Son molinos
Vivimos un momento singular en el campo intelectual: hay toda una generaci¨®n que se sinti¨® parte de esa ¨¦poca en que pasamos de un r¨¦gimen totalitario a una democracia, que ayud¨® a construir el discurso central, nacional, de esa ¨¦poca, una generaci¨®n de intelectuales que se imaginaban a s¨ª mismos en la izquierda y que, agotada esa etapa y ante un cambio pol¨ªtico del calado del que protagoniza Rodr¨ªguez Zapatero, sin capacidad para comprenderlo debido a su bagaje ideol¨®gico, a los intereses adquiridos o incluso a razones de historia personal, reacciona de un modo radical confundiendo sus posiciones con las de la derecha espa?ola.
Y por falta de tiempo o de medios para instituirse en el espacio p¨²blico, no aparece una nueva camada intelectual que explique y defienda lo que estamos viviendo.
As¨ª que tanto la derecha tradicional como esos intelectuales que fueron de izquierdas se movilizan ahora para denunciar que Espa?a se desvanece y que nos disipamos hacia el exterior en una pol¨ªtica de futilidades dispersas y disparatadas.
Probablemente, este Gobierno no ha sabido llegar a esos intelectuales, pero para entender el debate y las objeciones que ¨¦stos le hacen deber¨ªamos considerar tambi¨¦n el verdadero viaje ideol¨®gico de los ¨²ltimos a?os tanto de militantes del nacionalismo militar vasco como del leninismo y la izquierda tradicionales hacia las posiciones de la derecha espa?ola, una derecha muy nacionalista.
Creo que ese desplazamiento es posible porque en el fondo la cultura pol¨ªtica de esos viajeros apenas cambi¨®. El viaje ideol¨®gico es posible porque cuando izquierda y derecha hacen del Estado naci¨®n la fuente de su raz¨®n comparten un mismo terreno. En este caso, izquierda y derecha no son sino dos caras de la misma moneda, el nacionalismo. Y es preciso se?alar que para estas posiciones el Estado es siempre el existente en ese momento, el suyo, el que los ha creado y formado con su cultura, el que les proporciona identidad. El Estado naci¨®n es su patria. Puede hablar una lengua u otra pero siempre ser¨¢ el mismo tipo de patria, en el fondo autoritaria. Del Estado naci¨®n, que ha sido una gran creaci¨®n cultural, pol¨ªtica, econ¨®mica y militar europea, hacen ideolog¨ªa y aun fetiche. Eso cuando la tecnolog¨ªa, la econom¨ªa, la realidad social lo han hecho obsoleto en su sentido tradicional.
Y en el caso espa?ol no es dif¨ªcil recurrir a nuestra memoria colectiva para comprender c¨®mo se pod¨ªa, y se puede, ser de izquierdas en cuanto a las relaciones laborales y la preocupaci¨®n social y compartir con la derecha la ideolog¨ªa nacional que nos suministr¨® el r¨¦gimen de Franco, una visi¨®n nacionalista construida por sus intelectuales, sus historiadores, fil¨®logos y escritores.
Las historias nacionales ofrecen un repertorio com¨²n de memoria, episodios, momentos, figuras que valen bien para la izquierda o bien para la derecha. Quien se ve en Isabel la Cat¨®lica o el Cid, quien en las Cortes de C¨¢diz o Mendiz¨¢bal; pero al final siempre habr¨¢ una figura, Unamuno, por ejemplo, en cuyo integrismo nacional se puedan encontrar muchos. Eso permiti¨® a finales de los cincuenta el acercamiento de j¨®venes falangistas idealistas, una especie de izquierda falangista, a la izquierda de matriz leninista. Eso permiti¨®, en los cincuenta y sesenta, la entrada en esa izquierda de j¨®venes que proven¨ªan del mundo ideol¨®gico del r¨¦gimen.
Somos los que somos, es nuestra historia colectiva. La historia de una sociedad militarizada, educada en el integrismo cat¨®lico y militarista, de la que hab¨ªa sido amputada toda cultura c¨ªvica, republicana.
