Turistas
Una de las claves de nuestra libertad fue aquel turismo de los a?os cincuenta que introdujo en Espa?a la visi¨®n de nuevas formas de vivir, de amar, de viajar. Hab¨ªa francesas que iban a la playa en bicicleta llevando en el cestillo del manillar un libro de Sartre y de noche ense?aban a unos pescadores patilludos, con pelo rizado en las pantorrillas, que hacer el amor no era lo mismo que devorar ferozmente un asado con hambre atrasada, sino una pr¨¢ctica lenta y armoniosa, llena de imaginaci¨®n. Sobre la arena de unas playas todav¨ªa limpias y desiertas las escandinavas desnudaban sus cuerpos espl¨¦ndidos sin culpa alguna frente a la Guardia Civil, que finalmente tuvo que claudicar ante su inocencia insolente. Llegaron los primeros biquinis, los primeros descapotables, las primeras copas largas al atardecer en las terrazas con m¨²sica de bolero, los primeros collares de nueces sobre la piel quemada, las primeras noches de jazm¨ªn, las primeras sandalias grecolatinas, las primeras faldas floreadas, que a marced de la brisa del mar dejaban ver largos muslos bien torneados con pelusilla de melocot¨®n. Tambi¨¦n llegaron entonces a Espa?a los primeros profesores alemanes y anglosajones en a?o sab¨¢tico enamorados de nuestra cultura popular, y las chicas extranjeras obligaron a muchos j¨®venes universitarios a entrar por primera vez en el Museo del Prado para ligarlas. Espa?a ten¨ªa un Mediterr¨¢neo incontaminado, todav¨ªa no bombardeado a discreci¨®n con cemento armado, al que acud¨ªa un turismo que amaba el sol y tambi¨¦n nuestros monumentos, ruinas y catedrales. Entre dos, la convivencia siempre se establece por el nivel inferior. Aquellos primeros turistas extranjeros eran muy selectos y tuvieron que amoldarse a alguna de nuestras costumbres b¨¢rbaras, pero de ellos una generaci¨®n de espa?oles aprendi¨® a desmitificar el sexo, a vestir, a intuir la gloria de la libertad e incluso a sostener la copa en la mano. M¨¢s all¨¢ de la especulaci¨®n y del mal gusto, lo peor ha sido lo barato que hemos vendido el tesoro del Mediterr¨¢neo. A partir de su inexorable degradaci¨®n tambi¨¦n el turismo extranjero se ha ido degradando hasta ponerse a ras de este estercolero de ladrillos que cubre la costa. Si el nivel de la convivencia se establece siempre por abajo, en adelante nuestras formas de vivir las marcar¨¢ ese turismo cada vez m¨¢s garrulo, que s¨®lo espera de nosotros que seamos camareros serviciales, mientras el sol, que le hemos regalado, les quema la barriga.
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