Mano de pintor
Ha tenido Carlos Le¨®n (Ceuta, 1948) una presencia intermitente en la escena madrile?a. As¨ª ha sido, en el curso de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas, desde aquel tiempo de los rigores anal¨ªticos de los setenta que lo avalaron entre los talentos m¨¢s firmes de la joven abstracci¨®n, como luego en la efusi¨®n de los ochenta. Y en cada ciclo tornaba a imponerse como pintor de raza y largo aliento, como vuelve a demostrar sobradamente ahora con el esplendoroso ciclo que re¨²ne en el espacio de Max Estrella. Con todo, el eclipse mayor se dar¨ªa tras su muestra de Gamarra y Garrigues del 1991 y la posterior etapa neoyorquina de casi un decenio, roto ya en este arranque de siglo con el retorno esbozado por dos muestras de dibujos y alguna pieza memorable en las ¨²ltimas ediciones de Arco. Pero s¨®lo ahora, a mi juicio, alcanza su dimensi¨®n m¨¢s cierta y definitiva con los soberbios formatos desplegados en los muros por su actual exposici¨®n.
CARLOS LE?N
Galer¨ªa Max Estrella
Santo Tom¨¦, 6, patio. Madrid
Hasta el 13 de enero de 2007
Pintura a mano en el sentido m¨¢s literal de la expresi¨®n, sustancia del color aplicada directamente con la mano sobre el fondo blanco, que Le¨®n administra sabiamente dentro de esa estrategia econ¨®mica que abarca desde la complicidad con el vac¨ªo a la saturaci¨®n. Puro gesto, por tanto, tacto puro, zarpazo o caricia, donde juega de nuevo a la experimentaci¨®n con el soporte, como hac¨ªa en origen con la entretela de los sastres, en tiempo reciente con las l¨¢minas de poli¨¦ster y en estas piezas con la luminosa firmeza del dibond. En ocasiones, el gesto libremente desbocado se ver¨¢ interrumpido por el recorte de un per¨ªmetro rectangular, dibujo inscrito y geometr¨ªa desvelada, que impone un contrapunto al flujo pasional. Deslumbrantes resultan los dos imponentes cuadros de fragor ¨¢ureo, con ese frondoso bullir superpuesto a la entra?a de fulgente claridad o entreverada de tinieblas. Como fascinantes las secuencias desgranadas en el espectro del rojo y que nos llevan desde la arom¨¢tica saturaci¨®n de las rosas al rastro amenazante de la sangre y de la carne.
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