Las cruzadas
M¨¢s que extravagante, resulta intr¨ªnsecamente perverso que los sem¨¢foros de una ciudad sean noticia, pero as¨ª ha pasado en Madrid en los ¨²ltimos d¨ªas. Primero fue el cambio de sexo operado por Fuenlabrada en la figurita del hombre que anima a avanzar cuando la luz se pone en verde, y poco despu¨¦s la investigaci¨®n del peri¨®dico gratuito 20 Minutos sobre el peligro inherente a cruzar los sem¨¢foros de las grandes calles.
Confieso que respecto al primer asunto no tengo a¨²n una opini¨®n formada; defiendo la paridad social y pol¨ªtica de hombres y mujeres, incluso la paridad simb¨®lica, pero al mismo tiempo estoy de acuerdo con algunas amigas que han encontrado rancia la silueta femenina (grabada en el vidrio de los sem¨¢foros de Fuenlabrada) con la faldita y la cola de caballo, que ya no se llevan. Me siento, por el contrario, totalmente identificado con la denuncia del poco tiempo que se da al peat¨®n para pasar en verde de una acera a otra en arterias tan anchas como el paseo de Recoletos, Gran V¨ªa o Alcal¨¢, a las que yo a?adir¨ªa, por proximidad, el sem¨¢foro que existe en la esquina de la avenida de Am¨¦rica con Mar¨ªa de Molina y Francisco Silvela; excepto si el viandante es un campe¨®n de los 100 metros libres, resulta imposible atravesarlo de una misma tacada en sus dos tramos. Seg¨²n el citado reportaje, la media de tiempo para esos pasos de cebra es de 18 segundos, siendo la velocidad de una persona normal al andar de metro y medio por segundo. Piensen ustedes en la distancia que separa, por ejemplo, los dos lados del paseo de Recoletos entre la Casa de Am¨¦rica y el Cuartel General del Ej¨¦rcito y saquen sus cuentas. Peligro de muerte.
La conclusi¨®n parece evidente: el Ayuntamiento, recortando el tiempo de cruce de los peatones, les est¨¢ animando a no hacer un uso abusivo de la calle y, o bien quedarse en casa, o bien ir en coche hasta para comprar el peri¨®dico en la acera de enfrente. Sin embargo, por otro lado, tambi¨¦n nuestro alcalde dice querer ganar la ciudad para sus paseantes, y ayer mismo pude yo ir desde la plaza de ?pera hasta la Puerta del Sol por un Arenal empedrado y sin veh¨ªculos (empedrado fe¨ªsimamente, por cierto; no hay modo de que las obras p¨²blicas en Madrid, se trate de una fuente, un bordillo o una mediana, como la nueva colocada en O'Donnell, salgan bonitas).
La peatonalizaci¨®n es un gran enga?o municipal, otro m¨¢s, de este Madrid que padecemos desde hace unos cuantos a?os. Evito entrar en el tema, no por manido menos grave, de las obras permanentes y recurrentes, del empeoramiento de los servicios disfrazado de mejora novedosa (como en el metro). Todo el dise?o global de la ciudad est¨¢ pensado para favorecer al automovilista, para tentarle m¨¢s en el uso del coche y hacerle la vida m¨¢s f¨¢cil, por mucho que despu¨¦s caiga un rato la lluvia y se la amargue. La nueva calle del Arenal sin coches desviar¨¢ el tr¨¢fico rodado a otras calles cercanas, no lo evitar¨¢, y el peat¨®n podr¨¢, es verdad, andar por ella, quiz¨¢ inconsciente de que est¨¢ siguiendo borreguilmente una v¨ªa prescrita, sin libertad de decisi¨®n en sus itinerarios.
Las calles peatonales del centro son peque?os parques tem¨¢ticos para uso restringido de esa especie en extinci¨®n que es el paseante, un "pr¨ªncipe de inc¨®gnito", seg¨²n las palabras de Baudelaire, que disfruta de "elegir su domicilio en la multitud, en lo ondulante, en el movimiento, en lo fugitivo y en lo infinito". El pr¨ªncipe a pie baudelairiano ser¨ªa hoy me temo, en cuanto se lanzara a la calle despreocupado, uno de esos 1.989 atropellados en Madrid el a?o pasado, una media, volvemos a las cifras, de cinco atropellos diarios.
De ah¨ª que el pasado domingo me sintiera, en cuanto que peat¨®n recalcitrante, muy cerca, y nada aburrido, de las ovejas que cruzaron la capital en la llamada Fiesta de la Trashumancia. El ambiente era festivo, el d¨ªa soleado, los pendones de Castilla muy historiados, y los borreguitos, acompa?ados por ejemplares de alguna otra familia cuadr¨²peda m¨¢s cerril, como el caballo, el burro y el perro, deambulaban con parsimonia y resignaci¨®n. Ni fugitivos, los pobres, ni infinitos ni ondulantes, como so?aba Baudelaire a los fl?neurs. Vigilados por los pastores y circunscritos a hacer un d¨ªa al a?o el animal oficial. Una cruzada buc¨®lica que no liberar¨¢ a nuestra ciudad del yugo del volante.
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