Alto Copete
EL D?A DEBER?A ser m¨¢s corto. Lo pienso cuando bajo los efectos del jetlag me levanto a las cinco y media de la madrugada y me entra un desconsuelo que s¨®lo se me ha de curar tom¨¢ndome un caf¨¦ con porras. Me tiro a la calle y este fr¨ªo americano que hace en Espa?a me muerde la cara. Cerca de casa tengo tres baretos que abren de madrugada: El Torrezno, Alto Copete y El Encierro. Irme a tomar churros a un bar llamado Torrezno, tan temprano, me parece excesivo; El Encierro me da miedo bu?uelesco, as¨ª que me decanto por Alto Copete. Qu¨¦ diantres, me digo, ?tiremos la casa por la ventana! La cafeter¨ªa Alto Copete tiene un ambiente extraordinario a esas horas: unos cuantos hombres de mediana edad (no dir¨¦ el oficio de dichos ciudadanos, que luego vienen el colectivo de los susodichos a darte tu merecido) apoyados en la barra se meten entre pecho y espalda unos copazos de solisombra que les obligan a emitir una especie de rebuzno despu¨¦s de cada sorbo, y una mujer, que lleva un cigarro literalmente colgado de un lado de la boca y, por el otro, suelta el humo como si fuera una cafetera, que con una mano sujeta el caf¨¦ y que con la otra echa monedas a la m¨¢quina y, como no hay suerte, se caga en la puta madre de alguien cuyo nombre no identifica. Si tuviera que calificar con un solo adjetivo este bar, no lo dudar¨ªa: elenosalgadiense. En la cafeter¨ªa Alto Copete hay dos televisores: en uno emiten una serie de dibujos animados japoneses; en la otra, el Gran Wyoming entrevista a Zapatero. No tienen sonido. Est¨¢n s¨®lo por dar vidilla. Con la musiquilla de la m¨¢quina tragaperras y la de alg¨²n m¨®vil hay suficiente. De pronto, uno de los hombres, despu¨¦s del rebuzno que le sigue al sorbo de solisombra que le sigue a la expulsi¨®n del humo del cigarro, le dice al otro: "?T¨² te sabes esa canci¨®n de a los tontos de Caraba?a se les enga?a con una ca?a?". El compa?ero contesta: "Yo no". El t¨ªo es que no da cr¨¦dito: "Pero c¨®mo no te lo vas a saber, t¨ªo, si esa canci¨®n se la sabe todo el mundo". Que no, que no me la s¨¦. "Que no te la sabes, que no te la sabes, ser¨¢ que no te acuerdas". Y se la tararea varias veces. Yo s¨ª me la s¨¦, pero me falta casticismo para tener la gracia de meterme en las conversaciones ajenas. Yo soy esa que est¨¢ sentada en un taburete. Mojo el churro (con perd¨®n) y trato de no mirar la prodigiosa exposici¨®n de seres vivos que se exhiben bajo la mampara de cristal: entre otros, un pulpo muerto, entero, que parece que va a sacar un tent¨¢culo y te va a coger un churro y unos cuantos trozos perfectamente reconocibles (las orejillas, el pechito) de Babe, el cerdito valiente. Todo ello sin descuidar el toque navide?o consistente en un espumill¨®n de lado a lado y su bola colgando. Como yo digo, hoy en d¨ªa el escaparatismo es un arte.
Los d¨ªas deber¨ªan ser m¨¢s cortos. Siempre hay alg¨²n idiota que dice eso de "El d¨ªa deber¨ªa tener veintiocho horas". ?Para qu¨¦ puede querer un idiota que pronuncie semejante frase veintiocho horas? Me miro en el espejo del bar: con la cara de muerta que tengo ahora mismo s¨®lo de pensar que habr¨¦ de arrastrar el cuerpo hasta esta noche, Nochevieja, y esperar a las uvas y toda la pesca, me da baj¨®n existencial (?y eso que este a?o tenemos el aliciente de que con 2007 tambi¨¦n se puede hacer una bonita rima!). La ventaja de vivir fuera es que idealizas a la familia. La familia, el cogollito familiar, somos esos doce seres que estuvimos sentados en Nochebuena alrededor de una mesa llena de langostinos. Durante dos a?os intent¨¦ introducirles el concepto buf¨¦s, o sea, que de pie, alrededor de la mesa, fu¨¦ramos picando de aqu¨ª y de all¨¢, pero desist¨ª, porque gen¨¦ticamente no parecen preparados. Ellos se quedan un rato de pie mirando la comida, como desconcertados, y finalmente se sientan y esperan a que alguien reparta. Esas doce almas del cogollo familiar ponen el m¨®vil al lado del plato. Doce almas, doce m¨®viles. Me incluyo. Como el poli que se saca la pistola del cinto cuando llega a casa pero quiere tener el arma encima de la mesa porque, en el fondo, siempre est¨¢ de servicio. Cada poco suena alguno. Todos conocemos perfectamente las sinton¨ªas de los otros, as¨ª que cuando una musiquilla suena todos a una dirigimos nuestras miradas al propietario del m¨®vil. Calificar¨ªa esta escena de entra?able. Menos entra?able es que mientras entre nosotros, los presentes, cuesta que cuaje una conversaci¨®n que no despega del vuelo rasante, cuando alguien recibe una llamada y habla por el m¨®vil con alguna de sus amistades se transforma, entra en un estado de entusiasmo indescriptible. ?Risas, chascarrillos, alegr¨ªa! Luego cuelga y se desinfla. Incluso mi padre, que tanto anhel¨® nuestro regreso, parece pas¨¢rselo infinitamente mejor cuando empieza su ronda de felicitaciones telef¨®nicas con sus viejas amistades. Y todo esto a voz en grito. Hay que agradecerle al m¨®vil que nos haya devuelto intacta una escena del pasado: la gente ha vuelto a chillarle al tel¨¦fono. Esa costumbre de los abuelos, de la que nos cachonde¨¢bamos tanto, de chillarle al auricular como si no acabaran de creerse aquel invento, la practica hoy todo el mundo. Todo el mundo comparte sin pudor conversaciones privadas. Hay momentos en que son varios los que hablan por su m¨®vil y la habitaci¨®n vibra de conversaciones, s¨ª, pero con seres de otras familias, que a su vez s¨®lo se animar¨¢n cuando hablen por el m¨®vil. Miro al espejo de Alto Copete y me digo, me quedan veinte horas hasta que esta pesadilla haya acabado. (No se preocupen por mi familia, ellos no se molestan, han hecho callo). Feliz a?o.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.