Robert McFerrin, bar¨ªtono y profesor de canto
Fue el primer cantante negro que represent¨® un gran papel en la Metropolitan Opera de Nueva York
En los tiempos duros de la segregaci¨®n racial, cuando a los m¨²sicos negros s¨®lo se les asociaba con el jazz o el blues, la carrera del bar¨ªtono Robert McFerrin tuvo mucho de heroica y, tambi¨¦n, de pionera. El 27 de enero de 1955 debutaba en la Metropolitan Opera de Nueva York en el papel de Amonasro en Aida de Verdi. Pero fue s¨®lo el primer hombre, pues la primera mujer hab¨ªa sido la contralto Marian Anderson, que se hab¨ªa presentado en la misma escena s¨®lo tres semanas antes.
La aparici¨®n en el coliseo neoyorquino le abrir¨ªa las puertas de otros teatros, tambi¨¦n en Europa, y en agosto de 1957 llegar¨ªa a ser Artista del Mes en las p¨¢ginas de la revista Musical America. Su padre -y de siete hijos m¨¢s-, un pastor baptista, le hab¨ªa prohibido cantar otra cosa que no fuera gospel, pero ¨¦l trat¨® de formarse adecuadamente para repertorios m¨¢s amplios -reconoc¨ªa que la m¨²sica de la iglesia le hab¨ªa dado la base y que el estudio sistem¨¢tico de la voz s¨®lo le sirvi¨® para asegurar una musicalidad que ya pose¨ªa- y, tras la II Guerra Mundial, que interrumpir¨ªa sus estudios, consigui¨® el apoyo del congresista Adam Clayton Powell para iniciar una carrera profesional que comenzar¨ªa en la National Negro Opera -un nombre que lo dice todo acerca del c¨®mo y el porqu¨¦ de la compa?¨ªa-, entre 1949 y 1952, y seguir¨ªa en la New England Opera hasta su ¨¦xito en las Auditions on the Air, siendo el primer cantante negro ganador de una competici¨®n que le abrir¨ªa las puertas de la Metropolitan Opera.
Para entonces su repertorio inclu¨ªa ya papeles como Amonasro en Aida y el papel titular en Rigoletto, de Verdi; Valentin en Fausto, de Gounod y Orestes en Ifigenia en Tauride, de Gluck, con incursiones en Broadway en obras como Lost in the stars, de Kurt Weill.
Un viaje a California, en 1958, para trabajar en la banda sonora de Porgy and Bess -la pel¨ªcula de Otto Preminger sobre la ¨®pera de George Gershwin- resultar¨ªa decisivo en su vida y en su carrera. Se trataba, en principio, de poner voz al papel protagonista que encarnaba el actor Sidney Poitier -otro pionero- pero tambi¨¦n de huir un poco de una ciudad como Nueva York en la que sus compromisos con la ¨®pera se hab¨ªan reducido a tres papeles en tres a?os, a pesar de las cr¨ªticas tan favorables que saludaron su deb¨².
?l mismo lo explicaba con toda claridad en una entrevista realizada en 1987: "No quer¨ªa continuar en una situaci¨®n incierta respecto a mi futuro sin poder progresar m¨¢s all¨¢ de papeles de padre o hermano. Yo quer¨ªa cantar Wotan o el Conde de Luna pero sab¨ªa que eso crear¨ªa problemas, as¨ª que, simplemente, decid¨ª dejarlo y aprovechar mi oportunidad en Hollywood". En efecto, Robert y Sarah, su mujer, abrieron en Los ?ngeles una escuela de canto. Pero su fama hab¨ªa traspasado alguna curiosa frontera y lleg¨® a ense?ar en la Academia Sibelius de Helsinki.
Sarah y Robert McFerrin traspasaron a sus dos hijos, Brenda y Bobby, el amor por la m¨²sica, y ¨¦ste se hizo con el tiempo una de las figuras m¨¢s relevantes de un estilo casi intransferible que abarca desde ¨¦xitos como Don't worry, be happy hasta alardes vocales a partir de la m¨²sica de Vivaldi o apariciones dirigiendo a la Orquesta Filarm¨®nica de Viena.
En 2003, Bobby afirmaba que su padre hab¨ªa sido decisivo en todo lo que ¨¦l hac¨ªa en materia de m¨²sica: "Su influencia ha sido absolutamente profunda. No puedo hacer nada sin escuchar su voz".
Padre e hijo actuaron juntos con la Orquesta Sinf¨®nica de San Luis en 1993. Aunque dif¨ªciles de hallar, el aficionado dispone de grabaciones de Robert McFerrin en sus papeles fetiche y, naturalmente, de su inolvidable Porgy, una presencia que seguramente aparecer¨ªa en sus ¨²ltimos a?os iluminando unos recuerdos ya tocados por el mal de Alzheimer.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.