Las balas que hirieron a Raf
Una escena palestina: una mujer cura a un adolescente herido
As¨ª que quieres que te cuente historias de aqu¨ª", dijo ella. "Pues voy a contarte una".
Ten¨ªa 13 o 14 a?os. Su voz era ya la de un hombre, aunque sin la cadencia de la voz masculina. Raf ten¨ªa un dolor espantoso, pero estaba firmemente decidido a call¨¢rselo. K. y dos chicos m¨¢s llamaron a mi puerta y me despertaron. Raf estaba herido en una pierna y no pod¨ªa apoyar el pie en el suelo. Lo hab¨ªan tra¨ªdo entre dos, agarrado a sus hombros. "Se llama Raf", dijeron.
El valor espont¨¢neo empieza pronto. Lo que se a?ade con la edad es la resistencia: cruel don de los a?os.
Le dispararon desde un jeep; estaba fuera despu¨¦s del toque de queda. Se las apa?¨® para arrastrarse debajo de un cami¨®n abandonado y luego se escondi¨® entre las ruinas de una vivienda. Les dije a los muchachos que lo examinar¨ªa en la farmacia, pero a ¨¦l solo. As¨ª no los implicar¨ªan a ellos si las luces llamaban la atenci¨®n: era pasada la medianoche.
Le dispararon desde un 'jeep'; estaba fuera despu¨¦s del toque de queda. Se las apa?¨® para arrastrarse debajo de un cami¨®n abandonado
Cog¨ª la bala con las pinzas y se la ense?¨¦. Era una bala de 30 mil¨ªmetros de un subfusil Uzi. Y entonces se ech¨® a llorar
Buscamos unas parihuelas en el almac¨¦n, lo tumbamos y lo llevamos por la carretera hasta la farmacia, donde lo traspasamos a la camilla que tenemos permanentemente en la rebotica. Parec¨ªa que hab¨ªa perdido mucha sangre.
Le dije a K. que volviera al cabo de una hora, si quer¨ªa, y que si encontraba la farmacia apagada y cerrada, querr¨ªa decir que hab¨ªa llevado a Raf a urgencias.
Los tres me miraron como si de pronto me hubiera hecho inmensa. "Lo m¨¢s seguro es que no sea necesario", les dije para tranquilizarlos. "Har¨¦ todo lo que pueda para evitarlo, pero tambi¨¦n tenemos que ponernos en lo peor, ?no? Si estamos aqu¨ª, llamad tres veces a la puerta".
Cuando nos quedamos solos, Raf me sonri¨®. Una sonrisa extra?a para alguien tan joven, como si los dos, ¨¦l y yo, hubi¨¦ramos pasado una prueba y lo estuviera confirmando con una sonrisa de orgullo.
-Hicieron cuatro disparos y creo que fallaron tres -dijo.
-?D¨®nde est¨¢ tu madre?
-En el pueblo.
-?Y t¨² qu¨¦ haces aqu¨ª?
-Trabajo.
-?Pues s¨ª que trabajas hasta tarde!
-Y t¨² tambi¨¦n -me respondi¨®, y apret¨® los p¨¢rpados. No estoy seguro de si por el dolor o como un signo de conspiraci¨®n. O puede que por las dos cosas.
Le baj¨¦ los pantalones, le lav¨¦ la pierna y cort¨¦ con unas tijeras el torniquete que ten¨ªa en el muslo. No se produjo una hemorragia s¨²bita, de modo que, gracias a Dios, no ten¨ªa afectada la arteria. Me miraba con curiosidad, pero no por su situaci¨®n inmediata.
-?Sabes qu¨¦ estoy so?ando? -me pregunt¨®.
Le rasqu¨¦ la planta del pie, sucia y con una costra de sangre, para comprobar sus reflejos. La pierna dio una sacudida. Le funcionaban los nervios. Entonces le lav¨¦ el pie.
-?Sabes qu¨¦ estoy so?ando? -repiti¨®.
-No, no lo s¨¦. Cu¨¦ntamelo. Ahora te voy a examinar la herida; si te duele mucho, sus¨²rrame algo.
