Reconstrucci¨®n del naufragio
En la abundante bibliograf¨ªa sobre la Guerra Civil espa?ola, La soledad de la Rep¨²blica, de ?ngel Vi?as, desempe?a una funci¨®n que, quiz¨¢ sin propon¨¦rselo, sobrepasa la simple aportaci¨®n al conocimiento de uno de los acontecimientos m¨¢s relevantes del siglo XX: demuestra que el revisionismo que ha prosperado en los ¨²ltimos a?os es una variante de la fantas¨ªa, por no decir de la manipulaci¨®n. Con este volumen, el primero de una anunciada trilog¨ªa sobre los sucesos de 1936, Vi?as no modifica el consenso general de la historiograf¨ªa acerca de los hechos y su prelaci¨®n, sino que los apuntala con fuentes no utilizadas hasta ahora; fuentes cuya eficacia contra el revisionismo deriva de un singular contraste: se trata de noticias de primera mano, de documentos originales, que proceden, sin embargo, de instancias de decisi¨®n de segundo o tercer nivel, cuando no de los ejecutores de las directrices pol¨ªticas adoptadas por los principales protagonistas del conflicto, en Espa?a y fuera de Espa?a. Dicho en otros t¨¦rminos, Vi?as certifica que siguen sin encontrarse pruebas documentales capaces de sustentar las elucubraciones interesadas acerca de la fecha en la que se inicia el conflicto, o del peso del partido comunista y de la Uni¨®n Sovi¨¦tica antes de que la rebeli¨®n militar se convirtiese en abierta guerra civil.
LA SOLEDAD DE LA REP?BLICA
?ngel Vi?as
Cr¨ªtica. Barcelona, 2006
824 p¨¢ginas. 29,90 euros
El hecho de que el relato his
toriogr¨¢fico de Vi?as adopte como escenario principal, no los frentes de batalla ni el primer plano pol¨ªtico, sino los sinuosos corredores administrativos de un bando y de otro, permite contemplar el desarrollo de la guerra desde una perspectiva atractiva y original, que llega, incluso, a introducir el suspense en el curso de una acci¨®n panor¨¢mica, y un desenlace, que el lector conoce forzosamente de antemano. Al trazar con minuciosidad el recorrido de las intrigas y gestiones por las que, al final, las potencias europeas acaban aceptando el sacrificio de la Rep¨²blica, Vi?as alcanza a crear un fresco por el que deambula una multitud de personajes secundarios de cuyo ¨¦xito o fracaso depender¨¢, en buena medida, la victoria o la derrota de su bando. El contraste entre los problemas con los que se enfrentan los rebeldes y los que debe resolver el Gobierno leg¨ªtimo est¨¢n certeramente retratados en La soledad de la Rep¨²blica, e ilustran una dimensi¨®n poco frecuentada del drama que vivieron algunos de sus mejores hombres y mujeres: mientras que el bloqueo que conllev¨® la pol¨ªtica de no intervenci¨®n hizo que ¨¦stos se vieran forzados muchas veces a tratar con personajes de dudosa cala?a, como traficantes de armas sin escr¨²pulos, los alzados contaron con el inmediato, masivo y constante apoyo de dos de las grandes potencias de la ¨¦poca, Italia y Alemania. Las dificultades de abastecimiento de unos estaban resueltas de antemano; las de los otros, en cambio, se descompon¨ªan en un sinf¨ªn de peque?os obst¨¢culos, que iban desde los medios de pago hasta la idoneidad de la munici¨®n y del combustible para los aviones y los blindados, y que exigieron una multiplicaci¨®n de los esfuerzos internacionales y una admirable capacidad de improvisaci¨®n para evitar que se detuviera la maquinaria b¨¦lica de la Rep¨²blica.
La Guerra Civil a la que
atiende Vi?as se desarrolla, sobre todo, en los despachos y en los informes de decenas de enviados y agentes de los dos bandos, operando en un teatro europeo y, en menor medida, americano. Ah¨ª radica, tal vez, el mayor inter¨¦s de La soledad de la Rep¨²blica. A medida que se avanza en sus p¨¢ginas, se percibe c¨®mo el rumor lejano de los campos de batalla, en los que el Gobierno leg¨ªtimo va perdiendo progresivamente terreno, tiene su inmediato reflejo en el paulatino desfallecimiento de la diplomacia republicana, y a la inversa. Se asiste as¨ª a la reconstrucci¨®n de un lento naufragio, en el que las democracias europeas, inspiradas en ¨²ltimo extremo por el Gobierno brit¨¢nico, van retirando poco a poco los salvavidas que hubieran permitido la supervivencia de la Rep¨²blica, sin que, por otra parte, la cautelosa ayuda sovi¨¦tica pudiera hacer gran cosa por evitar que las aguas del autoritarismo se cerraran sobre la cabeza de los espa?oles. Cuando el general Franco enarbola el signo de la victoria el primero de abril de 1939, Hitler y Mussolini lo enarbolaron con ¨¦l, y el mundo pag¨® entonces las consecuencias.
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