Aficionados de noche
...Esta noche, al verlos, tan solos, tan agonizantes, tan ca¨ªdos, con su plata y su oro funerarios, los he sentido un poco h¨¦roes.
J. R. J.
Una de las p¨¢ginas m¨¢s hermosas, de una emoci¨®n luminosa y ¨¢spera, que se han escrito sobre toros se debe al m¨¢s insospechado de los poetas taurinos: Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. La titula Toros de noche y comienza as¨ª: "Un land¨® negro, desvencijado y lento, lleva entre la brisa que llena la noche honda como de puntas de estrellas, a los toreros. Fr¨ªo su oro y helada su plata, en la luz de yeso de los arcos voltaicos de la Cibeles que lanza su surtidor abierto, parecen peces de otros planetas".
Aquella noche, a tres de la de San Juan, la m¨¢s fugaz y luminosa del a?o, contemplaba, desde mi casa en el campo, el cielo estrellado y pensaba ese otro cielo, vestido de luces, en las "noches de la oportunidad", a las que yo asist¨ªa, bajando a saltos desde el 49 de la avenida de los Toreros, la casa en que nac¨ª. Tres estrellas fugaces, tres noches en la memoria. Dos se pierden por el este, la otra vuela hacia el sur.
Contemplaba el cielo estrellado y pensaba ese otro cielo, vestido de luces, en las "noches de la oportunidad"
En la corrida nocturna hay un cartel de lujo; entra el que quiere y se ocupan localidades improfanables. Torea El Platanito y se oye la m¨²sica de metal amarillo entre ol¨¦s y risas, picadura selecta y emboquillados, suegras, ni?os, hombres y mujeres imposibles, noche y pecado. Platanito saltaba, boxeaba y toreaba mejor que El Cordob¨¦s. Los dem¨¢s, a su lado, pura comparsa.
Miro la segunda estrella y veo arder la plaza de toros. Arde de verdad. El barrio entero, en un fervor at¨®nito, segu¨ªa la brega de los de ultramar y plata -bomberos de mah¨®n y amianto- por los arcos de gradas y andanadas. "En el centro del ruedo, un hombre en calzoncillos" -dijo mi padre, que baj¨® en pijama. "Y todo por un cigarro" (?picadura selecta o emboquillado?). ?Qu¨¦ maravilla en la noche de San Juan, toda la vecindad hecha afici¨®n, contemplando la hoguera sagrada de Las Ventas! "?Y por qu¨¦ en calzoncillos?". "Para no quemarse, hombre".
La tercera desaparece en el sur madrile?o de Carabanchel; de verbenas, de galgos y de presos; el sur suburbano de antiguos veraneos y antiguos panteones. Han pasado unos a?os y vuelve a ser de noche. Y vuelve Platanito, ahora con la banda de El Empastre; y vuelven los bomberos -otros bomberos-, bomberos toreros, bomberos enanos que esconden un botijo tras la muleta para apagar el fuego de su dolor y su arte en las astas romas de un toro marchito. Todo, bajo las estrellas, ca¨ªdo y agrio como la ca¨ªda de un gran p¨¢jaro de metal que se hubiera descompuesto, de una inmensa gallina de escaso vuelo cacareando bajo la luna aburrida. Mientras esperamos entre pipas, torrados, ca?amones, Record o Jean, el turno del Platanito, en la arena un coche abre su inmensa boca rosa y blanca pintada en el cap¨® y un torero-payaso se apresura a cerrarla con un martillo inmenso. Del auto salen chorros de humo y unos dolorosos gemidos, como de gaviota carabanchelera, se mezclan con las palmas y el metal amarillo del Empastre. Eran los ¨²ltimos triunfos de aquel torero antes de que la noche se llevara la muleta, la m¨²sica y la plaza; y las estrellas, fugaces, nos pusieran, en plena luz del d¨ªa y de la tarde, las manos llenas de d¨¦cimos de loter¨ªa o de entradas con el reverso de Cajamadrid.
Yo era un ni?o; siempre lo era, y cuando recuerdo la noche fugaz y estrellada de la infancia, sigo volviendo a la ¨²nica patria posible de mi coraz¨®n de aficionado. La avenida de los Toreros 49. Quinto derecha.
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