Busco adosado con sol
As¨ª se vive en San Fulgencio (Alicante), el municipio espa?ol con mayor porcentaje de extranjeros, el 75%. Sol y casas baratas
A las 8.30 de un lunes cualquiera, mientras miles de espa?oles se desesperan en alg¨²n atasco, en la urbanizaci¨®n La Marina -San Fulgencio (Alicante)-, Reiner, un enorme cerdo rosado, y Bernd Brandenburger, su due?o, empiezan su paseo matutino. Poco despu¨¦s, mientras ya en la oficina muchos repasan su correo, Gisela Lotz, una alemana de 77 a?os, se remanga para abonar alguno de los 300 cactus que adornan cada rinc¨®n de su adosado alicantino. Muy cerca de all¨ª, Phill Morris, un simp¨¢tico ingl¨¦s de 74 a?os con el rostro entra?able de un gnomo, afina su punter¨ªa en el Club de Bolos La Marina rodeado de otros 30 compatriotas dedicados a la pr¨¢ctica de esta versi¨®n brit¨¢nica de la petanca. Todos visten de blanco, como manda la tradici¨®n. "?Good ball!", dice alguien. Bernd pasa delante de la puerta del club tirando de la correa de Reiner. Se detiene y alimenta a su cerdo con una porci¨®n de bizcocho de chocolate. Tras engullirlo, este listo cerdo amaestrado sabe lo que tiene que hacer: contrae el morro y empieza a lanzar besitos al aire.
En La Marina, casi nada sucede como en el resto de Espa?a. La edad media de sus habitantes es de 70 a?os; los quioscos venden muchos m¨¢s ejemplares de The Sun que de cualquier peri¨®dico nacional; los precios de muchas de las casas que anuncian las 15 inmobiliarias que hay desperdigadas no figuran en euros, sino en libras, y es m¨¢s f¨¢cil encontrar un plato de fish & chips que un pincho de tortilla. La vida en esta macrourbanizaci¨®n del tama?o de 500 campos de f¨²tbol tiene su propio tempo. Se come a las 12.30, se cena a las 19.30 y las tiendas siguen el horario de cualquiera del Soho londinense.
La Marina est¨¢ en medio de la nada, a dos kil¨®metros del mar y a cuatro del casco antiguo de San Fulgencio, el peque?o pueblo de la Vega Baja alicantina al que pertenece. Lo curioso del caso es que, de seguir su actual ritmo de crecimiento, es probable que La Marina se acabe merendando al pueblo alg¨²n d¨ªa. De las alrededor de 25.000 personas que residen en el municipio a lo largo del a?o, 22.000 lo hacen en la urbanizaci¨®n y menos de 3.000 en el casco antiguo. Teniendo s¨®lo en cuenta los datos del ¨²ltimo censo, m¨¢s de tres de cada cuatro de sus cerca de 11.000 habitantes son extranjeros. Gente procedente de 52 pa¨ªses, y que encabezan ingleses (65%) y alemanes (16%), pero tambi¨¦n marroqu¨ªes, suecos, noruegos, holandeses, franceses, ecuatorianos? El perfil mayoritario es el de una pareja de jubilados de renta media llegada del norte de Europa. Y todos residen en la urbanizaci¨®n. Los del pueblo los llaman "los de arriba".
En Espa?a hay 46 municipios con m¨¢s de un 25% de habitantes extranjeros. Alicante, con un total de 350.746 residentes for¨¢neos, es la provincia con mayor proporci¨®n de extranjeros de media. San Fulgencio es s¨®lo la punta de lanza. Le siguen de cerca Rojales, Algorfa, Teulada, Alfas del Pi? ?Motivos del ¨¦xodo? 2.950 impagables horas de sol al a?o (y s¨®lo 37 d¨ªas de lluvia) y una temperatura media de 18 grados. Y lo que es mejor, muy bien repartidos: nada de heladas ni de picos de 40 grados. El clima perfecto para hacer agradables las partidas de bolos de Phill, para los cactus de Gisela o para los problemas de salud de Bernd. Ya lo dice su reclamo tur¨ªstico: "San Fulgencio. Una luz en el Mediterr¨¢neo".
