Morir en el siglo XXI

Hace cinco meses falleci¨® mi hermano. Ha sido un golpe terrible para todos los que le quer¨ªamos, del que nos va costar mucho recuperarnos.

Y ya tengo claro que el consuelo no va a llegar precisamente de algunas entidades. A las pocas semanas del suceso decid¨ª llamar a Telef¨®nica para rescindir su contrato con esta compa?¨ªa, en vista de que las facturas -que cargan un m¨ªnimo aunque no haya uso- segu¨ªan llegando. Y entonces comenz¨® la pesadilla. Interminables trasvases de operadora en operadora, con episodios tan macabros como el de aquella que, inmersa en sus automatismos, me pregunt¨® cu¨¢l era la raz¨®n por la que quer¨ªa dar de baja esa l¨ªnea... 30 segundos despu¨¦s de revelarle que mi hermano hab¨ªa muerto. Armado de paciencia, alcanc¨¦ el departamento de bajas, donde una se?orita de discutible amabilidad me exigi¨® que le enviara el certificado de defunci¨®n, la declaraci¨®n de herederos, una carta y no s¨¦ cu¨¢ntas cosas m¨¢s. Y me temo que este episodio se repetir¨¢ con otras compa?¨ªas. He decidido no hacer nada. Llegan cartas que dicen que si se alcanzan tres meses de impagos, le buscar¨¢n y le pondr¨¢n en la lista de morosos. A ver si es verdad que le encuentran.

M¨¢s all¨¢ de la brutal deshumanizaci¨®n a la que estamos llegando, todo este asunto me lleva a una conclusi¨®n que si no fuera tan desesperanzadora, mover¨ªa a la risa: en el siglo XXI resulta infinitamente m¨¢s f¨¢cil morirse que desaparecer del mundo comercial.