Los muertos siguen vivos en Rumania
La apertura de los archivos de la Securitate enfrentan a los rumanos con su pasado. M¨¢s de un 2% de la poblaci¨®n fue informante
Al menos uno de cada 50 rumanos trabaj¨® para la Securitate, la polic¨ªa pol¨ªtica comunista. La colaboraci¨®n iba desde prestar su casa para reuniones entre informantes y agentes hasta quienes denunciaban y persegu¨ªan sistem¨¢ticamente a sus conciudadanos. Podr¨ªan ser muchos m¨¢s, hasta un informante por cada 23 ciudadanos. Los archivos que guardan esos secretos fueron abiertos en 2001 y revelan la relaci¨®n entre la dictadura de Nicolae Ceausescu y la elite que hoy reina pol¨ªtica y econ¨®micamente en Rumania.
El presidente Traian Basescu ha ordenado que los archivos de la era comunista se abran antes de que termine el a?o... o lo que queda de ellos. El historiador Marius Oprea, en declaraciones a la revista Courrier International, estima que unas siete toneladas de expedientes fueron incineradas durante la d¨¦cada de los noventa con fines exculpatorios. Aun as¨ª, en el ¨²ltimo a?o la sociedad rumana ha asistido con estupor a una serie de revelaciones de los archivos que implican a diputados, periodistas, deportistas, intelectuales, sacerdotes... La polic¨ªa secreta reclut¨® una red de entre 400.000 y un mill¨®n de informantes para vigilar a una poblaci¨®n de 23 millones. Por ello, hoy parece que todo el mundo colabor¨® con la Securitate, incluso quienes parec¨ªan limpios.
Los archivos implican a diputados, periodistas, deportistas, sacerdotes, intelectuales...
La Securitate a?adi¨® a su arsenal letal en 1970 sustancias radiactivas provistas por el KGB
La ley Ticu, de 1999, no impide a los ex colaboradores de la Securitate que accedan al poder. Solamente prev¨¦ que el Consejo para el Estudio de los Archivos de la Securitate (CNSAS, por sus siglas en rumano) publique sus hallazgos sobre los nexos de figuras p¨²blicas con la dictadura. Estas revelaciones son en ocasiones tan vergonzosas que obligan al aludido a renunciar a su cargo. El Partido de la Gran Rumania (PRM) ilustra exactamente lo opuesto. En sus filas aglutina a un selecto grupo de ex miembros de la nomenclatura y de la Securitate. El diputado Ilie Merce, por ejemplo, es descrito por el fundador del partido Vadim Tudor como "mi securistii con rostro humano".
El diario Romania Libera revel¨® en octubre pasado que Merce coordin¨® una operaci¨®n para recluir a los presos pol¨ªticos en hospitales psiqui¨¢tricos. Las prisiones pol¨ªticas desaparecieron formalmente en 1953 cuando Occidente se enter¨® de lo que ocurr¨ªa en la c¨¢rcel de Pitesti, donde los presos eran "reeducados" mediante torturas. La "soluci¨®n" fue recluir a los disidentes en manicomios.
"El discurso del PRM desde su fundaci¨®n en 1990 fue una clara apolog¨ªa a la era de Ceausescu y de c¨®mo se viv¨ªa mejor", explica el analista pol¨ªtico Pavel Lucescu. "El discurso, durante la d¨¦cada de los noventa, evolucion¨® y promovi¨® el odio a la minor¨ªa h¨²ngara, denuncias de corrupci¨®n gubernamental y, recientemente, los aspectos negativos del ingreso de Rumania en la Uni¨®n Europea", a?ade. El PRM tiene el 15% de los esca?os parlamentarios y en 2000 lleg¨® a tener su registro m¨¢s alto: un 20%.