Los habitantes de San Fulgencio han asistido con curiosidad, perplejidad, y tambi¨¦n hast¨ªo, al crecimiento de este particular ap¨¦ndice que hoy mide ocho veces m¨¢s que el casco antiguo. Los alumnos del colegio p¨²blico Jos¨¦ Mar¨ªa Manresa, el ¨²nico del pueblo, han hecho un interesante resumen de su historia en un trabajo colectivo bautizado Antropolog¨ªa de San Fulgencio. Sin duda, Jes¨²s Pastor -el director del centro, un asturiano que lleg¨® a la zona hace 26 a?os junto a su mujer, tambi¨¦n profesora, buscando un centro donde trabajar juntos- les ayud¨® a hacerlo. En ¨¦l se explica que el origen del pueblo se remonta al siglo XVIII, cuando el cardenal Belluga, obispo de Cartagena, que ayud¨® a Felipe V a ganar la batalla de Almansa, le pidi¨® al monarca que le cediera unas tierras pantanosas pr¨®ximas a la desembocadura del r¨ªo Segura. El cardenal las desec¨® y fund¨® tres pueblos: Dolores, San Fulgencio y San Felipe de Neri, que habitaron pobladores tra¨ªdos de los alrededores, dedicados a la agricultura. A la operaci¨®n se le llam¨® las P¨ªas Fundaciones, ya que el cardenal destin¨® las rentas que obtuvo de la zona a financiar sus obras ben¨¦ficas.
Nada m¨¢s digno de incluirse en este peculiar resumen hist¨®rico sucede en el municipio hasta 1980, a?o en que llega a la zona Masa, un grupo inmobiliario gigante que pone los ojos en el seco y yermo monte de El Molar, a pocos kil¨®metros del centro de San Fulgencio. Como ya hab¨ªa hecho en otras zonas, Masa empez¨® a construir all¨ª sus adosados: el modelo Lola, el Rosita, Conchi? Una casa con tres habitaciones y dos cuartos de ba?o en La Marina cuesta una media de 150.000 euros, pero por 60.000 se puede adquirir una de una sola habitaci¨®n. Viviendas muy asequibles, en un pa¨ªs m¨¢s barato que Inglaterra o Alemania, es lo que atrajo, como en una revisi¨®n del pasado, a un nuevo tipo de poblador.
A La Marina, la urbanizaci¨®n original, se fueron sumando otras hasta unirse como una enorme mancha de mercurio. Hoy la zona ocupa cinco millones de metros cuadrados de laber¨ªnticas calles, capaces de poner el pelo de punta al conductor con mejor sentido de la orientaci¨®n. Adosados, casas, villas y, all¨¢ al fondo, en los d¨ªas claros, el mar y la bonita playa de La Marina, que a¨²n conserva su pinar y sus dunas. A 20 minutos en coche queda el aeropuerto de Alicante. En una tarde de un jueves de noviembre, su pantalla de llegadas anuncia para las siguientes cuatro horas vuelos procedentes de Manchester, Newcastle, Londres, Coventry, Glasgow, D¨¹sseldorf y Stansted.
A pesar de la elevada media de edad de sus habitantes, La Marina no es un lugar aburrido. Hay grupos de claqu¨¦ y de teatro, coros, cursos de inform¨¢tica, de memoria, de gimnasia, de espa?ol, partidas de petanca, reuniones de radioaficionados, pubs aut¨¦nticos, ferreter¨ªas, tiendas de mascotas y sitios donde comprar enanitos de barro para el jard¨ªn. Tambi¨¦n hay supermercados especializados donde encontrar el mismo beicon que desayunan en Kent o la mostaza dulce con la que untan las salchichas en Berl¨ªn. A lo largo del a?o se organizan cientos de charities u obras de caridad. Colectas para ayudar a una familia en apuros, para mejorar el equipo de la ambulancia local? Tambi¨¦n est¨¢ el mercadillo, que se celebra todos los jueves por la ma?ana con gran ¨¦xito de aforo y en el que se pueden comprar bu?uelos alemanes, perritos calientes, m¨²sica country y cualquier cosa que los residentes puedan necesitar.
Parte del ¨¦xito de La Marina entre los ingleses se debe a Masa Internacional, propiedad del promotor Justo Quesada, uno de los responsables de la expansi¨®n del urbanismo en la zona, creador, entre otras, de la vecina e inmensa urbanizaci¨®n Ciudad Quesada (Rojales), con 12.000 viviendas (por cierto, que tambi¨¦n lleva el nombre del promotor una de las principales avenidas de La Marina, una paralela a las calles de Francisco de Quevedo y Luis de G¨®ngora). Masa Internacional desarrolla una actividad fren¨¦tica en Inglaterra y son famosos sus inspection tours o tours de reconocimiento: un viaje organizado de cuatro d¨ªas a la zona elegida que incluye avi¨®n, desplazamientos, alojamiento y comidas. Todo, por un precio de risa: 50 libras (unos 75 euros) por persona, que se descontar¨¢n del precio final de la vivienda, en caso de que el participante acabe comprando una.
