Y el esp¨ªritu inveros¨ªmil de Benet
Hace una semana termin¨¦ esta columna disculp¨¢ndome por no haber vuelto a una coincidencia de la que hab¨ªa hablado en el primer p¨¢rrafo, y a?ad¨ª: "As¨ª que tal vez otro d¨ªa". M¨¢s vale que no deje pasar demasiados, por si a alg¨²n lector curioso le quedase una sensaci¨®n de escamoteo, o a m¨ª se me olvidase para siempre el episodio.
Lo cierto es que pocas fechas m¨¢s tarde de recibir el raro panfleto en el que la viuda de Joseph Conrad contaba c¨®mo Conan Doyle la hab¨ªa importunado con las supuestas tentativas de su marido por entrar en contacto con ella, me lleg¨® una carta de Puerto Rico remitida por una amable lectora y profesora con la que unos meses antes me hab¨ªa encontrado en Madrid. La se?ora, educad¨ªsima y sensata, se excusaba en su pre¨¢mbulo por lo que iba a contarme ("Me preocupa menos su opini¨®n sobre m¨ª que causarle alguna incomodidad o molestia"). Dec¨ªa no ser persona religiosa, sino racionalista y m¨¢s bien esc¨¦ptica, aunque reconoc¨ªa haber sentido curiosidad en los ¨²ltimos a?os "por temas espirituales". De modo que se reun¨ªa una vez al mes con una psic¨®loga cubana "que parece poseer facultades espirituales". Al parecer algo le habl¨® de nuestro encuentro, y entonces la psic¨®loga "cerr¨® los ojos, pareci¨® experimentar una especie de trance y dijo que una persona a quien usted hab¨ªa querido mucho estaba ah¨ª. Que el esp¨ªritu se llamaba Benet y que dec¨ªa manifestarse para que hubiera una conexi¨®n con usted. A?adi¨® que ve¨ªa a Benet 'hal¨¢ndole las gre?as a un joven de pelo largo' y que ese joven era usted. Dijo que Benet hac¨ªa esto cuando lo ve¨ªa triste o pesimista". (Quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s mencionar que, entre 1970 y 1974, primeros a?os en que trat¨¦ al escritor Juan Benet, yo llevaba una larga melena, por as¨ª decir, a lo apache, como atestiguan algunas fotos.)
Mi corresponsal se qued¨® sin habla y se march¨® "como alucinada". Y como no dejara de pensar en ello, decidi¨® hablar con una amiga suya, asimismo psic¨®loga y que tambi¨¦n "parece tener facultades espirituales, aunque lucha contra ello". Se vieron, y nada m¨¢s comenzar, ¨¦sta le dijo que Benet se manifestaba y que solicitaba su intercesi¨®n para ayudar a mi "esp¨ªritu encarnado"; y escuch¨® las frases "No hay que decir, no hay que hacer" y "Hacer sin hacer". Luego a?adi¨® que "Benet era un sabio y que parec¨ªa tener un gran sentido del humor pues hac¨ªa una genuflexi¨®n antes de marcharse". La profesora se qued¨® at¨®nita, y a la siguiente cita con la psic¨®loga, ¨¦sta le dijo que "Benet estaba ah¨ª y que deseaba que usted supiera que ¨¦l se hab¨ªa manifestado y que quer¨ªa ayudarlo. A?adi¨® que hab¨ªa muerto con mucho dolor porque lo dejaba a usted, una persona a quien tanto hab¨ªa querido y tan importante en su vida". Mi corresponsal volv¨ªa a disculparse ("A pesar de todo, le env¨ªo esta carta confiando en que eso sea lo que debo hacer") y se desped¨ªa. Nada que ver, desde luego, con la insistencia casi impertinente del gran Sir Arthur Conan Doyle ante la atribulada Jessie Conrad.
El pr¨®ximo 5 de enero har¨¢ catorce a?os de la muerte de Juan Benet, de quien aprend¨ª muchas cosas, y no s¨®lo literarias, y con quien mantuve una amistad de m¨¢s de dos decenios. Como escritor, son curiosamente sus detractores quienes menos le han permitido caer en el olvido. En todo este tiempo son muchos los colegas suyos y m¨ªos que han seguido y siguen despotricando contra ¨¦l. Al ir con frecuencia unidas la idiotez y la osad¨ªa, la mayor¨ªa son escritores simplemente rid¨ªculos, como Uss¨ªa o S¨¢nchez Drag¨®, o como alg¨²n reciente chocarrero, hip¨®crita y cobard¨®n, que debe de tener su supuesta gracia en el lugar m¨¢s rec¨®ndito, porque no hay quien se la vea. Como sus luces no les dan para Benet, han decidido que ¨¦ste no contaba nada y que nadie lo ha le¨ªdo. Si as¨ª fuera, no se comprende que les cause tanta rabia, al cabo de casi tres lustros de no publicar una l¨ªnea ni andar ya por el mundo. Los debe de acomplejar mucho su sombra. Sus textos no son f¨¢ciles y yo no le reprochar¨ªa a nadie que no se atreviese con ellos. Pero, puesto que los torpes y decimon¨®nicos les ladran, a¨²n deben de cabalgar, y esa ser¨¢ su "conexi¨®n".
Lo que no creo es que su esp¨ªritu vaya a manifestarse en Puerto Rico con unas psic¨®logas de por all¨ª. Como la juiciosa viuda de Conrad, creo que "aquellos a quienes queremos y hemos perdido descansan en paz, sin que ninguna ley los perturbe". Y no creo en lo inveros¨ªmil. As¨ª como Jessie Conrad no ve¨ªa a su marido pidi¨¦ndole a Conan Doyle que terminara un libro suyo ni luciendo una pajarita roja en imitaci¨®n de Lord Northcliffe, yo puedo imaginar a Benet genuflexo en plan broma, pero nunca diciendo una cursiler¨ªa como la ¨²ltima del episodio, y menos a¨²n confesando que yo hubiera sido importante en su vida. Como le contest¨¦ a mi corresponsal, ¨¦l fue importante en la m¨ªa, pero en modo alguno yo en la de ¨¦l. No creo en apariciones ni en mensajes de ultratumba (salvo en los cuentos de fantasmas y en los sue?os, que son s¨®lo eso, bonitos sue?os y cuentos). Pero si me vienen con la historia de que un muerto bien conocido me est¨¢ rondando por ah¨ª, lo primero que exijo es que siga hablando como el vivo, y no soltando inveros¨ªmiles solemnidades que jam¨¢s habr¨ªan estado en sus labios. Es lo m¨ªnimo, por favor.
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