-Sue?o -dijo- que estoy tumbado en la cubierta de una lancha motora y que t¨² vas al tim¨®n. Estamos en alta mar y las olas pegan con fuerza, bum, bum, bum...
Ten¨ªa dos heridas casi juntas. Una era larga y superficial, y la otra era peque?a, muy profunda y con un aspecto muy feo. Supuse que la bala que le hab¨ªa causado la primera herida hab¨ªa entrado sesgada, porque le hab¨ªan disparado desde arriba, y hab¨ªa salido encima de la rodilla, donde ten¨ªa la segunda.
-?Y ad¨®nde va ese barco? -le pregunto mientras agarro con la mano izquierda las pinzas para separar los labios de la herida. Las riberas de la herida, como dicen los franceses.
Con la mano derecha agarro una c¨¢nula met¨¢lica y recorro con ella el tajo abierto, golpe¨¢ndolo suavemente; espero o¨ªr un ruido met¨¢lico o tocar de pronto algo duro como el metal. Hay m¨¢s probabilidades de encontrar as¨ª una bala incrustada que de verla con los ojos.
-Eso, ?ad¨®nde va? Yo estoy tumbado en la cubierta y t¨² est¨¢s al tim¨®n -dijo-. ?Ad¨®nde?
No hab¨ªa bala. Dej¨¦ que el labio se cerrara. Entonces fui a por la otra, la que ten¨ªa mal aspecto.
-?Sabes una cosa? ?Sabes con qu¨¦ so?¨¢is todos los hombres? -le pregunto.
-D¨ªmelo t¨² -me contest¨®, impaciente.
-Todos so?¨¢is con estar c¨®-modos...
Estaba probando con la c¨¢nula y cre¨ª o¨ªr un clic met¨¢lico. Golpe¨¦ dos veces m¨¢s. Una bala.
-Y las mujeres, ?con qu¨¦...?
De pronto apret¨® los labios.
-Vamos a hacer algo para que deje de dolerte, Raf.
-No te vayas.
-?Te crees que voy a dejarte solo en cubierta? Espera 30 segundos.
Fui a donde estaban los analg¨¦sicos y encontr¨¦ la diamorfina que buscaba.
-Te voy a pinchar en el brazo.
Le pinch¨¦ (cinco miligramos) y esperamos.
-?Con qu¨¦ sue?an las mujeres, entonces? -me pregunt¨® al fin.
-Con que los lugares dejen de estar separados -le digo.
-?Pero los lugares tienen que estar separados! ?Para eso est¨¢n los kil¨®metros!
La tranquila l¨®gica de su respuesta me record¨® tanto a ti que tuve que morderme el labio.
-No mires ahora -le susurro-; cierra los ojos.
-Con los ojos cerrados tengo miedo; veo sus uzis apunt¨¢ndome.
-Entonces no me mires a las manos, m¨ªrame a la cara.
-?Qu¨¦ hoyuelos tienes! -dijo-. Todav¨ªa tienes hoyuelos.
Del fondo de la herida extraje con el f¨®rceps una bala verdusca, como una muela picada. Raf apenas parpade¨®. Luego le ech¨¦ Betadine hasta que la herida se desbord¨® como un volc¨¢n. Raf apret¨® el pu?o derecho, nada m¨¢s.
Cog¨ª la bala con las pinzas y se la ense?¨¦. Era una bala de 30 mil¨ªmetros de un subfusil Uzi.
Y entonces se ech¨® a llorar. Puse mi cabeza al lado de la suya y unos minutos despu¨¦s se qued¨® dormido.
Le cierro las heridas con hilo y una agujita curva. Despu¨¦s de unir con cada puntada las dos riberas del r¨ªo, rodeo con el hilo las pinzas que sujetan la aguja para hacer un nudo. Y sigo haciendo nudos. La carne quiere quedar unida a la carne. Le pongo dos ap¨®sitos y le meto una almohada debajo de la cabeza. Mezo la camilla como si fuera un barco surcando las olas.
Eran las dos de la madrugada. Est¨¢bamos solos, aguard¨¢bamos. Todo estaba en silencio. Esperaba que t¨² estuvieras dormido.
Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez.
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