As¨ª fue como Jackie Quinn, una inglesa de 48 a?os, compr¨® hace tres su casa de La Marina. Reci¨¦n enviudada, ella y sus dos hijas, Gemma y Laura, de 25 y 21 a?os, decidieron cambiar de vida. Un d¨ªa se apuntaron a un inspection tour. "Era la primera vez que viaj¨¢bamos a la Pen¨ªnsula. Nos ense?aron la casa y nos dieron 24 horas para tomar la decisi¨®n. Tras nosotras hab¨ªa una lista de espera, as¨ª que nos lanzamos y dimos un dep¨®sito del 10%. En el avi¨®n de vuelta a casa nos miramos y fue como decir: Dios m¨ªo, ?qu¨¦ hemos hecho? ?Nos acabamos de comprar una casa!". As¨ª fue como recalaron en la zona las tres mujeres de la familia Quinn.
Phill Morris, por su parte, lleg¨® hace seis a?os despu¨¦s de que su primera opci¨®n nada m¨¢s jubilarse, la isla de Hayland, al sur de Inglaterra, se convirtiera un invierno en una pesadilla: "Hubo un tornado, hizo un fr¨ªo terrible, no dej¨® de llover? Fue tan horroroso que decidimos marcharnos".
Bernd, de 54 a?os, lleg¨® m¨¢s bien de carambola. Un d¨ªa puso un anuncio en un peri¨®dico alem¨¢n: "Tengo 51 a?os, peso 90 kilos y soy un pobre cerdo. Despu¨¦s de un grave accidente (pas¨¦ cuatro meses en coma), mi novia me dej¨®. Tengo un leve problema al andar y s¨®lo recibo una peque?a pensi¨®n. No fumo y no bebo y soy superfeliz junto a mi cerdo Reiner, que es tan limpio como un gato y usa correa. Soy serio, tengo sentido del humor y me gusta la gente sincera. No busco ni una modelo ni a un espantajo. Busco a una mu?eca con el coraz¨®n en su sitio que tenga entre 41 y 61 a?os (se solicitar¨¢ la documentaci¨®n)". Una austriaca residente en La Marina y reci¨¦n enviudada respondi¨® a su llamada.
Todos ellos parecen m¨¢s que satisfechos con su vida en este curioso gueto. Jackie y Laura Quinn trabajan en una escuela de peluquer¨ªa de Torrevieja ense?ando el oficio a alumnas tambi¨¦n inglesas, y Gemma Quinn, periodista, es la editora de The Leader, uno de los muchos peri¨®dicos gratuitos dirigidos a extranjeros que se distribuyen en la zona en alem¨¢n o en ingl¨¦s. Sus noticias tratan sobre los temas que preocupan a los residentes, que hoy encabezan la sanidad y los problemas derivados del urbanismo salvaje. Gemma no olvidar¨¢ la primera noticia que cubri¨®, una manifestaci¨®n a las puertas del hospital de la Vega Baja, desbordado por el boom de extranjeros que requieren sus servicios.
Al igual que ella, cada vez m¨¢s europeos en edad de trabajar llegan a San Fulgencio (y muchos otros municipios). Familiares o amigos de residentes de la urbanizaci¨®n que buscan tambi¨¦n su propio hueco bajo el sol. Con suerte acabar¨¢n trabajando de camareros, en inmobiliarias, en la construcci¨®n? Con suerte? Porque el paro es una realidad entre ellos. El colegio p¨²blico fue uno de los primeros en sufrir las consecuencias de este nuevo flujo. Ante la constante llegada de nuevos alumnos, en 2003 tuvieron que pedir tres bloques de aulas prefabricadas. Al a?o siguiente solicitaron dos. En 2005, otras tres. Este curso, cuatro. Tambi¨¦n han tenido que echar mano de los vestuarios del polideportivo del pueblo, convertidos en aulas. En el edificio antiguo no cabe un alfiler y las psicopedagogas han acabado arrinconadas en un improvisado y diminuto despacho. El centro tiene capacidad para 200 alumnos, pero recibe a 450. Un futuro colegio ya est¨¢ en proyecto, "pero falta el dinero, como siempre", se queja Jes¨²s. "A ver si esto ayuda?".
