Un legado inc¨®modo
En un art¨ªculo reciente (The dutch are leading a popular rebellion, FT, 26 de noviembre de 2006), Wolfgang Munchau se?ala c¨®mo la sociedad europea se resiste a los cambios que parece necesario abordar si nuestras econom¨ªas han de sobrevivir en el mundo que viene: un partido que propone un programa de reformas que uno estimar¨ªa razonable -dice- tiene casi garantizado perder las elecciones, no porque el votante sea un ingrato, sino porque prefiere malo conocido a bueno por conocer: si bien no est¨¢ muy satisfecho con lo que tiene, como no escucha de sus pol¨ªticos "una visi¨®n coherente y transparente de prosperidad y seguridad econ¨®mica para el siglo XXI", se niega a aceptar cualquier cambio: como decimos vulgarmente, no lo ve claro.
La observaci¨®n de Munchau coincide en el tiempo con la noticia de la muerte de Milton Friedman, seguramente el m¨¢s conocido de quienes en Estados Unidos se llaman libertarios; de ¨¦l pudiera quiz¨¢ decirse lo que escribi¨® Chesterton del pueblo ingl¨¦s: que, frente a las tres diosas de la Revoluci¨®n Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad, quiso sinceramente a la primera y olvido a las otras dos. Siendo as¨ª que en Europa, y de modo muy especial en la Espa?a de hoy, nos ha dado por idolatrar a la segunda -la Igualdad-, puede que la perspectiva libertaria, por estar tan alejada de la nuestra, nos sea de alg¨²n provecho si la adoptamos por un momento.
Milton Friedman no se ocup¨® mucho de Europa; de sus escritos puede uno deducir que el proceso de construcci¨®n europea, y, en particular, la creaci¨®n de la moneda ¨²nica, no le inspiraba mucha simpat¨ªa -actitud ¨¦sta com¨²n a muchos buenos economistas norteamericanos, y cuya explicaci¨®n merecer¨ªa un comentario aparte-. Lo que es casi seguro es que Friedman no hubiera entendido la actitud que describe Munchau, y que a nosotros nos parece tan l¨®gica: no movernos hasta que nos expliquen ad¨®nde vamos a ir a parar. Hubiera entendido la resistencia al cambio; le hubiera parecido inconcebible, sin embargo, que esper¨¢ramos de nuestros pol¨ªticos una visi¨®n clara y coherente del futuro: en toda su obra se ve que no cre¨ªa que una Administraci¨®n supiera m¨¢s que sus administrados: ?en virtud de qu¨¦ ciencia infusa va a tener el pol¨ªtico una visi¨®n del futuro de la que carece el ciudadano corriente?
Hay que admitir que esta forma de pensar resulta refrescante en una atm¨®sfera como la nuestra, pues el modelo que est¨¢ en la base del ¨¦xito europeo -favorecer la libre competencia a la vez que proteger al d¨¦bil- ha degenerado en un pacto t¨¢cito por el que el anta?o ciudadano y hoy representado cede a sus representantes algunas libertades, y espera a cambio protecci¨®n incondicional. Esos pactos no pueden sostenerse por mucho tiempo: lo vimos en Espa?a, cuando la entrada en la CEE nos oblig¨® a desmantelar sectores enteros de nuestra econom¨ªa; lo estamos viendo ahora en Europa, donde las consecuencias de la creciente integraci¨®n de nuestro mundo -competencia comercial por un lado, inmigraci¨®n por otro- parecen desbordarnos: no sabemos muy bien c¨®mo adaptarnos a ellas. Como los partidarios de las reformas no ofrecen soluciones para quienes van a salir perdiendo con estos cambios, m¨¢s all¨¢ de la consabida referencia al largo plazo, resulta que las medidas m¨¢s populares siguen siendo las que ofrecen una vaga protecci¨®n, en forma de barreras comerciales, de patriotismo econ¨®mico o de promesas de nacionalizaci¨®n; aunque sus defensores no suelen hacer menci¨®n ni de la posibilidad pr¨¢ctica, ni del coste de esa protecci¨®n, que, como los beneficios de las reformas, se manifiesta en un futuro m¨¢s lejano. En fin, que con el pretexto de proteger al d¨¦bil no conseguimos sino asfixiar el crecimiento: el d¨¦bil sigue como siempre, a merced de la generosidad de sus conciudadanos.
Quiz¨¢ Friedman pudiera sugerirnos una actitud distinta para abordar nuestros asuntos. Para el libertario, el individuo lo puede todo: basta con que le dejen hacer. No hace falta ser un libertario o para darnos cuenta que un Estado que ofrece demasiada protecci¨®n -aunque luego quiz¨¢ no pueda darla- crea ciudadanos d¨¦biles: nuestros gobernantes debieran infundirnos confianza, no brind¨¢ndonos una protecci¨®n que luego no pueden otorgar, sino convenci¨¦ndonos de que casi todos somos capaces de afrontar el futuro con nuestras propias fuerzas; y que los pocos que no lo logren pueden recibir la ayuda necesaria. Una actitud de mayor confianza en nosotros mismos nos permitir¨ªa ver que, en ausencia de una visi¨®n de prosperidad continuada para el siglo XXI -?en qu¨¦ siglo la hemos tenido?- s¨ª van apareciendo soluciones parciales a los problemas que se nos presentan: soluciones que no suelen surgir de las Administraciones, demasiado ocupadas en sus cosas, sino de iniciativas dispersas, de ciudadanos e instituciones de todas clases; que pueden ponerse en pr¨¢ctica a veces sin ayuda de la Administraci¨®n, y a veces sin su conocimiento siquiera. Ah¨ª est¨¢ precisamente lo inc¨®modo del legado de Friedman: el Estado debiera reconocer que no puede hacer por nosotros tanto como hab¨ªa prometido, y que, por consiguiente, no estar¨ªa mal que dejara de decirnos c¨®mo hemos de vivir; el ciudadano debiera admitir que el cambio de libertad por seguridad ha sido un mal negocio, y que un mayor ejercicio de su libertad, con los riesgos correspondientes, podr¨ªa terminar d¨¢ndole, si no mayores ingresos, s¨ª mayor seguridad.
Volvamos a Friedman: entre las lecciones que dio, una, quiz¨¢ no programada, fue de humildad. ?l era hijo de inmigrantes, y lleg¨® a la cima de su profesi¨®n por m¨¦ritos propios; defendi¨® sus ideas con inteligencia y tenacidad, y algunas de ellas son hoy aceptadas por todo el mundo; si alguna vez sali¨® derrotado, cosech¨® muchas victorias; de manera que, en una sociedad que valora el esfuerzo individual sobre toda cosa, hubiera podido jactarse de sus ¨¦xitos sin temor a hacer el rid¨ªculo; y, sin embargo, al escribir sus memorias con su mujer, el t¨ªtulo elegido fue Dos personas con suerte (Two lucky people). ?Se puede ser m¨¢s modesto? A lo mejor es esta lecci¨®n la m¨¢s inc¨®moda del legado de Friedman.
Alfredo Pastor es profesor del IESE y de la CEIBS de Shangai.
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