El trampol¨ªn de la pintura

El papel de la pintura y la escultura, dentro de las m¨²ltiples experiencias creativas de Frederic Amat (Barcelona, 1952), es semejante al de la poes¨ªa. Como un verso, las formas pl¨¢sticas s¨®lo se pueden entender en relaci¨®n con el contexto, cada forma, cada color es por s¨ª mismo un microcosmos nacido de un estallido (bang!) alejado infinitesimalmente en el tiempo. Un perpetuo hacia que nunca es un aqu¨ª. Si donde termina el poema comienza la poes¨ªa, con Amat tenemos que donde termina el color empieza la pintura. En ambos casos hay un descenso a una zona de silencio. El artista, frente al absoluto, frente a su propia m¨¢scara, es Igitur -siempre Mallarm¨¦- que abandona su estudio para siempre y baja los pelda?os que le conducen a la cripta de sus antepasados (Mir¨®, T¨¤pies...). Amat se encuentra en este punto, ha perdido br¨ªo, pero gana en rigor. Ante todo, la actitud frente a la pintura es la del desenga?o, representado en una cartograf¨ªa emocional poblada de m¨¢quinas insensatas y de vestigios humanos y animales. Se trata de una actitud ambigua hacia la tela: realizarla, abandonarla. Un trampol¨ªn para saltar m¨¢s lejos.

Frederic Amat ya no es

m¨¢s un pintor. Sus gestos no son para los ojos, sino para el o¨ªdo. La suya es una obra que obliga al espectador a mirar desde el ¨¢ngulo indebido, como si quisiera esconder, m¨¢s que mostrar. Todo lo contrario ocurre en sus escenograf¨ªas, que es donde verdaderamente se expande el vuelo visible del artista, en un delirio que nos hace ver con los ojos cerrados. No est¨¢n presentes en la galer¨ªa Carles Tach¨¦. En su lugar, se muestra el v¨ªdeo Danse Noire (tres minutos y treinta segundos, 2005), donde el artista lleva su fantas¨ªa maquinal de la pintura a una bailarina de Degas. Entonces la mano y el ojo del autor abren el espacio, provocan apariciones, peque?as formas tendidas, erguidas, espejos de agua. La Danza de Amat es una pintura de alusiones, de vida, que triunfa sobre los sue?os lacerados de sus antepasados.