M¨¢s de la mitad de los alumnos del centro son ya extranjeros. "Para nosotros es muy complicado", explica Jes¨²s. "Los ni?os que llegan no hablan espa?ol. Los que tienen cinco a?os se integran perfectamente, pero a los de m¨¢s de once les cuesta much¨ªsimo. Muchos, adem¨¢s, vienen de hogares desestructurados. Por cada ni?o normalizado, llegan cuatro con una situaci¨®n complicada. Y una vez aqu¨ª, se juntan entre ellos. Es inevitable, tenemos 170 alumnos ingleses. A los padres les decimos que ellos tambi¨¦n tienen que aprender espa?ol, porque a veces vienen y sacan a sus hijos de clase para que les hagan de int¨¦rpretes en alg¨²n papeleo, y eso no podemos consentirlo".
Mientras Jes¨²s habla, en la puerta le esperan Gary y Stefanie Starks con su hija Anabel, de 11 a?os. Esta familia de Osnabr¨¹ck acaba de tomar la decisi¨®n de mudarse a San Fulgencio. "Estamos hartos de Alemania", explica Stefanie. "De la mentalidad, del clima, de la crisis? Todo sube, pero nuestros salarios no. Un d¨ªa me despert¨¦ y tuve un feeling. Creo que ha sido el destino", dice entusiasmada. Anabel se incorporar¨¢ en enero al colegio. Quiz¨¢ para entonces Jes¨²s, siempre d¨¢ndole vueltas al coco, haya puesto en marcha su pr¨®ximo proyecto: organizar un intercambio de fin de semana entre los ni?os del pueblo y los de la urbanizaci¨®n. Desde hace a?os ya mantienen un intercambio con un colegio de Sermoneta, en Italia, pero esta nueva iniciativa parece mucho m¨¢s urgente.
Los problemas de integraci¨®n est¨¢n a la orden del d¨ªa en San Fulgencio. Uno de los principales s¨ªntomas es que las parejas mixtas se cuentan con los dedos de una mano. Simone Elster, una alemana de 29 a?os que lleg¨® a la zona siguiendo a sus padres, se cas¨® con Abel y hoy es la ¨²nica concejal extranjera del pueblo. Otra Simone, de apellido Barclays, propietaria de una importante inmobiliaria, se cas¨® tambi¨¦n con un espa?ol y vive en una de las casas m¨¢s lujosas de la urbanizaci¨®n. Antes era secretaria en Londres, pero "estaba harta de esa vida estresante". Jean y Eugenio, brit¨¢nica y leon¨¦s, llegaron a La Marina ya casados. Se conocieron en Benidorm, donde ¨¦l trabajaba de camarero, y hoy regentan un peque?o puesto de hamburguesas con mucho ¨¦xito en la urbanizaci¨®n. Y no hay muchos m¨¢s ejemplos?
Es dif¨ªcil saber qui¨¦n hace menos esfuerzo por promover la convivencia, si los reci¨¦n llegados o los habitantes de toda la vida. Vuelan las acusaciones cruzadas. Si los residentes de La Marina se quejan de que les faltan servicios, los del pueblo lo hacen de que cuando escasea el agua "arriba", se la cortan a ellos. Si los de la urbanizaci¨®n protestan porque en su centro m¨¦dico no hay pediatra, los del pueblo dicen que ellos s¨®lo disponen de un m¨¦dico mientras que "arriba" hay dos. Si los de la urbanizaci¨®n dicen que en los bares les cobran la cerveza m¨¢s cara que a los espa?oles, los del pueblo opinan que muchos extranjeros se comportan "como si fueran seres superiores".
Para hacer llegar sus demandas, en La Marina han nacido asociaciones de residentes que se re¨²nen con los pol¨ªticos peri¨®dicamente. La m¨¢s importante, la Asociaci¨®n de Residentes, ha puesto carteles por la urbanizaci¨®n para animar a los ciudadanos de la Uni¨®n Europea y a los noruegos a empadronarse y hacer uso de su derecho a voto en las pr¨®ximas elecciones municipales: "Cuantos m¨¢s seamos, m¨¢s servicios podremos pedir: m¨¦dicos, polic¨ªas? Este curso es especialmente importante, pues queda menos de un a?o para las elecciones. Y, recuerda, la fuerza reside en las cifras. Ay¨²danos a ayudarte".