Mientras los miembros de la nomenclatura "sufren" porque se revele su pasado, las v¨ªctimas del comunismo padecen la falta de justicia, un proceso lento que cuando se da es a cuentagotas. La familia Tacu es un caso paradigm¨¢tico. Alexander (Iasi, 1931) fue preso pol¨ªtico durante la d¨¦cada de los 50 y posteriormente fue tachado de disidente y vigilado por la Securitate hasta el 21 de diciembre de 1989. Su hija Alina fue espiada por sus compa?eros de clase desde que ten¨ªa 15 a?os. Su otro hijo, Malin, fue asesinado por la Securitate cuando apenas ten¨ªa 17 a?os. El jueves pasado se cumpli¨® su vig¨¦simo aniversario luctuoso.
Alexander Tacu demand¨® al Gobierno rumano hace tres a?os por los da?os que sufri¨® durante la dictadura. Exig¨ªa una compensaci¨®n de tres millones de euros y el tribunal de primera instancia acept¨®, en septiembre de 2004, resarcirle con 100.000 euros. El Gobierno, sin embargo, recurri¨® la sentencia por considerar que el delito hab¨ªa prescrito y "por miedo a sentar un precedente jur¨ªdico que abriese la puerta a demandas de otras v¨ªctimas que costar¨ªan millones de euros al Gobierno", afirma la abogada de Alexander, Liliana Poenaru.
Los Tacu viven anclados al recuerdo de Malin. Un chaval inquieto que desde los 16 a?os mostr¨® su inconformidad con la vida tras el tel¨®n de acero. El crimen que le cost¨® la vida fue escribir a un amigo canadiense relat¨¢ndole aspectos no tan id¨ªlicos de la Rumania de Ceausescu. Adem¨¢s, solicit¨® asilo pol¨ªtico a las embajadas de Canad¨¢ y Estados Unidos. La Securitate le¨ªa toda la correspondencia de los disidentes y, obviamente, ten¨ªa pinchados los tel¨¦fonos de las embajadas occidentales.
Cuando Malin ten¨ªa 17 a?os fue detenido y llevado a la comisar¨ªa por dos agentes de la Securitate. Tras un interrogatorio le obligaron a beber un vaso de agua. Unas horas despu¨¦s volv¨ªa a casa y hab¨ªa olvidado el incidente... "Hasta el 21 de diciembre [de 1986]", recuerda su padre. "Ese d¨ªa hab¨ªamos terminado de cenar e ¨ªbamos a ver una pel¨ªcula cuando Malin se sinti¨® mal. Fue al ba?o a vomitar y luego se desmay¨®", relata Alexander, sentado frente a la l¨¢pida de su hijo en el cementerio de Iasi. Malin no volvi¨® a despertar y muri¨® de leucemia, seg¨²n uno de los tres certificados de defunci¨®n que emiti¨® el Ministerio de Sanidad para ocultar el crimen.
"Ceausescu usaba el Servicio K de la Securitate, responsable de la contrainteligencia en el sistema penitenciario. En ocasiones liquidaba a los reos secretamente, simulando un suicidio o utilizando veneno para aparentar una muerte natural. En la primavera de 1970 el servicio K a?adi¨® a su arsenal letal sustancias radiactivas -provistas por el KGB sovi¨¦tico-, que generaban distintos c¨¢nceres mortales", denunci¨® Ion Mihai Pacepa, ex director de la Securitate que desert¨® a EE UU, en su libro Red Horizons.
"En las semanas siguientes a la muerte de Malin, por la ciudad circulaban historias de que pertenec¨ªamos a una secta que nos imped¨ªa ir al m¨¦dico y que fue nuestra negligencia la que le cost¨® la vida a Malin", recuerda irritada su madre, Ana.
La figura de Malin est¨¢ presente en todos los rincones del piso, en un bloque de viviendas de la era sovi¨¦tica, que tienen frente a la Plaza Kirily de la ciudad de Iasi, a 400 kil¨®metros de Bucarest, cerca de la frontera con Moldavia. La mesa del comedor, que sirve tambi¨¦n como despacho de Alexander, est¨¢ presidida por un retrato de Malin y todos los expedientes que han pedido a la CNSAS desde 2001.
