Vivir no es imposible
Conozco a un individuo -vamos a llamarle Tom¨¢s- que va por la vida manejando un discurso sint¨¢cticamente coherente, pero que s¨®lo tiene que ver con sus propios estados internos. Tom¨¢s habla mucho, finge interesarse por las cosas, relaciona fragmentos de racionalidad, encadena t¨®picos, aparenta normalidad, pero lo que dice tiene que ver exclusivamente con su paisaje interno. El mundo es para ¨¦l como una mancha de Rorschach que va interpretando en funci¨®n de sus estados subjetivos, sin enterarse de lo que ve.
Neurolog¨ªa a un lado, al caso de Tom¨¢s se le podr¨ªan aplicar algunos de los an¨¢lisis del hoy casi olvidado doctor Lacan. Ya se sabe que la originalidad de Jacques Lacan estribaba en considerar el s¨ªntoma esquizofr¨¦nico como un desorden del lenguaje, y en dar una versi¨®n ling¨¹¨ªstica del complejo de Edipo. (Michel Foucault se?al¨® que la importancia de Lacan proven¨ªa de haber mostrado que no es el sujeto, sino el mismo sistema del lenguaje, el que habla a trav¨¦s del discurso del paciente y a trav¨¦s de los s¨ªntomas de su neurosis). La esquizofrenia, y sus muchos derivados, se presentaba entonces como la quiebra de la relaci¨®n entre significantes. Significante, significado y referente dejaban de estar unidos. Pues bien, se dir¨ªa que Tom¨¢s padece una tal hipersensibilidad / vulnerabilidad frente al llamado mundo real que, como defensa, ha decidido manejar los significantes a su antojo, plegar la realidad a su mundo emocional. As¨ª, por ejemplo, si el mundo real es temporal e implica responsabilidad, Tom¨¢s no resiste esa carga, y rechaza el tiempo. Tom¨¢s vive en un permanente presente que se traduce en un comportamiento hecho de momentos inconexos. Tom¨¢s llega al mediod¨ªa a su casa y va dejando los objetos que trae en cualquier parte, olvidando luego donde los ha dejado. No soporta la ilaci¨®n continua del mundo real. ?l ha escogido la discontinuidad instant¨¢nea que le libera de toda responsabilidad. (A se?alar, dicho sea de paso, la conocida convergencia entre esquizofrenia y postmodernidad, la orientaci¨®n com¨²n a vivir exclusivamente el presente).
Tom¨¢s no es ning¨²n d¨¦bil mental. En una atm¨®sfera de invernadero, sin riesgo y rodeado de aprobaci¨®n y cari?o, puede ser bastante realista, percibir bien el entorno y asumir una cierta responsabilidad. Lo que ocurre es que siempre encuentra algo que le frustra, y autom¨¢ticamente, se le disparan las defensas. Con todo, incluso entonces, su raz¨®n formal sigue funcionando impecablemente. Si algo puede decirse de esos enfermos fronterizos -y quiz¨¢ de todos los enfermos mentales, en general- es que nunca pierden la raz¨®n. S¨®lo que se trata de una raz¨®n "desembragada". A ratos, Tom¨¢s me recuerda al personaje rob¨®tico de la Sala China de John Searle. Conoce el "manual de instrucciones", su lenguaje parece normal, pero no entiende nada de lo que dice y hace. Pura sintaxis, nula sem¨¢ntica.
Pues bien, cabe preguntar: ?no hacemos todos lo mismo? Y la respuesta se me antoja clara: naturalmente que hacemos todos lo mismo. El algoritmo de Jacques Lacan -significante / significado- equivale a una fisura que explica una pauta bastante universal: la gente, cuando habla, no suele saber lo que dice. Pero habla, porque tiene necesidad de hablar. (La vida social es un gran s¨ªndrome. Todo s¨ªntoma puede ser considerado como el significante de un significado oculto). O sea, que s¨ª, hacemos todos lo mismo, s¨®lo que en grados variables de disimulo, con un cierto instinto de adaptaci¨®n social y, a veces, con un desconcertante grado de habilidad. Recordemos que Sigmund Freud comparaba los sistemas filos¨®ficos con paranoias exitosas.