Acompa?ado de otros dos de los cabecillas de la asociaci¨®n, Ronald Hillman, el portavoz, explica el porqu¨¦ de su origen: "Vimos que nuestras necesidades estaban siendo ignoradas por el Ayuntamiento, as¨ª que decidimos compensar la balanza. No somos pol¨ªticos, pero si lo decidi¨¦ramos podr¨ªamos dominar el Ayuntamiento. Somos muchos? Pero no es una nuestra intenci¨®n; queremos que lo hagan los espa?oles". Cada dos semanas, Ronald y los dem¨¢s se re¨²nen con el alcalde, Mariano Mart¨ªn, un independiente emanado del PP y propietario tambi¨¦n de una gestor¨ªa; un hombre consciente, como todos ya, de la importancia de los votos de los residentes. En San Fulgencio, unas pocas papeletas suponen mucho. Y las cosas est¨¢n muy re?idas. Esta legislatura ha habido mucho ajetreo: pactos, imposici¨®n de listas, mociones de censura, etc¨¦tera.
En los ¨²ltimos a?os, los residentes han logrado bastantes cosas: un centro de informaci¨®n tur¨ªstica donde Reme e In¨¦s, con su perfecto ingl¨¦s, les informan de lo que necesiten y les ayudan con los diversos tr¨¢mites burocr¨¢ticos; un autob¨²s gratuito al pueblo, un cuartel de la polic¨ªa, un centro social? Pero tienen m¨¢s demandas. Quieren que se construya un centro para los adolescentes que deambulan por sus calles sin nada que hacer y que empiezan a ser un problema. Tambi¨¦n piden una residencia para los ancianos que ya no se valen por s¨ª mismos y los que est¨¢n enviudando; que arreglen los baches de las carreteras, que le pongan el letrero a todas las calles, un carril bici y una biblioteca. "El problema", resume Ronald, "es que la urbanizaci¨®n crece, pero no lo servicios".
Tom¨¢s Maz¨®n, de la Universidad de Alicante, experto en Sociolog¨ªa del Turismo, junto a muchos de sus compa?eros, como Jos¨¦ Fernando Vera, catedr¨¢tico de An¨¢lisis Geogr¨¢fico Regional, llevan a?os alertando de los problemas asociados al crecimiento sin planificaci¨®n y de lo que Maz¨®n llama "la din¨¢mica perversa" de este crecimiento urban¨ªstico: "Estas urbanizaciones se han hecho sin unos criterios m¨ªnimos de planificaci¨®n territorial", explica. "Sin servicios ni infraestructuras que, posteriormente, corren a cargo de las arcas municipales. A largo plazo, sus costes de mantenimiento superan lo ingresado por las arcas municipales en primera instancia, y se entra en una etapa en la que los Ayuntamientos se ven obligados a conceder m¨¢s licencias de obras para sufragar estos servicios e infraestructuras que demanda la nueva poblaci¨®n tur¨ªstico-residente. Se trata de una espiral de desarrollo sin marcha atr¨¢s, hasta que el municipio agota el suelo urbanizable y se llega a una encrucijada en la que afloran serios problemas de viabilidad econ¨®mica de las finanzas municipales, debido al fuerte endeudamiento".
De momento, La Marina sigue, desde luego, creciendo. Aqu¨ª y all¨¢ hay decenas de casas en construcci¨®n. Y en medio de las nuevas parcelas, un superviviente: Enrique Todosa, alias Raspajo, un agricultor retirado de 73 a?os que se niega a vender la casa que hered¨® de su padre y que linda con la urbanizaci¨®n. All¨ª se pasa las ma?anas cuidando de su huerto, sus conejos y sus seis gallinas. Las tierras s¨ª las ha vendido. Y muy bien que le ha venido el dinero, por supuesto. "Yo ahora vivo estupendamente", dice Raspajo, "pero no dejo de pensar que, al paso que lleva la naci¨®n, acabaremos siendo los criaditos de los extranjeros. Aqu¨ª no habr¨¢ ni fauna ni bosque. Extranjeros no conozco. ?Para qu¨¦? No he salido nunca de Espa?a, nada m¨¢s que una vez a Lourdes. La urbanizaci¨®n no para de crecer. Unos piensan que es malo, otros piensan que es bueno. El tiempo lo dir¨¢. Yo ya no lo ver¨¦, pero estoy seguro de que la urbanizaci¨®n ser¨¢ el d¨ªa de ma?ana el pueblo de San Fulgencio. Por ahora se ve que los extranjeros no quieren mandar. M¨¢s adelante llegar¨¢n las aguas a su cauce. Porque todo llega".
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