El placer del cuento
?sta es una reuni¨®n de cuentos cl¨¢sicos. Cualquier lector que quiera recordar c¨®mo suena la gran tradici¨®n -Hemingway, Scott Fitzgerald, Ring Lardner, Juan Carlos Onetti o Julio Cort¨¢zar- encontrar¨¢ en La invasi¨®n el placer del reencuentro con el cuento efectivamente cl¨¢sico, ese g¨¦nero seductor, arcaico y sin embargo moderno y tan susceptible de formalizaciones, aun en una ¨¦poca como la nuestra, en la que ha desaparecido cualquier norma reconocible en la novela, en el ensayo, a¨²n en el poema.
Son cuentos cl¨¢sicos incluso con sus reescrituras y agregados recientes voluntariamente visibles, como en 'Un pez en el agua', cuya primera versi¨®n es de 1970, pero que incluye citas de libros publicados hace dos o tres a?os. En el 'Pr¨®logo' Ricardo Piglia (Adrogu¨¦, Provincia de Buenos Aires, 1941) mismo lo afirma: "Fueron escritos con la misma concepci¨®n de la literatura que el resto de los relatos".
LA INVASI?N
Ricardo Piglia
Anagrama. Barcelona, 2006
194 p¨¢ginas. 20 euros
En realidad, m¨¢s que un entero programa acerca de qu¨¦ sea la literatura en su indefinible totalidad, esa "concepci¨®n" es, en este libro, una adhesi¨®n comprobable a la corriente hegem¨®nica, dentro de la est¨¦tica del relato americano (del norte y del sur), hasta los a?os sesenta del siglo XX. Puede decirse que La invasi¨®n compone, junto con Nombre falso (1975), su siguiente libro de cuentos, la aportaci¨®n de Piglia a esa gran escuela del "cuento bien construido" que ¨¦l abandonar¨ªa radicalmente con su crucial novela Respiraci¨®n artificial (1980).
Aqu¨ª est¨¢n los consumados yduraderos procedimientos, tramas y voces que celebr¨® el jurado de Casa de las Am¨¦ricas en 1967. No era un premio cualquiera. Eran otros tiempos y el Casa de las Am¨¦ricas ten¨ªa grandes nombres. Al menos dos estaban entre quienes eligieron La invasi¨®n: Carlos Monsiv¨¢is y Enrique Lihn. Sin duda destacaron la transparencia y elegancia a la Hemingway, la intensidad y laconismo de los di¨¢logos a la Onetti, la reelaboraci¨®n de episodios de la historia argentina reciente, a la Borges tal vez. Y tambi¨¦n, quiz¨¢, a la S¨¢bato, como alguna vez se?alara C¨¦sar Aira e insistiera Fogwill respecto de la preocupaci¨®n de Piglia por los temas nacionales. Por supuesto, existe un abismo entre la incontinente efusi¨®n melodram¨¢tica de Sobre h¨¦roes y tumbas y la sobria confesi¨®n del ejecutor del caudillo en 'Las actas del juicio'. Pero la voluntad de interrogaci¨®n del pasado es muy similar. No se puede olvidar que la novela de S¨¢bato, aparecida pocos a?os antes que la mayor¨ªa de estos cuentos, hab¨ªa inaugurado un modo de "pensar" las guerras civiles argentinas del siglo XIX mucho m¨¢s influyente por entonces que la de Borges, s¨®lo a partir de los a?os ochenta indisputablemente central en el imaginario literario argentino. En parte, esto muestra que los grandes escritores, como Piglia, reelaboran materiales de todo tipo, m¨¢s all¨¢ de su propia voluntad de legitimaci¨®n y, desde luego, m¨¢s all¨¢ de lo establecido por el canon, que en Argentina, record¨¦moslo, suele no incluir a S¨¢bato.
Aqu¨ª est¨¢n, como en sus contempor¨¢neos Rodolfo Walsh o Miguel Briante, los severos mundos masculinos de iniciaci¨®n, adolescente o carcelaria, los equ¨ªvocos encuentros con mujeres signadas por el destino o su simulacro y los homenajes -muy de la ¨¦poca- a Pavese, su suicidio y su diario, como pretexto para una meditaci¨®n de las relaciones entre los escritores y las mujeres. En este joven y brillante Piglia de 'Un pez en el hielo', se nota una evidente fascinaci¨®n por una suerte de enigma femenino quiz¨¢ todav¨ªa no contaminado por la sombra f¨²nebre y a la vez trivial de la ¨²ltima Beatrice dantesca, la Beatriz Viterbo de Borges en 'El aleph'.
Hay en La invasi¨®n otras fascinaciones ejemplares: por la narraci¨®n controlada seg¨²n las estrictas leyes del punto de vista, por la econom¨ªa de los efectos cuando se evoca el pasado o se concentra la acci¨®n para no dejar hilos sueltos, por unos usos coloquiales sumamente estilizados y a la vez efectivos. Y esa maestr¨ªa formal, ese, en suma, dominio del g¨¦nero, convierte el conjunto en la exhibici¨®n interesant¨ªsima e ineludible de la vigencia de una escritura.
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