El caso es que existe una equivocaci¨®n generalizada: creer que entendemos algo s¨®lo porque somos capaces de relacionar fragmentos de racionalidad. Y lo cierto es que nos pasamos la vida sin entender gran cosa de lo que sucede y apenas nada de lo que nos sucede. Funcionamos por compartimentos estancos y, como dijera Gregory Bateson, creando nuestro mundo de acuerdo con presuposiciones y expectativas. El hemisferio izquierdo del cerebro se encarga entonces de inventar los "cuentos" que a cada momento m¨¢s nos "convienen". En este contexto, cabe decir tambi¨¦n que nuestro pensamiento funciona desde paradigmas m¨¢s o menos inconscientes (en conexi¨®n con el asunto cl¨¢sico de las ideolog¨ªas). Ello es que existe una similitud entre el concepto de paradigma y los estados normales de conciencia; en ambos casos se trata de un marco de referencia que nos hace creer en la existencia de un modo natural de ver el mundo. Lo cual es perfectamente falso. No existe un modo natural de ver el mundo.
En fin, dec¨ªa que nos pasamos la vida sin entender apenas nada de lo que sucede, y de lo que nos sucede. Dec¨ªa que vivimos encerrados en los "intereses creados" de nuestras redes cerebrales, relativamente ciegos frente a lo real. Y se me ocurre ahora a?adir que rellenamos nuestras lagunas con man¨ªas; que somos mani¨¢ticos a fuer de inconsistentes. Pues en algo tenemos que apoyarnos, y las man¨ªas resultan ser as¨ª como muletas, s¨ªntomas de huecos, pr¨®tesis para nuestras carencias, recursos de supervivencia, cortocircuitos emocionales, decantaciones de impaciencia, maneras de guardar el equilibrio. Cosas as¨ª. "Las man¨ªas ayudan a vivir", escribi¨® Luis Bu?uel, que estaba lleno de ellas. Naturalmente, no me refiero ahora a las man¨ªas en tanto que trastornos mentales; hablo, m¨¢s bien, de su versi¨®n cotidiana y diluida, las que en lenguaje coloquial llamamos rarezas, tirrias, aficiones, etc¨¦tera. Esas man¨ªas pueden ser muy asim¨¦tricas. Don Jos¨¦ Ortega y Gasset, ap¨®stol de la raz¨®n vital, no soportaba los olores corporales; el asc¨¦tico y ag¨®nico Miguel de Unamuno, en cambio, tomaba el sol desnudo en Fuerteventura. ?Y por qu¨¦ ser¨ªa que Virginia Woolf detestaba los mariscos? Todo quisque acaba equipado con alg¨²n sistema de gustos y disgustos que son como aparatos ortop¨¦dicos.
No, no entendemos gran cosa de lo que sucede y de lo que nos sucede. Porque, en teor¨ªa, para entender algo de verdad, habr¨ªa que entenderlo previamente todo. De ah¨ª el se?uelo de las s¨ªntesis totalitarias. Ahora bien, dejando a un lado las man¨ªas, cabe sobrevivir -sin s¨ªntesis totalitarias- si uno encuentra alg¨²n margen de maniobra. Alg¨²n margen para respirar. La filosof¨ªa como arte de navegar, por ejemplo. Al fin y al cabo, los fil¨®sofos, m¨¢s que a "la verdad", aspiramos hoy a una cierta ir¨®nica convivencia, que dir¨ªa Richard Rorty. Conscientes de nuestras modestas posibilidades, herederos de Darwin y de Buda, pero tambi¨¦n de Wittgenstein y Dewey, somos antes terapeutas que fil¨®sofos. Nos concierne la salud. La salud f¨ªsica y mental.
Y junto a la filosof¨ªa como arte de navegar, la pol¨ªtica como estrategia cotidiana, el humor como equilibrismo, la meditaci¨®n como catarsis. A la postre, pol¨ªtica, arte de navegar, meditaci¨®n y equilibrismo inciden. La pol¨ªtica sirve para ir soslayando las patolog¨ªas del pr¨®jimo, y las de uno mismo, y para sintonizar con ese peque?o espacio de libertad donde la gente, m¨ªnimamente, comunica. Y es obvia la semejanza de esto con el arte de navegar, que es tambi¨¦n el arte de pasar la maroma. Tocante a la meditaci¨®n, ella es la que proporciona la indispensable dimensi¨®n de lucidez, que es la otra faz del imposible conocimiento totalitario. El caso es que, a pesar de los pesares, no estamos enteramente desprovistos de recursos -recursos para sobrevivir en un ¨¢mbito de relativismo nihilista-, y as¨ª lo tengo escrito en las ¨²ltimas l¨ªneas de mi libro Filosof¨ªa y m¨ªstica: "Aunque parezca extra?o, vivir no es imposible".
Salvador P¨¢niker es f¨ªl¨®sofo y escritor.
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