Ladrillos
Los habitantes de Jeric¨® en Palestina fabricaban ladrillos hace 9.000 a?os. Los constructores sumerios y babilonios coc¨ªan el barro en hornos y luego los secaban al sol para levantar zigurats, palacios y ciudades amuralladas. Con ladrillos pegados con una pasta realizada con arroz levantaron los chinos la gran muralla; y los persas, un vasto imperio de nuevas ciudades. Los romanos utilizaron el ladrillo para construir ba?os, anfiteatros y acueductos. Tambi¨¦n en la edad media, en lugares donde escaseaba la piedra, los constructores utilizaban el ladrillo por sus cualidades decorativas y funcionales. La historia dice que el ladrillo era conocido por los ind¨ªgenas americanos de las civilizaciones prehisp¨¢nicas, y que con ladrillos revestidos de piedra se edificaron las grandes pir¨¢mides de los olmecas y de los mayas.
Quiz¨¢s la primera rueda de la historia se hizo con el barro que posteriormente se utiliz¨® para fabricar ladrillos. Y quiz¨¢s tambi¨¦n algunos de los primeros intentos de conseguir fuego se realizaron frotando dos trozos de ladrillo. En la historia de la humanidad hay civilizaciones de las que solo nos queda constancia de su esplendor por su forma de colocar los ladrillos. Y ciudades antiqu¨ªsimas de las que s¨®lo han quedado en pie un pu?ado de ladrillos. El mundo industrializado se levant¨® sobre f¨¢bricas con paredes de ladrillo y la era de las tecnolog¨ªas se inici¨® en un garaje de Estados Unidos con tabiques de ladrillo. El ladrillo es una de las pocas cosas que sigue inalterable a lo largo de la historia. El hombre ha conseguido grandes hitos a lo largo de su existencia. Se hicieron verdad las aventuras noveladas de Julio Verne y el hombre lleg¨® a la Luna. Tampoco se le resistieron las profundidades del oc¨¦ano, desde el batiscafo al submarino. Ni las del espacio, con el avi¨®n y el helic¨®ptero. Ha construidos t¨²neles bajo el agua y puentes que unen territorios desafiando la ley de la gravedad.
El hombre ha levantado edificios que tocan el cielo y ha sido capaz de arrancar de las entra?as de la tierra parte del combustible que mueve la civilizaci¨®n. Se han construido robots que tienen la capacidad de hablar, otros incluso son capaces de operar. El hombre le ha ganado a?os a la muerte y calidad de vida a la vida, pero en medio de toda esta odisea, la afici¨®n artesana del hombre al ladrillo contin¨²a inalterable, como hace 9.000 a?os. Poco m¨¢s que el mono de trabajo o alguna herramienta han cambiado, mientras permanece intacta la imagen de un individuo poniendo un ladrillo sobre otro. Hay arquitectos, aparejadores, ingenieros y miles de profesionales alrededor de la construcci¨®n, pero nadie ha sido capaz de inventar nada que evite que una casa se levante colocando una ristra de ladrillos sobre otra ristra de ladrillos.
A pesar de todo esto, nunca en este largo devenir de su historia el ladrillo ha sido tan protagonista en la vida del hombre como en este a?o que acaba de finalizar. Por primera vez, perdi¨® su utilidad como elemento b¨¢sico para la construcci¨®n de m¨ªticas ciudades e incluso de grandes monumentos. Hoy el ladrillo est¨¢ a punto de destrozar para siempre el crecimiento sostenible de muchas de las ciudades que est¨¢n siendo v¨ªctimas de su utilizaci¨®n imparable. Con ¨¦l se han comprado voluntades y unos pocos avispados se han hecho millonarios. El ladrillo ha sido capaz de unir lo que la pol¨ªtica separaba. Ha sorteado las leyes y ha descalabrado a los partidos.
Quedan cinco meses para las elecciones municipales, y el ladrillo como financiaci¨®n y argumento debiera dejar paso a la imaginaci¨®n y el compromiso. Habr¨ªa que devolverle su uso original, aqu¨¦l que lo ennoblec¨ªa como instrumento. El ladrillo sirvi¨® para construir el refugio de quienes lo utilizaron para impulsar la civilizaci¨®n. El hombre lo fabric¨® para salir de la cueva, y con ¨¦l cre¨® la ciudad y el concepto de lo urbano. Esa estructura que posibilit¨® la trama social que perdura hasta nuestros d¨ªas. Con el ladrillo, en definitiva, el hombre levant¨® los cimientos que le permitieron construir su futuro. Preocupa que, en nuestros d¨ªas, s¨®lo lo est¨¦ utilizando para hipotecarlo.
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