¨®n y actuaci¨®n. Cuando no responden a las exigencias de un periodo de transformaciones radicales y aceleradas, las organizaciones partidarias aparecen como estructuras obsoletas y cada vez m¨¢s desconectadas del cuerpo social que pretenden representar. Pese a ello, hay que tener en cuenta la existencia en los propios partidos de centenares de militantes, todav¨ªa dispuestos de forma benem¨¦rita a empe?ar tiempo y esfuerzos en un proyecto colectivo.
Es poco probable, sin embargo, que estos esfuerzos "desde dentro" sean suficientes. Seguir¨¢ siendo necesario tantear caminos desde otros espacios de relaci¨®n social, profesional, cultural o acad¨¦mica. Caminos que deben transitarse para ofrecer a la ciudadan¨ªa los datos complejos de los problemas colectivos y no quedarse en las simplificaciones de la agitaci¨®n demag¨®gica o de la urgencia medi¨¢tica. Caminos que conduzcan a abrir ¨¢mbitos de debate y propuesta, complementarios de los espacios institucionales. Desde dichos ¨¢mbitos, pueden promoverse procesos de discusi¨®n y elaboraci¨®n de pol¨ªticas que desborden la rigidez de los planteamientos tecnoburocr¨¢ticos.
No es suficiente que el desenlace de estas elecciones quede limitado -aunque sea trascendental- a la tarea de fabricar una mayor¨ªa de Gobierno. Los datos electorales han de constituir un est¨ªmulo para adentrarse otra vez y de manera perentoria en nuevas iniciativas de acci¨®n ciudadana. Habr¨¢ que ponerse de nuevo manos a la obra, m¨¢s all¨¢ del corto plazo. Aprendiendo de los tropiezos y fracasos, pero sin concesiones al escepticismo.
Josep M. Vall¨¨s es consejero en funciones de Justicia de la Generalitat.
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