Creo que el rechazo de algunos a Rodr¨ªguez Zapatero, antes instintivo que intelectual, responde a que la cultura pol¨ªtica que ¨¦ste representa, con su ¨¦nfasis en la ciudadan¨ªa y los derechos personales, les es totalmente ajena. Ese rechazo muestra la incapacidad para dialogar con el presente que solemos padecer casi todos llegado un punto de nuestra vida. Hay quien es capaz de reconsiderar las bases de su pensamiento a la luz del presente y tambi¨¦n hay, la mayor¨ªa, quien no.
Que ese cambio en la cultura pol¨ªtica de la izquierda venga encarnado de modo natural en una nueva generaci¨®n hace m¨¢s cruel el sentimiento de ser relevado biol¨®gicamente. Pero era esperable que fuese desde la generaci¨®n de Rodr¨ªguez Zapatero, que ha vivido sin Franco ya desde la adolescencia, desde donde nos llegase con naturalidad una cultura pol¨ªtica no autoritaria ni integrista. Esa naturalidad es lo que se puede identificar con "levedad". Frente a ello, no hay tanto gravedad cuanto ranciedad.
En los ¨²ltimos meses esto se manifiesta de modo revelador en los apoyos al partido Ciutadans / Ciudadanos. No hay duda de que naci¨® de la propia dial¨¦ctica interna catalana, de su debate nacional; es una respuesta, acertada o no, a ciertas pol¨ªticas. Pero tampoco cabe duda de que es una respuesta desde el espa?olismo casticista tradicional; no es preciso que lo evidencie el entusiasmo de los medios del nacionalismo madrile?o m¨¢s radical o la procedencia directa del PP de su portavoz.
Para algunos intelectuales, incapaces de dar directamente su apoyo al PP, Ciutadans es la referencia para mantener posiciones muy semejantes sin sentirse inc¨®modos est¨¦ticamente.
Posiciones que pone sobre la mesa el art¨ªculo de Antonio Elorza de hace unos d¨ªas, La insoportable levedad de un presidente, donde se ataca directamente a la figura pol¨ªtica de Rodr¨ªguez Zapatero desde todos los ¨¢ngulos. Pocos presidentes de Gobierno fueron juzgados con tanta dureza, hasta el punto de que uno tiene que echar un vistazo a su alrededor y constatar c¨®mo van las cosas para comprobar que no estamos ante el cataclismo hist¨®rico descrito.
Se juzga su pol¨ªtica dentro de su partido como un dise?o autoritario, un af¨¢n por liquidar enemigos, un proceder autoritario impropio de un socialdem¨®crata. No fue juzgada con tanta acidez la ¨¦poca de "el que se mueve no sale en la foto".
Se valora el intento de acabar con ETA como la voluntad de conseguir una buena foto cueste lo que cueste, aunque sea a un precio muy alto. Parece un juicio cruel a un prop¨®sito que siempre se hab¨ªa considerado antes, con otros Gobiernos, como plausible.
Se presenta el proceso de actualizaci¨®n de los estatutos de autonom¨ªa, que afronta claramente el encaje pol¨ªtico de Catalu?a en Espa?a, como s¨ªntoma de una enfermedad incurable que har¨¢ pr¨¢cticamente imposible hacer prevalecer los intereses generales sobre la aspiraci¨®n de poder de cada uno. Y a la pol¨ªtica exterior del Gobierno cabe reprocharle todo: desde apoyo al dictador Fidel Castro hasta rendici¨®n ante el islamismo pol¨ªtico.
Estas posiciones casi nos hacen olvidar que tenemos un Gobierno que trata con respeto a la ciudadan¨ªa, incluida la oposici¨®n; que no usa la mentira de forma sistem¨¢tica; que nos ha sacado de Irak; que es paritario, ha legalizado la vida de muchos conciudadanos homosexuales, ha reconocido la existencia de tantas personas que precisaban asistencia...
El panorama que relatan ese y otros art¨ªculos casi conduce a a?orar la pol¨ªtica interior y exterior del anterior presidente del Gobierno, que hac¨ªa todo lo contrario que el actual. Desde luego, la derrota electoral del 14-M afect¨® a m¨¢s gente de lo que parec¨ªa. Pero, bueno, no nos hallamos ante feroces gigantes de largos brazos: s¨®lo son molinos de viento.
Suso de Toro es escritor.
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