"Esto es L¨ªbano"
M¨¢s o menos a la hora en que el ministro Pierre Gemayel fallec¨ªa en su camino al hospital, yo sal¨ªa, en mi ignorancia pero con mis premoniciones, de Virgin. Le hab¨ªa comprado un disco de Caetano Veloso a Maya, mi profesora de ¨¢rabe, con quien se supon¨ªa iba a tener hoy mi ¨²ltima lecci¨®n. De repente me sobrecogi¨® la cantidad de polic¨ªas especiales -como si fueran soldados: armados hasta los dientes- que controlaban las aceras. Tambi¨¦n me sobrecogi¨® que me permitieran parar un taxi, subirme, darle la direcci¨®n de mi apartamento y quedarse, ellos, mirando con toda la pachorra. "El cielo quiera que ¨¦stos no tengan que protegernos". Obviamente, se encontraban en donde no deb¨ªan estar. Hace tiempo -desde el final de la guerra con Israel- que ocurre esto en L¨ªbano. Nadie protege a nadie pero todo el mundo amenaza a todo el mundo. Y nuestros chicos, pobres, al sur del Litani, que por decirlo de alguna manera es la d¨¦cima parte que el Manzanares y el Bes¨®s juntos.
Todos sab¨ªamos que iba a ocurrir algo. Ahora todos sabemos que algo ha ocurrido
Da la impresi¨®n de que las alima?as han salido a las calles. Est¨¢n en todas partes
Evidentemente, ni los gendarmes tipo Stallone ni la FINUL pueden prever lo que pasar¨¢, y nadie estaba en su sitio para proteger a Pierre Gemayel. Cuando conoc¨ª la noticia me encontraba en casa, en mi apartamento alquilado, tan tranquila, pensando una vez m¨¢s -me he acostumbrado a pensar como ellos- que "no pasar¨¢ nada". Pero matar a un ministro, en este momento, es lo peor que la mano que mece la cuna -y no me creo ninguna versi¨®n de la mano ni de la cuna- puede hacer por L¨ªbano.
Baj¨¦ despavorida -reconozco que a¨²n no he llegado a ejercer su autocontrol- y le grit¨¦ al portero de tarde: "?Has o¨ªdo la noticia?". Abu Abed me mir¨® por encima de las gafas, sonri¨® y dijo: "Hada Lubnan" ("esto es L¨ªbano"). Imp¨¢vido. Tuve que contentarle, contest¨¢ndole: "Ya s¨¦, me gusta tal como es, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero es que los tel¨¦fonos est¨¢n colapsados y la l¨ªnea pirata que me hab¨¦is puesto para Internet se muestra mudita. De modo que, por unos d¨ªas, regreso al Cavalier". Lo ha comprendido.
Hada Lubnan. Es como estar dando vueltas siempre en torno a la misma noria con un pa¨ªs al cuello. La aplazada re-guerra civil -aplazada por la podr¨ªamos llamar providencial intervenci¨®n del Gobierno canalla de Israel- asoma de nuevo su monstruosa cabeza sobre las colinas dulzonas y los litorales brav¨ªos de este desgraciado y perverso pa¨ªs.
Todos sab¨ªamos que iba a ocurrir algo. Ahora todos sabemos que algo ha ocurrido. Pero, como sucede por aqu¨ª, de inmediato que se produce el hecho se escenifica el compl¨®. Los sirios no pueden ser tan burros como para hacer lo que el grupo mayoritario y antisirio Catorce de Marzo dec¨ªa que iban a hacer. Por lo tanto, tiene que ser Samir Geagea, cristiano tambi¨¦n pero declarado enemigo del clan de los Gemayel. O los servicios secretos israel¨ªes. Y, por supuesto, los sirios. ?Tal vez tambi¨¦n ha intervenido la ONU? Me da igual. Aqu¨ª la gente corriente sufre mucho.
La mejor respuesta me la dio el taxista que cargaba con mi pijama y los libros, de regreso al Cavalier -tambi¨¦n podr¨ªan haber sido ellos, los empleados, quienes han asesinado a Gemayel: para recuperarme como cliente; esto es una locura-, y que me mir¨® desde el profundo cansancio de su vida libanesa a tantas pocas libras por d¨ªa. Un hombre de 70 a?os que pringa 12 horas de taxi al d¨ªa y no llega, como Esperanza Aguirre, a fin de mes, me contempl¨® desde la sima libanesa. La sima de esta pobre gente cotidiana, ordinaria, normal, sufrida, trabajadora, inventiva y -desde luego- un poco loca, que ya no puede m¨¢s, pero que se est¨¢ rindiendo. Est¨¢n dejando los ciudadanos -la noci¨®n de ciudadano es un exotismo en Oriente Pr¨®ximo- que los servicios secretos y los poderes ocultos y las dinast¨ªas elitistas -el muerto era miembro de una de las m¨¢s ilustres: su abuelo fund¨® el partido-milicia Kataeb, basado en la Falange de Primo de Rivera- y los jefes tribales decidan su futuro. Est¨¢n permitiendo antes y m¨¢s all¨¢ de lo permisible que se les invada y se les viole por debajo de las puntillosas y puntiagudas enaguas que tanto encandilan a los diplom¨¢ticos europeos, sobre todo a Francia. En L¨ªbano y en este momento no s¨®lo Siria e Ir¨¢n y Hezbol¨¢ juegan sus cartas. El embajador estadounidense pr¨¢cticamente mea en el mismo hamman que el primer ministro Siniora, y nadie muestra sentido com¨²n. Bueno, s¨ª. Hezbol¨¢. Pero, ?qui¨¦n cree en su respeto a la multiculturalidad? Tengo amigos cristianos que s¨ª, pero yo preferir¨ªa -como lo prefiero para Espa?a- un Estado laico y una ley, y una vida, que no tengan en cuenta las confesiones ni los odios ni las promesas incumplidas ni los muertos no entregados.
En L¨ªbano, los problemas se acumulan. Se superponen. Ninguno desaparece. Es esta convicci¨®n, la de la impunidad del mal, la que lleva a mi portero de tarde a encogerse de hombros ante la nueva tragedia que amenaza a su pa¨ªs, y la que gu¨ªa el des¨¢nimo del taxista casi anciano que me ha respondido desde lo m¨¢s profundo de su escepticismo.
Pero mientras asesinaban a Pierre Gemayel, a m¨ª, a pocos metros de la tumba del tambi¨¦n asesinado ex primer ministro Rafik Hariri, los gendarmes me dejaban gritarle a un taxi y subirme al coche. Y ni siquiera me miraron las bolsas: cosa que, por cierto, el segurata de Virgin s¨ª hab¨ªa hecho, confiscando el estupendo libro de Charles Glass que estoy leyendo: The tribus won.
Cuando sal¨ªa del taxi con mi bolsa de urgencias me comunicaron que tambi¨¦n la oficina del ministro Pharaon -un potentado, como su propio nombre indica- hab¨ªa sido alcanzada por disparos.
Da la impresi¨®n de que las alima?as han salido a las calles. Yo no me atrever¨ªa a atribuirles afiliaci¨®n. Est¨¢n en todas partes. Quieren ver morir L¨ªbano. Son mafiosos. Necesitan del caos para continuar disfrutando de sus prebendas.
Por lo dem¨¢s, el d¨ªa de hoy -ayer para ustedes- ha sido muy hermoso. Un cielo l¨ªmpido, el monte L¨ªbano claramente recortado hacia el Este, un narguile, una sonrisa, una amiga. Hasta que ha vuelto la serpiente.
Hada Lubnan.
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