El Tribunal Supremo dio un duro golpe a este recuerdo el pasado 7 de diciembre cuando desech¨® las pruebas presentadas y determin¨® que el juicio debe de volver a empezar el pr¨®ximo 9 de febrero. Alexander debe presentar una serie de pruebas que ning¨²n tribunal hab¨ªa solicitado en los tres a?os de litigio. "Desafortunadamente el Tribunal Supremo est¨¢ en manos de personas con una mentalidad comunista", afirm¨® tras conocer el fallo, pero anunci¨® que no renunciar¨ªa a la b¨²squeda de justicia para su familia.
Las v¨ªctimas del comunismo tienen hoy una relaci¨®n curiosa con su pasado. V¨ªctimas y verdugos conviven d¨ªa a d¨ªa. Alexander, por ejemplo, no tiene problemas en saludar a quienes informaron sobre ¨¦l si se los encuentra en la calle: "Vivo en un mundo que no puedo rechazar", explica. Despu¨¦s recuerda, nost¨¢lgico, que el comandante de la prisi¨®n de Onesti en la que estuvo recluido era un jud¨ªo sobreviviente de Auschwitz. "No trabaj¨¢bamos los domingos, nos dejaba leer libros y peri¨®dicos y en invierno est¨¢bamos exentos de trabajar
[en la construcci¨®n de una central termoel¨¦ctrica] cuando la temperatura era menor de 20 grados bajo cero".
Alexander Tacu ingres¨® en la lista negra de la Securitate en 1954 durante el servicio militar. Tir¨® su arma al suelo y le espet¨® al comandante: "No soy comunista, nunca lo ser¨¦ y nadie en mi familia lo ser¨¢ jam¨¢s". Fue trasladado a un cuartel donde lo torturaron durante 28 d¨ªas para que revelara qui¨¦n le hab¨ªa entrenado para decir eso y para que delatara a m¨¢s anti comunistas. "El d¨ªa 29 no me pegaron y me asust¨¦ mucho. Los golpes se hab¨ªan vuelto mi d¨ªa a d¨ªa, lo que le daba sentido a mi vida y la falta de palizas me desconcertaba", recuerda. La respuesta vino pronto y fue trasladado a una de las 350 prisiones pol¨ªticas que llegaron a operar en los a?os dorados del comunismo.
"El odio contra el comunismo mantiene mi esp¨ªritu joven", se?ala al recordar aquellos tiempos. Despu¨¦s se queda pensando y remata: "Solo me arrepiento de no ser joven otra vez para ir a una prisi¨®n como Onesti". Su hija, preocupada, aclara: "El s¨ªndrome de Estocolmo es muy com¨²n entre los ex presos pol¨ªticos".
Los rumanos son testigos de una cacer¨ªa de brujas medi¨¢tica que salpica incluso a quienes parec¨ªan limpios. El caso m¨¢s paradigm¨¢tico es el de Mona Musca. Profesora universitaria en la d¨¦cada de los setenta, que durante la transici¨®n se consolid¨® como una de las pol¨ªticas con m¨¢s credibilidad del pa¨ªs. Musca impuls¨® sin ¨¦xito la apertura de los archivos y la aprobaci¨®n de leyes que impidieran a los colaboradores de la Securitate acceder al poder. El CNSAS public¨® en septiembre pasado su ficha de colaboraci¨®n con la polic¨ªa secreta.
"Es s¨®lo una ficha t¨¦cnica. En la universidad estaba en contacto con extranjeros y por ley deb¨ªamos de informar a las autoridades", argumenta Musca en su oficina del Parlamento.
