Una generaci¨®n hipotecada
Si sigui¨¦ramos el precedente publicitario sentado por una famosa novela publicada hace ya algunos a?os, a la actual cohorte de j¨®venes que se disponen a formar familia entrados en la treintena habr¨ªa que llamarla generaci¨®n H o generaci¨®n hipotecada, como forma gr¨¢fica de identificar su programaci¨®n vital. Y ello tanto en t¨¦rminos estrictos como metaf¨®ricos, pues se trata de una generaci¨®n que no s¨®lo ha contra¨ªdo hipotecas inmobiliarias casi vitalicias, en la medida en que su plazo de cancelaci¨®n alcanza ya los 50 a?os, sino que adem¨¢s ha hipotecado en sentido figurado toda su entera biograf¨ªa.
En efecto, para esta generaci¨®n, la hipoteca se ha convertido en el peaje a pagar como nuevo rito de paso hacia la integraci¨®n adulta. Por eso, hoy los j¨®venes permanecen dependiendo de sus familias hasta que logran disponer de un empleo estable con cuyos ingresos poder sufragar un cr¨¦dito hipotecario, lo que no resulta posible hasta los 30 a?os. ?A qu¨¦ se debe esta preferencia juvenil por la compra de vivienda en vez del alquiler? Hay tres explicaciones coincidentes. La primera es la escasez y carest¨ªa de los pisos en arriendo, dada la naturaleza especulativa de nuestro mercado inmobiliario. La segunda se debe a los factores culturales derivados del modelo latino-mediterr¨¢neo, dada la herencia hist¨®rica legada por la pol¨ªtica social del fascismo, cuyo s¨ªmbolo fue la vivienda familiar de protecci¨®n oficial. Y la tercera se debe al clima de inseguridad laboral e incertidumbre de futuro que aconseja a los j¨®venes protegerse frente al riesgo de despido y de divorcio mediante la compra de una vivienda en propiedad. Un riesgo que para las mujeres es mucho m¨¢s elevado, dada su discriminaci¨®n laboral y las carencias de nuestro Estado de bienestar, cuya escasez de servicios sociales impide conciliar el trabajo con la maternidad. De ah¨ª que la propiedad de la vivienda act¨²e como un seguro de vida, destinado a proteger y garantizar el futuro adulto.
Todo ello explica que los j¨®venes espa?oles prefieran seguir conviviendo con sus padres hasta que puedan estar en condiciones de adquirir una vivienda en propiedad. Pero dada la creciente carest¨ªa del mercado inmobiliario, la precariedad del mercado laboral y el bajo poder adquisitivo de los salarios, esto s¨®lo puede hacerse mediante un cr¨¦dito hipotecario con periodo de amortizaci¨®n muy largo. Pero hipotecarse a largo plazo exige disponer de un empleo fijo o estable: algo fuera del alcance para la mayor¨ªa de los j¨®venes mileuristas, que s¨®lo pueden acceder a contratos temporales sin garant¨ªa de continuidad. De ah¨ª que muchas veces necesiten del concurso de sus progenitores (o de sus abuelos) para que avalen y garanticen el pago del cr¨¦dito hipotecario, lo que refuerza la dependencia familiar de los j¨®venes. Y aun as¨ª, la obtenci¨®n del cr¨¦dito hipotecario resulta muy dif¨ªcil si no se plantea entre dos, mediante su firma solidaria con una pareja estable con la que compartir los costes y los riesgos de la amortizaci¨®n. Por eso a una conocida dem¨®grafa le gusta decir que los j¨®venes no se casan con sus parejas, sino con sus hipotecas. Y esto explica que la cohabitaci¨®n en Espa?a sea mucho m¨¢s baja que en el resto de Europa, pues nuestros j¨®venes prefieren el matrimonio institucional como la forma m¨¢s segura de garantizar el futuro de sus hipotecas. Pero esta hipotecaci¨®n generalizada tambi¨¦n tiene graves consecuencias sociales y pol¨ªticas. Entre estas ¨²ltimas cabe destacar el sesgo ideol¨®gico en sentido conservador que con sus hipotecas adquiere esta generaci¨®n, dedicada el resto de su vida a defender y asegurar con u?as y dientes el valor de su apreciada propiedad privada. Un conservadurismo privatizador que se ve adem¨¢s doblado con un est¨¦ril inmovilismo localista y nacionalista, pues, encadenados a sus hipotecas vitalicias, los j¨®venes se resisten a emigrar de los nichos inmobiliarios que habitan, desaprovechando las oportunidades de movilidad social y geogr¨¢fica que les brinda la globalizaci¨®n. Pero, adem¨¢s de todo esto, a¨²n existe otro efecto hipotecario todav¨ªa m¨¢s insidioso, que es el ejercido sobre la formaci¨®n de car¨¢cter de la juventud.
