Para leer dos veces
No hay urdimbre m¨¢s densa de sentido que las voces atrapadas en el ritmo interrumpido, abrupto, cortante, de novelas que aspiran a suplir el tiempo muerto del pasado malherido e incluso abatido. Manuel Rivas ha escrito un novel¨®n que busca el ensalmo a trav¨¦s de la contemplaci¨®n furtiva de los nervios vitales de personajes tejidos en la historia cotidiana y siempre cruel, ninguno de ellos inveros¨ªmil y todos lentos hipnotizadores. El lector asiente y sospecha, conjetura y persigue, en el enjambre de voces, los hilos que cruzan la novela, las razones que unen y separan a unos y a otros, los agravios que pesan desde hace tantos a?os. Los libros arden mal es un feo t¨ªtulo para una novela mayor que encuentra en la quema y el expolio de libros el trenzado central de su argumento. De ¨¦l tironea Manuel Rivas sin esfuerzo, desde la pira que encienden los falangistas el 19 de agosto de 1936 en la D¨¢rsena de A Coru?a hasta los pliegues del pasado y las secuelas del futuro de quienes asistieron a la quema y la llevan grabada en la memoria o la perpet¨²an con el testigo de algunos libros rescatados.
LOS LIBROS ARDEN MAL
Manuel Rivas
Alfaguara. Madrid, 2006
610 p¨¢ginas. 22 euros
No tiene otro posible resu
men la novela, porque ese n¨²cleo dispara el relato mismo de los personajes y en esa estrategia narrativa reside tanto su hondura l¨ªrica como su epis¨®dica dificultad de lectura para identificar qui¨¦n habla, de qui¨¦n y cu¨¢ndo lo hace. Su ambici¨®n es totalizadora; nace de la intensidad de cada voz fragmentada y rezuma piedad en unos casos y condena en otros. Traza as¨ª una gigantesca oraci¨®n civil por quienes fueron despose¨ªdos y neutralizados en la guerra, tras la guerra y pr¨¢cticamente hasta hoy, pero no por la historia abstracta sino por personas con su propia lepra moral. El argumento est¨¢ hecho con las vidas de ocultaci¨®n y disimulo, de reconversi¨®n s¨²bita y miseria, pero sobre todo laten en directo, auscultadas de cerca por un novelista pegado como el celo adhesivo a sus voces y experiencia para que se cuenten sin su ayuda. Mientras dialogan o evocan, mientras rumian y meditan, el tiempo va y viene y los hechos se superponen y las obsesiones persisten, como le sucede a la memoria del juez, que act¨²a a su aire, sin contar con ¨¦l, y retiene lo que ¨¦l no quiere retener.
En el libro alienta la ambici¨®n descarada de ser la novela del siglo XX gallego y no habr¨¢ muchas que compitan en ese desaf¨ªo. El l¨¢piz del carpintero conten¨ªa alg¨²n episodio y una parte de la atm¨®sfera moral recreada aqu¨ª, y hay alguna novela af¨ªn a ¨¦sta tan excelente como Dios sentado en un sill¨®n azul, de Carlos Casares. Pero este descomunal mapa fisg¨®n de la Galicia contempor¨¢nea rebasa esos l¨ªmites y se nutre al mismo tiempo de esos ejemplos y sus experimentos, tambi¨¦n del humor, la estirpe fant¨¢stica y la oralidad popular tan propia de Rivas. Pero tambi¨¦n parece metabolizar cosas tan dispares como la espiral obsesiva de la memoria que explora un portugu¨¦s como Verg¨ªlio Ferreira o los mapas inagotables que ha puesto sobre el papel el mejor Vargas Llosa, con un gui?o expl¨ªcito aqu¨ª a Conversaci¨®n en La Catedral. Quiz¨¢ por esa riqu¨ªsima pluralidad de tiempos y voces cruzadas, el maltrato y la prosperidad, la traici¨®n y los embustes conviven sin tinturas pat¨¦ticas, y el mismo sentimentalismo potencial de tantas situaciones se sofrena y legitima en la t¨¦cnica de un novelista que no sucumbe a la fuerza de las historias porque las corta y teje y entreteje. No recompone ning¨²n rompecabezas sino que concita una suerte de ensalmo, como si de esas voces dependiese de veras el objetivo del libro: hacerse cargo, cobrar conciencia, saber a mano el significado de haber sido vencedor o vencido y qu¨¦ fue la destrucci¨®n brutalizada de la cultura obrera, de sus ateneos y bibliotecas, o la persecuci¨®n feroz de Santiago Casares Quiroga, y qu¨¦ fue la victoria que aplast¨® a boxeadores o a catedr¨¢ticos, a pescadores, a lavanderas y a prostitutas.
No est¨¢n ah¨ª s¨®lo para levantar la ira o la compasi¨®n del lector sino la lucidez sobre el origen hist¨®rico de las tragedias que pesan todav¨ªa hoy, las ra¨ªces pol¨ªticas e institucionales de la Galicia contempor¨¢nea. Viene todo de ah¨ª, como del tiempo oscuro viene la desinformaci¨®n selectiva y de ah¨ª viene tanto el poder pol¨ªtico (y sus ra¨ªces franquistas en la judicatura o la polic¨ªa: el homenaje a Carl Schmidtt o las apariciones de Fraga son suculentas) como el contrabando protegido a escala mayor o algunas vocaciones literarias. El despiece de los fragmentos no aspira a reunirse en ning¨²n sitio, porque eso ser¨ªa una farsa; aspira a un estallido controlado, y Rivas logra una tensi¨®n ¨®ptima entre la dispersi¨®n del fragmento y la anudaci¨®n espont¨¢nea de las historias heredadas de padres a hijos, o de amigos a amigos. La yuxtaposici¨®n de cap¨ªtulos muy breves pierde su aspecto caprichoso a medida que las historias van entrando en contacto leve, muy medido, para conformar una majestuosa y asfixiante enredadera plena de sentido y densa de dolor, animada por el orgullo del novelista que acude con nuevos esquejes de biograf¨ªas imaginarias o reales para hacer practicables ramas y brotes nuevos de presente.
Los libros arden mal es un homenaje a los derrotados y sus vidas rehechas sin cesar, incluso con sus venganzas particulares y el don de resistir calladamente, en el silencio de sus refugios, como H¨¦ctor R¨ªos, el prometedor fiscal que acaba de secreto novelista del Oeste (e historiador de la cultura) y vive un doble exilio, pero tambi¨¦n como el fot¨®grafo ambulante y su tropa de amistades desgraciadas. Astillas de una novela que pudo ser historia y biograf¨ªa pero aqu¨ª es espl¨¦ndida literatura en la plenitud del autor.
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