El Legislativo se alberga en la obra cumbre de la arquitectura comunista: la Casa Poporului, un monstruo de 1.100 habitaciones repletas de m¨¢rmol. Para construirlo destruyeron 26 barrios del casco antiguo de Bucarest y quienes murieron entre 1984 y 1989 no pudieron tener una l¨¢pida de m¨¢rmol. La obra qued¨® inconclusa porque cinco a?os despu¨¦s de su inicio cay¨® Ceausescu.Musca es la tercera pol¨ªtica m¨¢s valorada en su pa¨ªs, a pesar del esc¨¢ndalo, con un grado de aprobaci¨®n del 50%, seg¨²n el ¨²ltimo sondeo del Centro de Sociolog¨ªa Urbana y Regional.
Los rumanos palpan todos los d¨ªas la brecha entre v¨ªctimas y verdugos. Nieculai Enciu, por ejemplo, recibe una pensi¨®n mensual de 128 euros y una compensaci¨®n de 112 euros por los 2 a?os que pas¨® en la c¨¢rcel de Pitesti, en la que fue reeducado. "Ten¨ªa que negar mi origen. Me pegaban a diario hasta que dec¨ªa lo que quer¨ªan: que mi madre era puta, que mi padre era un delincuente y sobre todo se met¨ªan con la religi¨®n. De vez en cuando tra¨ªan a estudiantes reeducados a los que vest¨ªan de sacerdotes y nos hac¨ªan besarles el culo mientras nos dec¨ªan que est¨¢bamos ante un icono de la Virgen Mar¨ªa", recuerda. El coronel encargado de la brigada que lo reeduc¨® percibe una pensi¨®n de 1.128 euros mensuales por los "servicios prestados a la patria". Romulus Rusan retrata este esp¨ªritu cuando escribe: "Rumania est¨¢ ocupada por los securistii; es su pa¨ªs, ellos son los capitalistas, los jefes, los patriotas, ellos son los que hoy y ma?ana se r¨ªen de nosotros".
Una comisi¨®n sin recursos
Veintitr¨¦s kil¨®metros de archivos duermen en Popesti Lerodeni, a 45 minutos de Bucarest, y traen de cabeza a la sociedad rumana. El Consejo Nacional para el Estudio de los Archivos de la Securitate (CNSAS, por sus siglas en rumano) carece de medios para acoger los archivos que llegar¨¢n el 31 de diciembre. "Hay 60.000 peticiones de informaci¨®n prioritarias que tenemos que resolver", explica Cazimir Ionescu, portavoz del CNSAS. Trabajan 200 personas aunque en enero contratar¨¢n a 100 m¨¢s. "Ahora tenemos dos trabajadores por escritorio. Si vienen 100 m¨¢s s¨®lo caben en el techo".
La Stasi, polic¨ªa secreta de Alemania oriental, leg¨® 188 kil¨®metros de archivos de una poblaci¨®n de 14,5 millones. De la Securitate que vigilaba a una poblaci¨®n de 23 millones de habitantes, apenas se han entregado 20 kil¨®metros de expedientes, a falta de lo que reciban en los pr¨®ximos d¨ªas. Los empleados del CNSAS est¨¢n ansiosos porque no saben qu¨¦ recibir¨¢n ni d¨®nde lo guardar¨¢n.
Todo es confidencial en Popesti Leordeni. S¨®lo se puede caminar por ciertas partes de las instalaciones, que comparten con una misteriosa organizaci¨®n que nadie atina a decir qu¨¦ hace. Si se traspasa una l¨ªnea imaginaria, los guardias gritan algo que no suena agradable. Este secretismo contrasta con el m¨¦todo de transporte de los archivos que realiza el ch¨®fer del CNSAS Constantin, en el maletero de su Dacia p¨²rpura de 1980. Constantin recorre varias veces por semana el intenso tr¨¢fico de Bucarest para llevar y traer los expedientes, maldiciendo los usuales atascos de la capital rumana. No parece preocuparle que bajo su cuidado tiene documentos que hasta el 2001 eran secretos de seguridad nacional y que hoy horrorizan a los rumanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.