El retraso hipotecario de la emancipaci¨®n juvenil ha invertido la metodolog¨ªa educadora, que antes era meritocr¨¢tica (carrera de sacrificios disciplinarios, con aplazamiento de las recompensas hasta despu¨¦s del acceso al estatus adulto) y hoy es consuntiva: acceso inmediato a todas las gratificaciones sin proporci¨®n a los sacrificios realizados y con mucho adelanto sobre la adquisici¨®n del estatus adulto. Hace pocos lustros, cuando la emancipaci¨®n juvenil se produc¨ªa hacia los 22 a?os, todav¨ªa se intentaba reprimir a los j¨®venes neg¨¢ndoles el acceso a unos consumos gratificantes como el del sexo con la promesa de que "cuando seas padre, ya comer¨¢s huevos". Pero ahora semejante sacrificio aplazado hasta despu¨¦s de los 30 a?os ya no tiene ning¨²n sentido. De modo que, alentados por la tolerante permisividad del forzoso consentimiento progenitor, nuestros adolescentes adelantan hasta edades cada vez m¨¢s tempranas su precoz acceso anticipado a todos los consumos inmediatamente gratificantes, como el sexo y los dem¨¢s entretenimientos placenteros. Por lo tanto, estos incentivos ya no pueden actuar como premios diferidos que estimulan el esfuerzo sostenido por madurar y hacerse mayor, pues ahora pueden cobrarse por adelantado con total independencia del m¨¦rito y la madurez personal.
Lo cual supone invertir la secuencia temporal entre las dos actividades de consumo (satisfacci¨®n de necesidades) y realizaci¨®n (desarrollo de capacidades), que seg¨²n Jon Elster estructuran la programaci¨®n biogr¨¢fica de la buena vida. Lo progresivo es anteponer la realizaci¨®n sobre el consumo para utilizar a ¨¦ste como incentivo aplazado, tal como hac¨ªa el m¨¦todo moderno de socializaci¨®n diferida: de joven se reprim¨ªa el consumo y se aprend¨ªa la realizaci¨®n (¨¦tica del trabajo), para poder recobrar ya de adulto como leg¨ªtima recompensa el consumo juvenil sacrificado. Era el truco de la zanahoria prometida como premio aplazado del esfuerzo de autosuperaci¨®n: "El que algo quiere algo le cuesta". Lo cual obligaba a programar la vida de acuerdo al ascetismo puritano de la hormiguita inversora, pagando el precio por anticipado antes de disfrutar de la vida en un futuro aplazado.
En cambio, el actual m¨¦todo posmoderno invierte la secuencia temporal entre ambas instancias, cayendo en la regresi¨®n aparente de poner el carro delante de los bueyes. Ahora se adelanta a la etapa juvenil un copioso consumo pasivo y gratuito (¨¦tica del ocio) mientras se pospone la realizaci¨®n activa hasta muy avanzada la etapa adulta. As¨ª, una vez que ya se ha inducido la adicci¨®n a un r¨¦gimen de consumo compulsivo, s¨®lo despu¨¦s se ofrece la oportunidad de realizaci¨®n adulta como precio a pagar para seguir realimentando el coste de la adicci¨®n consumista. Pero esto es como abandonar el m¨¦todo inversor de pagar antes de gastar, propio de la ahorradora hormiga, para pasar a seguir el m¨¦todo adictivo de gastar antes de pagar, t¨ªpico de la consuntiva cigarra. Un m¨¦todo de socializaci¨®n anticipada inspirado en la l¨®gica del cr¨¦dito hipotecario, que permite disfrutar del consumo juvenil antes de que haya que pagarlo en el futuro con realizaciones adultas, colocando as¨ª al joven de por vida en posici¨®n deudora.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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